—¿Cómo saberlo?
—Si usted fuera víctima y todo esto fuera real, sentiría un bloqueo mental, recibiría pensamientos negativos e interrupción del sueño con pesadillas. Sumado a una pesadez, constricción en el pecho, asfixia y ahogo a la altura de la garganta.
—Suena horroroso.
—Los síntomas de la ansiedad, si usted lo mira bien y desde una perspectiva científica. Algunas cosas son más fantasiosas como por ejemplo que en algunas ocasiones pueden aparecer marcas azules en los muslos sin hacerse uno daño, aceleración sobrenatural de los latidos del corazón y una respiración irregular sin ningún tipo de esfuerzo físico. Otros de los síntomas son las peleas en la familia sin ninguna razón aparente con comportamientos de manera anormal y poco habitual. Aparecen miedos y fobias repentinas, experiencias extrañas y raras nunca experimentadas. Y sin olvidar sentir la presencia de alguien en la casa, siendo observado o seguido. Con todo esto, usted permanecería tan preocupado y tenso, que nunca estaría en paz, como para resolver el caso. Como le digo, detective, se trata solo de la autosugestión, no se deje usted llevar por estas cosas, quien haya hecho esto es un criminal sin mayores poderes.
—¿Sería esa su opinión como psiquiatra?
—Por supuesto, estudios científicos han indicado que no hay nada como el conocimiento de la magia negra o la ciencia oculta. Según los médicos todos los síntomas relacionados con la magia negra son producto de la imaginación y todos los rituales sirven para engañar a los crédulos y explotar a los inocentes.
—Entonces no hay de qué preocuparse.
—Solo si es usted un creyente, detective, quienes lo son piensan que lo que le he dicho es solo el deseo de la ciencia de desacreditar algo que no conoce y a lo cual no le encuentra respuestas lógicas, todos estos casos que ellos ven como sobrenaturales, desde un punto de vista científico los veríamos como productos de mentalmente trastornados.
—¿Padre, una persona que habla en jerigonza puede pensar ser víctima de la magia negra?
—Tendría que ver al paciente y escuchar lo que dice, usted sabe, si tiene cadencia de idioma y esas cosas o son solo galimatías.
—¿Puede alguien así mezclar el español con esa jerigonza?
—Por supuesto, pero no sé que relación tiene todo esto con el caso.
—Solo pensaba en una señora con la que hablé hace unos días —mintió Bronson— me decía que en un culto un hombre comenzó a decir tonterías y dentro de todo, llamaba a una mujer, Wendy creo recordar.
—Wen regresa —dijo Johnson que se había cansado de estar solo escuchando, luego de mirar en su libreta.
—Realmente no lo dijo así exactamente —dijo Bronson— fue mas bien como un wen- regret- sa.
—Umwen regretsa.
—¿Mwen regret sa?
—Si algo así.
—No es jerigonza —dijo Adam— es Creole.
—¿Creole?
—Un dialecto, el resultado de una fusión de culturas y de idiomas donde se crea algo como un idioma criollo. Lo escuché en Haití, significa «lo siento».
Puerto Príncipe, Haití, 1971
Los primeros días de Adam Kennedy en la isla se estaban convirtiendo en un infierno, luego de una semana de acomodo donde incluso podría decirse que se había divertido, llegó el momento de relacionarse con una parte de Haití que Jean hubiese deseado que no fuera necesario. Visitar a la «Mano de los Muertos» no era algo que no hicieran los nativos, pero hacerlo con la intención de ponerlo en evidencia y de alguna forma granjearse su enemistad era una locura. Jean trató inútilmente de que el sacerdote entrara en razón.
—Bien, Jean, es momento de que conozca a ese hombre a quien llaman Doc.
—Una vez más le advierto padre Kennedy, usted no debe enfrentarse a este hombre.
—¿Acaso dudas de que sus artes sean más que una tontería para manipular al pueblo?
—No tengo ninguna duda, este hombre tiene poderes, la misma mama podrá decírselo.
—Poderes o no, iré a visitarlo.
—Tengo que oponerme a ello.
—De nada valdrá que te opongas, ya sea con tu ayuda o sin ella, iré a visitar a este hombre y a ponerle las cosas claras.
—¿Tiene usted la intención de pelear?
—Si se trata de una lucha de convicciones no tengo ningún reparo en discutir con este hombre y si se trata de una pelea de box, creo que hasta me gustaría, así mi entrenamiento de años no habría sido solo para mantener la forma.
—La Mano de los Muertos no luchará con sus puños, ni siquiera necesita estar cerca de usted para hacerle daño. Sé de hombres que se le enfrentaron y murieron en circunstancias extrañas a los pocos días.
—Coincidencias.
—No, padre Kennedy…
—Mira Jean, la tasa de mortalidad de Haití es varias veces mayor a la de América, anticipar que alguien morirá a causa de las fiebres o en un accidente no es producto de la adivinación, es solo tener la paciencia para sentarse a esperar lo que con mucha certeza sucederá.
