El Árbol del Verano (3 page)

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Los ojos de Paul, más azules que grises bajo la luz eléctrica, se mantuvieron pasmosamente impasibles.

—Tenemos que hablar de lo que vimos —le dijo a Marcus—, pero lo que me intriga ante todo es por qué hizo usted eso.

Bueno, ahí estaban. Kevin, inclinado hacia adelante, con todos sus sentidos en guardia, vio que Lorenzo Marcus exhalaba un profundo suspiro, y en ese mismo momento tuvo la rapidísima impresión de que su propia vida era empujada al borde del abismo.

—Tiene usted toda la razón —respondió Lorenzo Marcus—. Yo no quería en realidad evitar una recepción aburrida esta noche. Los necesito, a ustedes cinco.

—No somos cinco —tronó la profunda voz de Dave—. Yo no tengo nada que ver con esta gente.

—Reniegas de la amistad con demasiada rapidez, Dave Martyniuk —replicó bruscamente Marcus—. Pero —continuó trocando su frialdad por un tono más amable—

eso no importa, y para que entiendan por qué los necesito, voy a tratar de explicárselo, aunque es más difícil de lo que habría debido ser. —Dudó y de nuevo se mesó las barbas.

—Usted no es Lorenzo Marcus, ¿verdad? —dijo Paul con voz tranquila.

El hombre alto lo miró otra vez mientras guardaba silencio. Luego habló:

—¿Por qué dice eso?

Paul se encogió de hombros.

—¿Tengo razón?

—Aquella exploración fue en verdad un error —reflexionó su anfitrión, y luego continuó—: Tiene usted razón. —Dave miraba alternativamente a Paul y al conferenciante con hostil incredulidad—. Aunque soy Marcus, en cierto modo, como el que más. No hay otro. Pero en realidad no soy Marcus.

—¿Y quién es usted? —fue Kim quien preguntó. Y la pregunta fue contestada en una voz repentinamente profunda, como un encantamiento.

—Me llamo Loren, pero los hombres me llaman Manto de Plata. Soy un mago. Mi amigo es Matt y en otros tiempos fue rey de los Enanos. Venimos de Paras Deval, lugar donde reina Ailell, en un mundo que no es el vuestro.

En medio del espeso silencio que siguió a sus palabras, Kevin Laine, que había perseguido una esquiva imagen durante todas las noches de su vida, sintió que una emoción extraña embargaba su corazón. Se sentía alcanzado por el poder que se desprendía de la voz del anciano, mucho más que por sus palabras.

—¡Dios santo, Paul! ¿Cómo lo supiste? —murmuró.

—¡Espera un momento! ¿Tú crees esa historia? —intervino Dave Martyniuk, cuya animosidad aumentaba por momentos—. ¡En mi vida he oído algo tan absurdo!

—Puso su vaso sobre la mesa y en dos zancadas se dirigió a la puerta.

—¡Dave, por favor!

La voz lo detuvo; se volvió lentamente y miró a Jennifer Lowell.

—No te vayas —rogó ella—, ha dicho que nos necesita.

Sus ojos, Dave lo notaba por primera vez, eran verdes. Sacudió la cabeza.

—¿Y a ti qué te importa?

—¿Es que no has oído? —replicó ella—. ¿Es que no has sentido nada?

No era cuestión de ponerse a contar a toda aquella gente lo que había o no oído en la voz del anciano, pero, antes de que pudiera poner sus ideas en orden, se oyó la voz de Kevin Laine.

—Dave, tenemos que escucharlo. Podremos marcharnos en el momento en que comprobemos que hay algún peligro o que todo es una locura.

No se le escapó la velada incitación que se escondía en sus palabras, pero no pudo resistirse. Sin dejar de mirar a Jennifer, volvió sobre sus pasos y se sentó a su lado en el sofá. Ni siquiera se dignó mirar a Kevin Laine.

De nuevo se hizo el silencio y Jennifer fue la primera en romperlo.

