El Arca de la Redención (17 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Skade asintió.

[Remontoire está en lo cierto, desde luego, pero os habréis fijado en su uso del tiempo pretérito. Todas las grandes hazañas de Clavain quedan en el pasado... en el pasado lejano. No niego que desde su regreso del espacio profundo ha continuado sirviéndonos bien. Pero eso hemos hecho todos. Clavain no ha hecho ni más ni menos que cualquier combinado importante. ¿Pero no esperamos de él más que eso?].

¿Más que qué, Skade?

[Más que su agotadora devoción a la simple soldadesca, que constantemente lo sitúa en peligro].

Remontoire comprendió que, tanto si le gustaba como si no, se había convertido en el abogado de Clavain. Sintió un leve desprecio por los demás miembros del consejo. Sabía que muchos también le debían la vida a Clavain, y lo hubieran admitido bajo otras circunstancias. Pero Skade los tenía intimidados.

A él le tocaba hablar en nombre de su amigo.

Alguien tiene que patrullar la frontera.

[Sí. Pero disponemos de individuos más jóvenes, más rápidos y, seamos francos, más prescindibles que pueden hacer precisamente eso. Necesitamos la experiencia de Clavain aquí dentro, en el Nido Madre, donde podamos sacarle partido. No me creo que se aferré a la zona fronteriza por alguna clase de sentido del deber hacia el nido. Lo hace por puro egoísmo. Pretende jugar a ser uno de los nuestros, estar en el bando ganador sin aceptar todas las consecuencias de lo que significa ser combinado. Eso indica autocomplacencia, individualismo, todo aquello que es contrario a nuestra conducta. Incluso comienza a asemejar deslealtad].

¿Deslealtad? Nadie ha demostrado más lealtad a la facción combinada que Nevil Clavain. Tal vez algunos necesitéis repasar la historia.

Una de las cabezas sin cuerpo se arrastró sobre sus patas de araña hasta el respaldo de un asiento.

[Estoy de acuerdo con Remontoire: Clavain no nos debe nada. Ha demostrado su valía más de un millar de veces. Si quiere permanecer apartado del Consejo, está en su derecho].

Al otro lado del auditorio se iluminó un cerebro. Sus luces palpitaban sincronizadas con sus patrones verbales.

[Sí, nadie lo duda. Pero también es cierto que Clavain tiene la obligación moral de unirse a nosotros. No puede seguir malgastando su talento fuera del consejo]. El cerebro hizo una pausa, mientras las bombas de fluidos borbotaban y latían. La masa abultada de tejido neuronal se hinchó y se contrajo durante varios ciclos letárgicos, como un aterrador ovillo de lana. [No puedo apoyar la retórica incendiaria de Skade, pero no hay vuelta de hoja a la verdad esencial de sus palabras. El continuo rechazo de Clavain a unirse a nosotros equivale a deslealtad].

Oh, cállate, interpuso Remontoire. Si ha de guiarse por tu ejemplo, no me extraña que Clavain tenga dudas... [¡Qué insulto!], resopló el cerebro.

Pero Remontoire detectó una oleada de regocijo reprimido ante su pulla. Era evidente que el cerebro hinchado no era todo lo universalmente respetado que le gustaría imaginarse. Al notar que era su momento, Remontoire se inclinó hacia delante, con las manos apretadas con fuerza en la barandilla de la balconada.

¿De qué va esto, Skade? ¿Por qué ahora, después de tantos años en los que el Consejo Cerrado se las ha valido sin él?

[¿Qué quieres decir con eso de «por qué ahora»?].

Te pregunto qué es lo que ha precipitado este movimiento. Se está tramando algo, ¿no es cierto?

La cresta de Skade se tiñó de granate. Apretaba la mandíbula con fuerza. Dio un paso atrás y arqueó la columna como un gato acorralado.

Remontoire siguió presionando.

Primero tenemos un relanzamiento del programa de construcción de naves estelares, un siglo después de que dejáramos de fabricarlas por razones tan secretas que ni siquiera el Consejo Cerrado tiene permiso para conocerlas. Después nos encontramos con un prototipo repleto de maquinaria oculta de origen y propósito desconocidos, cuya naturaleza, una vez más, no se puede revelar al Consejo Cerrado. Y también tenemos una flota de naves similares que se están ensamblando en un cometa no muy lejos de aquí... pero de nuevo, eso es todo lo que se nos permite saber. Ciertamente, creo que el Sanctasanctórum podría querer explicar algo al respecto...

[Ten mucho cuidado, Remontoire].

¿Por qué? ¿Es que podría ser culpable de conjeturar de forma inocente?

Otro combinado, un hombre con una cresta un tanto similar a la de Skade, se puso en pie vacilante. Remontoire lo conocía bien y estaba seguro de que no era miembro del Sanctasanctórum.

