El bokor (63 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

—Era un lobo solitario.

—Si, podría decirse que sí. Mi madre y yo eramos su única familia cercana, además claro de la prima Elizabeth que murió, como le digo, cuando yo aún era muy niño.

—Sebastian, ¿conoce usted a los padres Barragán y Casas?

—Si por supuesto, los tipos que tuvieron problemas con la iglesia.

—Casas acusado de pederasta.

—Luego de lo que sucedió con mi padre aprendí a no juzgar a nadie, como le dije, nada de lo que sucede en esta isla es lo que parece.

—¿Los vio alguna vez en su casa o hablando con su padre?

—No que yo lo recuerde. Aunque por supuesto mi padre los conocía a ambos. En algunas ocasiones lo oi hablando de ellos con mi madre.

—Su madre de seguro los conocía.

—Por supuesto, sufrió mucho con lo que les pasó. No dejaba de decir que todo había sido un montaje, que les habían hecho lo mismo que a mi padre y a Benjamin Strout.

—¿Qué opinión le merece Amanda Strout?

—Es una mujer en todo el sentido de la palabra.

—¿Diría que hermosa?

—Mucho, además de inteligente y decidida. Su padre solía decir que de haber sido un hombre sería el presidente perfecto para Haití.

—Algo en lo que Amanda no tendría interés.

—Supongo que no.

—¿Cree lo que dicen en corrillos? Me refiero a que Amanda y Baby Doc…

—Por supuesto que no. Amanda desprecia a ese hombre.

—Sin embargo trabaja para él.

—De alguna manera yo también lo hago, el hospital es estatal y por tanto, ese hombre también paga mi salario.

—Pero usted no debe verlo a diario.

—Es una ventaja. Pero puede estar seguro padre, Amanda no tiene interés en Baby Doc que vaya más allá de averiguar que pasó con su padre.

—¿Qué me dice de la Mano de los Muertos?

—No lo conozco bien, tan solo sé de él lo que se comenta en el pueblo, que es una especie de brujo y de persona influyente con Baby Doc.

—No pude dejar de percibir cierta aversión de su parte para con ese hombre.

—No me gusta su forma de actuar, ni me gusta su arte, soy un científico y ese hombre representa todo lo que no quisiera para esta tierra.

—Creo que de alguna manera somos muy parecidos.

—¿Lo cree usted padre?

—Quisiera pensar que no me encuentro solo en esta lucha.

—No está usted solo, mama Candau está con usted y entiendo que ese hombre Jean Renaud también.

—Son pocos para una tarea tan titánica.

—Cualquier número podría pensarse que es poco.

—No lo entiendo.

—Derrocar a Baby Doc es una tarea que creo que nadie puede llevar a cabo, el hombre está cimentado sobre un régimen de terror con los macoutes en un brazo y la brujería en el otro. Se requerirían de muchos Adam Kennedy para enfrentarlo.

—Sin embargo espero no desmayar.

—Creame padre, lo mismo decía con seguridad Barragán y Casas, mi padre y Benjamin Strout antes de ellos, los Duvalier son un hueso duro de roer.

—No pienso darme por vencido.

—No lo haga, pero vaya usted con cuidado. Los ojos de Baby Doc miran por todos lados.

—Ha sido usted de mucha ayuda, Sebastian.

—Quisiera poder hacer más.

—Quizá más adelante. Por ahora, ¿puede Nomoko irse a casa?

—Está sedado y preferiría que pase el resto del día aquí, mañana le aplicaré algunas pruebas para saber si existe algún daño cerebral, pero si todo sale bien, podrá irse a casa.

—¿Qué hay de la niña?

—Como le dije, no hay violencia, es solo su primera menstruación así que no hay motivo para que no se marche a casa.

—¿Existe algún protocolo que nos permita que la niña sea atendida por Servicios Sociales?

—No si no media violencia.

—¿Quién puede llevársela?

—Cualquiera que sea de su familia.

—¿Su tío estará bien?

—Solo debe firmar para librar de responsabilidades al hospital.

—Entonces haré el papeleo para que Aqueda se marche con nosotros.

—Bien padre Kennedy, ha sido un placer conocerlo y espero que la próxima oportunidad podamos conversar en otras circunstancias.

—Sebastian, ¿le gustaría acompañarme este fin de semana en mi casa? Pensaba que quizá un grupo de personas influyentes de esta isla y que de alguna manera tengamos intereses afines, pudiéramos hablar un poco.

—¿Puedo saber de los invitados?

—Intentaría que los dos sacerdotes, la mama, Jean Renaud y Amanda Strout…

—Será un placer acompañarlo, padre. ¿Le parece bien que esté allí a eso de las ocho?

—Me parece perfecto. Si no tiene usted vehículo puedo mandar por usted.

—No será necesario. Estaré allí puntual.

