El bokor (32 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

—¿Me hablas de los padres de Aqueda?

—Así es. Me decía que ambos estarían pronto en el infierno copulando como cerdos, mientras sacaba su lengua bífida sin control.

Estuve a punto de marcharme de allí enseguida pero uno de los sacerdotes me impedía moverme. Estaba rígido, con una fuerza sobrenatural. Luego, el sacerdote principal golpeó a la mujer en el rostro con el reverso de la mano haciendo que una espuma blanca saliera por su boca como si se tratara de un perro envenenado. Jazmín se retorció y comenzó a hablar en lenguas.

—¿Hablar en lenguas?

—No logré entender todo lo que decía. Los sacerdotes me dijeron que estaba hablando en una especie de arameo que se usaba en tiempos de Jesucristo y que ellos mismos no lograban entenderlo en su totalidad, pero que se trataba de maldiciones y profecías.

—¿Qué clase de profecías?

—No me lo dijeron hasta pasado un tiempo, cuando ya era demasiado tarde. Hablaba de Aqueda y sus padres.

—No me dirás que Jazmín decía que tu sobrina quemaría a sus padres.

—No exactamente, pero dijo que gracias a Aqueda mi hermana ardería en las llamas del averno y ya usted sabe lo que pasó.

—Quizá solo hablaba en sentido figurado y después de eso se le encontró explicación en que tu hermana muriera en el incendio.

—Puede pensar lo que quiera, para mí, aquella mujer sabía de antemano lo que mi sobrina haría y se placía en dejármelo saber, aunque fuera en una lengua extraña.

—Entonces no sirvió de nada tu ayuda.

—Luego de aquello, la mujer comenzó a hablar en creole y allí si pude entenderle perfectamente. Hablaba del ritual del exorcismo, hablaba de los sacerdotes a quienes llamaba homosexuales y fornicadores. Describía que aquellos dos hombres se acostaban y hacían cosas…

—No tienes que esforzarte en explicarme.

—Usted ya sabe, cosas que no son de Dios y que no me atrevía a traducirle a aquellos hombres por temor a que me creyeran responsable de aquel ultraje. Cuando vio que yo no les dejaba saber lo que decía, comenzó a hablarles en español. La boca más sucia que usted se pueda imaginar llenó de improperios a los sacerdotes. Nunca he sido una persona puritana, pero escuchar aquellas cosas me hacía sonrojar de la vergüenza. A los sacerdotes en cambio, solo los irritaba y sin piedad golpeaban a Jazmín hasta deformarle la cara, mientras la mujer se reía histérica y retorcía sus muñecas buscando librarse de las amarras. Un olor a mierda inundó la habitación. No era algo humano. Olía a podrido, a cuerpo descompuesto. Vomité sobre la cama mientras los sacerdotes le ordenaban a Belcebú abandonar el cuerpo de Jazmín. Era una pelea sin igual. Los sacerdotes oraban en latín y en español y Jazmín los insultaba en todas las lenguas conocidas y desconocidas. Luego, pasó lo más extraño de todo, de la boca de Jazmín comenzaron a brotar los clavos de Cristo.

—¿Qué dices?

—Que la mujer comenzó a lanzar por su boca unos enormes clavos de hierro que sería imposible que hubiera tragado sin despedazarse las entrañas.

—¿Y por qué dices que eran los de Cristo?

—Porque así lo decía. Decía estar pariendo por su boca el sacrificio del Cordero de Dios y mientras lo hacía una baba amarillenta salía de su boca. Luego un aroma a flores inundó el cuarto tapando el olor de la mierda podrida y la cara de la mujer se convirtió en el rostro de un ángel, solo para cambiar de nuevo hasta convertirse en un monstruo.

—¿Y me dices que todo esto lo viste y que no te contaron nada?

—Puedo jurarle, padre. Todo pasó tal y cual se lo estoy contando. Esa mujer tenía dentro a Satanás mismo y se rehusaba a salir de aquel cuerpo mientras le quedara vida.

El sacerdote principal, un tipo de apellido Barragán me pidió salir de la habitación y al hacerlo la puerta se cerró de golpe azotándome la espalda con tanta fuerza que me lanzó a varios metros hasta la mitad del pasillo. Volví la vista con la espalda doliéndome un infierno y pude ver a la mujer que se había liberado de las amarras de sus pies. Estaba sentada sobre la cama con las manos atadas en una posición imposible sin haberse desmontado los hombros. Sacaba su lengua a los sacerdotes como si se tratara de un enorme dragón. La puerta se volvió a azotar, cerrándose con un gran estrépito y luego escuché ruidos de muebles que se corrían y por debajo de la puerta se adivinaban sombras que luchaban arduamente. Después ya no vi nada más. Sentí un calor que me recorrió todo el cuerpo y la sangre se me agolpó en la cabeza. Debo haber perdido el conocimiento, porque me desperté varios días después en mi cama, sin saber si acababa de salir de una pesadilla.

—¿Y no crees que realmente todo esto que me cuentas fue una pesadilla? Quizá no todo, pero si una mezcla de verdad y fantasía.