[Remontoire tiene razón. Algo está sucediendo, y Clavain solo es parte de ello. El cese del programa de construcción de naves, las extrañas circunstancias que rodearon el regreso de Galiana, la nueva flota, los preocupantes rumores que oigo sobre las armas de clase infernal... todo eso guarda relación entre sí. La guerra actual no es más que una distracción, y el Sanctasanctórum lo sabe. Quizá el verdadero cuadro sea sencillamente demasiado preocupante para que nosotros, meros miembros del Consejo Cerrado, podamos asimilarlo. En cuyo caso, al igual que Remontoire, me permitiré ciertas especulaciones y veremos adonde me conducen].

El hombre miró fijamente a Skade antes de proseguir.

[Existe otro rumor, Skade, concerniente a algo llamado el Exordio. Seguro que no necesito recordarte que esa fue la contraseña que Galiana dio a su última serie de experimentos en Marte... los que juró que jamás repetiría].

Puede que Remontoire solo lo imaginara, pero creyó ver un cambio de color que barría la cresta de Skade ante la mera mención de esa palabra.

¿Qué pasa con el Exordio?, preguntó.

El hombre devolvió su atención a Remontoire.

[No lo sé, pero puedo imaginármelo. Galiana nunca quiso que se prosiguieran esos experimentos. Los resultados fueron útiles, muy útiles, pero a la vez aterradores en extremo. Más cuando Galiana estuvo lejos del Nido Madre, embarcada en su expedición interestelar, ¿qué impedía al Sanctasanctórum reanudar el Exordio? Ella nunca tendría por qué haberse enterado].

Aquel nombre en clave significaba algo para Remontoire, estaba seguro de haberlo escuchado antes. Pero si se refería a los experimentos que Galiana había realizado en Marte, eso habría tenido lugar hacía más de cuatrocientos años. Haría falta una delicada arqueología mnemónica para excavar los estratos de recuerdos superpuestos, en especial si el tema en cuestión ya estaba rodeado de secretismo.

Parecía más sencillo preguntar.

¿Qué era el Exordio?

—Yo te diré lo que era, Remontoire.

El sonido de una auténtica voz humana que atravesaba el silencio de la cámara resultó tan chocante como un grito. Remontoire siguió el sonido hasta ver a la persona que había hablado, que estaba sentada sola cerca de uno de los puntos de acceso. Era Felka: debía de haber llegado después de que empezase la reunión.

Skade arrojó un furioso pensamiento a su cabeza.

[¿Quién la ha invitado?].

—He sido yo —dijo Remontoire con suavidad, hablando también en voz alta a beneficio de Felka—. Suponía que no era muy probable que tú lo hicieras y, ya que el tema a discutir resultaba ser Clavain... parecía lo correcto.

—Lo es —aseguró Felka. Remontoire vio que algo se movía en su mano y comprendió que se había traído un ratón a la cámara privada—. ¿No te parece, Skade?

Esta resopló.

[No hay necesidad de hablar en voz alta, se tarda demasiado. Felka puede oír nuestros pensamientos tan bien como cualquier otro].

—Pero si vosotros tuvierais que escuchar mis pensamientos, probablemente os volveríais locos —dijo Felka. El modo en que sonreía resultaba aún más aterrador, pensó Remontoire, porque lo que decía era acaso cierto—. Así que antes de arriesgarnos a ello... —Bajó la mirada. El ratón se perseguía la cola alrededor de su mano.

[No tienes derecho a estar aquí].

—Sí que lo tengo, Skade. Si no fuese reconocida como miembro del Consejo Cerrado, la cámara privada no me habría dejado pasar. Y si no fuese miembro del Consejo Cerrado, difícilmente estaría en disposición de hablar del Exordio, ¿no te parece?

El hombre que primero había mencionado ese nombre en clave habló en voz alta, con un tono agudo y tembloroso:

—Así que mi suposición era correcta, ¿verdad, Skade?

[No hagáis caso de lo que diga Felka. No sabe nada sobre el programa].

—Entonces puedo decir lo que quiera, creo yo, porque carecerá de importancia. El Exordio era un experimento, Remontoire, un intento de alcanzar la unificación entre la consciencia y la superposición cuántica. Tuvo lugar en Marte, eso puedes verificarlo tú mismo. Pero Galiana obtuvo mucho más de lo que esperaba. Abrevió los experimentos, temerosa de lo que había despertado. Y ese debería ser el final de la historia. —Felka miró directamente a Skade, desafiante—. Pero no lo es, ¿verdad? Los experimentos volvieron a comenzar hace casi un siglo. Fue un mensaje del Exordio el que nos llevó a dejar de fabricar naves.

—¿Un mensaje? —dijo Remontoire, perplejo.

—Del futuro —dijo Felka, como si fuera algo evidente desde el primer momento.

—No hablas en serio.

—Hablo totalmente en serio, Remontoire. Bien que lo sé... yo tomé parte en uno de los experimentos.

Los pensamientos de Skade barrieron la sala como una guadaña.

[Estamos aquí para discutir sobre Clavain, no de esto].

Felka continuó hablando con calma. Ella era, comprendió Remontoire, la única persona de la cámara aparte de él mismo que ni se inmutaba por Skade. La cabeza de Felka había soportado ya terrores peores que los que Skade pudiera imaginar.

