Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
—¿Mal? ¿Y a ti qué te importa? ¡Es un
gaijinl
No es digno de ser uno de nosotros —escupió Kazuki—. ¡No me puedo creer que tú, Yori, hijo primogénito de los Takeda, cuyos antepasados combatieron y derrotaron a los mongoles, defiendas a un simple
gaijin!
—Pero realmente no es muy distinto de nosotros, Kazuki... —suplicó Yori.
—¿Qué? Tienes mucho que aprender. Somos los descendientes de Amaterasu, la diosa del sol. Los samuráis son los elegidos, los guerreros de los dioses. Los
gaijin
no son nada. Los
gaijin
sólo pueden ser dominados.
Jack estaba asombrado por las ínfulas de importancia de Kazuki. La sangre le hirvió ante la ignorancia del muchacho. No había personas mejores que las demás. Sólo distintas. Kazuki, sin embargo, entendía la diferencia como debilidad, como un defecto, un error. Jack hizo acopio de valor y se dispuso a intervenir. Justo cuando estaba a punto de hacer su movimiento, Kazuki cambió de táctica.
—Pero puedo ser razonable. En reconocimiento a los antepasados de tu familia, Yori —continuó Kazuki en tono conciliador—, te daré una oportunidad para escapar a mi castigo.
Jack se contuvo. «Tal vez Akiko tenía razón —pensó—. Tal vez va a honrar a Yori como samurái.»
Yori parpadeó en la oscuridad, confuso y ansioso.
—Parece que sabes mucho sobre zen. Quiero que respondas a esta
koan.
Es un acertijo que sin duda podrás responder fácilmente. Pero si no lo haces, entonces aceptarás agradecido tu castigo, aunque mañana te cueste un poco de trabajo comer.
Nobu soltó una risotada ante la amenaza, haciendo crujir sus nudillos. El sonido reverberó por todo el salón. Yori gimió.
—Ésta es tu
koan.
Dos manos baten y hay un sonido. ¿Cuál es el sonido de una sola mano?
Yori no dijo nada durante un momento, agarrándose nerviosamente el quimono con las manos mientras arrugaba la frente tratando de concentrarse.
—¿Cuál es el sonido de una mano, Yori? —exigió Kazuki.
—Por favor. Por favor. Necesito silencio para pensar.
—Lo siento, pero tengo hambre y poca paciencia. ¡Respóndeme!
—Se refiere a... a la
koan
misma. Cuando dos manos baten... se ven como la búsqueda de la respuesta... Así que las manos mismas se convierten en la
koan...
Entonces se deduce que tú... como meditador... te conviertes en la
koan
que estás intentando comprender... Ése es el sonido de una mano.
—Excelente. El
sensei
Yamada aprobaría ese embrollo filosófico de respuesta. ¡Pero te equivocas! Éste es el sonido de una mano —dijo Kazuki, y alzó la mano y abofeteó con fuerza a Yori en la cara. Yori cayó al suelo, gimiendo de desazón.
—¡No! —gritó Jack, y, sin pensárselo dos veces, salió corriendo de las sombras y se abalanzó contra Kazuki.
Hundió el hombro en la barriga de Kazuki y los dos rodaron por el suelo. Kazuki, sin aire, no pudo moverse. Jack lo golpeó con todas sus fuerzas en la boca.
—Esto es por Yori —dijo Jack—. ¡Y esto es por mí!
Akiko y Kiku llegaron corriendo al
butsuden
justo cuando Jack alzaba el puño por segunda vez.
—¡Jack! —gritó Akiko.
Jack alzó la mirada. Era la décima de segundo que necesitaba Kazuki. Lanzó el puño contra la barbilla de Jack, haciéndolo caer hacia atrás. Kazuki se puso en pie mientras Jack, aturdido, yacía en el suelo de piedra. Kazuki se alzó sobre él. El labio le sangraba.
—Mal movimiento,
gaijin
—escupió, levantando la pierna para golpear a Jack.
—¡No! —ordenó Akiko, lanzándose contra Kazuki en un intento por detenerlo. Pero Nobu la agarró por el pelo y la tiró bruscamente hacia atrás.
Jack, irritado por el ataque de Nobu a Akiko, rodó hacia Kazuki y golpeó con fuerza la pierna en la que se apoyaba.
Kazuki perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Los dos chicos forcejearon; cada uno intentaba dominar al otro.
Kazuki consiguió mantenerse encima de Jack y, tras atraparle el brazo izquierdo, se lo empezó a retorcer. Jack quedó inmediatamente paralizado de dolor. Trató de moverse, pero cada vez que lo hacía, Kazuki presionaba con más fuerza.
Yamato entró corriendo, seguido de cerca por Saburo.
—¡Yamato, ayuda a Jack! —gritó Akiko, que se debatía contra la tenaza de Nobu.
Nobu, temiendo que Yamato lo atacara también a él, soltó de inmediato a Akiko. Kiku corrió en su ayuda, pero Akiko no necesitaba ninguna. Le asestó a Nobu un fuerte codazo en el estómago y el chico se dobló de dolor.
