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Authors: José Pablo Feinmann

El cadáver imposible (6 page)

Así las cosas, durante cinco días, de lunes a viernes, Ana y Elsa Castelli miran los primeros capítulos de
Cosecharás el amor
. La historia transcurre durante los años treinta. Se trata, pues, de una telenovela de época. Una superproducción. Costoso vestuario y deslumbrante escenografía. Luisa Castro es Marisa Albamonte, una joven de escasos veinte años, hija de un terrateniente y Senador de la Nación, hombre poderoso, autoritario. Osvaldo Martínez es Claudio Martelli, un médico de veinticinco años, hijo de quien fuera guardaespaldas del Senador, ahora dueño de una próspera ferretería, pero, claro está, hombre de origen humilde, no aristocrático, plebeyo. No era impensable, ni mucho menos, que el conflicto estallara. El Senador se opondrá a que su hija frecuente al, según él, advenedizo Claudio Martelli. Y el propio ferretero también le dirá a su hijo que su empeño es quimérico, imposible, y que, si persiste en él, su vida correrá peligro, pues el Senador es un hombre que acostumbra a acudir a la violencia cuando lo juzga necesario.

Sin embargo, señor Editor, ¿puede la prepotencia o la cautela de los padres impedir el despliegue del amor, de las pasiones juveniles? Marisa Albamonte y Claudio Martelli se aman, y poco les importa lo demás. Cuando se está enamorado —en las telenovelas, al menos—, nada importa salvo el amor. Ni el dinero, ni el poder, ni la prudencia, ni la preservación temerosa de la propia vida. Si algo, en este mundo, vence al miedo, es el amor.

Sospechando que algo así está ocurriendo entre Marisa y Claudio, sospechando que se aman más allá de todo temor, el padre de Marisa, el terrateniente y Senador de la Nación, el doctor Albamonte, decide ordenar la muerte de Claudio. Para ello, convoca a Sebastián Cardozo, un asesino profesional. Y le dice:

—Quiero que mate a Claudio Martelli.

Sagaz, profundo conocedor del alma humana, Sebastián Cardozo dice:

—Si usted quiere matar a Claudio Martelli para evitar que tenga amores con su hija, se equivoca. No lo logrará así.

Sorprendido, el Senador pregunta:

—¿Por qué?

—Porque si matamos a Claudio Martelli —responde Sebastián Cardozo—, lo convertiremos en un mártir. Y su hija jamás dejará de amarlo. Y, para peor, lo odiará a usted, porque, aunque no tenga pruebas, sospechará hasta el fin de sus días que usted lo hizo matar.

El Senador permanece en silencio, meditando largamente las palabras de Sebastián Cardozo. Luego pregunta:

—¿Y qué debo hacer?

Sebastián Cardozo dice:

—Para acabar con este romance que tantos sufrimientos trae para usted, no hay que matar a Claudio Martelli, sino a otra persona.

—¿A quién? —inquiere el Senador.

—A su hija —responde Sebastián Cardozo.

Y aquí termina el capítulo del viernes. Termina, más exactamente, con un primer plano, ¿un
close-up
?, del rostro sorprendido del Senador, que expresa, también, la sorpresa, el estupor de los televidentes.

¿Permitirá el Senador que Sebastián Cardozo mate a Marisa Albamonte? ¿Sucumbirá a la lógica impecable del asesino? ¿Aceptará que no hay otro camino, que de nada servirá matar a Claudio pues tal cosa lo convertiría en un mártir para Marisa, y que, por consiguiente, sólo es posible, para acabar con ese amor maldito, matada a ella, a Marisa?

Sé lo que está pensando. Se dice usted: prometió no narrarme la historia de Cosecharás el amor y me la está narrando. Mire, no es así. Confieso que me gusta narrar y que, por tal condición, con frecuencia me desquicio. Pero no es éste el caso. Sólo le estoy narrando algunas líneas de la telenovela para que usted comprenda cómo y por qué en Cosecharás el amor se dicen ciertos textos que serán fundamentales para nuestra, nuestra, historia. Este
sub-plot
, en suma, es necesario.

Continúo.