—No padre. Aun tengo las huellas del golpe en mi espalda, fue tan fuerte que me rompió un omóplato. El sacerdote me dijo luego que las cosas no había pasado como yo las recordaba, pero sé que fue así, no estoy loco.

—¿Y qué fue de los sacerdotes?

—Uno murió en aquel día. Sus restos fueron llevados a España y se dice que de camino, volvió a cobrar vida y mató a algunos marineros.

—Eso es imposible. Mínimo le habrán hecho una autopsia, además, para un viaje tan largo tendrían que llevarlo congelado o embalsamado.

—No me pregunte a mi, cuando recuperé la conciencia ya el sacerdote muerto había zarpado.

—¿Y el otro sujeto?

—Ese aun vive en el caribe, lo he visto en un par de oportunidades en Haití, aunque creo que pasa mucho de su tiempo en República Dominicana. Creo que viene a visitar a otro sacerdote que tuvo problemas con Duvalier, un hombre de apellido Casas.

—¿Y qué fue de Jazmín?

—La mujer tampoco sobrevivió al rito. Parece que murió de deshidratación y de hambre ya que no comía ni bebía desde antes de que llegaran los sacerdotes. De ahí que se dice que el demonio abandonó su cuerpo y se metió en el del sacerdote, creo que era de apellido Rulfo o algo por el estilo y que éste se suicidó antes de dejarse poseer.

—No recuerdo haber oído de algo así en la iglesia. ¿Dices que el otro sacerdote con vida es de apellido Barragán?

—Así es, Ángel Barragán.

—Me gustaría hablar con él si es que ha estado tanto tiempo por estas islas.

—Se dice que el hombre no está en sus cabales. Es una especie de monje ahora. Creo que luego de ese incidente con Jazmín ninguno de nosotros volvió a ser el mismo.

—Aun así me cuesta creer en posesiones demoniacas.

—Espere a que pase algún tiempo en Haití. Las cosas más inverosímiles le parecerán posibles.

—¿Crees que pueda esperar algo de Baby Doc? —dijo después de un pronunciado silencio de regreso a casa.

—Baby Doc no dejará el poder que le ofrece la santería. De seguro se sentirá cómodo con la ayuda de los babalaos.

—Esperaba que luego de hablar con él, me permitiera borrar algunos de los mitos que alrededor de ese hombre se tejen.

—No es buena idea enfrentarse a la Mano de los Muertos.

—¿Sugieres que no haga nada mientras ese hombre embrutece a todo el pueblo?

—La verdad, no creo que haya mucho que usted pueda hacer. La magia de los babalaos es más poderosa de lo que usted está dispuesto a creer.

—Creer en la magia solo te hace más vulnerable a su sugestión.

—Padre Kennedy, lo que sucedió con Jazmín no fue sugestión, fue obra del demonio en persona. Nunca en la vida he vuelto a ver algo como aquello, pero he de reconocer que la Mano es muy poderosa y que tiene la habilidad para hacer zombis.

—¿Zombis dices?

—Así es. Muertos que terminan siendo sus esclavos y sirvientes incondicionales, capaces de hacer cosas que los vivos jamás se atreverían. ¿Sabe por qué le llaman la Mano de los Muertos?

—No. La verdad es que es algo que me he preguntado otras veces pero no he llegado a saberlo.

—Puede hacer que los muertos hagan su voluntad.

—Eso de los zombis no existe. Te lo puedo asegurar, no hay en esta isla, ni en ningún lugar del mundo algo similar a lo que sugieres.

—No debería estar tan seguro.

—Quizá deba ir con la Mano y pedirle que me deje ver a un esclavo suyo.

—¿Así se convencería?

—Al menos podría mostrarte que estás equivocado.

—A cinco kilómetros de aquí, justo en la costa, vive un hombre que fue zombi por muchos años.

—¿Y dices que vive ahora?

—Por algún motivo el babalao que lo tenía atado lo dejó en libertad.

—¿Y volvió a una vida normal? —dijo Kennedy riendo.

—No debe usted reírse. Recuerde que de acuerdo a la Biblia, Lázaro volvió de entre los muertos.

—Sabes bien que es algo diferente.

—Diferente o no, este anciano volvió de la tumba y ahora cuenta su historia.

—¿Y tu la has oído?

—Directamente de su boca.

—¿Y le crees?

—Por supuesto que si. No tendría ningún motivo para inventar algo así. Ser un zombi y servir a un babalao no es algo que quisieras inventarte, por el contrario, muchos lo esconden hasta que comienzan a dar señales de su condición.

—¿Y esas señales serían?

—No comen nada con sal, no duermen. Su cuerpo pasa helado aunque haga calor y su semblante es aterrador. Sus ojos no tienen parpados y por eso da la impresión de que nunca pestañean.

—Suena tétrico.

—Lo son, no debe usted arriesgarse a que un babalao lo convierta a usted en uno.

—¿Y como podría hacer eso?

