El bokor (35 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

Ambos ingresaron a la casa y Jenny se encontraba tumbada en el salón, no dormía pero su mirada lucía perdida en el vacío.

—Jenny —dijo Alexander tiernamente— el detective necesita hablar contigo.

—Hola detective —dijo la mujer en un susurro.

—Hola señora McIntire. Lamento molestarla pero debo hacerle algunas preguntas.

—Como guste detective.

—¿Puedo quedarme? —dijo Alexander mirando fijo a su mujer como a la espera de que fuera ella la que se opusiera.

—Por supuesto, de hecho debo hablar con los dos.

—Bien, le escuchamos.

—Señor y señora McIntire, debo hacerles una solicitud poco usual y créanme que no lo haría si no tuviera una razón.

—Solo tiene que decirlo, deseamos colaborar —dijo Alexander tomando la fría mano de su mujer.

—Se trata de Jeremy.

—¿Jeremy? ¿Lo han encontrado? —dijo Jenny en un tono más fuerte.

—No señora —dijo Bronson mientras miraba a Alexander— de hecho lo que deseo es solicitar su permiso para exhumar su cadáver.

—¿Qué dice? —Saltó Alexander.

—Sé que es inusual, pero de alguna manera nos han dejado saber que es probable que…

—No creerá usted las cosas que dice mi mujer.

—Señor McIntire, hemos hablado con el chico Bonticue y nos ha dicho que Jeremy estaba relacionado con malas juntas.

—Lo sé, yo mismo lo conminé a dejar de lado esas amistades, incluido el patán de Francis Bonticue.

—Además nos ha dicho que de alguna manera, Jeremy podría haber vuelto de la tumba.

—No creerá usted tales cosas.

Bronson miró fijamente a McIntire mientras Jenny esbozaba una sonrisa enigmática.

—Como le he dicho, quisiera su autorización para mirar.

—Me niego a tal disparate.

—Déjalos —dijo Jenny con una voz apenas perceptible.

—Pero Jenny…

—Quiero que abran la tumba, estoy segura de que Jeremy no está allí.

—Detective, comprenda el daño que puede hacerle a mi esposa…

—Basta, he dado mi autorización —dijo Jenny en un tono más firme— pueden hacerlo cuando gusten.

—Detective, ¿puedo hablar con usted en privado? —dijo Alexander tomándolo del brazo.

Usted no se da cuenta, abrir esa tumba sería matarle las ilusiones a mi esposa y dejarle ver que todo han sido locuras.

—¿No prefiere eso a que siga viviendo engañada?

—Su salud mental no está bien, un golpe como ese podría hacerla perder la cordura para siempre.

—Lo siento señor McIntire, pero debemos hacerlo.

—En ese caso me gustaría estar presente.

—Puede hacerlo, pero no creo conveniente que traiga a su esposa.

—Por supuesto que no lo haré, le diré que todo fue un mal sueño producto de los narcóticos.

—¿Tenía usted la custodia legal de Jeremy?

—Puedo firmar si es a lo que se refiere.

—Bien, entonces me gustaría hacerlo de inmediato. Buscaré la orden del juez y lo veré en el cementerio en un par de horas.

—Estaré allí sin falta.

Bronson se marchó con cara de preocupación, no le agradaba la idea de exhumar al chico y ahora que lo pensaba, quizá estaba dejándose llevar por los mitos de zombis. Quizá —pensó— sería mejor volver por sus pasos y decirle a McIntire que se cancelaba aquel aquelarre que estaba planeando, pero pudo más su corazonada y prefirió seguir adelante.

***

Johnson aprovechó que su compañero no estaba para mirar a Kennedy tras el cristal de la sala de interrogatorios. Kennedy lucía sumamente ansioso, se paseaba por la celda como un león enjaulado diciendo palabras que no lograba escuchar. Se decidió a entrar y lo hizo con determinación.

—Agente Johnson —dijo Kennedy suavemente.

—Padre, tome asiento.

—Quisiera disculparme con usted, no debí haberlo golpeado de esa forma.

—Tiene usted un buen recto de derecha.

—Me siento apenado.

—No se preocupe, de alguna forma me lo merecía.

—En eso estamos de acuerdo, me ha tratado usted como a un asesino.

—¿Y no lo es?

—Por supuesto que no.

—¿Tiene idea de qué les pasó a esos tipos?

—Ninguna, después de golpearlos y que se los llevó la patrulla, no los volví a ver hasta que ustedes me los mostraron.

—¿Cree que fue un acto religioso?

—En Haití vi cosas parecidas, me refiero a un cadáver colgando de sus tobillos…

—¿Es algo ritual?

—No lo sé, al menos en lo que se refiere a Nueva Orleans, en Haití era una forma de alertar al pueblo de que un servidor del demonio quería o tenía el control de la situación.

—Cuénteme de su vida en Haití.

—Hay poco que contar, es una isla que Dios ha olvidado.

