—¿Quieres decir que dormiste con ella?
—No en el sentido que usted lo puede pensar. Seguimos hablando durante casi toda la noche, parecía ser una esponja que acumulaba conocimiento. Tenía interés en todo lo que Haití significaba. Creo que planeaba venir a la isla y necesitaba alguien que le facilitara las cosas.
—¿Qué pasó al día siguiente?
—Cuando desperté Jazmín no estaba. Llegué a pensar que se había tratado de un sueño. Usted sabe, uno de esos en los que nuestros deseos se convierten en realidad. Me era difícil saber con exactitud si todo lo que hablé con ella era cierto o solo un producto de mi imaginación. Fue cuando vi los ceniceros y las colillas de cigarro con lápiz labial que me di cuenta que no era fruto de mi invención. La busqué por todos lados sin éxito, hasta que un par de semanas después la volví a ver en el mismo sitio. Apenas si pude hablar con ella porque Raúl la tenía acaparada. Me dijo que había viajado a Haití, pero no tuve ocasión de preguntarle el propósito del viaje. Luego de esa ocasión la dejé de ver por al menos un par de meses, ya se decía que era amante de uno de los Castro y todos en la isla la tenían por una mujer prohibida. Todos menos yo.
—¿Qué hiciste?
—La busqué. La seguía por todos sitios y así fue como me di cuenta de que tenía varios amantes. Sin embargo, eso no me importaba, estaba en esa situación en la que creemos que seremos capaces de redimir a cualquiera.
—¿Y terminaste siendo uno más?
—Yo no diría eso. Creo que fui especial para Jazmín, de hecho, cuando los sacerdotes intentaban exorcizarla acudieron a mí porque sabían que yo significaba algo para ella.
—Me habías dicho que era porque hablabas el creole.
—Mentí. Realmente lo que querían los sacerdotes era que al verme aquella mujer sufriera algún tipo de conversión.
—¿Conversión?
—Sé que suena estúpido, pero no fue así cuando me lo pidió el sacerdote que moriría aquella noche.
—Rulfo.
—Así es. Me pidió ayuda con la mujer y al llegar a la habitación puedo asegurarle que quedaba muy poco de la Jazmín que yo había conocido. Seguía siendo igual de hermosa, pero no era ella. Luego de unos minutos de verla así salí espantado de aquel sitio y al salir una puerta me golpeó y perdí el sentido. No recuerdo mucho de aquel momento, solo sé que el padre Rulfo había muerto y que Barragán había hecho algo impropio.
—¿Impropio?
—Barragán la quería para sí y no dudó en matar a su compañero.
—¿Crees que lo hizo para sacárselo de encima?
—Creo que Rulfo se molestó por el interés carnal que tenía su compañero en la mujer y de alguna manera provocó a Barragán que terminó matándolo.
—Dicen que murió de un ataque cardiaco.
—Lo mismo dijeron de Jazmín pero la verdad es otra.
—¿Qué sabes de la muerte de esa mujer?
—Que no murió.
—¿Qué dices?
—Padre Kennedy, Jazmín no murió esa noche, solo se mudó de cuerpo. Estoy convencido de que aquella mujer está entre nosotros.
—Encarnada en Amanda Strout.
—Al menos siento que tomó el cuerpo de quien era Amanda Strout.
—¿Una posesión?
—Barragán y Rulfo realizaron el exorcismo, es muy probable que hayan tenido éxito en sacar el demonio de aquella mujer, pero el alma de un súcubo no se rinde tan fácilmente y creo firmemente que habitó en Barragán por un tiempo y luego se mudó a un sitio donde se sentía más cómoda y cercana al poder de Duvalier.
¿Puede ver usted las semejanzas? Ambas mujeres cerca de un dictador, las dos increíblemente hermosas y con una lengua capaz de embrutecer a los hombres.
—No puedo negar que Amanda Strout tiene ese poder. Pero por qué me elegiría a mí.
—Por la misma razón que Jazmín me eligió a mí.
—Solo que Amanda hasta donde sé no se ha revolcado con media isla.
—Así es. No es una cualquiera como podría pensarse de Jazmín. Se ha refinado porque necesita algo de usted y sabe bien que como una zorra no lo conseguirá.
—¿Qué podría necesitar de mi?
—Lo que buscan las mujeres en los hombres, su semilla.
—No veo que sea diferente a cualquier otra que pueda conseguir en Haití o en cualquier sitio.
—Es usted un hombre inteligente padre, hay cosas que se escapan de nuestros conocimientos, pero que pueden ser fuerzas poderosas. Esa mujer puede olerlo a kilómetros y sabe que usted tiene lo que necesita y no dudará en utilizar todas sus artes hasta conseguirlo.
—Jean, ¿Tuvo Jazmín hijos?
—¿Por qué lo pregunta?
—Por qué si lo que buscaba era la semilla de un hombre es porque deseaba procrear.
—Quizá las cosas en el mundo de los demonios es muy diferente al de los humanos. No lo sé, padre Kennedy. Nunca llegué a saber que tenía alguno, de hecho, Jazmín no tenía a nadie en el mundo.
