El bokor (64 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

—Espero que no hayamos sido los primeros en llegar —dijo Barragán— pero debe entender que no recibimos muchas invitaciones de esta categoría.

—Se burla usted de mi, padre.

—Le repito que no debe llamarme así, ya no soy sacerdote.

—Pasen, ya conocen a mama Candau ¿no es así?

—Hola Adalia —dijo Casas adelantándose en el saludo.

—Es un placer volver a verla, mama Candau —dijo Barragán inclinando la cabeza sin lograr que la anciana tuviera que elevar los ojos para verle a la cara.

—El placer es mio, señores. ¿Cuánto tenía de no verlos? ¿Un año?

—Creo que un poco más —dijo Casas.

—¿Está también Renaud invitado? —preuntó Barragán a Kennedy.

—Debe llegar en unos minutos. Espero no le signifique un problema.

—En absoluto, las viejas heridas deben de haber sanado.

—No se si Jean Renaud sea un hombre que deje sanar las heridas —dijo Candau— y menos una que lo marcó como ese exorcismo que realizaron en Cuba.

—Sigue siendo una mujer sin pelos en la lengua —dijo Barragán sonriendo forzadamente.

—Nunca aprendí a ser diplomática.

—Eso es algo que nosotros si hemos tenido que hacer, sobre todo en esta isla donde, si se puede decir, no hay mucha libertad de expresión.

—Coincido con usted en que hablar de más es peligroso, pero a mi edad es difícil refrenar la lengua.

—No tiene usted de que preocuparse, al menos no aquí ¿no es verdad padre Kennedy?

—El motivo de la reunión es ese, que podamos hablar libremente sobre preocupaciones que creo son comunes a todos nosotros.

—Eso dependerá de quienes sean los demás invitados, fue usted un poco parco al comunicarlo.

—Pues además de nosotros y de Jean Renaud, he invitado al doctor Sebastian Daniels.

—El hijo de Percibal Daniels —dijo Casas mirando a Barragán.

—Sé que lo conocen, él mismo me lo dijo. ¿Creen sentirse cómodos con el grupo de terapia grupal? —dijo el sacerdote intentando quitar tensión al ambiente.

—Es su reunión, padre Kennedy —dijo Barragán— le corresponde a usted ser el más cuidadoso de los que invita a su casa.

—Creo que podremos hablar con sinceridad sin que ninguno de nosotros corra peligro.

—Le repito que es usted quien tiene más que perder, a nosotros dos es poco lo que pueden quitarnos ya y a mama Candau, creo que solo le preocupa su nieto. Por cierto, ¿cómo siguió el niño?

—Ya está bien, dijo la anciana, usted sabe como son los niños.

—Entiendo que fue diagnosticado con un trastorno eléctrico en el cerebro.

—Eso aún no está claro.

—Supongo que usted lo atribuye a cosas más oscuras.

—Ambos sabemos lo que se cuece en esta isla, padre Barragán.

Un nuevo golpe en la puerta anunció la llegada de un nuevo invitado. Jean Renaud no espero a que le abrieran y entró en la casa. Su talante era serio, circunspecto, oteaba el ambiente como un venado que se acerca a beber a un rio peligroso.

—Jean Renaud, nos volvemos a ver —dijo Barragán que parecía estar en un estado de ansiedad que lo llevaba a ser más sociable de lo normal, aspecto que Kennedy no tardó en diagnosticar pese a no haberlo visto más que un par de veces.

—Padre Barragán —dijo Jean solemne.

—¿Ya conoce al padre Casas?

—Creo que en esta isla todos nos conocemos de alguna manera.

—Es verdad, ya seamos laicos, sacerdotes o exsacerdotes, todos parecemos encontrarnos en los mismos sitios.

—Pero el día de hoy no ha sido casualidad, el padre Kennedy debe tener algo en mente para reunirnos.

—Seguro que sí —dijo Casas— pero esperaba que todos conocieran el tema menos nosotros, pero ahora me parece que no es así.

—El padre Kennedy es muy reservado y hace bien en serlo, no corren buenos vientos para los imprudentes.

—De alguna manera la situación de Haití se asemeja a la Cuba de donde salimos ¿no es verdad? —dijo Barragán mordisqueando un bocadillo que Kennedy repartía entre los visitantes.

—Espero que tenga un final muy diferente para nosotros. En Cuba las cosas salieron realmente mal para todos.

—Principalmente para Rulfo y para Jazmín.

—Por situaciones completamente diferentes, aunque ambos murieron por la misma mano.

—Si está usted insinuando…

—Me refería a la mano del maligno.

Barragán se había replegado ante lo que estaba seguro era un ataque de aquel hombre.

—Creo que estamos adelantando las cosas y aun no llegan todos los invitados —dijo Kennedy intentado aliviar un poco la situación.

—Espero no haya invitado a Jazmín —dijo Jean— ante el asombro de Barragán y Casas.

—Supongo que te referirás a Amanda —dijo Kennedy mostrándose más molesto que asombrado.