—Pero no podemos hablar de lo uno sin mencionar lo otro, Skade. Los experimentos han proseguido, ¿no es cierto? Y guardan relación con lo que sucede ahora. El Sanctasanctórum se ha enterado de algo, y preferiría que el resto de nosotros no supiéramos nada al respecto.

Skade volvió a apretar la mandíbula.

[El Sanctasanctórum ha identificado una crisis que se avecina]. —¿Qué tipo de crisis? —preguntó Felka. [Una muy mala].

Felka asintió sabiamente y se apartó de delante de los ojos una hebra de lacio pelo negro.

—¿Y el papel de Clavain en todo esto...? ¿Dónde encaja él?

El dolor de Skade era casi tangible. Sus pensamientos llegaban en paquetes recortados, como si, entre sus murmullos, esperara que un orador silencioso le ofreciera una guía.

[Necesitamos que Clavain nos ayude. La crisis puede ser... atenuada... con la ayuda de Clavain].

—¿Y, de modo más preciso, qué clase de ayuda tienes en mente? —insistió Felka.

Una pequeña vena palpitó en la ceja de Skade. Oleadas de colores chirriantes se perseguían en su cresta, como los dibujos de las alas de una libélula.

[Hace mucho tiempo, perdimos ciertos objetos importantes. Ahora sabemos exactamente dónde se encuentran. Queremos que Clavain nos ayude a recuperarlos].

—Y esos «objetos» —dijo Felka— no serán por casualidad armas, ¿verdad?

La inquisidora se despidió del camionero que la había llevado hasta Solnhofen. Había dormido lo menos cinco o seis horas seguidas durante el trayecto, lo que había ofrecido al conductor oportunidades de sobra para desvalijar sus pertenencias o dejarla abandonada en mitad de la nada. Pero todo estaba intacto, incluida su pistola. El camionero le había dejado hasta el recorte de periódico donde se hablaba de Thorn.

Solnhofen en sí era tan mísera y escuálida como ella había sospechado. Solo necesitó vagar por el centro durante unos pocos minutos para encontrar lo que se hacía pasar por el corazón del asentamiento: una pista de estacionamiento hecha de tierra y rodeada por dos albergues de aspecto desaliñado, un par de anodinos edificios administrativos y un variopinto surtido de locales para emborracharse. Detrás de ese centro se cernían las descomunales naves de reparación que eran el eje de la existencia de Solnhofen. Lejos, al norte, unas enormes máquinas de terraformación se esforzaban por acelerar la transformación de la atmósfera de Resurgam en algo que de verdad fuera respirable por los humanos. Esas refinerías atmosféricas habían funcionado perfectamente durante varias décadas, pero ahora se hacían viejas y poco fiables. Mantenerlas operativas suponía una importante carga sobre la economía centralizada del planeta. Comunidades como Solnhofen se ganaban la vida de manera precaria gracias al sector servicios y proporcionando personal para los camiones de terraformación, pero el trabajo era duro e implacable, y precisaba (exigía) trabajadores de una pasta especial.

La inquisidora lo recordó al entrar en el albergue. Había esperado que estuviera tranquilo a esas horas del día, pero cuando abrió la puerta de un empujón, fue como sumarse a una fiesta que acababa de dejar atrás su punto álgido. Había música, gritos y risas, carcajadas duras y bulliciosas que le recordaron a los barracones de Borde del Firmamento. Algunos bebedores ya habían perdido el conocimiento y se desparramaban sobre sus jarras como estudiantes que esconden sus deberes. El aire estaba cuajado de sustancias que le escocían los ojos. Apretó los dientes por culpa del ruido y maldijo en silencio. No era de extrañar que Cuatro eligiera un antro como aquel. Recordó cuándo se conocieron. Fue en un bar de un carrusel en órbita de Yellowstone, probablemente el peor cuchitril en que había entrado en toda su vida. Cuatro tenía muchas habilidades, pero escoger lugares de reunión saludables no era una de ellas.

Por suerte, nadie había reparado en la llegada de la inquisidora. Se abrió paso entre unos cuantos cuerpos semicomatosos hasta llegar a lo que servía de barra: un agujero perforado en la pared, rodeado de ladrillos harapientos. Una hosca mujer hacía pasar las bebidas por el agujero como raciones para los presos, y agarraba el dinero y los vasos sucios con una velocidad casi inmoral.

—Póngame un café —dijo la inquisidora.

—No tenemos café.

—Entonces deme la cosa más parecida a un puto café. —No debería hablar así.

—Hablo como me sale de los ovarios, sobre todo hasta tomar un café. —Se inclinó sobre el borde de plástico de la escotilla de servicio—. Puedes darme uno, ¿a que sí? Vamos, ni que estuviera pidiendo la luna.

—¿Es del Gobierno?

—No, solo tengo sed. Y estoy un poco irritable. Es por la mañana, ya ve, y no me acaban de gustar las mañanas.

Una mano se apoyó en su hombro. Vuilleumier se giró bruscamente, y sus propios dedos fueron de manera instintiva en busca de la empuñadura de su pistola bóser.

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