—Ahora, doctor Marcus, o como quiera que se llame, lo escucharemos. Pero, por favor, expliqúese bien, porque estoy muy asustada.

Quizá Loren Manto de Plata tuvo una visión entonces de lo que el futuro le deparaba a Jennifer, pero lo cierto es que le dedicó la más tierna mirada que pudo, pese a su turbulenta naturaleza, y le dio así tal vez mucho más que con cualquier otro medio.

Y luego empezó a contar su historia.

—Hay muchos mundos —dijo— detenidos por los giros y las espirales del tiempo. Rara vez esos mundos se interfieren unos con otros; por eso no se conocen entre ellos. Sólo en Fionavar, el primero de los mundos creados del cual los otros son un reflejo imperfecto, se ha conservado la tradición que cuenta cómo tender un puente entre los mundos; y tampoco allí los años han transcurrido pacíficamente pese a la ancestral sabiduría. Nosotros, Matt y yo, hemos hecho antes la travesía, pero siempre con dificultades, pues se ha perdido la costumbre, incluso en Fionavar.

—¿Cómo… cómo lo consigue? —preguntó Kevin.

—Es más fácil llamarlo magia, aunque es más complicado que cualquier hechizo.

—¿Es usted realmente un mago? —continuó preguntando Kevin.

—En efecto, lo soy —dijo Loren—. Yo hice la travesía. Y además, se puede ir y volver.

—¡Esto es ridículo! —explotó de nuevo Martyniuk; y esta vez no miró a Jennifer—.

¡Mago! ¡Travesías! Déme una prueba; hablar es muy fácil pero no creo ni una sola de sus palabras.

Loren miró fríamente a Dave. Kim, al ver su gesto, contuvo el aliento. Pero enseguida el ceño severo del mago dejó paso a una sonrisa. Sus ojos parecían danzar.

—Tiene usted razón: hay un camino mucho más sencillo. Mire.

El silencio reinó en la habitación durante casi diez segundos. Kevin vio por el rabillo del ojo que el enano se había quedado también inmóvil. «Algo va a suceder», pensó.

Vieron un castillo.

Donde Dave Martyniuk había estado sentado momentos antes, aparecieron ahora almenas y torres, un jardín, un patio central, una amplia explanada ante los muros y en la muralla más alta un estandarte que misteriosamente ondeaba movido por una brisa inexistente: y en el estandarte, Kevin vio una luna creciente sobre un árbol de amplia copa.

—Paras Derval —dijo Loren con suavidad, mirando con expresión casi melancólica la visión que él mismo había creado—, en Brennin, el Soberano Reino de Fionavar. Fijaos en las banderas que hay en la explanada delante del castillo. Las han puesto allí para la celebración que tendrá lugar muy pronto, pues el octavo día después del plenilunio coincidirá con el fin de la quinta década del reinado de Ailell.

—¿Y nosotros? —la voz de Kimberly era sólo un hiiillo—, ¿qué pintamos nosotros?

Una extraña sonrisa alteró el rostro de Loren.

—No tienen ningún papel heroico, me temo; aunque espero que les guste. Un gran festejo va a celebrarse para conmemorar el aniversario. Brennin ha sufrido una larga sequía y se ha juzgado prudente proporcionar al pueblo algo con lo que pueda regocijarse. Y me atrevo a decir que sin duda lo hará. En fin, Metran, el primer mago de Ailell, ha decidido que el regalo para él y para el pueblo de parte del Consejo de los Magos será llevar cinco personas de otro mundo —uno por cada década del reinado— para acompañarnos en la fiesta, que durará quince días.

Kevin Laine rió ruidosamente:

—¿Pieles rojas en la corte del rey James?

Con un gesto casi fortuito, Loren hizo desaparecer la visión de la habitación.

—Me temo que así sea; extravagancias de Metran… Es el primero del Consejo de los Magos, pero por cierto no siempre estoy de acuerdo con él.