Capítulo XLIV

Puerto Príncipe, Haití, 1971

El fin de semana llegó despacio, con horas ralentizadas en la urgencia de Adam Kennedy que necesitaba cimentar una sociedad que le permitiera albegar una esperanza de que en aquella isla existía alguna posibilidad de salir airoso en contra de las artes y mañas de Duvalier y la Mano de los Muertos. Como le había dicho a Sebastian, estaban invitados los dos ex sacerdotes, mama Candau y Jean Renaud, solo había desistido de invitar a Amanda Strout por el temor de que Jean cometiera algún desaguisado con ella y la hiciera pasar un mal momento con sus insinuaciones de que la mujer era un enviado del demonio para sorber el alma del sacerdote, como alguna vez lo había hecho ya bajo la identidad de Jazmín con la del padre Barragán. Desde el incidente donde se sintió un estúpido al salir corriendo de su casa, no había vuelto a hablar con la mujer, aunque en dos ocasiones la había visto a la distancia, la primera de ellas cuando específicamente fue a buscarla a la Mansión Duvalier y a escasos pasos se arrepintió de entrar y se había conformado con verla a lo lejos enfundada en un vestido negro ajustado a sus formas y de un gusto impecable. La segunda vez había sido apenas hacía dos noches, volvía de oficiar y la vio sentada en su auto, habría jurado que esperaba por él en el camino por el que debía pasar, pero a escasos metros del ineludible encuentro, el auto se había puesto en movimiento y pasado a su lado sin siquiera saludarlo.

La primera en llegar a la cita había sido Mama Candau, el padre le había solicitado llegar media hora antes que los demás invitados, de alguna forma necesitaba que la vieja le dejara saber sus sentimientos luego de lo que había sucedido con Nomoko y la Mano de los Muertos. El chico se había recuperado como lo anticipara el médico, pero sabía que la mujer se empeñaría en darle a lo sucedido un carácter místico y ocultista que podría enrarecer el ambiente de aquella reunión. La mama tocó a la puerta y a pesar de estar abierta, esperó a que el sacerdote saliera a recibirla.

—Buenas noches, mama Candau.

—Buenas noches, padre.

—Le agradezco que haya venido con su habitual puntualidad.

—Es lo menos que puedo hacer después de lo bien que se portó usted con Nomoko y conmigo.

—¿Cómo sigue el muchacho?

—Usted conoce a los niños, en un momento están enfermos y al siguiente corren como demonios por la casa.

—Me alegra escuchar que la crisis pasó.

—Al menos por ahora ha pasado, padre.

—El doctor Daniels me ha dicho que es preciso hacerle una serie de exámenes. Si usted no tiene el dinero…

—No se preocupe padre, el niño recibirá la ayuda que necesita sin necesidad de que usted sacrifique su escaso dinero.

—Sé que no es mucho, pero me gustaría ayudar con los gastos médicos.

—Le repito que no será necesario pero le agradezco su interés. Sé bien que usted no cree en las cosas que le he dicho respecto a la enfermedad de Nomoko y que todo quiere explicarlo con la ciencia médica.

—No menosprecio sus conocimientos, es solo que…

—Es solo que no es usted un hombre de fé.

—Al contrario.

—No Adam —dijo entornando sus ojos grises— usted cree y tiene fe en su Dios, pero esto va más allá de su entendimiento o su fé.

—Sé que culpa a la Mano de los Muertos por lo sucedido y de alguna forma creo que tiene razón, aunque no por razones de magia o hechizos, sino por la sugestión que ese hombre provoca en usted y en Nomoko.

—Estoy segura de que si hablaramos de milagros de un santo, estaría usted más propenso a creer.

—No soy un convencido de los milagros. Muchas de las cosas que se le atribuyen a los santos son el resultado del poder de la mente y la autosugestión, esa misma que mal encarrilada puede llevarnos a padecimientos graves, no solo del cuerpo sino del alma.

—Lo entiendo, esa es su fé. La mía me dice que ese hombre hizo daño a mi muchacho y que debo tomar cartas en el asunto.

—¿A que se refiere con eso? —preguntó Adam temiendo una confrontación de aquella mujer con el hombre a quien él mismo, por muy extraño que le resultaba el sentimiento, tenía un temor inexplicable.

—No temo enfrentar a Doc, siempre he sabido que tarde o temprano debía hacerlo…

—Quizá hoy podamos hacer algo al respecto.

—No tenga usted muchas esperanzas de estos hombres. Barragán, Casas y Jean están contaminados por el mal y en lo que respecta a Sebastian Daniels, no creo que sea más efectivo de lo que pudo ser su padre.

—Hábleme de él, mama Candau.

—El padre de este joven era un hombre íntegro, un luchador…

—¿Miembro de la hermandad?

—Eso es algo que no está en mí decirle.

—Mama Candau, conozco de la hermandad del sello de fuego, de Benjamin Strout, del señor Daniels, de Barragán y Casas…

—Decir que la conoce es soberbio de su parte.

—Reconozco…

—Decir que conoce la hermandad es como si alguien dijera que conoce la biblia porque alguna vez oyó hablar de ella. Son muy pocos quienes pueden decir que conocen los misterios que esa hermandad encierra, aún sus miembros desconocen muchas cosas.