—¿Por qué quieres ayudar a un
gaijin
, Yamato? —gritó Kazuki, sin aliento por la pelea—. Sobre todo a uno que ha usurpado el lugar de tu hermano. Tengo razón, es el hijo que ha adoptado Masamoto, ¿no?
Yamato vaciló, frenando su avance, y miró a Jack, que yacía en el suelo inmovilizado por Kazuki.
—¿Cómo pudiste dejar que eso sucediera, Yamato? Eres el legítimo heredero de tu padre. No un
gaijin.
¡Qué desgracia!
Las palabras de Kazuki resonaron en las paredes del
butsuden
, repitiendo «¡Desgracia! ¡Desgracia! ¡Desgracia!» en los oídos de Yamato.
—Yo puedo poner fin a este deshonor —prosiguió Kazuki—. Puedo romperle el brazo de tal modo que ni siquiera Masamoto pueda repararlo. No conozco a muchos samuráis con un solo brazo, ¿y tú, Yamato?
Yamato sopesaba sus opciones. Por un lado, estaría encantado de que el
gaijin
se marchara, pero, por el otro, había la deuda de honor que le debía a Jack por haberle salvado la vida. El factor decisivo, sin embargo, no era ése, sino la ira de su padre.
—Masamoto no nos castigará —insistió Kazuki, como si le hubiera leído los pensamientos—. Nobu es mi testigo. Vio al
gaijin
golpearme primero. Tengo todo el derecho a defenderme.
Yamato retrocedió un paso.
—Eso es, Yamato, déjame librarte de este
gaijin.
Ha tenido que ser para ti como llevar clavada una espina en el costado.
Kazuki retorció un poco más la muñeca de Jack para recalcar su argumento. Jack gruñó, y el dolor surcó su brazo como una vara de hierro caliente. De repente, la presión desapareció. Akiko había golpeado con el pie la espalda de Kazuki usando un
maegeri
, la simple pero efectiva patada frontal que habían aprendido ese día en
taijutsu.
Kazuki cayó al suelo.
Se levantó y se volvió hacia Akiko.
Instintivamente, ella alzó la guardia para contrarrestar su ataque, pero Kazuki controló su golpe en el último momento.
—Esto es una tontería —dijo, dando un paso atrás y alzando las manos en gesto de paz—. Nos estamos peleando por un
gaijin.
Masamoto decretó que fuéramos leales a los samuráis de esta escuela. No lucharé contigo.
—Sin embargo, luchas con Jack y él también es un samurái —replicó Akiko.
—No, no lo es. Nunca lo será y lo sabe. Míralo.
Jack yacía en el suelo, frotándose el brazo, con el rostro magullado e hinchado por los golpes de Kazuki. Akiko miró a Jack, con los ojos llenos de lástima.
Jack no quería inspirar lástima a nadie. Estaba lastimado y avergonzado, pero no derrotado. Lo que quería era ser aceptado, pero tal vez eso era demasiado pedir. Se apartó de ella.
Kazuki inclinó la cabeza y se dirigió tan tranquilo hacia la puerta, seguido fielmente por Nobu, que todavía se sujetaba el estómago. Kazuki se limpió la sangre de los labios con el dorso de la mano, pero luego se volvió y los miró a todos.
—No quiero que ninguno de vosotros le cuente a los
sensei
lo que ha pasado esta noche.
—Si vuelves a tocar a Jack, se lo diré a Masamoto —amenazó Akiko.
—No, no lo harás. Si lo haces, nos expulsarán a todos de la escuela. Está prohibido luchar en el Salón de Buda.
—Jack es mi amigo y lo defenderé, no importa a qué precio.
Jack no pudo dar crédito a sus oídos. Akiko había expresado sus sentimientos en público, algo que los japoneses no hacían nunca. El significado de su declaración no escapó a Jack ni a ninguno de los demás presentes.
Akiko ayudó a Jack a ponerse en pie.
—¡No seas amante de
gaijins
, Akiko! No puedo prometer que vaya a contenerme la próxima vez que te interpongas en mi camino —advirtió Kazuki.
—Hazle daño y te denunciaré: la decisión es tuya.
Kazuki vaciló.
Jack comprendió que no podía permitirse tomar a la ligera la amenaza de Akiko. Ser expulsado de la
Niten Ichi Ryû
era una vergüenza permanente, una circunstancia enormemente inadecuada para un chico de sangre imperial.
—No deseo que caigas en desgracia, Akiko, así que te haré una promesa a cambio de olvidar esta noche. No volveré a pelear con el
gaijin
dentro de los muros de la
Niten Ichi Ryû.
¿De acuerdo?
Akiko miró a Jack antes de asentir.
—
¡Gaijin!
—desdeñó Kazuki—. Tú y yo no hemos terminado. Nuestra guerra apenas acaba de empezar.
Una gloriosa mariposa con alas azules transparentes se posó en la flor blanca y rosada de un cerezo. Libó el dulce néctar de la flor, para nutrirse y hacerse más fuerte. Sus antenas se agitaron cuando cambió la brisa.