—No está bien que un sacerdote hable así.

—Lo sé y pido perdón a Dios, pero las cosas que se ven en Haití son realmente aterradoras y dignas de realizar por un demonio.

—Padre, ¿Fuma usted yerba?

—Medicinalmente.

—¿Entonces tiene glaucoma?

—Así es, la fumo de vez en cuando por prescripción médica.

—¿Lo hizo hoy?

—No, claro que no.

—¿Ayer entonces?

—Tampoco.

—Hoy he ido a su apartamento y olía a yerba.

—No fumo en casa, nunca lo haría.

—¿Dónde lo haría entonces?

—En algún sitio donde nadie me viera, debo cuidar mi imagen de cura.

—Entiendo. ¿Podría explicarme por qué olía a yerba su departamento?

—Quizá alguien fumó en el pasillo.

—Padre Kennedy, ¿Ha dejado usted la puerta abierta?

—No. Bueno, no lo sé. No acostumbro dejar abierto, en el edificio viven algunos…

—Lo sé. He visto su edificio.

—Entonces comprenderá que nunca lo dejaría a expensas de los demás inquilinos.

¿Acaso lo ha encontrado abierto?

—Así es, la puerta estaba sin cerrojo.

—¿Y cree que se han robado algo?

—No. Realmente no, no se ofenda, pero no creo que su departamento sea un buen sitio para los ladrones.

—Los hay de todas clases y a algunos podría interesarles las cosas de un sacerdote.

—He visto sus juguetes.

—¿A qué se refiere?

—A las vasijas, el muñeco…

—Comprendo y cree usted que yo…

—No. Tan solo creo que son cosas traídas de Haití porque significaban algo para usted.

—Así es, las vasijas…

—El fetiche, padre. ¿Qué es exactamente?

—Una tontería, una representación del dios Yoruba de la fertilidad.

—¿Para que querría un sacerdote al dios de la fertilidad?

—Fue el regalo de alguien.

—¿Alguien especial?

—No lo sé. Nunca llegué a saber quién me lo regaló.

—Un regalo anónimo entonces.

—Así es. Lo dejaron junto a la puerta de mi casa.

—¿Un mensaje?

—Creo que más bien un reclamo.

—¿Qué le reclamaban?

—La gente del pueblo pensaba que yo tenía relaciones con una jovencita llamada María y con una mujer llamada Amanda.

—¿Y era eso cierto?

Kennedy no dijo nada.

—¿No es eso algo prohibido para un sacerdote?

—Así es.

—No lo atormentaré preguntándole sobre esa relación.

—Es algo que me atormenta sin necesidad de que usted me pregunte.

—Bien. Cambiemos de tema. Mi compañero fue a buscar a McIntire para pedir su autorización para exhumar al chico…

—Le pedí que no lo hiciera —dijo Kennedy visiblemente contrariado.

—¿Qué cree que encontraremos en la tumba?

—Supongo que el cadáver de Jeremy.

—Esperaba algo más tétrico.

—No estamos en Haití.

—Al parecer el chico Bonticue cree que Jeremy puede haber vuelto de la tumba.

—Su amigo no creerá tal cosa ¿o si?

—Por supuesto que no, pero queremos descartar que alguien haya profanado su tumba.

—¿Y por qué harían tal cosa?

—Tal vez para borrar evidencia.

—Creo no entenderle.

—Es probable que todos estos crímenes estén relacionados y puede que quien asesinó a este chico quiera eliminar algo que lo incrimine.

—De eso se hubiera cerciorado cuando lo mató.

—Es posible, pero quizá haya algo que no consideró, algo que al matar a estos dos tipos lo deje en evidencia.

—Lo único que lograrán es perturbar el descanso de ese pobre chico y su familia.

—Creo que la señora McIntire se sentirá aliviada de poder comprobar que el chico está bien muerto y no como ella cree que anda por allí penando.

—Eso es una tontería.

—Que usted mismo alentó.

—Y de lo que me arrepiento. Nunca quise sugerir que Jeremy pudiera estar con vida.

—¿Pensaba usted acaso que era una especie de zombi?

—Detective Johnson, ¿Qué sabe usted de esas cosas?

—Lo que sale en las películas.

—Es mucho peor.

—No me dirá que usted cree en esas tonterías, es usted un científico.

—Casualmente por eso, sé que los zombis pueden existir, claro, no en la forma en que usted los ve, pero existen drogas poderosas que pueden hacer de las personas verdaderos muertos vivientes. ¿Ha ido usted a un hospital psiquiátrico?

—Un par de veces, con motivo de un caso que involucraba a un paciente recluido allí.

—Entonces habrá visto que a muchos de los enfermos los mantienen completamente fuera de la realidad, dormidos la mayor parte del tiempo. Ese sueño es muy similar a la muerte, solo que el cuerpo no se descompone porque el corazón, aunque aletargado, sigue bombeando sangre. Pero en lo que respecta al estado mental del paciente, es posible que nunca logre recuperarse y salir de ese estado.