Ana no tiene sosiego durante ese fin de semana. El interrogante que la telenovela ha dejado en su alma, la obsesiona. Nunca le había ocurrido algo así. Solía preguntarse, por ejemplo, al abandonar todas las noches la lectura de
Moby Dick
, ¿encontrará el capitán Ahab a la ballena blanca? Pero sólo esto. Luego se dormía. Ahora, el interrogante de la telenovela no le da sosiego, ni de día ni de noche.

La pregunta «¿Permitirá el Senador que Sebastián Cardozo mate a Marisa Albamonte?» es mucho más poderosa, más angustiante que la pregunta «¿Encontrará el capitán Ahab a la ballena blanca?» Al fin y al cabo, Ana nunca ha visto una ballena blanca. En cambio, a Marisa Albamonte, la ve todos los días, a las cuatro de la tarde, en el televisor de la Sala de Estar de Elsa Castelli.

¿Llegará, alguna vez, el lunes?

Y, como todo lo que depende meramente del transcurrir del tiempo, el lunes llega. Y Ana, junto a Elsa Castelli, se sienta frente al televisor, y el capítulo sexto de
Cosecharás el amor
, comienza.

—Está bien —dice el Senador—, hágalo.

¿Le permite a Sebastián Cardozo asesinar a su hija?

Serénese: las telenovelas, como todas las ficciones, mienten.

Le permite otra cosa.

Veamos.

Cierta noche, Claudio Martelli sale de su consultorio. Comienza a caminar por las calles oscuras. Enciende un cigarrillo. ¿Piensa en Marisa Albamonte? Desde luego. ¿Acaso podría pensar en otra cosa? ¿Acaso no está enamorado?

Entonces, brutalmente, un automóvil sube a la vereda y lo arroja contra la pared, acorralándolo. Los focos iluminan la figura indefensa de Claudio Martelli.

Tres hombres, empuñando revólveres, descienden del automóvil. Uno es Sebastián Cardozo, quien agarra ferozmente de los cabellos a Claudio Martelli y, apoyándole el revólver en la sien derecha, le dice:

—Mirá, infeliz, dejá de andar atrás de Mansa Albamonte.

—Nunca —responde Claudio Martelli. Tendrá que matarme.

Sebastián Cardozo lanza una carcajada feroz.

—No —dice. A vos no te va a pasar nada. La vamos a matar a ella, ¿entendés? La vamos a reventar a balazos.

Al día siguiente, Claudio Martelli huye de Buenos Aires.

¿A dónde va? Se refugia en la ciudad de Córdoba, lejos de Buenos Aires: instala un consultorio y ejerce su profesión.

Ha decidido olvidar a Marisa Albamonte. La ama, y sabe que sólo así logrará salvarle la vida.

Sebastián Cardozo le dice al Senador:

—Huyó porque la quiere de verdad —y, con lenta sabiduría, reflexiona: —A veces no hay que matar. A veces alcanza con que los demás sepan que uno está decidido a matar. Y, en este caso, alcanzó con que Claudio Martelli comprendiera que estábamos decididos a hacer lo que para él era impensable. Esto es, matar a Marisa Albamonte, su hija, señor. Huyó para salvarla.

—Usted es un sabio —dice el Senador.

—Apenas un hombre que conoce su oficio —dice Sebastián Cardozo.

¿Todo ha terminado?

Una noche, en su exiguo departamento de la ciu dad de Córdoba, acodado a una mesa, frente a una botella de whisky, Claudio Martelli se deja ganar por los más oscuros pensamientos. Su vida, cree, ya no tiene sentido. Para él, amar a Marisa Albamonte es condenarla a morir.

Entonces, ¿lo creerá usted, señor Editor?, alguien golpea la puerta. Tres veces. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Claudio Martelli abre, y allí, ante sus ojos, ante su infinito asombro, está Marisa Albamonte.

—¿Cómo llegó hasta ahí? —pregunta Ana a Elsa Castelli. ¿Cómo pudo encontrarlo?

—Eso no importa —dice, con su larga experiencia en telenovelas, Elsa Castelli. Lo encontró, eso es lo que importa.

Claudio Martelli pregunta:

—¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Cómo pudiste encontrarme?

—Eso no importa —dice Marisa Albamonte. Te encontré, eso es lo que importa.

Y se arroja en los brazos de su amado, y lo besa con pasión.

