Mga Salmo 94:1.
Oh Jehova, ikaw Dios nga anaa kanimo ang pagpanimalus, Ikaw Dios, nga anaa kanimo ang pagpanimalus, ipakita ang imong kaugalingon.
Mga Salmo 94:2.
Tumindog ka sa imong kaugalingon, ikaw nga maghuhukom sa yuta: Ihatag sa mga palabilabihon ang balus nga angay kanila.
—¡Maldición! —exclamó— nada de esto parece tener sentido, es simple jeringonza, con la salvedad de salmo, Jehova y Dios no entiendo una sola palabra.
Se guardó la oración en una bolsa de plástico que tenía dispuesta por si hallaba evidencia. Sobre el mueble de la cómoda no había nada más que le llamara la atención: Una maquinilla de afeitar, espuma, un cepillo y grasa para el cabello, unas píldoras que decían ser para el corazón y un poco de agua de colonia. Johnson la abrió y sintió el aroma floral.
—Es de las baratas como todo aquí —dijo volviéndola a cerrar.
Su vista se paseó por el resto de la habitación y dio con la estantería. Su sonrisa no se hizo esperar cuando vio el fetiche con el enorme falo sostenido por una garra.
—¡Vaya muñequitos con los que se entretiene, padre Kennedy!
En el resto de la estantería no había gran cosa, solo recuerdos de la isla donde el padre había habitado por tantos años, alguna especie de amuletos y collares con algunas semillas que no logró identificar, un bote de incienso y una botella de agua florida. Custodiando el fetiche había dos pequeñas vasijas de cerámica con motivos que a Johnson le parecieron satánicos.
—Esto parece más la habitación de un maldito brujo del vudú que la habitación de un sacerdote.
Johnson reparó en que no había por ningún sitio un crucifijo o una imagen del corazón de Cristo como se esperaría. Rebuscó en unas gavetas y solo pudo comprobar la pobreza extrema en la que vivía aquel hombre, parecía uno de esos monjes que abrazan la pobreza como si con eso demostraran que son más buenos que los demás. Pero, Adam Kennedy estaba lejos de ser un monje, podía intuirlo. Miró la bolsa de arena colgando de la viga y cómo tenía manchas de sangre de todo grado de añejamiento. El que el hombre golpeara sin piedad ese saco no era algo nuevo, de seguro lo había hecho durante mucho tiempo. Lo hizo girar con su muñeca tomándolo desde abajo y pensó inmediatamente en como se balanceaban los cuerpos de aquellos dos hombres que habían colgado cabeza abajo en la iglesia.
—Te gusta colgar cosas ¿verdad?
—Hablar solo es un mal síntoma —dijo una voz a sus espaldas. —¿Qué hace usted aquí?
La que interrogaba era una mujer madura, con un ancho de cintura que de seguro alcanzaba su altura y con enormes pechos que resaltaban más al ponerse en una pose inquisidora.
—Soy el detective Johnson —dijo secamente mostrando la placa— y usted es…
—La que hace el aseo en este nido —dijo disponiéndose a sacudir los muebles.
—Un momento, no haga usted eso.
—Tengo prisa, así que si no desea que lo limpie a usted también hágase a un lado.
—En esta habitación puede haber evidencia de un crimen, no puede usted limpiarla, váyase y vuelva en otra ocasión.
—No crucé la ciudad para irme así sin más ¿Quién me pagará lo que he gastado en el metro?
—No me importa si tiene usted un taxi esperando afuera. No limpiará este lugar.
—Bien, dígale a Kennedy que me debe el día, no estoy para dar limosna sino para recibirla.
—Como quiera, ahora márchese.
Johnson escuchó a la mujer marcharse en medio de improperios para él y para Kennedy, parecía que todos en aquel maldito lugar tenían mal genio. Recordó a la joven de minifalda y sonrió con descaro.
—Al menos la putita tenía buen aspecto —dijo entre dientes.
Johnson miró la máquina contestadora. La accionó cuidándose de ajustarse los guantes de látex que llevaba puestos y esperó ansioso escuchar las llamadas perdidas del sacerdote.
«Padre Kennedy, soy Alexander McIntire, quería decirle que el detective Bronson ha venido a preguntar sobre usted, lo noté muy interesado en saber si era usted una persona violenta, en fin, supongo que se trata de una investigación de rutina, pero quise advertirle. No tiene nada de que preocuparse, no le he dicho nada que pueda perjudicarlo, si puede devolverme la llamada estaré despierto hasta tarde, Jenny ha tenido otro de sus episodios.»
—No les he dicho nada que pueda perjudicarlo —repitió Johnson, parece que McIntire nos oculta algo, ha llamado a Kennedy para advertirle de nuestra visita. Quizá sea cómplice. Aunque Kennedy sea fuerte, dudo que pudiera subir el sólo a esos dos tipos. En cuanto a Ryan, quizá hasta una mujer menuda podía dar fin a aquel enclenque.