—Padre Kennedy, ¿Vio usted el cadáver de Jeremy?

—Fui a su funeral, pero no llegué a mirarlo, la señora McIntire, como comprenderá, estaba bastante descompuesta y me quedé con ella tratando de evitar un colapso.

—¿Supo de alguien que lo viera?

—Su familia, supongo que los policías que vieron el caso, aunque se trató de una sobredosis, supongo que levantaron un acta al respecto.

El móvil de Johnson se activó:

—Si —dijo con prisa.

Estoy con el padre Kennedy. ¿Tienes la orden?

Entonces te veo en el cementerio en unos minutos.

—Detective, ¿Cree usted que pueda ir a acompañarlos? Si la señora McIntire estará allí…

—No. Solo estará el señor McIntire y no, no puede usted acompañarnos, es una labor oficial.

—Tengan cuidado, desenterrar a alguien puede ser peligroso.

—Lo tendremos. Volveré para terminar esta conversación —volvió a decir en tono seco.

***

Los dos detectives y Alexander McIntire llegaron al cementerio cuando aun quedaba bastante luz del día. Conseguir la orden de exhumación no había sido fácil, sobre todo porque Alexander no colaboró como hubiesen deseado, pero finalmente pudieron obtener el permiso.

La tumba de Jeremy estaba en los linderos del cementerio, luego de su tumba había una tapia de cemento cubierta de hiedra y al otro lado un lote baldío. El hombre que debía realizar la exhumación estaba malhumorado y se quejaba a cada golpe de pala que daba en la tierra aun fresca. Johnson y Bronson lo miraban expectantes, en tanto McIntire parecía excesivamente nervioso.

—Al señor McIntire parece que le dará un infarto si este hombre no se apura —dijo Johnson.

—A cualquiera le pasaría si tuviera que vivir algo como esto.

—¿Qué esperas encontrar exactamente?

—He pedido a los de CSI que recojan algunas muestras, llegarán en cualquier momento. Quiero un análisis toxicológico para determinar si este chico realmente murió por sobredosis o si existe alguna otra causa.

—¿Qué te hace pensar que no fue una sobredosis?

—No tengo clara la sintomatología que dicen debió tener el chico antes de morir.

—¿A que te refieres?

—A que una sobredosis generalmente provocaría dolor de cabeza, confusión, fiebre, mareos, latidos cardíacos lentos o fuertes, náuseas, vómitos, diarrea sanguinolenta, desvanecimiento, falta de aire, sudoración, rubor, piel fría y gris, pérdida de la movilidad del cuerpo, hasta llegar a un estado comatoso y finalmente la muerte.

—¿Y nada de eso estuvo presente?

—Parece que no, por lo que pude averiguar con Francis Bonticue.

—Ese chico no me da buena espina.

—A mi tampoco, pero por ahora no tenemos más pistas que seguir.

—¿Qué impresión te ha dejado Kennedy?

—Aun no me formo una opinión respecto al padre.

—No estaba de acuerdo en la exhumación.

—¿Qué te ha dicho?

—Que no deberíamos perturbar el descanso de este chico y de su familia.

—Eso es normal, a nadie le gustan las exhumaciones.

—Pero si eso ayuda a que me dejen en libertad, creo que estaría deseando que la policía haga todos los esfuerzos.

—¿Sugieres que tal vez podamos encontrar algo que lo incrimine?

—No puedo negar que me gustaría cerrar este caso cuanto antes.

—A mi también, pero dudo que en esta tumba encontremos algo más que el cadáver del chico.

El hombre de la pala golpeo la madera del féretro y un ruido sordo alertó a todos. Un par de minutos después el ataúd era subido por un montacargas hasta dejarlo a un lado de los dos policías. En ese momento llegaron los hombres de la escena del crimen con el equipo necesario.

—¿Nos hemos perdido de algo?

—Apenas lo han depositado aquí.

—Pónganse de esta crema bajo la nariz, no quiero que contaminen la escena volviendo el estómago.

Los dos detectives miraban a los hombres abrir con cuidado la tapa del féretro. Alexander McIntire se había retirado prudentemente a unos diez pasos del sitio. Al abrir la caja se miraron perplejos, el ataúd se hallaba vacío.

Capítulo XXIII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Al regresar a su casa, repasó todo lo acontecido con los exorcistas, le parecía increíble que estos hombres tuvieran dudas respecto a las intenciones de mama Candau y Jean, si era cierto lo que dejaron entrever, no podría confiar en nadie en aquella isla. Buscando consuelo llamó por teléfono a América, su amigo y mentor Ángelo Pietri era quizá la persona más calificada en materia de demonología y la única persona a quien podría decirle lo que estaba sucediendo.

—Buenos días —se escuchó la voz dulce de Ángelo y no le costó reconocerla.

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