El bosque encantado (21 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

—Eres el poney más listo que he conocido en mi vida —dijo Timmy acariciándolo—. No tenemos que preocuparnos por ti, porque siempre sabes cómo vencer las dificultades. ¡Buen chico, Bolita de Nieve! Ven, tengo un azucarillo especial para ti.

Bolita de Nieve utiliza la cabeza

Cada semana, Willie y Bolita de Nieve iban al pueblo a buscar los periódicos del padre. Había que recoger seis periódicos semanales; tres para el padre, dos para la madre y uno para la cocinera.

Bolita de Nieve enseguida sabía cuándo era viernes. No esperaba a que Willie fuera a buscarlo. Abría la verja con el hocico y trotaba hasta la puerta del jardín de la casa. Sabía que Willie saldría en uno o dos minutos.

—¡Hola, Bolita de Nieve! —le gritaba Willie—. Siempre en punto, ¿eh? Vámonos, vamos a buscar los periódicos. Ya tengo el dinero.

Pero un día, cuando Bolita de Nieve llegó al jardín, esperó pacientemente, pero Willie no se presentó. Bolita de Nieve dio una patada al suelo y relinchó como queriendo decir: «Willie, ven, que llegas tarde».

Sin embargo, Willie no salió. Entonces escuchó una voz que venía de la cocina.

—Allí está Bolita de Nieve esperando a Willie para ir a recoger los periódicos, como de costumbre. No sabe que Willie está en cama con un resfriado, de modo que hoy todo el mundo se quedará sin periódico.

Bolita de Nieve alzó las orejas. ¿Cómo, Willie en cama? Claro, por eso no lo había visto en todo el día. ¡Pobre Willie!

Bolita de Nieve partió al trote. Se paró un instante en el camino y reflexionó. Conocía bien el camino al pueblo y también la tienda de periódicos. ¿Por qué no podía ir él solo? La señora de la tienda sabría para qué iba.

El pequeño e inteligente poney decidió ir él solo, mientras meneaba la cabeza y agitaba la cola orgulloso. Traería los periódicos de su amo. Se sentía muy importante.

—Voy a buscar los periódicos —repetía a las carretas que pasaban.

Todos lo miraban extrañados. Por fin llegó al pueblo.

—Oh, mirad, es el pequeño poney de Shetland, el de Willie, y va él solo —gritaban los niños.

Bolita de Nieve les contestaba con un relincho:

—Voy a buscar los periódicos.

Llegó a la tienda. Había una aldaba que colgaba de la puerta. Bolita de Nieve hubiese entrado de haber estado esta abierta. Había visto a Willie tirar de la aldaba, así que la alcanzó con la boca, sujetó la cuerda y tiró para abajo.

—¡Ring, ring! —sonó el timbre con fuerza, y Bolita de Nieve golpeó el suelo con la pata, como hacía cuando iba con Willie y esperaban para recoger los periódicos.

La señora de la tienda abrió la puerta y miró afuera, esperando ver a Willie. Pero sólo encontró allí a Bolita de Nieve, y se quedó muy sorprendida.

—¿Dónde está Willie? —preguntó intrigada—. ¿Has venido sin él?

Bolita de Nieve vio los periódicos encima de un estante justo detrás del mostrador, e intentó cogerlos con la boca.

La señora se echó a-reír.

—No, no, ésos no. Ésos no son los tuyos. ¿Has venido a buscarlos tú solo? Espera un momento, te los traeré.

Entró en la tienda. Bolita de Nieve subió dos escalones, empujó la puerta y entró también. La señora se volvió a reír mientras envolvía los seis periódicos y los ataba con una pequeña cuerda.

—Nunca he visto un poney igual, nunca. Venir a buscar los periódicos en el día justo, entrar en la tienda después de llamar al timbre y todo. Deberías estar en un circo.

Bolita de Nieve no tenía dinero, así que no pudo pagar. Cogió el paquete de periódicos con la boca y salió de la tienda. Después se fue galopando hasta la granja.

Al llegar, vio al padre de Willie en una pradera cercana y corrió hacia él, dejando caer los periódicos a sus pies.

—¡Que Dios nos bendiga! —gritó feliz el granjero, sin dar crédito a lo que veían sus ojos—. ¡No me digas que has ido a recogerlos tú solo, Bolita de Nieve! Eres maravilloso, de verdad que lo eres. Gracias, pequeño poney, eres un buen chico y te voy a dar cuatro de mis mejores zanahorias como recompensa.

Y así lo hizo.

Bolita de Nieve va a una fiesta

Un día, la madre recibió una carta y se la leyó a los niños.

—Es de Lady Tomms. Va a dar una fiesta en los jardines de su casa y habrá todo tipo de espectáculos con la idea de recoger fondos para el hospital.