—Al igual que Amanda.
—Comienza usted a verlo.
—No tener familia no significa nada.
—Sabe usted algo de la madre de Amanda.
—No la ha mencionado, solo a su padre Benjamín.
—Quizá sea porque a Amanda no la parió una mujer.
—¿De qué hablas?
—Jazmín no tuvo madre. Nadie supo nunca de donde había salido.
—Pero Amanda al menos tiene padre.
—Uno que murió en circunstancias muy extrañas.
—¿Qué sabes de Benjamín Strout?
—Era el dueño de la mansión donde ahora vive la Mano de los Muertos. Se dice que guardaba un secreto y que por eso fue asesinado.
—No me dirás ahora que el secreto es que Amanda no es su hija.
—No lo sé, padre Kennedy, quizá deba hablar usted con mama Candau.
—¿Crees que la vieja sepa más al respecto?
—Quizá mucho más de lo que usted piensa. Mama Candau conocía bien a Benjamín Strout.
—¿Te refieres a sus aficiones ocultistas?
—¿Quién le ha contado al respecto?
—La misma Amanda.
—Creo que Benjamin Strout llegaba a más que ocultista, pero será mejor que lo hable con la mama, cualquier cosa que yo le diga de ese hombre usted asumirá que es porque deseo apartarlo de su hija.
Bonticue sentía una mezcla de ira y preocupación por el comportamiento de Francis, haber escapado así podía ser visto por los detectives como una muestra de que ocultaba algo y si lo llevaban a la delegación, aunque fuera en calidad de testigo, no dejaría de afectarle en su carrera política. Los Bonticue contaban con varias generaciones dedicados a la política de la nación y aunque no eran tan conocidos como la familia Kennedy, el sólo nombrar el apellido del clan era sinónimo de clase y respeto político. Francis sin embargo, parecía desdeñar aquella trayectoria y desde muy temprana edad se había convertido en todo lo que su padre no deseaba, sus calificaciones no eran malas, pero distaban mucho de los sobresalientes a los que estaba acostumbrado. La cereza de aquel pastel había sido su amistad con Jeremy, esa especie de hippie desarrapado y muy lejos de los de su clase que había llegado para amargarle la vida. Desde un principio intentó cortar la amistad, pero sus actos solo lograron que el chico se empecinase en convertir a aquel jovencito en una especie de ídolo. Tenía que admitir que el que fuera encontrado muerto por una sobredosis le había causado una especie de alivio. Bonticue no era un cínico, pero la solución a su problema había llegado de una manera definitiva, o al menos eso pensó cuando recibió la noticia. Su esposa, una sentimentalista insufrible se había solidarizado con la desgracia de los McIntire, él no podía hacer lo mismo, relacionarse con la familia de ese chico solo serviría para complicar las cosas, sobre todo si los periodistas comenzaban a husmear en busca de las relaciones del joven muerto y llegaban a concluir que Francis podría saber algo al respecto. Una declaración desafortunada del joven hundiría sus aspiraciones políticas como un torpedo disparado hacia el medio del casco. Hasta ahora lo había podido manejar por medio de su relacionista público, pero la desaparición de Francis ante los cuestionamientos de la policía podría ser desastrosa, necesitaba encontrarlo cuanto antes y llevarlo de inmediato a la policía, de ser posible aquella misma noche, para que las sombras ocultaran todo el morbo con que seguro tomaría la prensa el interrogatorio de su hijo.
Ya había anochecido y Trevor no hallaba ni una pista de su hijo, él se encargaba de buscar en sitios públicos que no comprometieran su imagen mientras un detective privado se encargaba de buscar en los antros nocturnos y fumaderos de yerba que había por toda la ciudad. Nueva Orleans hervía de personas como era habitual en las fiestas y buscar a Francis no sería tarea fácil. Una luz se encendió en el cerebro de Trevor y enrumbó su auto a la casa de los McIntire. Tomó el teléfono y marcó el número de Alexander McIntire que tardó unos segundos en responder.
—Dígame —rezongó al mirar la hora.
—Señor McIntire, soy Trevor Bonticue.
—Buenas noches señor Bonticue ¿En qué puedo servirle?
—Necesito hablar con usted, es referente a su hijo Jeremy.
—Si quiere informarme de la desaparición de su cuerpo —dijo en voz muy baja para que Jenny no lo escuchara— ya estoy enterado.
—Han venido a visitarme dos detectives.
—Sé bien de quienes se trata, están investigando el crimen en la iglesia.
—¿Y qué demonios tiene que ver su hijo con eso?
—De alguna forma el padre Kennedy está involucrado, quizá hasta sea el asesino y Jeremy tenía tratos con el sacerdote, creo que los detectives desean saber si el padre es un sujeto oscuro o algo por el estilo.
—¿Cree usted que Kennedy robó el cadáver de su hijo para hacer alguna especie de rito?
—Por Dios, claro que no. Esto no puede ser más que una travesura infantil.
—Y allí es donde aparece mi hijo supongo.