—Los hombres a los que lo vi maldecir no estaban enfermos, ni murieron en un accidente normal.
—A ver, cuéntame las causas de las muertes.
—Un tipo murió ahogado…
—En una isla y dependiendo tanto de los recursos marítimos no es extraño que alguien muera ahogado.
—Solo que este hombre no murió por asfixia por inmersión. Murió ahogado al tragarse su propia lengua. Se dice que esa misma mañana había amenazado a la Mano con deportarlo de la isla o hacerlo arrestar.
—Se trataba entonces de alguien del gobierno.
—Un alto funcionario del gobierno de Papa Doc. Se dice que en muchas ocasiones salieron a almorzar juntos y que el venir a este pueblo fue idea del mismo Papa Doc, pero apenas habían pasado un par de semanas cuando cometió el error de subestimar a ese hombre.
—¿Se puede saber que hechizo crees que le hizo?
—Ese hombre compró una lengua de res en el mercado y delante de todos la apoyó sobre un tronco de árbol y la atravesó con una estaca. Luego se marchó sin que nadie se atreviera a acercarse. Minutos mas tarde el enviado del gobierno pasó por el mercado y al ver aquella víscera comenzó a toser insistentemente, luego empezó a lanzar espuma por la boca y al poco tiempo moría sin poder decir una sola palabra.
—Habrá sido algún ataque cardiaco.
—Ambos sabemos que no es así, padre Kennedy.
—Entonces era un paciente con epilepsia.
—Nunca vi uno que se tragara su lengua.
—Vamos Jean, es claro que nada le habría pasado si no hubiese llegado al Mercado y se hubiera sugestionado con toda esa tontería de la lengua clavada a un tronco.
—¿Está diciendo que el mismo hombre se provocó todo eso?
—Por supuesto, al menos inconscientemente lo hizo.
—No puedo dar crédito a esas palabras, usted apenas llega a la isla, la Mano de los Muertos ha hecho muchas cosas similares y es verdad que nuestra tasa de mortalidad es alta, pero que mueran justo los que enfrentan a este hombre es mucho más que una estadística o una casualidad.
—Ven conmigo y verás que las artes de la Mano no podrán tocarme.
—Quizá a usted no, no en balde es usted un ministro de Dios, ¿pero que hay de mí? Soy solo un simple hombre…
—Uno muy crédulo según veo.
—Cuando se han visto cosas como las que yo he visto es más fácil creer que cuando no se ve nada.
—«Bienaventurados los que sin ver creyeron» eso es algo que tan solo estoy dispuesto a conceder a Jesucristo, todos los demás tendrán que utilizar algo más que mi propia fe.
—El babalao no conoce de Cristo, él tiene sus propios dioses.
—Es un simple charlatán —dijo Adam visiblemente molesto.
—Lo siento padre, pero es un charlatán cuyos dioses escuchan más que el nuestro.
—No toleraré que blasfemes —dijo Adam irritado.
—Puede que sea blasfemia en el sitio de donde viene, pero en Haití, reconocer que este hombre es poderoso no es más que una realidad de la cual espero no se convenza demasiado tarde.
—Si tienes miedo de ir a visitar a Doc, quédate pero no me hagas perder el tiempo escuchando supercherías baratas.
Adam estaba visiblemente molesto, al punto que Nomoko se había ido a esconder a un rincón para no ver al padre en aquel estado. Kennedy buscó con la vista al chico y al hallarlo le pidió:
—¿Quieres ganarte unas monedas?
—¿Qué debo hacer? —dijo sin soltar sus rodillas que había abrazado temerosamente.
—Guiarme a donde esta Doc.
El chico se puso de pie y resuelto dijo:
—Usted tendrá que pedirle permiso a mama Candau.
—Deja eso de mi parte.
—A ella no le gusta que yo visite ese sitio, desde que el babalao me secó el ojo…
—No fue el babalao, lo que tienes en el ojo es una enfermedad no un hechizo, he visto muchos casos de esos en América.
—Pero la enfermedad me salió justo cuando espié al babalao.
—¿Lo espiabas?
—Está feo decirlo, pero el babalao hacía su magia, me habían dicho que sacrificaba una gallina y otros animales y que el espectáculo era muy bueno.
—¿Espectáculo? No me dirás que los niños se entretienen viendo el sufrimiento de esos animales.
—En la isla hay poco que hacer y muchos queremos ser como la Mano de los Muertos que puede hacer tantas cosas mágicas.
—No hay tal magia, pequeño, son solo supersticiones, cuentos para engañar ingenuos.
—No es así, mama Candau dice que el babalao es poderoso y que puede hacer regresar a los muertos…
—Tonterías.
—No lo son, mama Candau…
—Tu abuela cree que todo eso es cierto, pero te puedo asegurar que no existe tal magia, solo la autosugestión que hace que niños como tú vivan temerosos.
—¿Usted no le teme al babalao?
—Por supuesto que no.
—Entonces lo llevaré, pero no debe decirle nada a mama Candau o se molestará conmigo.
