El bokor (67 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

Capítulo XLVII

Los hombres de McIntire buscaban en los alrededores a Francis Bonticue, estaban seguros de que el chico estaría escondido cerca de donde habían encontrado a Jeremy agonizante por el síndrome de abstinencia. Eran dos hombres fuertes, esbeltos, ambos exmilitares al servicio de McIntire en la marina, aun después de retirados con una baja deshonrosa, mantenían sus cabezas rapadas al estilo militar.

—Quisiera acabar esto cuanto antes y marcharme a Florida.

—No te quejes, con lo que nos dará McIntire nos alcanzará para unas buenas vacaciones, quizá si encontramos al muchacho con vida, su padre también desee darnos algo como recompensa.

—Con Jeremy no obtuvimos mucho.

—Las cosas se complicaron un poco, pero en esta ocasión no tiene porque ser igual, el joven Bonticue no será tan extraño como ese chico gótico.

—¿Recuerdas sus tatuajes?

—Por supuesto, cómo olvidarlos, uno de ellos era una mujer de cabellos rojos en una pose muy seductora.

—Y en el otro brazo el nombre de su chica, con letras góticas, ¿cuál era su nombre?

—Lilith o algo por el estilo.

—Es verdad, aunque creo que ese era su segundo nombre, porque antes había algo más, supongo que quiso borrárselo porque estaba muy maltratado, de seguro lo intentó borrar con un vidrio o algo por el estilo.

—Estupideces de adolescentes, se tatúan el nombre de una mujer y a las dos semanas ya han cambiado y se quedan con el maldito nombre de manera permanente.

—Prefiero los dibujos, en mi espalda tengo un ancla y unas alas de ángel.

—Estás muy lejos de ser un ángel, Bertrand.

—No solo los buenos tienen alas.

—¿Un ángel caído? Eso va más con tu estilo.

—Tampoco eres un santo, Vázquez. ¿Llevas tatuajes en alguna parte de tu cuerpo?

—No. Nunca me tatuaría. Mi cuerpo es un templo.

—Pamplinas, te niegas a ponerte un tatuaje pero consumes drogas.

—Solo en ocasiones especiales.

—Siempre lo son ¿no es verdad?

—Al menos no lo hago tanto como tú y de la yerba no paso, tú en cambio, te inyectas cuanta porquería cae en tus manos.

—Mejores hombres que yo lo hacen.

—Allá tú, es tu cuerpo, pero ya ves como terminó el chico McIntire.

—No era ese su apellido. El joven no era hijo de Alexander sino su hijastro.

—El muy desgraciado asistió al funeral y hasta se mostró dolido. ¿Puedes creerlo?

—Siendo estrictos, él no lo asesinó.

—Por supuesto que no, solo lo dejó morir.

—Nadie puede asegurar que no habría muerto de todos modos. Cuando lo encontramos apenas si se le sentían los latidos del corazón.

—Parecía un pajarillo agonizante.

—¿Crees que si lo hubiésemos llevado a un hospital se habría salvado?

—Cree lo que mejor acepte tu conciencia, yo por mi parte pienso que el chico había muerto cuando llegamos, quizá aun respiraba, pero era solo cuestión de minutos. Llevarlo bosque adentro solo hizo imposible que lo hallaran con vida.

—Por este bosque rondan perros callejeros, pudieron haberse comido su cadáver. Quizá debimos haber dado el parte a la policía.

—¿Y vernos involucrados? Lo siento, no pagaron tan bien como para asumir esa responsabilidad. Además, la pista que le dejamos a Bonticue era bastante fácil de seguir.

—Pero el chico es un imbécil.

—Le tomó más tiempo del que hubiésemos querido, pero todo salió conforme lo planeado, McIntire se deshacía de un vicioso que podía afectar los planes de Bonticue y nadie sospecharía que un adicto muriera de esa manera.

—Solo su madre sigue con la idea de que el chico no puede haber muerto.

—Está loca de remate, la mujer cree que el chico resucitó de entre los muertos y que ahora busca venganza.

—Tampoco me desagradaría que se vengara de McIntire y de Bonticue.

—No seas malagradecido, les debemos a esos hombres algunos pequeños lujos que nos hemos dado.

—Puede ser, pero no me gusta ninguno de los dos.

—El que no te gusten no ha logrado que su dinero no te siente bien.

—En eso tienes razón, Bertrand.

—Bueno, dejemos la charla y concentrémonos en encontrar al chico y así podremos irnos de este lugar, comienza a sofocarme el vivir aquí.

Un ruido de ramas secas al quebrarse llamó la atención de los hombres.

—¿Oiste eso, Vázquez?

—Por supuesto que lo oí, no estoy sordo. Vino de aquel lado —dijo señalando una zona oscura.

—Puede haber sido un conejo o una ardilla.

—No. Demasiado pesado para eso.

—Ve por ese lado y yo por este, si es el chico Bonticue podemos acabar con esto y largarnos.

Un nuevo ruido vino acompañado de un siseo largo y agudo.

—Suena como a una serpiente.

