—Un médico que dejó su profesión para ejercer el sacerdocio.
—Alguien que combina ambas cosas.
—¿Su fe termina donde empieza la ciencia o es al revés?
—¿A qué se refiere?
—Sabe perfectamente de qué hablo, padre Kennedy, aborda usted los fenómenos que ve desde un punto de vista científico y si este es insuficiente lo enfrenta como sacerdote y la fe, o por el contrario cuando su fe le falla acude a la ciencia.
—Ciencia y religión no están divorciadas.
—Padre Kennedy, usted viene de otro mundo, Haití no es como América, aquí verá cosas a las que no encontrará explicación ni con su ciencia ni con fe.
—¿Cosas a las que usted si le encontraría explicación?
—¡Sekonsa!
—Disculpe, no hablo creole.
—Ya lo entenderá, sekonsa significa es correcto.
—Sekonsa —repitió Kennedy. —Quizá podría explicarme cuál es su fe, señor Doc.
—Mi fe —dijo abriendo los brazos— es abrazar todas las fes de este planeta.
—¿Sin importar de donde provengan?
—Si Dios creo todo lo visible y todo lo invisible, entonces todas las fes provienen de Él, ¿no le parece?
—También existe el mal.
—¿Y quién creo el mal, padre Kennedy?
—Satanás y toda la horda de ángeles caídos que le acompañan.
—Ahora me habla como sacerdote, pero ¿Qué me diría como psiquiatra?
—Temo no comprenderle.
Una sonrisa dejó brillar el diente de oro de aquel hombre que era muy distinto a como Kennedy lo esperaba, tenía que admitir que quizá, le habría producido menos temor encontrarse con alguien rodeado de gatos y animales de sacrificio en una choza oscura, que a aquel hombre que como decía Nomoko parecía saberlo todo.
—¿Desea tomarse un té? Tengo las mejores hojas que se puedan encontrar en la isla —dijo y sin esperar respuesta se levantó para poner la tetera.
—Como psiquiatra —siguió Kennedy— tendría que decirle que el mal está dentro de los hombres por un mal funcionamiento de sus cerebros.
—Wi —dijo Doc que sacaba dos tazas de una alacena— pero como sacerdote me dice una cosa y como psiquiatra otra, es usted una persona falsa, padre Kennedy.
—No, tan solo abordo las cosas de diferente manera dependiendo de con quien hablo.
—Con personas inteligentes habla como psiquiatra y con mi pueblo viene a hablar como sacerdote.
—Está usted confundiéndolo.
—Kisa ou ap fe Ia?
—Disculpe…
—¿Qué está usted haciendo allá en el pueblo?
—Trato de ayudar a toda esta gente necesitada.
—¿Ha traído usted dinero?
—No tengo lo que se necesitaría.
—¿Comida tal vez?
—No. Por supuesto…
—Entonces padre Kennedy, ha venido usted a Haití sin las cosas que mi gente necesita.
—Vine a traer un poco de esperanza.
Doc rio a carcajadas.
—¿Esperanza ha dicho?
—Así es.
—Padre, la esperanza y la fe rebosan en esta isla, ¿acaso no los ve levantándose cada día para vivir su vida miserable? ¿Cree usted que en su querida América se levantarían después de sufrir lo que aquí se sufre? Lleve la esperanza consigo a su tierra, aquí no requerimos de ella.
—Supongo que a una persona como usted no le interesa que alguien venga a sacar a esta gente de su dolor.
—Usted tiene tan solo unos días aquí, padre Kennedy, yo llevo toda mi vida, no me dirá que siente que hace más usted por mi gente que yo.
—Usted alimenta sus miedos y los lleva a creer que con magia negra pueden superar su dolor.
—Usted desea que ellos se traguen ese dolor esperanzados en una vida futura. ¿Acaso no les dice que el reino de Dios no es de este mundo y que en la nueva vida les irá mejor? ¿No es acaso eso engañarlos? Se burla de las creencias de esos torpes e ignorantes ofreciéndoles algo de lo que usted no está seguro. Puedo sentir sus dudas, padre Kennedy.
—No tengo dudas.
—Claro que las tiene, ver a esta gente muriendo mientras Dios no hace nada debe mortificarlo.
—Solo trato de darles lo que necesitan.
—Kisa pi nou fe? —y tradujo de inmediato mientras volvía acercarse a Kennedy con dos humeantes tazas de té. —¿Qué debemos hacer, padre Kennedy? ¿Acaso espera usted cambiar a Haití?
—Espero ser un agente de cambio.
—¿Por eso ha venido a mi? ¿Para intentar cambiar a la isla? ¿Acaso siente que mi magia, como usted la llama, es más poderosa que la suya?
—No practico la hechicería.
—Tampoco yo.
—Usted es un babalao ¿no es así?
—Fíjese usted en mi casa, padre Kennedy, ¿Diría que es la casa de un brujo?
—No ha respondido a mi pregunta.
—Usted no sabe bien lo que es un babalao y lo que eso representa en este lugar.
—Solo sé que es una especie de brujo que alimenta las supersticiones.