—Pues aquí está usted —dijo Paul.

—Quería hacer otra travesía fuera como fuese —contestó al punto Loren—. Hacía mucho tiempo que no había estado en vuestro mundo con la personalidad de Lorenzo Marcus.

—¿He entendido bien? —preguntó Kim—. ¿Pretende que vayamos con usted hasta su mundo y después nos traerá de regreso al nuestro?

—En líneas generales, eso es. Ustedes permanecerán en nuestro mundo unas dos semanas quizá, pero, cuando regresemos a esta habitación, habrán pasado pocas horas desde nuestra salida.

—Bueno —comentó Kevin con maliciosa sonrisa—, te conviene sin duda alguna, Martyniuk. Piénsalo, Dave: son dos semanas extras para preparar el examen de Procesal.

Dave se sonrojó, al tiempo que el ambiente tenso de la habitación se relajaba.

—De acuerdo, Loren Manto de Plata —agregó Kevin Laine mientras los demás permanecían en silencio. Y fue el primero en aceptar. Incluso logró sonreír—. Siempre he deseado llevar pinturas de guerra en la corte del rey. ¿Cuándo nos vamos?

Loren clavó sus ojos en él.

—Mañana, a primera hora de la noche, si nos da tiempo. No les pido que decidan ahora mismo. Piénsenlo durante la noche y por la mañana. Si se deciden a acompañarme, vengan aquí por la tarde.

—Pero, ¿qué ocurrirá si no vamos? —La frente de Kim estaba surcada por la arruga vertical que solía marcársele cuando algo la preocupaba en exceso.

Loren pareció sorprendido por la pregunta.

—Si sucede eso, habré fracasado. Ha sucedido otras veces. No se preocupe por mí…, sobrina. —Una singular sonrisa iluminó su cara—. ¿Quedamos así? —continuó, mientras los ojos de Kim expresaban indecisión—. Si deciden hacer la travesía, vengan mañana: los estaré esperando.

—Una cosa más —intervino otra vez Paul—, siento plantear preguntas indiscretas, pero todavía no sabemos lo que sucedió en el Paseo de los Filósofos.

Dave lo había olvidado, pero no Jennifer. Los dos miraron a Loren, que por fin respondió dirigiéndose exclusivamente a Paul.

—Hay magia en Fionavar, tal como ya os lo he demostrado aquí mismo. Hay además criaturas de dios o del diablo, que viven junto a los hombres. Vuestro propio mundo fue también así una vez, aunque ha ido evolucionando desde hace mucho tiempo hasta llegar a ser lo que es ahora. Las leyendas de las que he hablado esta noche en el auditorio son ecos, apenas descifrados, de tiempos en que el hombre no estaba solo, pues otras criaturas, amigas o enemigas, habitaban en los bosques y en las colinas. —Hizo una pausa—. Lo que nos seguía era un svart alfar, creo. ¿Tengo razón, Matt?

El enano asintió sin palabras.

—Los svarts —continuó Loren— son una raza maléfica que ha hecho mucho daño en su tiempo; pero ya quedan muy pocos. El de hoy, quizá más valiente que la mayoría, por lo que parece, nos siguió a Matt y a mí durante la travesía. Son criaturas repugnantes y a veces peligrosas, aunque por lo general sólo cuando están en gran número. Creo que la de hoy ha muerto. —Miró a Matt otra vez. Y una vez más el enano asintió desde el lugar que ocupaba junto a la puerta.

—Habría preferido que no nos contara esto —dijo Jennifer.

Los hundidos ojos del mago eran de nuevo sorprendentemente tiernos cuando la miraron.

—Siento haberla asustado esta noche. Créame si le digo que, por muy perturbadores que puedan parecer, los svarts no tienen nada que ver con usted. —Calló y su mirada sostuvo la de ella—. No les haría hacer nunca nada que fuera contra su propia naturaleza.

Yo sólo les he hecho una invitación, nada más. Supongo que les será más fácil decidir cuando se hayan marchado de aquí —concluyó, poniéndose en pie.