—No hay aquí que yo sepa.

—En todo bosque las hay, solo espero que no sea venenosa.

—No seas cobarde, en el desierto de sonora hay muchas cascabeles y…

—Quizá como mejicano estés acostumbrado.

—No soy mejicano, mi padre y abuelo ya eran americanos cuando yo nací.

—Suerte para ti.

—¿Tienes algo contra esta gente?

—Digámoslo de esta manera: No me agradan los inmigrantes.

—Eres un imbécil.

—Si a ti te gustaran no defenderías tanto el ser americano.

—Es solo que no deseo que me confundas, soy tan americano como tú, Bertrand no es precisamente un apellido…

Un nuevo ruido a sus espaldas les hizo aguantar la respiración.

—Eso no fue un maldito conejo —dijo Vázquez sacando su arma que llevaba en la parte izquierda de su pecho.

—Será mejor que echemos un vistazo. Ve tú en esa dirección y yo le cortaré el camino por este otro lado.

Los dos hombres se adentraron en el bosque justo a ambos lados de donde habían escuchado los ruidos de ramas secas al quebrarse.

—Francis ¿Eres tú? —Alzó la voz Vázquez ante un nuevo ruido a escasos metros de donde se encontraba. —Sal, no queremos hacerte daño, solo deseamos saber dónde metiste el cuerpo de Jeremy, es todo, entendemos las travesuras juveniles.

Un sonido similar al siseo de una serpiente se escuchó detrás de unos arbustos.

—Muy inteligente de tu parte, pero no lograrás asustarme con ese ruido, sé bien que no hay serpientes por aquí. Sal, solo quiero hablar contigo, tu padre está muy preocupado por tí.

¿Te asusta la policía? No temas, no somos policías, tu padre nos ha contratado para buscarte y llevarte con él, lo haremos justo cuando nos digas dónde está Jeremy.

Un sonido de dientes rechinando se dejó escuchar, parecía que la rabia se apoderaba de aquel chico que se escondía entre los arbustos.

—Si sales ahora me ahorrarás el ir a buscarte. ¿Es el arma lo que te asusta? —dijo mientras la volvía a guardar a un lado de su pecho. —¿Ves? No hay nada que temer, solo debes salir de tu escondite.

Vázquez avanzó ante el silencio del chico.

—Eres un obstinado muchachito. Te enseñaré un poco de disciplina al estilo de la armada.

El hombre tomó por asalto los arbustos, un ruido llamó su atención y volvió la cara por un instante.

—Eras tú pequeño amiguito —dijo divertido ante la aparición de una mofeta. —¿Te estabas burlando de nosotros? Un ruido a su espalda lo hizo volverse justo en el momento en que un destello se enfilaba hacia su garganta y un grito ahogado se escuchó por unos instantes.

—Vázquez, ¿Dónde diablos te has metido? —Gritó Bertrand a escasos pasos un par de minutos después. —Debemos encontrar a ese chico, déjate de estupideces.

Un olor dulzón era traido por una fresca brisa que soplaba hacia el hombre. Bertrand conocía bien el olor de la sangre de sus días en la guerra del golfo y no le costó reconocerlo.

—¿Vázquez?

Solo el ruido de aves en los árboles se escuchaba. Bertrand se quedó paralizado a la espera de que algún movimiento o ruido le indicara por donde debía moverse. Se cubrió detrás de un árbol, agazapado, escudriñando la zona a la espera de ver a su compañero. Sintió una gota que cayó sobre su mano y al volver a ver notó que un hilo de sangre se escurría hacia la palma, levantó la vista y nuevas gotas cayeron sobre su rostro. Sobre él, colgaba el cuerpo de Vázquez que estaba atado a una rama con una soga, colgaba por los pies y claramente se veía que su garganta había sido cercenada de lado a lado. Bertrand corrió horrorizado por el sendero y pronto resbaló en un charco de sangre, todo su cuerpo resumaba sangre aún caliente, viscosa, con un olor penetrante. Se volvió y pudo ver los rayos de sol colándose entre las copas de los árboles, luego, el ruido de ramas al quebrarse, parecía venir de todas direcciones, como si un eco las reprodujera por todos lados pero siempre acercándose a él. Gritó pidiendo auxilio. Un resplandor cruzó por el sendero y un dolor punzante en su muslo lo hizo retorcerse. Se puso de pie y corrió arrastrando su pierna derecha que sangraba copiosamente. Frenético parecía escapar de su propia sombra, cuando perdía el aliento se volvía hacia atrás esperando ver a quien lo perseguía, pero en el bosque todo eran sombras y ramas que estiraban sus largos dedos para atraparlo. Un nuevo resplandor y una hoja de metal se clavó en el árbol donde estaba apoyado, volvió a correr con la esperanza de escapar de aquel horror. La imagen de Vázquez colgando por sus pies como si se tratara de un cerdo lo hacía temer lo peor. Al correr las ramas secas le cortaron la cara y una estuvo a punto de sacarle un ojo. Chilló como un animal en el desolladero. La sangre y el sudor que brotaba de su frente le impedían ver con claridad. Corrió de nuevo y al doblar por el sendero pudo ver la luz al final del bosque, se sintió aliviado y la esperanza volvió a su alma por unos segundos, luego, volvió a oir el ruido de ramas al quebrarse detrás de él. Se acercaban inexorables. Estaba a cincuenta metros del camino, tan solo eso lo separaba de estar a salvo. Corrió con las fuerzas que le quedaban mientras la sangre seguía fluyendo por su muslo, confundiéndose con la que había recogido en aquel charco donde se había desangrado Vázquez. Los pájaros en los árboles volaron asustados ante la proximidad de su cazador. Volvió la cara en dirección a sus espaldas y no vio nada más que los árboles frondosos donde se había apoyado unos metros antes en la carrera por su vida. Siguió avanzando. Veinte metros. Diez. Pudo ver la claridad y la carretera donde habían dejado el coche y se sintió a salvo. Una última mirada atrás para dejar aquel escenario sangriento en el olvido. Una sombra atravesó el sendero y a la luz del sol brilló metálicamente. Un grito, un borbotón de sangre, luego sintió como era arrastrado por los pies bosque adentro.

