El bosque encantado (19 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

Salió un búho y chilló de repente. Bolita de Nieve se llevó un buen susto.

Luego apareció la luna, un enorme astro blanco en medio del cielo; a Bolita de Nieve le parecía una cara.

Estaba solo y asustado. Se quedó temblando bajo un árbol. Se sentía muy infeliz. Nadie lo quería. Pensó en escapar, pero la verja de la valla estaba cerrada.

Sin embargo, había alguien que se acordaba de él, alguien que estaba acostada en su cama calentita y pensaba en el pequeño poney, que estaría allí afuera, en la pradera, solo por primera vez en su vida. Estaba triste por él, y quería consolarlo.

Ese alguien era Sheila. Ella quería mucho a sus muñecas y a todos sus juguetes, y ahora quería al poney también.

Se levantó y se fue a la ventana. La luna estaba alta y podía ver la pradera del poney con claridad.

Entonces lo vio, allí de pie, casi sin moverse, en una esquina.

—Está despierto —pensó la pequeña—. No puede dormir. Necesita a su madre. ¡Pobrecito Bolita de Nieve! Me pondré la bata, bajaré las escaleras despacito y me iré a la pradera. Hace tan buena noche que no tendré frío.

Se puso la bata y bajó con mucho cuidado por la escalera. Abrió la puerta principal y salió. Corrió por el sendero del jardín hasta la verja blanca. Luego fue hasta la pradera y abrió la verja.

Bolita de Nieve escuchó el golpecito y se sobresaltó. ¿Quién sería? ¿Quién iría hasta allí en medio de la noche? Su madre siempre le había dicho que la gente que andaba sigilosamente por la noche no era gente buena. ¿Habría ido alguien para robarlo?

Se quedó allí temblando a la vez que Sheila atravesaba la verja. Luego escuchó una dulce voz, y se tranquilizó.

—¡Pobre Bolita de Nieve! ¿Te sientes solo? He venido a consolarte y a decirte que no te sientas mal, porque te quiero mucho.

Bolita de Nieve conocía la voz de Sheila. Le dio un vuelco el corazón. Enseguida corrió hacia ella y se arrimó tanto que casi la tira al suelo. Estaba encantado de que hubiera ido. Ella le abrazó y él sintió, con el hocico, cómo le latía el corazón. Era una niña encantadora. Él la querría más que a nadie porque era muy simpática y cariñosa.

—Ahora acuéstate aquí, debajo de este árbol; la tierra está seca —dijo Sheila, y le condujo a un buen lugar—. Duérmete tranquilo, Bolita de Nieve. Nada ni nadie te hará daño.

Bolita de Nieve le agarró la bata con los dientes y empezó a estirar.

—¿Qué? ¿Quieres que me acueste a tu lado? —preguntó Sheila—. ¡Qué poney tan juguetón! ¿Echas de menos a tu madre esta noche? Bueno, yo te haré compañía un ratito, pero luego tengo que marcharme.

Era una noche muy cálida. Bolita de Nieve y Sheila yacían sobre la hierba seca. Sheila tenía la cabeza apoyada sobre el cuerpo redondo del poney, que ahora estaba feliz. Alguien lo amaba y era su amiga. Eso era lo que le había dicho su madre; si hacía amigos, sería feliz.

Ambos se durmieron. La luna redonda los contemplaba desde arriba. Se acercó un erizo y se quedó mirándolos sorprendido.

Sheila y Bolita de Nieve estuvieron así, dormidos, durante horas. Luego Dan, el mozo de la granja, llegó a la pradera. ¡Qué sorpresa se llevó al ver a Sheila y a Bolita de Nieve durmiendo juntos debajo del árbol!

—¡Hola, señorita! —le dijo suavemente, y le sacudió despacito en el hombro—. Va a tener problemas por dormir fuera. Podría agarrar un resfriado terrible.

Sheila se despertó y se quedó mirando las hojas verdes del árbol. Entre las hojas se veía el cielo azul. ¿Dónde estaba? Se incorporó y vio a Dan.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó—. He debido estar aquí toda la noche. ¿Qué dirá mi madre? Se va a enfadar mucho conmigo. Ahora no sé si podré entrar en la casa sin que nadie me vea.