—¿Iremos nosotros? —preguntaron los niños, entusiasmados.

—Bueno, Lady Tomms quiere saber si tú, Willie, querrías participar en alguna carrera y ha pensado que tú, Sheila, podrías hacer algunas banderitas y venderlas.

—Mamá, no quiero participar en carreras —dijo Willie.

—Y cuando he fabricado banderitas, en otras ocasiones, casi nadie las compraba —añadió Sheila.

—Bien, pero, de todas formas, quiero que penséis algo que sirva de ayuda.

Timmy tuvo una idea.

—Mamá, ya sé lo que podemos hacer. Podemos llevar a Bolita de Nieve y cobrar un penique a cada niño que quiera montarlo para dar un paseo.

—Eso es una buena idea —opinó su madre.

—Yo podría trenzarle la crin con un lazo rojo y cepillarle la cola —dijo Sheila—. ¡Oh, mamá! ¿No crees que les encantaría a todos?

Ya estaba prácticamente decidido que Bolita de Nieve iría a la fiesta y daría paseos a los niños que hubiera. Sin embargo, la madre pensó que sería mejor cobrar dos peniques en lugar de uno.

Los niños le contaron todo a Dan y éste tuvo una gran ocurrencia.

—Creo que podría hacer una pequeña carreta de poney, una muy pequeña, del tamaño justo para Bolita de Nieve —reflexionó.

Dan cumplió su palabra. Les hizo una carreta preciosa, con dos ruedas grandes, que pintó de rojo y con los ejes de amarillo. La carreta, también roja con una línea amarilla alrededor del borde, y le hizo a Bolita de Nieve unas guarniciones con unas tiras de cuero viejas.

—A lo mejor a Bolita de Nieve no le gusta —comentó Sheila.

Pero no fue así. Bolita de Nieve se sentía grande e importante por tener una carreta propia.

Era delicioso verlo trotar por ahí con la pequeña carreta detrás. Timmy iba en ella muy a menudo y decía que era casi tan divertido como montar a Bolita de Nieve.

Por fin llegó el día de la fiesta. Sheila compró una cinta roja oscura y la trenzó con cuidado entre la espesa y negra crin de Bolita de Nieve. Después le cepilló la cola con esmero.

Engancharon a Bolita de Nieve en el pequeño carro que Dan le había fabricado y se fueron a la fiesta que Lady Tomms había organizado en su jardín. Enseguida la encontraron y les mostró el sitio por donde podrían pasear a los niños con la carreta.

—¡Qué guapo está vuestro poney! —exclamó—. Siempre me han gustado los poneys de Shetland, pero creo que el vuestro es el más bonito que he visto.

Había todo tipo de espectáculos, carreras y concursos, pero el mejor espectáculo de todos era Bolita de Nieve.

Primero Willie avisó a todos en voz alta. Luego Sheila colocó a los niños en una fila para que esperasen su turno. Timmy era el encargado de recoger las monedas y las iba guardando en un bolso rojo.

Willie ayudaba a subir a cada niño, cuando le llegaba el turno, y los llevaba trotando por el camino.

Luego Sheila colocó la carreta roja y amarilla y Willie gritó:

—Paseo para los más pequeños. Un penique cada uno. Pueden montar en este precioso carrito por tan sólo un penique.

Entonces, los más chiquitines se pusieron en fila con sus madres, esperando su turno.

Timmy recogió las monedas. Las madres los subían al carrito detrás de Bolita de Nieve y Willie llevaba al poney por el camino, arriba y abajo. Los pequeños disfrutaban con gran ilusión.

¡Cuánto trabajaron los tres niños y Bolita de Nieve toda esa tarde! La bolsa de Timmy se llenó tres veces y tuvo que ir a que Lady Tomms la vaciara. No os podéis imaginar la cantidad de dinero que juntó al final de la tarde.

—Queridos míos, ¿sabéis que habéis hecho dos libras, un chelín y tres peniques, con los paseos en el poney? —dijo Lady Tomms sorprendida—. Más que ningún otro espectáculo de los que hemos ofrecido. Es algo que me llena de satisfacción.

Willie, Sheila y Timmy estaban emocionados. Sheila acarició a Bolita de Nieve y le susurró en la oreja:

—Estoy muy orgullosa de ti, Bolita de Nieve.

¿No os gustaría montar a Bolita de Nieve? Bien, si alguna vez veis un pequeño poney negro, de Shetland, llamadlo:

—«Bolita de Nieve, Bolita de Nieve».

Si acude a vuestra llamada y os frota la mano con el hocico, ya sabéis lo que quiere decir:

—Me gustas; móntate, que vamos a galopar un rato.

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