«Otra clase de poder; un hombre acostumbrado a mandar», pensó Kevin poco después, mientras los cinco salían de la habitación. Juntos bajaron en el ascensor.

Matt Sören cerró la puerta tras ellos.

—¿Es muy grave? —preguntó con ansiedad Loren.

El enano hizo una mueca.

—No demasiado; he sido un descuidado.

—¿Ha sido con un cuchillo? —inquirió el mago mientras se apresuraba a ayudar a su amigo a quitarse la diminuta chaqueta.

—¡Ojalá! En realidad me ha herido con los dientes.

Loren maldijo con cólera cuando, al quitarle la chaqueta, apareció en la camisa, debajo del hombro izquierdo, una oscura mancha de sangre coagulada. Comenzó con cuidado a arrancar de la herida los pedazos de tela, sin dejar de jurar en ningún momento.

—No es grave, Loren. Despacio. Debes admitir que fui astuto al quitarme la chaqueta antes de perseguirlo.

—Muy listo, sí. Lo cual es una ventaja, porque mi propia estupidez me está asustando últimamente. ¿Cómo, en el nombre de Conall Cernach, pude permitir que un svart alfar viniera hasta aquí con nosotros?

Abandonó la habitación con rápidas zancadas y volvió enseguida con toallas empapadas en agua caliente.

El enano soportó en silencio la limpieza de la herida. Cuando la sangre coagulada estuvo perfectamente limpia, se hicieron visibles las marcas de las dentelladas, rojas y profundas.

Loren las examinó con sumo cuidado.

—Tienen mala pinta. ¿Eres lo bastante fuerte como para ayudarme a que yo las cure?

Podríamos esperar a que Metran o Teyrnon lo hicieran mañana, pero es mejor no perder tiempo.

—¡Adelante! —respondió Matt cerrando los ojos.

El mago permaneció inmóvil un momento, luego apoyó con suavidad su mano sobre la herida y murmuró unas cuantas palabras. Bajo sus largos dedos la hinchazón comenzó a desaparecer. Sin embargo, cuando hubo acabado, la cara de Matt Sören estaba bañada por el sudor. Con su brazo sano Matt cogió la toalla y se enjugó la frente.

—¿Estás bien? —le preguntó Loren.

—Muy bien.

—Muy bien —remedó el mago, irritado—. Sería mejor, lo sabes muy bien, que no representaras como de costumbre el papel de héroe silencioso. ¿Cómo puedo saber si te hago daño si siempre me das la misma respuesta?

El enano clavó en Loren su único ojo negro, y había una divertida expresión en su cara.

—No tienes por qué saberlo —dijo.

Loren hizo un gesto de exasperación y salió otra vez de la habitación; volvió trayendo una de sus camisas, que empezó a romper a tiras.

—Loren, no te culpes a ti mismo por haber dejado que el svart viniera hasta este mundo. No hubieras podido impedirlo.

—No seas insensato; hubiera debido darme cuenta en cuanto trató de entrar dentro del círculo.

—No suelo ser insensato, amigo mío —la voz del enano era suave—. No pudiste darte cuenta porque cuando lo maté llevaba esto.

Soren buscó en su bolsillo y sacó un objeto que sostuvo en la palma de su mano. Era un brazalete, una fina obra de orfebrería en plata con una piedra incrustada de color verde como una esmeralda.

—¡Una piedra vellin! —murmuró consternado Loren—. Esto ha debido protegerlo de mí. Matt, eso significa que alguien le dio una piedra vellin a un svart alfar.

—Eso parece —añadió el enano.

El mago callaba, atento sólo a vendar el hombro de Matt con manos rápidas y habilidosas. Cuando acabó, se dirigió sin decir palabra hasta la ventana y la abrió; la brisa de la noche agitó suavemente los blancos visillos. Loren observó los pocos coches que pasaban por la calle sin detenerse.

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