—Hábleme de ellos, se lo suplico.

—Ya sabe que mis padres fueron parte, no es mucho más lo que puedo decirle, cuando fui sellada toda posibilidad de ser miembro y conocer a fondo los misterios me fueron vedados. Solo aquellos que están expuestos son merecedores del saber.

—Sin embargo en su casa…

—Mis padres eran muy reservados.

—Lo mismo me ha dicho el doctor Daniels.

—No se extrañe usted padre, en Haití por una causa o por otra todo parece ser motivo de secretos.

—Tiene razón, desde que vine a la isla me he encontrado con más interrogantes que respuestas y a decir verdad, usted es de las personas más enigmáticas que he conocido.

—Solo soy una pobre vieja…

—Ni siquiera sé su nombre.

—Usted me llama mama Candau, como lo hacen todos en Haití, ¿no es eso suficiente?

—Usted me llama padre, sin embargo sabe que me llamo Adam Kennedy.

—Mi nombre no es importante, yo no soy importante —recalcó la vieja con un brillo en los ojos.

—Aun cuando no lo considere así, me gustaría saber con que nombre la bautizaron, porque fue bautizada ¿no es así?

—Ninguna ayuda se desprecia en Haití.

—Osea que la bautizaron para ganarse la bendición de nuestro Dios, pero no porque sus padres creyeran en él.

—Mis padres creían muchísimas cosas, las más de ellas usted no las entendería.

—Aun así me gustaría saber…

—No se empeñe en saberlo todo, padre Kennedy, muchas veces el saber es el peor de los castigos.

—No puedo creer tal cosa.

—Fe o conocimiento padre, uno se contrapone al otro, entre más quiera usar usted su intelecto más se alejará de Dios y más se alejará El de usted. Deje que su alma tenga paz.

—¿Entonces no me dirá nada?

—Mi nombre es Adalia.

—Un bonito nombre.

—Es de origen persa y significa seguidora del dios del fuego.

—Parece que sus padres tenían en alta estima a este elemento.

—El fuego es purificador.

—Lo sé, he investigado. Desde que el hombre primitivo descubrió como encender el fuego, venciendo a la oscuridad y el frío, la humanidad se ha sentido fascinada por la fuerza y el poder del fuego. Danzar alrededor del fuego invocando espíritus invencibles, reunirse en círculo alrededor del fogón en el campamento, sentarse frente al hogar en una noche de invierno, son ritos que guardan relación con la atracción ancestral del fuego.

En la mitología griega, el fuego pertenecía solo a los dioses hasta que Promoteo robó la llama sagrada y se la entregó a los hombres. Hasta hoy, muchas religiones del mundo, asocian el fuego con lo divino, así es pues en el cristianimo, judaísmo y el hinduísmo. El fuego, que es también, símbolo del cambio, la purificación y el sacrificio, es además un símbolo mágico. Toda una rama del ocultismo se ha desarrollado a partir del uso de las velas. El encendido ritual de una vela cuyo color esté místicamente vinculado a alguna característica, tiene, para los creyentes, el poder de invocar tales atributos.

—Veo que se ha informado usted al respecto, padre.

—Mama Candau…, Adalia, créame, es importante para mí saber todo lo que me pueda ayudar a enfrentar a estos hombres.

—¿Se refiere a los invitados?

—No. Me refiero a Baby Doc y a la Mano de los Muertos.

—Y que quiere que haga una vieja como yo, hace muchos años hubiese luchado a su lado, padre, pero ya ha visto lo débil que soy tratándose de Nomoko.

—Por él debería intentar luchar.

—Ya ha visto el poder de Doc sobre él.

—Lo que he visto es el miedo en ustedes.

—Un miedo justificado.

—Pero al que debemos enfrentar.

—¿Con qué armas, padre?

—¿Qué la parece la fé?

—Padre Kennedy, ojalá su fé en su Dios fuera tan fuerte como la de estos hombres en los suyos, créame, Baby Doc, su padre y la Mano de los Muertos son más fieles al demonio de lo que usted o cualquiera de estos hombres pueda ser a su Dios. Ya ha visto como Barragán, Casas y Rulfo, aún siendo sacerdotes sucumbieron ante el poder del mal.

—Son solo hombres.

—Ese es su primer error, son más que eso, son perversos y el mal los alimenta y los hace fuertes.

—También lo es Dios…

—Dios crea mártires, su Dios enseña a sacrificarse, a esperar una recompensa en una vida futura, no en esta y ahí radica el poder del mal, personas como Duvalier no están interesadas en un mundo futuro, ellos viven y reinan en este.

Unos golpes secos en la puerta le anunciaron a Kennedy que algún invitado se había adelantado a la hora convenida, frunció el entrecejo dándole a entender a mama Candau que lamentaba no poder continuar con aquella conversación privada. Caminó deprisa y abrió la puerta, eran los sacerdotes Casas y Barragán.

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