—No, no haga eso —le aconsejó Dan—. Dígaselo a su madre. Ocultar las cosas no está nada bien. ¡Vaya! Ese poney es muy bonito. ¿Cómo se llama?

—Bolita de Nieve —dijo Sheila, y Dan no pudo contener la risa.

—¡Qué gracioso! —exclamó, mientras acariciaba a Bolita de Nieve.

El poney apretó el hocico contra él, y también contra Sheila. Pensó que nunca olvidaría que la pequeña había salido durante la noche para estar con él, para que no se sintiera tan solo. Ahora quería a Sheila todavía más.

La niña se fue corriendo hacia la casa. Su madre, al verla entrar, se sorprendió.

—Supongo que no habrás estado en la pradera en bata —dijo muy seria.

—¡Oh, mamá! He pasado la noche afuera —le contó Sheila—. Perdóname, pero es que Bolita de Nieve estaba muy solo y yo sabía que echaba de menos a su madre, así que salí a consolarle. Me quedé dormida y Dan me ha despertado. No te enfades conmigo, mamá. Te prometo que no volverá a ocurrir.

Su madre, lejos de enfadarse, dio un beso a Sheila y le dijo:

—¿Sabes que eres una niña muy buena?

Después de eso, Sheila y Bolita de Nieve fueron siempre unos amigos muy especiales.

Bolita de Nieve hace algunas amistades

Bolita de Nieve pronto se sintió bien en su nuevo hogar. Quería mucho a los niños. Uno u otro le guardaba siempre un azucarillo, que él esperaba con impaciencia.

Enseguida se le permitió moverse por donde él quisiera. La verja no siempre estaba cerrada, y él entraba y salía cuando se le antojaba. Era un animal tan dócil como Tinker, el perro de la granja.

Pronto empezó a tratar a los otros animales que había allí. Dio una vuelta para darse a conocer. Fue a la pradera donde pacían las vacas. Éstas lo miraron fijamente sin parar de masticar. Él se quedó mirándoles los cuernos y sintió algo de miedo.

—No me vais a embestir, ¿verdad? Prometedme que no lo haréis —suplicó a Botón de Oro, una vaca roja y blanca.

—El toro podría usar los cuernos para atacarte, así que no te acerques a él —le aconsejó Botón de Oro.

—Yo soy Bolita de Nieve, el nuevo poney de Shetland y pertenezco a los niños —dijo Bolita de Nieve, y las vacas se echaron a reír.

—Bolita de Nieve, qué nombre tan raro para alguien como tú. Nunca hemos visto un caballo tan pequeño. Al principio pensamos que eras un caballito de juguete.

—Yo no soy un juguete. Estoy vivo —protestó Bolita de Nieve—. Mirad lo rápido que sé galopar.

Y empezó a galopar, sin parar de dar vueltas, alrededor de la pradera, delante de todas las vacas.

—Galopas casi tan deprisa como Capitán, el caballo grande marrón de allá —dijo Botón de Oro, y Bolita de Nieve echó a correr hacia donde estaba Capitán.

—¡Hola! —se presentó—. Soy Bolita de Nieve, el poney de Shetland. Estoy seguro de que puedo galopar más rápido que tú.

—¡Ah! Tú eres el joven que jugaba al «pilla, pilla» con las gallinas y no pudo pillarlas. Bueno, podemos hacer una carrera, si quieres.

Bolita de Nieve aceptó, y los dos corrieron alrededor de la pradera, pero ganó Capitán. Era un caballo fuerte y poderoso y, a pesar de que Bolita de Nieve galopaba tan rápido como podía, no pudo alcanzar a Capitán.

—Tengo que reconocer que no soy tan rápido como tú —dijo Bolita de Nieve jadeando.

—Claro. Es mejor no jactarse de lo que uno puede hacer, hasta haberlo probado —explicó Capitán—. Y ahora ¿adónde vas?