Un nuevo mensaje y Johnson levantó una ceja al reconocer la voz del sacerdote que habían encontrado muerto hacía apenas unas horas:
«Adam, un detective de apellido Johnson ha venido a hablar conmigo, creo que está muy interesado en saber si eres un tipo violento. Me ha preguntado por tu crucifijo y no le he dicho nada al respecto. Creo que es preciso que aclares las cosas cuanto antes. Por favor llámame cuando vuelvas a casa.»
—¡Bingo! —dijo Johnson, esta es la llamada que alertó a Kennedy y que posiblemente lo llevó a matar a Ryan. Así que el crucifijo es tuyo bastardo, tienes muchas cosas que explicar.
—Un nuevo mensaje, la voz que parecía emitida por una serpiente:
«Padre Kennedy, que gusto habernos encontrado esta tarde, ardía en deseos de verlo y hablar con usted. Si está allí levante la bocina… Bien, creo que no puede o quiere hablar, en todo caso quisiera prevenirlo, está usted en grave peligro, lamento no poder decirle mucho más, pero hágame caso, no se meta donde no lo llaman.»
—Esto suena a amenaza o a la advertencia de un amigo. ¿Por qué estaría Kennedy en peligro? ¿Porque la policía está tras de sus pasos?
Johnson frunció el ceño:
—¿Quién puede ser este tipo con este hablar tan peculiar? ¿Qué quiere de Kennedy? ¿A qué se refiere con que el sacerdote no se meta donde no lo llaman? Había venido en busca de respuestas y no había obtenido más que nuevas preguntas. Sin duda Kennedy tendría mucho que explicar y esperaba que Bronson no lo echara todo a perder con la simpatía que parecía mostrar por el sacerdote.
—Del bolsillo del saco sacó una cámara digital y comenzó a tomar fotos desde diferentes ángulos a toda la habitación, luego sacó una grabadora digital y la accionó.
—Reporte de la visita al departamento de Adam Kennedy autorizada por el juez Vinton. El lugar apesta como este caso. Todo se encuentra en desorden y… la puerta estaba abierta cuando llegué. En el apartamento destacan múltiples recuerdos de este hombre en Haití. Hay amuletos y fetiches que casi puedo asegurar que son traídos de la tierra del vudú. Una oración colgaba de un espejo al lado de varias fotos viejas. La oración es de un salmo según se lee. No intentaré leerla porque para mí es pura jerigonza, solo se distinguen palabras como Jehová, Dios, y Salmo. Hay también algunos números. El salmo dice ser el 94. Recordar leerlo en cuanto llegue a la oficina. En la máquina contestadora hay tres mensajes que inculpan… bueno, al menos ponen en evidencia al padre Kennedy, los grabé para no llevarme la maquina hasta que sea preciso. En una estantería hay un muñeco del demonio, algo como el pequeño chucky de la película solo que este tiene un miembro que ya quisieran muchos y muchas. Ah, lo olvidaba, el lugar huele a yerba, de seguro alguien estuvo fumando marihuana y no tuvo tiempo de ventilar el cuarto. Ha venido la mujer de la limpieza y le he indicado que no toque el sitio porque puede haber evidencias. Pisos más abajo vive una chica joven, tiene toda la apariencia de mujer de la calle. Será divertido interrogarla acerca del padre Kennedy. Es todo.
Johnson apagó la grabadora y repasó con la mirada el sitio esperando que no se escapara nada, luego, iba a cerrar la puerta tras de sí cuando oyó un siseo que le pareció que venía del estante. Sus pelos se le erizaron. Era como escuchar un ruido de serpiente, pero al fijar su vista en el muñeco, los sonidos acabaron tan pronto como habían empezado.
—Comienzas a oír cosas —se recriminó— como no termine pronto este caso terminarás escuchando al diablo hablar.
Al cerrar la puerta sintió que era observado desde el corredor. Recorrió con la mirada el pasillo y no vio nada extraño, sin embargo seguía sintiendo que alguien lo miraba desde un sitio oscuro.
—¿Hay alguien ahí?
Las luces del ya de por si mal iluminado lugar comenzaron a parpadear y la oscuridad era apenas disipada por una luz demasiado tenue que provenía de una ventana que daba a la calle. Una figura pasó al lado de Johnson saliendo desde la oscuridad del pasillo, estuvo apunto de hacerlo caer por las escaleras pero para su fortuna se logró sujetar de la baranda. La sombra corrió escaleras abajo. Johnson se puso de pie tan rápido como pudo y corrió tras aquella sombra.
—Deténgase —ordenó furioso mientras corría, pero fuera quien fuera no le hacía caso y cada vez le sacaba más ventaja, como si estuviera acostumbrado a correr entre las sombras. Al pasar por el segundo piso, la mujer de la minifalda subía de nuevo los escalones y le estorbó el paso. El policía se quedó enredado en el cuerpo de la mujer y gruñó furioso al darse cuenta que no alcanzaría detener a aquel sujeto que estuvo a punto de hacerlo caer por las escaleras.
—Maldición, es otra vez usted —dijo la chica separándose del policía.
—Por su culpa lo he perdido.
—¿Ha perdido qué? Ha estado apunto de matarme de un infarto y todavía osa culparme.
—¿Ha podido ver a alguien bajando las escaleras a toda prisa?