—Te amo, Claudio —dice. Te amo tanto.

—Yo también te amo —dice Claudio.

Y entonces, ardorosamente, Marisa dice:

—Hazme tuya, Claudio. Hazme tuya. Hazme el amor. Poséeme. Poséeme.

Se besan una y otra vez, incansablemente.

—¿Qué hacen? —pregunta Ana.

—Se besan —dice Elsa Castelli. Y añade una frase decisiva: —Las parejas, antes de hacer el amor, siempre se besan.

Ana escucha la frase y escasamente entiende su significado. En verdad, muy escasamente. Ve, allí, frente a ella, en el televisor, los labios de Claudio y Mansa, buscándose; ve los labios abiertos de Claudio y Marisa. Esto, Ana, lo ve. Pero es muy poco lo que entiende.

Se dice eso que Elsa Castelli le ha dicho: se besan. Se dice: las parejas, antes de hacer el amor, siempre se besan.

Pero se pregunta: ¿qué es hacer el amor? Y nada le pregunta a Elsa Castelli: quizá porque teme preguntarle tantas cosas, quizá porque teme la respuesta.

La pantalla se oscurece sobre la imagen de Claudio y Mansa, besándose. ¿Todo ha terminado? No. La imagen retorna. Allí están, otra vez, Claudio y Mansa. Pero ya no se besan. Ahora están en un bar, sentados a una mesa pequeña, que, en consecuencia, apenas los separa. Y afuera llueve. Y la imagen es gris, melancólica. Claudio enciende dos cigarrillos y le alcanza uno a Marisa. Luego dice:

—Si nos descubren, nos matarán.

—No importa —dice ella. Si nos matan, reviviremos. El amor es más poderoso que la muerte.

Claudio sonríe. Le toma las manos y se las acaricia. Ella también sonríe. Sonríe y dice una frase quizá enigmática, pero ilimitada. Digamos: absolutamente telenovelesca. Dice:

—Sólo el amor puede revivir a los muertos.

Claudio la mira con fijeza, y cierta incredulidad se dibuja en sus ojos. Al fin y al cabo, no lo olvidemos, pese a estar enamorado, pese a ser un personaje de telenovela, es, todavía, un médico, un hombre de ciencia, un hombre que ha visto, estudiándolos, muchos cadáveres, y poco proclive, por consiguiente, a creer que existe algo capaz de revivirlos. Así, entonces, pregunta a Marisa:

—¿Tanto crees en el amor? ¿Tan fuerte es para ti?

Con honda convicción, Marisa afirma:

—El amor es tan fuerte que puede revivir a los muertos.

Y la imagen se diluye, y Claudio y Marisa permanecen allí, en la mesa de ese bar, frente a frente, mirándose, acariciándose las manos. Y afuera llueve. Y se aman, Claudio y Marisa, tanto, que ya no encuentran palabras para expresarlo, y, sobre todo, no las necesitan.

Corte.

¿Quién aparece ahora? Ah, señor Editor, no sé si usted lo sabe, pero las telenovelas utilizan, tal como Sarmiento en el
Facundo
, la técnica romántica del contraste. De modo que luego de habernos mostrado la infinitud del amor en Claudio y Marisa, veremos la infinitud de la maldad en el Senador y en Sebastián Cardozo.

En efecto:

El Senador enciende un imponente, abusivo cigarro. Y dice:

—La perversa ha huido con él. Ya no es mi hija.

—Todo se ha simplificado ahora —dice Sebastián Cardozo. La torpeza de ellos nos obliga a dejar de lado toda sutileza.

—Explíquese —dice el Senador.

—Al aceptarla, al no obligarla a volver a Buenos Aires, al no apartarla de su lado, ha sido Claudio Martelli, y no nosotros, quien condenó a muerte a Marisa Albamonte, su hija, señor.

El Senador lanza una densa humareda de su abusivo cigarro. Dice:

—Mátelos. No sólo él no merece vivir. Tampoco ella, porque, al buscarlo, se buscó la muerte.

Sebastián Cardozo, con maléfico placer, sonríe y dice:

—Su orden será cumplida, señor —hace una breve pausa. Y luego, con acento definitivo, afirma: —Morirán.

Y el capítulo termina.