Una pesada barra de hierro apareció como de la nada para golpear la flor. La mariposa salió volando, escapando de la muerte sólo por una fracción de segundo. Un gigantesco demonio rojo surgió del suelo, agitando la barra como un loco, decidido a atrapar la mariposa cuando se posara en las flores.
La mariposa evitó sin esfuerzos los golpes una y otra vez. El sudor caía por la cara del demonio rojo y la frustración se reflejaba en su entrecejo. El demonio, hirviendo de furia, se revolvió una y otra vez contra la mariposa, hasta que se desplomó en la tierra yerma, derrotado por sus propios esfuerzos. La mariposa, con sus alas azules transparentes aún intactas, se marchó volando...
Jack abrió los ojos.
Una lánguida nube de incienso se abría paso hacia el techo de su diminuto dormitorio enroscándose sobre sí misma. El muñeco Daruma rojo estaba colocado en el estrecho alféizar de la ventana, junto al bonsái. El ojo solitario del muñeco dirigió a Jack una mirada inocua.
Jack respiró con dificultad, apartándose levemente de la claridad de la visión.
Durante sus meditaciones matutinas, Jack conseguía normalmente alcanzar la tercera visión, una mente pura. Eso le permitía pensar con claridad durante el resto del día, pero nunca había experimentado una visión como ésta antes. ¿Qué le había hecho ver un demonio y una mariposa? ¿Qué significaba, si es que significaba algo? Esto no se parecía a nada de lo que le habían enseñado. Tendría que hablar con el
sensei
Yamada.
Jack se puso en pie, se desperezó y cogió una jarrita de debajo de la ventana. Vertió un poco de agua sobre el bonsái. Lo había hecho cada mañana y cada noche, como le había indicado Uekiya. El viejo jardinero estaría satisfecho, pensó. Aún no había conseguido matar al arbolito.
Mientras atendía al bonsái, Jack advirtió los diminutos capullos rosas y blancos que emergían. Los mismos que había visto en su visión. Flores de
sakura.
La floración significaba que ya era primavera.
Jack no podía creerlo. ¡Llevaba entrenándose en la
Niten Ichi Ryû
más de tres meses! Llevaba en Japón casi nueve meses. ¡No había puesto el pie en suelo inglés desde hacía casi tres años! Su vida apenas se parecía a lo que antaño había sido. Ya no era un niño que soñaba con ser piloto como su padre. ¡Era un muchacho que se entrenaba para convertirse en guerrero samurái!
Cada mañana se levantaba antes del alba para meditar durante lo que tardaba en consumirse media varita de incienso. Luego se unía a los demás para tomar el mismo monótono desayuno de arroz y unas cuantas verduras salteadas. ¡Qué no daría por unos buenos huevos fritos con beicon!
Luego se embarcaban en sus lecciones del día: dos largas sesiones, una por la mañana, la otra por la tarde. Algunos días era
kenjutsu
y
zen
, otros,
kyujutsu
y
taijutsu.
Después del entrenamiento, Jack se reunía con los otros estudiantes en el
Chô—no-ma
, donde cenaban ante la presencia de todos los
sensei
, que, sentados fila a la mesa principal, parecían esotéricos dioses guerreros contemplando a sus custodios.
Después de cenar, tenían que entrenar solos, practicar las habilidades que habían aprendido. «Aprende hoy y quizá podrás vivir mañana» era el mantra que les habían inculcado a todos.
Sin embargo, a pesar de la rutina y la vigorosa disciplina de esta vida, Jack tenía que admitir que nunca hasta entonces se había sentido tan en paz consigo mismo. La rutina era un consuelo. Jack ya no era una rueda libre girando sin propósito ni dirección. Estaba aprendiendo a defenderse, a convertirse en un guerrero samurái.
Ahora podía empuñar un
bokken
con potencia y precisión y había aprendido a dominar los tres primeros ataques, «los únicos que necesitaréis», según había dicho el
sensei
Hosokawa.
Ahora era capaz de disparar una flecha, aunque, a diferencia de Akiko, que se había dedicado al
kyujitsu
como si hubiera nacido con un arco en la mano, sólo había dado en el blanco un par de veces.
Ahora podía dar patadas, puñetazos, bloquear y lanzar. Cierto, sólo conocía las técnicas más básicas, pero ya no estaba indefenso. La próxima vez que se encontrara con Ojo de Dragón, no sería el niño indefenso que no había podido salvar a su padre. Sería el samurái
gaijin
que cumpliría su venganza.
Habían cambiado muchas cosas desde la pelea con Kazuki, en el Salón de Buda. Akiko, tras haber declarado abiertamente su amistad, era la única amiga verdadera de Jack. Yori se había convertido en un compañero constante, pero era tan reservado que Jack en realidad no lo conocía. Kiku se mostraba bastante agradable con él, aunque Jack pensaba que su actitud respondía más a su deseo por complacer a Akiko que a una auténtica amistad. Saburo estaba en el límite. Era amigo de todos. Hablaba con cualquiera que le escuchase.
Yamato, sin embargo, se había distanciado completamente. Ahora se sentaba en la otra mesa, con Kazuki, Emi y Nobu. Todavía hablaba con Akiko y los demás, pero ignoraba descaradamente a Jack. A Jack le daba igual.