Adam buscó a Jean con la vista para prevenirlo de no decirle nada a la vieja, pero Jean se había marchado.
Adam y el muchacho caminaron deprisa por las enlodadas calles del pueblo; en algunos sitios era preciso vadear y dar saltos para no hundirse hasta los tobillos en el lodo. Todo el pueblo parecía haberse construido sobre una ciénega que en verano era transitable, pero en invierno era preciso carros de doble tracción para poder avanzar en aquel barro espeso y en algunos casos maloliente. Nomoko caminaba descalzo y era mucho más hábil que el sacerdote, por lo que no pocas veces debía quedarse a esperar a que Adam sorteara de alguna forma algún charco que le entorpecía el camino. Las chozas eran construidas de lodo revuelto con paja y sus techos eran de palma. Muy pocas, las de personas más pudientes, eran de tejas multicolores que las hacían verse realmente agradables. Muchos animales domésticos corrían libremente por las calles, perros, cabras, una que otra vaquilla y las infaltables gallinas que los proveían de proteínas gracias a sus huevos. Los hombres vestían con pantalones cortados hasta las rodillas y llevaban camisas desabotonadas. Las mujeres, faldas de algodón a la altura de las rodillas y al igual que los hombres iban descalzas o con sandalias de cuero. Los blancos en la zona eran escasos, lo que si existía era muchas tonalidades de piel oscura, algunos parecían de un color marrón, otros de un negro intenso, algunos más eran mulatos con facciones de blanco pero de pelo ensortijado. Lo que si era invariable en aquel pueblo era la pobreza y la devoción a los santos, en cada casa lucían imágenes de mártires, de hacedores de milagros y en no pocas, la imagen del Papa Pablo VI.
—Lamento que tengas que esperarme, Nomoko, pero aún no me acostumbro a caminar por el lodo.
—Debería usted quitarse las botas.
—¿Y que pierdas la posibilidad de estafarme con la limpieza?
—No lo estafo, es la tarifa, todos cobran lo mismo.
—¿Y no hay precios especiales para sacerdotes?
—El suyo lo es, a otros les cobraría más.
—¿Falta mucho para llegar?
—La Mano de los Muertos vive en las afueras del pueblo, lo prefiere así para tener mejor contacto con los espíritus, dice que a estos no les gustan las aglomeraciones.
—Hablas bastante bien, ¿vas frecuentemente a la escuela?
—Todos los días si es posible, pero ahora no tenemos maestro.
—¿Se ha mudado?
—No le gustaría lo que tendría que decirle.
—No me dirás que el babalao lo echó del pueblo.
—No se lo diré si no lo quiere escuchar, pero el hombre enfermó de pronto y se puso muy malo, debió ser llevado al hospital en Puerto Príncipe, luego no quiso volver.
—¿Y qué problema tenía con Doc?
—El maestro lo enfrentó un día, la Mano llegó a la escuela y el maestro le impidió la entrada, el babalao se puso furioso y le lanzó una maldición en la lengua de los brujos.
—¿Qué maldición?
—No lo sé, no conozco ese lenguaje, mama Candau dice que fue algo muy feo y que cuando oyera esas cosas, me tapara los oídos. Recuerdo que ese día me hizo una limpia.
—¿Una limpia?
—Me frotó todo el cuerpo con sangre de pollo y luego con un cocimiento de hojas secas que olía a rayos. Gracias a ello no me salieron verrugas en las orejas.
—¿Hace mama Candau esas limpias frecuentemente?
—Siempre habrá alguien que necesite de una, ya sea porque se ha portado mal o porque necesita de toda la suerte del mundo.
—¿Y tu crees que eso da resultado?
—La he visto curar con yerbas a personas que agonizaban.
—Eso no es magia, es medicina.
—Usted puede llamarlo como quiera, mama Candau dice que la naturaleza puede curarlo todo menos las maldiciones de un demonio.
—¿Hablas mucho de estas cosas con la mama?
—Siempre, pero no en presencia de extraños. Mama Candau dice que los extraños son peligrosos.
—¿Y soy yo un extraño?
—Lo era cuando llegó, ahora es el padre Kennedy. Mama Candau dice que usted es un hombre de Dios, pero que tiene mucho que aprender.
—En eso tiene la razón. Cuéntame acerca de todos esos demonios.
—Los Loases y los Petros y Petroses. Los loases son los espiritús del vudú y hay muchos tipos, mama Candau los llama divisiones, para cada uno de ellos hay colores y bebidas. Los Petros-Petroses son los espiritus de aquellos antepasado «frustrados». Ellos son violentos, y normalmente, cuando toman posesión de la persona que lo invoca llamado caballo, brotan sangre por la boca, entierran alfileres en el cuerpo del caballo y comen vidrio. Estos espíritus vinieron del África. Son los espíritus de esclavos, nuestros antepasados. Guinea es el país donde todo fue originado. El vudú enseña que los luases se hallan agrupados en veintiún divisiones.