Imagine usted la angustia de Ana. Sebastián Cardozo ha dicho: morirán. Y lo ha dicho con tanta convicción como Marisa Albamonte dijo «El amor es más poderoso que la muerte», como Marisa Albamonte dijo «Sólo el amor puede revivir a los muertos». Frases que, en rigor, debieran sosegar a Ana, porque dicen algo que Sebastián Cardozo ignora, y es que nada puede acabar con el amor, ni siquiera la muerte. Pero Ana, pobre pequeña, no quiere que Claudio Martelli y Marisa Albamonte mueran. Y quizá no lo quiere por una simple y poderosa razón: no quiere que la telenovela termine, pues sospecha, atinadamente, que si Claudio Martelli y Marisa Albamonte mueren, ya no habrá historia, ya no habrá amor, ya no habrá telenovela.

—¿Los van a matar? —le pregunta, con voz trémula, a Elsa Castelli.

—No lo sé —responde Elsa Castelli. Lo vamos a saber mañana. Creo.

—¿No está segura? —pregunta Ana.

—No —responde Elsa Castelli. Sebastián Cardozo tiene que viajar a Córdoba. Tiene que buscarlos. Tiene que encontrarlos.

—Y si los encuentra, ¿los va a matar? —pregunta, siempre con voz trémula, Ana.

Elsa Castelli, ya sin respuestas, mueve con pesar su cabeza. Y dice:

—No lo sé, Ana. Hay que esperar. Las telenovelas son así.

—Pero Sebastián Cardozo los va a encontrar —argumenta Ana. Cuando Marisa quiso encontrar a Claudio, lo encontró enseguida. ¿Cómo no los va a encontrar Sebastián Cardozo?

—Es distinto —razona Elsa Castelli. A Marisa la guiaba el amor. A Sebastián Cardozo, sólo su instinto de asesino.

Una luz de esperanza surge en los ojos de Ana. Dice:

—Entonces… no los va a encontrar.

—No lo sé, Ana —dice, nuevamente, Elsa Castelli. No te puedo asegurar nada.

Esa noche, Ana no puede dormir. ¿Habría podido ocurrir otra cosa?

Permanece boca arriba, tiesa, mirando una luna amarilla y redonda que asoma detrás del ventanal. Teje y desteje una y mil conjeturas. Tal es su angustia, que, en cierto momento, llega a pensar que todo sería mejor —la vida, digamos— si no existieran las telenovelas. Pero luego se arrepiente y se dice que nada ha sido tan maravilloso en su vida como conocer a Claudio Martelli y Marisa Albamonte. Salvo, desde luego, conocer a Elsa Castelli. Pero, ¿acaso no son lo mismo?

Ana, en verdad, ha identificado a Elsa Castelli con la telenovela, con
Cosecharás el amor
. Sin saberlo claramente, lo que teme es que todo termine: las reuniones en la Sala de Estar, la televisión, las vidas de Claudio y Marisa.

¿Matará Sebastián Cardozo a Claudio y Marisa? Para hacerlo, primero tiene que encontrarlos. ¿Los encontrará? Marisa encontró fácilmente a Claudio. ¿Tendrá tanta suerte Sebastián Cardozo? Elsa Castelli dijo (¿lo dijo?) que era menos probable, porque a Sebastián Cardozo sólo lo guiaba su instinto de asesino, en tanto que a Marisa la había guiado el amor. Pero, luego, cuando Ana le dijo: «Entonces… no los va a encontrar», Elsa Castelli dijo una frase que, ahora, al recordada, llena de angustia a Ana, porque Elsa Castelli dijo: «No te puedo asegurar nada». En consecuencia, Ana no puede dormir. Y, con el transcurso de las horas, esta incerteza («No te puedo asegurar nada») se transforma en terror. De modo que Ana está aterrorizada. Y tanto, que decide ir en busca de Elsa Castelli, pues, piensa, sólo ella podrá ayudarla, sonreírle, acariciarle los cabellos, sosegarla, asegurarle algo, pese a lo que dijo, algo, porque, en realidad, si Ana va en busca de Elsa Castelli, no es para que Elsa Castelli le diga: «No te puedo asegurar nada», sino para que le diga otra cosa, una frase que la calme, que le abra un horizonte, una, por decirlo así, utopía.

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