—Voy a hablar con aquellas criaturas redondas y rosas que hay allá —señaló Bolita de Nieve—. ¿Qué son? Hacen unos gruñidos un tanto extraños.

—Son cerdos —repuso Capitán—, pero no entres en su corral porque, si lo haces, la vieja cerda te perseguirá. No le gusta la gente a la que no conoce.

Pero Bolita de Nieve no le hizo caso. Marchó al trote hasta el corral de los cerdos. Empujó la puerta pero no consiguió abrirla.

Luego recordó que había visto a uno de los niños presionar el manubrio hacia un lado; hizo lo mismo y la puerta, entonces, se abrió.

¡Ajá! ¡Qué listo era! Entró en el corral y los cerdos empezaron a dar vueltas alrededor de él.

—¿Tú qué eres? ¿Quién eres?

—Soy Bolita de Nieve, el poney de Shetland, y tengo permiso para ir donde quiera —les dijo—. ¡Ah! ¿Qué es lo que hay en el pesebre? Huele muy bien.

Se acercó al comedero de los cerdos, donde Dan les había puesto la comida, y empezó a comer pedacitos de aquí y de allá.

La vieja cerda, que estaba acostada de lado, levantó la cabeza y se quedó mirándolo.

—¿Qué haces aquí comiéndote nuestra comida? —gruñó—. Vete de una vez y cierra la puerta al salir. No quiero que mis cerditos se escapen por toda la granja.

Bolita de Nieve corrió hacia la puerta y la cerró. Pero no había salido antes. No, se había quedado encerrado y volvió al comedero para coger algún otro pedacito de comida.

Mamá cerda, al verlo, se puso furiosa. Se levantó sobre sus cuatro patas cortas y miró enojada a Bolita de Nieve.

—Poney malo —chilló—. Robas nuestra comida y abres la puerta. Eres muy malo.

Corrió tras Bolita de Nieve y casi lo tira al suelo. Él se asustó al ver lo enfurecida que estaba. Los cerditos lo rodeaban gritándole:

—Escápate, tonto, corre.

Él empezó a dar vueltas por el corral, perseguido por mamá cerda. Los pequeños corrían también, gritaban nerviosos, y se metían debajo de sus patas. ¡Oh! ¿Por qué se habría metido en ese sitio tan horrible?

Willie escuchó el bullicio. Corrió al corral de los cerdos y empezó a reírse al ver lo que estaba ocurriendo.

—¡Mamá, Sheila, mirad! Bolita de Nieve se ha metido con los cerdos y la vieja cerda le está persiguiendo.

Todos se echaron a reír, todos menos Bolita de Nieve, que estaba avergonzado. Willie abrió la puerta y el poney salió corriendo. Los cerditos asomaron las naricitas rosas por los barrotes de la parte inferior de la verja y volvieron a gritarle:

—Vuelve a vernos pronto, Bolita de Nieve. Es divertidísimo ver como mamá te persigue.

—¿Has abierto la puerta tú solo? —le preguntó Willie asombrado—. ¡Dios mío! Qué poney tan listo eres; pero no vuelvas a entrar al corral de los cerdos otra vez. A mamá cerda no le gusta.

—No lo haré —relinchó Bolita de Nieve, y se fue trotando a su pradera para descansar—. ¡Oh! Qué feliz me siento de no haber tenido una madre tan fiera como esa cerda. Lo siento por esos cerditos.

Una silla y una brida para Bolita de Nieve

La primera vez que lo ensillaron y le colocaron la brida, a Bolita de Nieve no le gustó nada. No podía entender qué era lo que llevaba sobre el lomo y agitaba la cabeza de arriba abajo enfadadísimo.

—Venga, no seas bobo, Bolita de Nieve —dijo Sheila con su dulce voz—. Todos queremos montarte y no podemos hacerlo si no tienes una silla donde nos podamos sentar, y riendas para guiarte.

Le dio un azucarillo. Él se lo comió y se quedó quieto. La miraba por el rabillo del ojo. Si Sheila quería algo de él, él lo hacía. Sí, él haría cualquier cosa por Sheila aunque no le gustara.