—Los detectives piensan que quizá Jeremy y Francis se pusieron de acuerdo para gastar esta mala broma.
—Eso no tiene sentido.
—Por supuesto que no, nada de lo que hacen los jóvenes parece tenerlo.
—Señor McIntire, sabe de mi posición y lo que un escándalo de este tipo puede significar.
—Espero que no compare su situación con la que atraviesa mi esposa al perder a su hijo.
—Por supuesto que no, pero la muerte de Jeremy no es algo que podamos evitar, en cambio, el nombre de Francis…
—No creo que a usted le preocupe en lo más mínimo su hijo —dijo McIntire molesto— me parece que está más preocupado por lo que pueda sucederle a su carrera.
—No me hable en ese tono.
—Le hablaré como me plazca, no tiene usted ningún poder sobre mí.
—McIntire, soy un hombre poderoso y puedo hacer que usted la pase muy mal.
—Le recuerdo que ya no presto servicio militar y por tanto lo que haga un político de mierda como usted me tiene sin cuidado —dijo McIntire cortando la llamada.
—¿Qué pasa? —dijo Jenny aún somnolienta. —¿Qué son esos gritos?
—No es nada cariño, solo un imbécil que se equivocó de número.
—Te conozco bien Alexander, dime ¿qué está pasando? ¿ha aparecido el cuerpo de Jeremy? ¿Está con vida no es así?
—Jenny, no empieces con esas tonterías. Jeremy no está con vida, tan sólo alguien se ha tomado la molestia de abrir su tumba y hacer desaparecer el cadáver.
—¿Para qué haría alguien algo así? Entiéndelo Alexander, Jeremy volvió de entre los muertos, mi corazón de madre me lo decía, no podía marcharse así como así.
—Creo que Adam Kennedy está detrás de todo esto.
—¿Qué insinúas?
—Que el maldito sacerdote es quien ha provocado todo esto al llenarte la cabeza de ideas y ahora no conforme con eso, quiere darle a todo un aire siniestro.
—Te equivocas, Kennedy puede hacer volver a las personas de la tumba. El mismo lo ha dicho.
—Nadie puede hacer tal cosa.
—Te equivocas de nuevo.
—¿Qué quieres decir?
—Que Jeremy ha regresado de la tumba porque alguien poderoso lo ha traído de vuelta.
—Estás loca mujer.
—Por supuesto que no. Tú mismo has visto la tumba, está vacía.
—Porque alguien robó el cuerpo.
—No. Porque Jeremy lo necesitaba, así me lo dijo…
—¿Quién? El maldito sacerdote ¿verdad?
—No te ha gustado nunca el padre Kennedy ¿Verdad?
—Es solo un maldito bocón.
—Ese hombre es un iluminado, ahora más que nunca estoy segura de que no se equivocó cuando dijo que Jeremy se iría como una larva y regresaría con alas de mariposa.
—No puedo creer que pongas atención a semejantes cosas. El cuerpo de Jeremy fue robado y los policías sospechan que pudo tratarse del chico Bonticue.
—¿Por qué haría Francis tal cosa?
—Su padre mismo me ha llamado para decirme que los detectives lo buscan y que eso puede arruinar su carrera.
—Tú mismo deberías tener más temor que Bonticue, sabes bien que Jeremy vendrá por ti.
—Estás loca, Jenny, Jeremy está muerto yo mismo…
—¿Lo mataste?
—Por supuesto que no. Iba a decir que yo mismo me encargué de su funeral, vi su cuerpo inerte y vi como lo metieron en la tumba. Todo esto no es más que un disparate, una mala broma de ese amigo suyo, por eso su padre está preocupado.
—Bonticue está preocupado porque Jeremy ha vuelto de entre los muertos y es probable que Francis también lo haga.
—¿Sabes algo acerca de ese chico?
—Sé bien que él y Jeremy sabían cosas.
—Ideas que les metió el sacerdote en la cabeza.
—Nadie podrá detenerlos ahora que empezaron su venganza.
—No hables tan alto. Los vecinos escucharán.
—No me importa, pronto todo Nueva Orleans sabrá que Jeremy volvió para cobrar venganza.
—Si Jeremy volvió como dices ¿Dónde demonios está ahora? ¿Por qué no ha regresado a ti para que acabe tu sufrimiento?
—Tendrá sus motivos.
—Jenny, si sabes algo, es preciso que me lo digas para alertar a la policía.
—¿Crees que la policía podrá detenerlo?
—Creo que si sabes algo y no lo dices, estarás siendo cómplice de lo que el maniaco que anda suelto está haciendo.
Jenny se quedó meditando, su mirada perdida a causa de los psicofármacos no denotaba ninguna emoción, parecía estar abstraída de este mundo y Alexander temió que la que había robado el cuerpo de Jeremy hubiese sido su mujer.
—Jenny, cariño. Si supieras algo me lo dirías ¿no es así?
El silencio de la mujer era angustiante para el enérgico hombre. Con fuerza la tomó por los hombros y le repitió la pregunta, mas Jenny parecía estar en medio de una especie de trance hipnótico.