Jean Renaud sonrió de una manera enigmática y tomó un bocadillo que se apresuró a meter en su boca para dejar saber que no pensaba retractarse.

Puedes estar tranquilo, Amanda Strout no está invitada.

—Lamento oir eso —dijo Sebastian Daniels desde la puerta que Jean había dejado abierta.

—Buenas noches, doctor Daniels, ahora si estamos todos presentes, por favor tomen asiento. Creo que ya todos se conocen, así que me ahorraré las presentaciones e iré directo al punto. He querido reunirlos para que hablemos sobre un mal que aqueja a Haití y del que todos estamos concientes porque en alguna oportunidad hemos luchado contra él. Es hora de que lo hagamos de manera conjunta.

—Padre Kennedy, quisiera que antes de hablar me diera una buena razón para que confiemos los unos en los otros —dijo Sebastian. —No estoy muy seguro de que los aquí presentes seamos, cómo podría decir, un grupo homogéneo.

—Si se quiere es lo más heterogéneo que pueda haber —dijo Barragán. —Dos sacerdotes expulsados de la iglesia, un médico al servicio de Duvalier, Adalia que no sé exactamente que credo representa y Jean Renaud, a quien no le conozco aun sus intereses que vayan más allá descubrir si Amanda Strout es un súcubo.

—¿Un súcubo? —dijo Sebastian arrugando la frente.

—Un súcubo es…

—Lo sé bien, padre Kennedy, pero llamar a Amanda Strout de esa manera me parece una falta de respeto.

—No he querido irrespetar a la señorita Strout, solo decía que para Jean Renaud parece vital saber si esta mujer puede ser una especie de reencarnación de Jazmin, por no decir que ambas mujeres fueron poseídas por el mismo demonio.

—No tengo por que dar cuentas de las cosas que creo o no —dijo Renaud visiblemente molesto. Además padre Barragán, usted mejor que nadie sabe que Jazmin no murió en Cuba, al menos no el demonio que habitaba en ella.

—¿Posesiones? ¿Demonios? Mi padre se sentiría sumamente halagado si estuviera con nosotros —dijo Sebastian que parecía animarse.

—Conocimos a su padre y estoy seguro de que este tema le apasionaría.

—Lo sé padre Barragán, sé por mi padre que ustedes dos, mama Candau y el padre de Amanda Strout eran parte de círculo de amigos con intereses algo particulares.

—Que es lo que ha motivado a Adam a invitarnos ¿No es así?

—No puedo negar que todos ustedes tienen en común el estar ligados de una u otra forma con una sociedad, pero me anima más el saber que en algún momento han estado dispuestos a luchar contra Duvalier y la Mano de los Muertos.

—Tal vez sea el momento que nos diga que es lo usted sabe o cree saber, padre Kennedy.

—No es mucho, pero si todos ustedes me permiten, intentaré atar cabos y quizá, si dejan de un lado los temores, puedan redondear mis ideas.

Adelante padre —dijo Barragán— pero antes, juremos que nada de lo que se dirá en esta sala saldrá de aquí.

—Yo seré el primero en jurarlo —dijo Kennedy.

—Bien, entonces nosotros dos también —dijo Barragán a su nombre y de su compañero.

—No tengo objeción alguna —dijo Sebastian— por el contrario, yo podría ser el más pejudicado si esta reunión se viera como una especie de complot en contra de Duvalier.

—¿Mama Candau? —Inquirió Adam.

La vieja asintió.

—¿Jean?

El hombre tragó con dificultad y miró a todos a la cara antes de responder con un movimiento de cabeza hacia abajo y arriba.

—Bien, déjenme entonces empezar —dijo Kennedy acomodándose en su asiento.

Capítulo XLV

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Amanda sentía la urgencia de hablar con Adam Kennedy, luchaba contra aquella zozobra que nunca antes había sentido en su corazón, sabía que el sacerdote era un hombre prohibido pero a la vez lo encontraba increíblemente atractivo, no solo en su aspecto físico, sino principalmente en el intelectual, pocos hombres que había conocido le provocaban ese interés por conocerlo más a fondo, por extraer de aquel cerebro todo el conocimiento de que parecía rebosar. Estaba segura de que Adam sentía algo similar por ella, quizá no esa fascinación infantil de la que a diario se reprochaba, pero si podía percibir que no le era para nada indiferente a aquel hombre. Adam había demostrado con su compartimiento que le atraía como mujer y aunque era notorio que luchaba contra esa natural atracción, era factible que si se lo proponía terminaría conquistándolo. Nunca había tenido problemas para embelesar a los hombres, quizá todo lo contrario, luchaba para no provocar ese deseo que los hacía acosarla. El mismo Duvalier se había sobrepasado en varias ocasiones y había tenido que pararle los pies antes de que las cosas llegaran a más y aunque en la ciudad todos hablaran de que existía una relación entre el jovenzuelo y ella, por nadie sentía más aversión que por ese hombre y su perro faldero al que llamaban la Mano de los Muertos.