Bronson y Johnson se levantaron temprano y de nuevo en compañía de varios oficiales y un empleado judicial llegaron al cementerio de la localidad. Era el reservado para la clase más pobre. Tumbas abandonadas con jardines secos que olían a olvido. Las lápidas estaban cubiertas de hongos. No les costó trabajo encontrar la tumba de Jean Renaud, el encargado del cementerio hacía las veces de sepulturero y recordaba bien donde había dejado al amigo del sacerdote. Era un hombre robusto, de aspecto desgarbado, una calva pronunciada dejaba al descubierto los efectos del sol.

—No está bien perturbar a los muertos —dijo el hombre con un tono sombrío —No es normal que esto suceda en este cementerio.

—¿A qué se refiere?

—Los pobres rara vez son exhumados, a nadie le importa que hayan muerto, es más, de los que hay aquí muy pocos son visitados, ni siquiera en el dia de los difuntos.

—¿Tampoco a este hombre lo vienen a visitar?

—Practicamente nadie vino a despedirlo. Tuve que ayudar al sacerdote a cargar la caja en compañía del conductor de la carroza y un desconocido. Debe ser triste morir y no tener amigos suficientes para que carguen el féretro. Pero este hombre vivió casi toda su vida en Haití y no trajo a nadie consigo.

—¿Lo conocía?

—No, pero cuando lo trajo el sacerdote me contó la historia de este hijo de Dios.

—¿Algo que le haya llamado la atención? —Se interesó Johnson.

—Fue su compañero de lucha en contra de ese hombre al que llamaban Baby Doc, usted sabe, el tipo que dicen que ha vuelto a Haití en estos días.

—Está usted bien informado.

—Aquí hay pocas cosas que hacer, agente Bronson, paso el día leyendo los periódicos o viendo la televisión en la caseta administrativa.

—No creo que haya poco por hacer —dijo Johnson arrancando una planta seca de una de las tumbas.

—A nadie le importan los jardines de este lugar, como les he dicho, los vivos no vienen a visitar y los muertos no salen a ver las plantas.

—Quizá al que buscamos sí —dijo el agente judicial.

—Tonterías, ya verán que ese tipo está descansando en donde debe estar.

—¿Además de usted alguien cuida este cementerio?

—Un tipo lo hace por las noches, pero pasa durmiendo, no hay nada que puedan robarse de este lugar. Al caer la noche cierro los portones con candados y nadie puede entrar hasta la mañana siguiente en que vengo a relevarlo.

—Este sitio debe ser tétrico por la noche —dijo Johnson.

—No hay nada de que temer, los que están aquí ya no le hacen daño a nadie, si se quiere, es más tétrico su trabajo que el mío. Usted anda buscando criminales.

—Quizá tenga razón.

—La tengo, agente Johnson. Este lugar no es agradable a la vista y como bien han dicho, no hay jardines ni estatuas que lo adornen, incluso si lo han notado, ni siquiera existen cruces.

Bronson recorrió el sitio con interés y efectivamente, a diferencia de otros cementerios, no existían cruces que sobresalieran de las lápidas.

—¿Hay alguna razón?

—Este solía ser el cementerio de los judíos, luego, lo adquirió el estado para enterrar a indigentes y muertos que no eran reclamados por familiares. Nunca nadie se preocupó por poner una simple cruz. Muchos le llaman el cementerio de los malditos y muchas leyendas se han formado de este lugar.

—¿Por qué un sacerdote enterraría a su amigo en un lugar como éste? —dijo el hombre secándose el sudor de su cara con un pañuelo arrugado y descolorido.

—Debería ver donde vive —dijo Johnson.

—Sé que el hombre no tiene dinero, pero siendo un sacerdote es posible que la iglesia le ayudara con este cuerpo, a no ser claro que el tipo no fuera católico o estuviera excomulgado.

—¿Pero tuvo oficios?

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