—Aparte de usted no he visto a nadie en las escaleras.
—Es imposible, perseguía a alguien y usted debe haberlo visto.
—Le repito que no he visto a nadie.
—Es imposible que alguien pueda desvanecerse de esa forma.
—Quizá quiera usted buscarlo entre mi ropa.
Johnson vio que la chica había cambiado su minifalda por unos pantalones igual de cortos y llevaba una blusa con una foto de Bob Marley.
—¿Hay alguna salida de emergencia? —dijo intentando quitar su mirada de los muslos de la joven.
—Estas escaleras lo son. El elevador está estropeado.
—En el piso donde vive el sacerdote, ¿quiénes más viven allí?
—La gente no dura mucho en este lugar. Hay muchos cambios, los inquilinos que mejoran su situación se marchan a un lugar mejor apenas tienen la oportunidad, los que no, nos quedamos aquí a regañadientes.
—¿Qué hace una mujer como usted en un sitio como estos?
—¿Al decir una mujer como yo a qué se refiere?
—¿Hace falta que lo diga?
—Como le dije afuera, es usted un patán —dijo y lo dejó hablando solo.
Johnson terminó de bajar las escaleras y se enfrentó con el encargado de la administración.
—¿Ha visto al tipo que salió corriendo?
—No he visto a ningún tipo más que a usted.
—¿Nadie más ha entrado o salido?
—Solo la chica del 202, la puta usted sabe, la que tiene…
—Puede evitarse las descripciones, le he entendido. ¿Tiene esa chica nombre?
—Dice llamarse Natasha.
—Tendrá usted un registro.
—¿Le parece que esto es el maldito Hilton? Solo estoy atento a cuando ingresan y que me paguen lo que me deben antes de que se marchen. Muchos se han largado sin pagarme incluso. Con esa mujer seré más cuidadoso y haré que me pague de la manera que sea.
—Aparte de Natasha y de Kennedy ¿quiénes más viven aquí actualmente?
—Una pareja de ancianos al lado de Natasha que pasan quejándose de los escándalos, esos malditos viejos escuchan el televisor a todo volumen y osan quejarse por un par de gemidos.
—¿Alguien más?
—Muchas personas vienen para estas fechas de carnavales. La mayoría se quedan apenas una noche y se van. Son mochileros o vagabundos que lograron asaltar a alguien y tienen para pasar la noche en un sitio de clase —dijo entre risas.
—¿En el mismo piso de Kennedy?
—Anoche llegó un tipo gordo y desgarbado, tiene toda la apariencia de un rasta y esos tipos me enferman, son adoradores del demonio.
—¿A qué se refiere?
—A haitianos practicantes del vudú. Malditos encantadores de serpientes, queman incienso y pasan en la oscuridad toda la maldita noche.
—¿Pagó más de un día?
—Pagó la semana por adelantado, aunque dijo que era probable que no pasara más de dos noches en el sitio.
—¿Algún nombre?
—De nada serviría, nadie da su verdadera identidad en este lugar.
—¿Está ese hombre en casa?
—No lo sé, como le digo son expertos en pasar desapercibidos.
—¿Qué puede decirme de Kennedy?
—El padre es un regular igual que Natasha, aunque comprenderá que la chica me resulta más interesante y paso más pendiente de cuando entra y cuando sale.
—Ya supongo el por qué.
—No voy a negarlo, quisiera tener un poco de dinero para darle con gusto.
—Dudo que usted pueda hacerlo aunque le pagara.
—No se pase de listo, detective, usted no sabe bien lo que le gusta a esa mujer.
—¿A que se refiere?
—Creo que se trae un jueguito con el sacerdote.
—Y eso lo dice porque…
—Kennedy es un tipo osco, pero paga puntualmente y es lo mejor que puedo decir de alguien, pero se ve a las claras que es un sacerdote renegado. Antes lo visitaba un tipo de la isla, de nombre Jean Renaud, creo que me dijo. En un principio pensé que eran homos.
—¿Homos?
—Que alguno de los dos mordía la almohada. Que eran invertidos. Que…
—Ya basta, creo entenderle.
—Pero luego cuando se quedaba mirando a Natasha y la devoraba con la mirada me di cuenta de que el curita también sufre de los mismos apetitos que usted y que yo, o ¿cree que no lo vi mirándole el trasero hace un rato?
Johnson intentó ignorar al encargado.
—¿Alguna vez ha dado problemas?
—¿Kennedy? A mi al menos no. A Natasha pasa reprendiéndola por su profesión, creo que el curita está un poco loco, más de una vez la ha llamado María.
—¿María?
—Así es.
—Supongo que por María Magdalena.
—Qué sé yo de esas cosas, solo sé de lo que pasa en este edificio.
—Ya que lo dice. Supongo que podrá decirme quien dejó esas manchas de sangre en la acera, pudo habernos ahorrado mucho trabajo cuando vinieron los de la científica.
—Mire detective, por aquí no suelen pasar muchas cosas, una prostituta, un sacerdote, un par de ancianos sordos y muchos parias. No iba a perder el entretenimiento de ver un despliegue policial.