—Si lo piensa bien, esas mismas palabras se le pueden aplicar a usted, padre Kennedy. ¿Acaso no viene a hablarnos de vino que se transforma en sangre? ¿No habla de comer la carne y beber la sangre de su Dios? Y sí de volver a los muertos de la tumba, ¿No es acaso uno de los milagros del babalao a que llaman Jesús?
—No le permito que hable así del Hijo de Dios.
—¿Utiliza usted más respeto al hablar de los nuestros?
—No es lo mismo.
—Por supuesto que no —dijo sorbiendo un poco del té que parecía estar hirviendo— sus creencias son una verdadera fe, las nuestras son simples muestras de la ignorancia de un pueblo que jamás se compararía con el suyo, ¿no es verdad?
—No lo es. Si de verdad creyera usted en todas esas cosas de los babalaos lo respetaría, pero sé que tan solo es una farsa para lograr conseguir algunos dólares.
—Creía que era usted más educado, padre Kennedy, ha venido a mi casa y lo he tratado con hospitalidad, ha bebido de mi té y aun así se da la libertad de tomarme por un estafador.
—Es usted un dos caras, Doc —dijo levantándose a la espera de un posible ataque de aquel hombre.
—Puede ser —se limitó a decir— pero ¿y cuántas tiene usted, doctor Kennedy?
—Quise venir a visitarlo para hacerle saber que esta gente no esta sola, que tengo la intención de hacerlos abrir los ojos.
—¿Lo ha intentado con Nomoko?
—¿Qué dice?
—¿Qué si al menos ha logrado que el niño abra el ojo muerto?
—No soy el tipo de doctor que necesita.
—Tampoco el que necesita mi pueblo.
—Eso ya lo veremos.
—¿No va a terminar su té?
—Creo que me he cansado de la visita.
—Tout bagay anfom?
—¿Qué dice?
—Que si está todo bien, lo veo algo indispuesto.
—Me siento bien.
—Debe usted tener cuidado, padre Kennedy, el clima de Haití es muy insalubre para alguien como usted que no está acostumbrado.
—Gracias por la advertencia.
—Nunca está de más tomar previsiones.
—Es hora de que me marche.
—Lamento que tenga que irse tan aprisa, de verdad disfrutaba de la conversación.
—Ya tendremos oportunidad de vernos en otra ocasión.
—Será un placer devolverle la visita, aunque no sé si mama Candau estará de acuerdo.
—¿Tiene usted problemas con la anciana?
—Por supuesto que no, aunque la mama tiene un grave problema.
—¿Ah si y cuál es?
—Le gusta meterse donde no la llaman y eso puede ser peligroso.
—¿Es eso una amenaza?
—Por supuesto que no, padre Kennedy.
—Debo visitar al jefe político y creo que estaría interesado en saber si algo me amenaza en la isla.
—De hecho sé que hablará usted con el mismo Baby Doc.
—Así es.
—Eso debe hacerlo sentirse poderoso ¿No es verdad?
—Mi curia se encargó del contacto, Baby Doc ni siquiera me conoce.
—Puede decirle usted que va de parte de Doc, de seguro lo recibirá con mayor placer.
—Haré lo que me dice.
—Nomoko —gritó Doc— ya puedes salir de donde te escondes sabandija, parece que tu experiencia no te quitó lo curioso.
Nomoko se acercó y buscó protección detrás del padre Kennedy.
—Estos chicos —dijo Doc mientras estiraba la mano para acariciarle el cabello— no crea usted todo lo que le dice, hará cualquier cosa por unos centavos.
—¿Acaso los culpa usted por buscar como ganarse el sustento?
Doc rió nuevamente de buena gana, su risa explosiva retumbó en las paredes de aquella casa y horadó los oídos del padre Kennedy.
—Nomoko busca más que comida, ¿No es así chiquillo?
—¿A qué se refiere?
—Pregúntele qué hará con el dinero que gane a sus expensas.
Adam miró a Nomoko y el niño no pudo sostenerle la mirada.
—Lo que haga con su dinero no es de mi incumbencia.
—Como no lo es nada de lo que sucede en la isla.
—Eso ya lo veremos.
Kennedy partió de la casa de Doc con un regusto amargo, nunca pensó que visitar a aquella especie de brujo lo pudiera dejar tan contrariado. Sin duda Doc era más inteligente de lo que hubiera querido, no era ningún espiritista torpe que se valiera de sandeces, era más bien alguien instruido, quizá en Francia o en la misma América, enfrentarlo no sería para nada fácil. Miró a Nomoko y el niño lucía avergonzado.
—¿Qué te pasa?
—Mwen pa two byen.
—No te entiendo cuando hablas en creole.
—Mwen malad.
—Nomoko —dijo tomándolo por los hombros. Adam pudo ver que el niño estaba en una especie de trance hipnótico y lo recostó en una orilla del camino. Desde allí volteó la cara hacia la casa de Doc y el hombre estaba en la puerta, de sentadillas jugando con una especie de vara de caña que movía sobre la tierra al lado de los adoquines, podría jurar que estaba escribiendo algo.