—Sube tú primero, Sheila —dijo Willie—. El poney te adora desde aquella vez que pasaste la noche con él en la pradera. Siendo tú, a lo mejor se queda quieto.

Sheila se subió. Cuánto pesaba al principio. Qué incomodidad. Bolita de Nieve quería ponerse de pie y deshacerse de ese peso molesto. Pero no podía soportar la idea de hacer caer a Sheila; podría herirla. Así que se mantuvo quieto pero temblando.

—Mi querido Bolita de Nieve, mi querido y buen Bolita de Nieve —le decía Sheila a la vez que le acariciaba la espesa crin negra—, dame un paseo sobre tu lomo, Bolita de Nieve. Ahora tú y yo somos una misma cosa. Papá dice que es una de las mejores sensaciones entre un hombre y un caballo. ¿No lo sientes así, Bolita de Nieve?

Apretó las piernas contra los costados, y el poney dejó de temblar. Dio unos cuantos pasos y sintió de pronto que ya no le desagradaba que lo montasen.

—Buen chico —dijo la niña—. Eres muy listo. Pronto serás tan bueno para montar como Capitán.

—Yo soy mejor que Capitán, porque tengo la talla justa para ti —relinchó Bolita de Nieve, y emprendió la marcha por la pradera mientras Sheila iba sujetando las riendas.

—Tranquilo, Bolita de Nieve, tranquilo. Me estás haciendo dar muchos saltos —gritó Sheila—. Ésta es tu primera lección y tan sólo debes ir al paso.

Así pues, Bolita de Nieve anduvo a paso corto con Sheila sobre su lomo. Sheila se reía contenta, y estaba colorada. Los ojos le brillaban.

—Da gusto poderle montar —comentó a sus hermanos—. Es encantador. Irá como el viento. ¡So, Bolita de Nieve, so! Cuando te tire de las riendas de este modo, tienes que parar. Así está bien.

Timmy fue el segundo en montar. No era tan bueno como Sheila, pues ella había montado antes con frecuencia, así que Willie caminó a su lado sujetando la rienda con la mano.

Luego le tocó el turno a Willie, y anduvo al paso y luego al trote por toda la pradera. El ruido de las pequeñas patas de Bolita de Nieve hizo que las gallinas se escaparan por la cerca.

Bolita de Nieve se sintió muy orgulloso cuando por fin Willie desmontó. Se había acostumbrado a la silla casi de golpe y sabía cómo responder a los tirones de las riendas.

—Es listo de verdad —reconoció Willie, y dio unas palmaditas a la aterciopelada nariz de Bolita de Nieve—. Haría cualquier cosa por nosotros. Tenía miedo al principio, pero se le pasó pronto. ¿No te parece fantástico montarlo, Sheila?

—Sí, es fabuloso —contestó Sheila—. Tiene el tamaño justo para nosotros. Incluso si Timmy se cayera, no importaría porque no caería desde muy alto. Buen chico, Bolita de Nieve. Si quieres, mañana te llevaremos a ver a tu madre para que le digas lo bien que te va. Esa será tu recompensa por ser tan bueno.

Bolita de Nieve se fue muy contento a galopar él solo por la pradera. ¡Ver a su madre! ¡Oh, qué alegría! Y ella podría ver lo bien que llevaba a los niños y le contaría cosas de los cerdos, de las vacas y de todo lo demás.

Así que, al día siguiente, los cuatro y Tinker, el perro de la granja, se pusieron en marcha hacia la granja vecina. Su madre les dijo que, como hacía muy buen día, se llevasen la comida para comerla en el campo.

Ensillaron a Bolita de Nieve, y por el camino fueron turnándose para montarlo. Se sentía muy orgulloso porque cada persona con la que se cruzaban miraba con una sonrisa. Niños y niñas corrían hacia ellos y acariciaban a Bolita de Nieve.

—¡Oh! ¿Es vuestro? Es precioso. ¿Cómo se llama?

—Bolita de Nieve —dijo Willie, y los niños, naturalmente, se rieron.

—Qué nombre tan divertido para un poney negro. ¿Podemos montarlo?

—Es que ahora vamos a que vea a su madre.

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