Amanda se había enterado de la reunión que sostendría esa noche Adam Kennedy en su casa, en Haití pocas cosas se podían mantener en secreto, pero esta vez fue su amigo desde la niñez Sebastian Daniels quien, de una manera fortuita se lo había dejado saber. Se habían encontrado en la calle la noche anterior y en medio de la conversación trivial que siempre sostenían, le había dejado saber de su encuentro con Adam y de cómo ella había sido tema de conversación. Sintió decepción y un sentimiento de estar siendo rechazada cuando Sebastian le preguntó si asistiría a la reunión en casa del sacerdote. Su reacción debió haber sido evidente pues a partir de ese momento el joven doctor no dejó de excusarse por su inoportuno comentario. Con dificultad le sacó la información de quienes asistirían, los dos sacerdotes expulsados, mama Candau y hasta el tipo que parecía odiarla más que a nada en el mundo, todos menos ella. Durante una noche en la que no pudo pegar los ojos buscó explicaciones para que de pronto se viera excluida de un grupo tan particular. Pensó en que quizá se trataría de temas religiosos, pero en ese caso Sebastian tenía menos aún que hacer en aquel sitio que ella, si se trataba de política, nadie mejor que ella que estaba al lado de Baby Doc para opinar sobre lo que sucedía en aquella isla. Solo cabía una posibilidad entonces, que el tema de conversación fuera precisamente ella. Se atormentó por horas pensando en qué podría ser lo que se dijera: ¿Hablarían de su relación con Baby Doc? ¿De su padre? ¿Del odio que Jean Renaud parecía sentir por ella? Ninguno de aquellos invitados la conocía bien como para juzgarla, quizá el que más era Sebastian y desde hacía mucho había dejado de ser su confidente como para que se sintiera autorizado para hablar de ella. Se fustigó a si misma, se estaba dando demasiada importancia, quizá el tema era algo completamente ajeno a ella o simplemente Adam Kennedy no deseaba mezclarla en su vida social, tal vez incluso quería evitar que delante de sus amigos pudiera escaparse una mirada indiscreta que revelara lo que sentía por ella o temía que fuera ella la que dejara en evidencia que aquel hombre de Dios le provocaba sentimientos que para todos aquellos mojigatos estaban prohibidos.

Baby Doc la sorprendió en sus cavilaciones:

—Señorita Strout, luce usted como si no hubiera dormido.

—Es usted muy perceptivo, señor presidente.

—Espero no haya algo que la esté preocupando en demasía.

—Nada de lo que tenga que preocuparse, señor presidente.

—Si en algo puedo ayudarle…

—No será preciso.

—Señorita Strout, nunca desprecie una mano que se tiende.

—No lo hago señor presidente, pero en este momento no veo nada en que pueda utilizar tan amable oferta de su parte.

—Bueno, ya lo sabe, puede acudir a mi cuando quiera, pero no venía a hablar de eso con usted, venía para saber si ha progresado con el sacerdote.

—Si se refiere a la labor de espionaje que me encomendó, el padre Kennedy ha estado algo distante estos últimos días.

—Espero de usted mucho más agresividad, señorita Strout.

—Quizá deba encomendarle la misión a alguien más.

—Usted tiene habilidades y encantos que pueden ser de gran ayuda, nadie más podría tener tanta influencia en ese hombre como usted.

—Subestima a Adam Kennedy.

—Conozco bien a ese tipo de hombres, no podrá resistirse a sus naturales encantos.

—Adam es un caballero, muy diferente a otros hombres que usted pueda conocer.

—También lo eran ese par de parias que ahora viven en la costa, sacerdotes que presumían de su pureza y ya ve en lo que terminaron.

—Es verdad, ambos fueron expulsados de la iglesia y al menos tratándose de Casas entiendo que usted y su padre tuvieron mucho que ver en eso.

—Me da usted demasiado crédito, señorita Strout, Casas solo obtuvo lo que merecía por sus delitos, más bien, de no haber mediado la iglesia, estaría en prisión por lo que le hizo a esos niños.

—No es el primero que ha sido acusado de tales cosas sin que fueran ciertas, al menos no del todo.

—Tiene usted una lengua muy filosa.

—Lamento si mis comentarios no le son agradables, pero su padre fue capaz de involucrar a mucha gente inocente en crímenes para deshacerse de ellos.

—¿Se refiere usted a su padre?

—Y al señor Daniels.

—Lo recuerdo, es el padre del doctor, ¿Cuál es su nombre?

—Sebastian.

—Es correcto, Sebastian Daniels, ayer tuve la oportunidad de verlo en su compañía.

—No me estará usted siguiendo ¿o sí?

—Señorita Strout, nada de lo que sucede en esta isla escapa a mi vista, de eso puede estar segura.

—Entonces no necesita preguntarme nada al respecto.

—No, en efecto, salvo la labor que le encomendé y que no ha progresado.

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