—Nomoko —repitió sacudiendo al chico que parecía no reaccionar. —¿Puede alguien ayudarme?
—Ya se le pasará padre —dijo una mujer negra que pasaba por el camino hacia la casa de la Mano.
—¿Lo conoce usted?
—Es Nomoko, el nieto de mama Candau.
—Así es, ¿sabe usted qué le pasa?
—El chico está poseído.
—No diga tal cosa.
—¿Es que usted no cree en esas cosas, padre?
—No si puedo explicarlo con la medicina.
—La medicina blanca no le servirá de nada al chico. El babalao se hizo de su cuerpo.
—¿Se refiere a la Mano?
—Está usted en peligro, padre, debería marcharse ahora que aún es tiempo.
Nomoko comenzó a convulsionar y una baba espumosa le salía por la boca, mientras su ojo giraba y quedaba en blanco, aun más que su ojo muerto.
—Pronto todo pasará —dijo la mujer.
—¿Qué dice? Debo llevarlo a un hospital.
—Pronto estará bien, los espíritus lo están dejando y su alma puede volver a su cuerpo.
—¿Para que querrían los espíritus tomar el cuerpo de Nomoko?
—Quizá no es a Nomoko a quien buscan. Quizá es de usted de quien desean saber.
Kennedy miró a la mujer, debía tener al menos sesenta años. Su rostro estaba curtido por el sol, tanto que parecía una máscara de cuero que llevara cubriéndole su verdadero rostro.
—Mire padre —dijo con voz jubilosa— ya comienza a despertar.
El ojo de Nomoko volvió a la normalidad y el niño parecía agotado, tanto que no protestó cuando el padre lo alzó en brazos y emprendió el camino de regreso a donde mama Candau ya los esperaba de mal humor por el atrevimiento del sacerdote.
Los detectives se marcharon dejando a ambos sacerdotes en la iglesia donde todo parecía volver a la normalidad y los pocos curiosos que aun se mantenían en los alrededores comenzaban a cambiar de tema. El padre Ryan lucía inquieto, con un sinsabor que necesitaba quitarse de la boca cuanto antes.
—Adam —dijo en tono solemne. —¿Qué sabes de todo esto?
—No se a qué te refieres, Peter.
—Me refiero a la imagen y lo sabes bien. Sabes tan bien como yo que de esas no se hicieron más de cien y que en Nueva Orleans somos tan solo tres quienes tenemos una: tú, yo y el nieto del padre Jackson.
—No reparé bien en la imagen.
—Es el cristo bajando de la cruz.
—Cuando me la mostraron estaba llena de sangre, no reparé en detalles.
—¿Podrías mostrarme la tuya?
—Lo siento, Peter, —dijo sin poder dejar de sentirse apenado por haberle mentido a su amigo— estos tipos me la robaron cuando me asaltaron ayer, no me di cuenta hasta que los detectives me la enseñaron.
—¿Y por qué no les has dicho?
—No lo se, como te digo, no pensé que fuera la mía y luego me pareció peligroso cambiar de versión. Tú sabes, no quiero parecer sospechoso.
—Más sospechoso les parecerá cuando se enteren de que les has mentido.
—Tampoco tú les dijiste nada.
—Es verdad, no se bien porque no les dije todo, creo que pensé que querías contarme algo al respecto y no me pareció prudente que los detectives escucharan.
—Solo espero que no me creas capaz de hacer lo que les hicieron a esos tipos.
—Por supuesto que no, eres un sacerdote no un asesino, pero creo que aun no me dices toda la verdad.
—¿Quedará entre nosotros?
—Como secreto de confesión.
—Tengo dudas respecto a cómo llegó el cristo hasta esta iglesia…
—Continúa.
—¿Conoces a los McIntire?
—Por supuesto, lo de su hijo Jeremy…
—Tengo mis dudas respecto a si están involucrados en todo esto.
—¿Por qué dudas?
—Ayer fui a visitarlos y camino a su casa me asaltaron, cuando por fin logré llegar la señora McIntire estaba algo confusa con la idea de que Jeremy había vuelto de la tumba.
—No le habrás metido esas ideas en la cabeza.
—No conscientemente…
—Todo eso del vudú es una tontería Adam, no deberías siquiera sacarlo en una conversación y menos con una mujer en ese estado.
—Lo sé, quisiera poder echar atrás y callarme por una vez en la vida.
—¿Crees que los McIntire estén relacionados?
—Su hijo murió por una sobredosis y estos hombres eran, además de ladrones, vendedores de drogas.
—No creo que eso sea suficiente…
—Pero cuando fui a visitarlos, la madre de Jeremy tuvo un ataque de ira contra su esposo y forcejeamos un poco, creo que allí pudo desprendérseme el cristo, si no es que esos hombres lo robaron —dijo mostrándole el aruñazo en el cuello.
—Entiendo, con lo cual el cristo llegó allí ya sea porque los ladrones lo llevaban o porque la señora McIntire lo dejó caer mientras subía a esos dos tipos a pura fuerza.