—Dándole a beber cosas inmundas como la que le ofreció el otro día. De no ser por mama Candau ahora no estaría usted contando el cuento.

—No niego que pudiera darme alguna poción para hacerme dormir, pero de allí a convertirme en un zombi…

—No lo ha llegado a convertir, pero si usted no cesa de hostigarlo, de seguro ese hombre se volverá más y más peligroso.

—No sé por qué tengo la impresión de que la Mano estaba hoy con Duvalier.

—¿Qué le hace pensar eso?

—La forma en que Duvalier reía cuando me expulsó de su oficina.

—Ha debido ser un momento muy amargo ¿No es verdad?

—Así es.

Jean, dígame una cosa, ¿Conoce usted a una joven llamada Amanda Strout?

—Trabaja para Baby Doc. Es una mujer muy atractiva ¿No es verdad?

—Así me lo pareció.

—No se meta usted en problemas, padre Kennedy.

—¿A qué se refiere?

—A que no sería el primero y supongo que tampoco el último en caer bajo los hechizos de esta mujer.

—¿Qué te hace pensar que me interesa como mujer?

—La sonrisa en su rostro cuando la ha nombrado.

—No quise ser tan obvio.

—Amanda Strout es una manzana envenenada.

—¿A qué te refieres?

—La belleza y la magia no son buena combinación.

—¿Puedes dejarte de anagramas y decirme lo que piensas?

—Amanda Strout no es de este mundo.

—No me dirás que una mujer tan agradable pueda ser un demonio.

—Solo una colaboradora.

—Creo que el sol te ha afectado el cerebro.

—Es mejor que pensar que se está enamorando de una mujer como Amanda.

—¿Tienes algo contra ella?

—Le he dicho que es una arpía. Se dice que es algo de Baby Doc.

—No puedo creer tal cosa.

—No me dirá que esa mujer le estuvo endulzando la oreja.

—Creo que me faltas el respeto como cura.

—Todos somos hombres y he de admitir que esa mujer tiene su encanto.

—A mi me ha parecido una mujer culta y ciertamente interesante.

—Crea lo que quiera padre, pero no se acerque a esa mujer. Ya no por el hecho de que sea sirviente de Satanás, sino porque es la mujer de Baby Doc.

—Se lo preguntaré yo mismo.

—Así que piensa buscarla.

—Pensaba en llamarla e invitarla a un café.

—Haga lo que quiera, pero piense por un momento, esa mujer sabe que usted es un sacerdote y aun así…

—Te repito que no se me ha insinuado ni mucho menos.

—Tampoco es necesario.

—¿A qué te refieres?

—A nada padre Kennedy —dijo clavando su mirada en la camino.

—¿Válgame Dios, estás insinuando que ando por allí enamorando mujeres?

—No lo insinúo yo, padre Kennedy, en realidad la gente del pueblo comienza a hablar.

—¿Y se puede saber de qué hablan?

—Su comportamiento no es igual al de otros que han venido.

—Creo que puedes ser más explicito que eso.

—Se dice que muchas mujeres están encantadas con que usted haya llegado a la isla y que algunos maridos ya ven con malos ojos el que lo visiten…

—No creerás que yo…

—Le he dicho, padre Kennedy, usted es un ser humano y como tal tiene muchas debilidades.

—Eso lo acepto, pero he de decirte que cada día intento librarme de las tentaciones.

—Haití es un mal lugar, padre Kennedy, quizá debería usted pensar en marcharse de vuelta a su país.

—¿Por qué hablas de ese modo?

—Temo por su vida padre, pero temo aún más por su alma.

—Mi alma está bien, se necesita más que un brujo y un político corrupto para hacerme vacilar en mi fe.

—Quizá no sean esas las personas de las que debe cuidarse sino de una amenaza aun más peligrosa. Me refiero a la mujer y a lo que provoca, La mujer no fue creada por Dios, sino por el demonio.

—No puedo creer lo que escucho.

—Quizá no me crea, pero es la verdad, basta ver las curvas y la manera de comportarse para darse cuenta de que la lujuria y lascivia son sus armas. Debe cuidarse padre, aún más que de la Mano de los Muertos.

—Creo que puedes dejarme aquí —dijo cuando aun faltaban tres kilómetros para llegar a la casa— de repente se me ha antojado caminar un poco.

Jean no se molestó en tratar de convencerlo, tan solo frenó el coche hasta detenerlo y dejó que el sacerdote bajara, luego lo miró de una manera que Kennedy no supo o quiso identificar y volvió a poner el auto en marcha. Kennedy lo observó alejarse por el camino hasta doblar la esquina, aun retumbaban en sus oídos las palabras de Jean Renaud en contra de las mujeres. De ninguna manera podía aceptar que un ser tan delicado y frágil como era la mujer cuando deseaba y a la vez tan fuerte y decidida cuando ameritaba, fuese la creación de Satanás y no de Dios, nunca podría aceptar que la mayor maravilla de la creación en todos los aspectos fuera producto de un ser tan detestable como era el ángel de las tinieblas.

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