Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
Chocó con un hombre vestido de negro que llevaba una máscara de diablo de color ébano con dos afilados cuernos rojos y una pequeña calavera grabada en la frente.
—¡Apártate de mi camino! —siseó el demonio negro.
Jack lo miró desde detrás de su máscara de demonio rojo y se quedó petrificado.
El demonio negro, irritado, lo apartó de un empujón y continuó su camino calle abajo hasta que desapareció por un estrecho callejón.
—¿Estás bien? —preguntó Yamato, corriendo hacia Jack.
—Creo... ¡Creo que acabo de ver a Ojo de Dragón!
—Debes de haberte confundido. Dokugan Ryu nunca se atrevería a mostrarse en un festival. Tal vez te has equivocado —dijo Yamato mientras corrían por el callejón tras el demonio negro.
—Lo he visto claramente a través de la máscara —dijo Jack—. ¡Sólo tenía un ojo y era verde! ¿Cuántos japoneses conoces que tengan un solo ojo verde?
—Uno —admitió Yamato.
—Exactamente. Sólo espero que no me haya reconocido —dijo Jack quitándose la máscara mientras echaba a correr—. ¿Adónde conduce este callejón?
Antes de que Yamato tuviera tiempo de responder, doblaron una esquina y se encontraron frente al Castillo Nijo. Habían desembocado en una de sus entradas laterales: una estrecha tabla de madera que cruzaba un pozo conducía a una pequeña puerta.
—¿Creéis que ha entrado en el castillo? —preguntó Jack—. Creía que ahí es donde vive el padre de Emi. ¿No se supone que Takatomi es el
daimyo
de Kioto? ¿No debería tener guardias en todas las entradas?
—Sí, pero es
Gion Matsuri
—dijo Yori—. Estará en el festival, igual que la mayoría de sus guardias.
—¡Pues claro! ¿Qué mejor momento para que un ninja entre en un castillo?
—Pero ¿por qué querría entrar en el Castillo Nijo? —preguntó Kiku.
—Quién sabe —dijo Jack, encogiéndose de hombros—, pero seguro que no será para ver los fuegos artificiales. ¡Vamos! Veamos qué pretende y detengámoslo.
—¡Pero es un ninja! —exclamó Saburo.
—¡Y nosotros somos samuráis!
Jack corrió hasta la tabla que conducía al otro lado del foso. Tras unos momentos de vacilación, los demás se unieron a él y todos cruzaron con cautela el estrecho puente hasta la puerta.
—¿Estará abierta? —preguntó Akiko—. ¿Y si ha escalado por la muralla?
—Sólo hay un modo de averiguarlo —dijo Jack, y empujó la pesada puerta de madera.
Se abrió sin ninguna resistencia.
Jack se asomó a la negra oscuridad. No vio nada. Tomó aire y, preparándose para una emboscada, entró rápidamente.
Antes de haber dado dos pasos, resbaló y se cayó de bruces en el duro suelo de piedra.
—Jack, ¿estás bien? —preguntó Akiko, alarmada por su grito de dolor.
—Sí, sí, estoy bien —susurró Jack—. Podéis entrar. He tropezado con el guardia, eso es todo. Está muerto.
Los demás lo encontraron arrodillado junto al cadáver de un samurái.
—Hay otro detrás de la puerta —dijo Jack.
Kiku dejó escapar un grito sofocado cuando vio el cadáver decapitado del segundo samurái.
—Parece que lo han matado con su propia espada —dijo Yamato, mientras Akiko atraía a Kiku hacia sí.
—Kiku, vuelve y avisa a los demás —le ordenó Akiko con un susurro—. Luego dale la alarma a Masamoto y dile lo que está pasando.
La chica asintió sin decir palabra y, sorteando al samurái decapitado, salió por la puerta y corrió hacia el Palacio Imperial.
—¿Y ahora qué? —dijo Yamato.
—¡Tenemos que encontrarlo y detenerlo! —dijo Jack con amenazadora determinación.
Empezó a escrutar el patio en busca de algún movimiento.
—O encontrar a un guardia que siga vivo y que pueda dar la alarma —añadió Akiko, preocupada por las intenciones de Jack.
—Demasiado tarde para eso —dijo Jack, señalando una sombra negra apenas visible junto a las almenas—. ¡Allí está! Junto a la muralla, al otro lado del patio.
Jack echó un vistazo a su alrededor y localizó la catana del samurái decapitado. Tras recoger del suelo la espada ensangrentada, corrió por el borde del patio en dirección a Ojo de Dragón, dejando atrás a Yamato y Akiko.
—¡Es una locura! —dijo Akiko—. Va a conseguir que lo maten.
—No si yo puedo evitarlo —dijo Yamato buscando en la oscuridad la espada del otro samurái.
—¡Pero ninguno de vosotros dos ha usado nunca una espada de verdad!
—No importa. Mi padre dice que una vez dominado el
bokken
, la catana es relativamente fácil. Ah, ya la he encontrado —dijo Yamato, al descubrir la segunda espada tras la caseta de los guardias—. ¡Vamos! Jack ya ha llegado al otro lado.
—¡Perfecto! Y yo tengo que quedarme con la espada corta, ¿no? —murmuró Akiko, y, después de desenvainar la
wakizashi
del cadáver de samurái más cercano, echó a correr detrás de Yamato.
Jack estaba ya al abrigo de la muralla del castillo y podía ver a Ojo de Dragón acechando en las sombras para evitar ser descubierto. Se dirigía a los cinco edificios que formaban el complejo central del castillo. Jack supuso, por su estilo altamente decorativo, que integraban el palacio de Takatomi.
Ojo de Dragón, muy ocupado mirando hacia delante, no había advertido aún la presencia de Jack.
Ésta era la oportunidad de Jack.
Sopesó la catana en sus manos, y la sujetó con fuerza. La espada era mucho más pesada que su
bokken
, así que debía prestar especial atención a mantener la
kissaki
a la altura adecuada para evitar quedar expuesto.
Jack se acercó más; Ojo de Dragón seguía ajeno a su avance.
Cuando Jack estaba sólo a diez pasos del ninja, toda la ira y el dolor que había sentido a raíz de la muerte de su padre estallaron en su interior.
¡Había llegado momento! ¡Dokugan Ryu pagaría por fin la muerte de su padre!
Pero Jack vaciló.
No podía hacerlo.
—Nunca vaciles —susurró Dokugan Ryu, todavía de espaldas.
Ojo de Dragón giró sobre sus talones y un
shuriken
plateado destelló en la oscuridad.
—¡Cuidado! —gritó Yamato, plantándose de un salto delante de Jack.
El
shuriken
alcanzó a Yamato y se clavó en su pecho. El muchacho se desplomó en el suelo, dejando un charco de sangre en el patio de piedra.
De pronto Jack lo vio todo rojo: hirviendo de furia, gritando con toda la fuerza de sus pulmones, se abalanzó contra Ojo de Dragón con la espada alzada, y la descargó con todas sus fuerzas contra su enemigo jurado.
Ojo de Dragón desenvainó su
ninjatô
de la
saya
que llevaba a la espalda, esquivando al mismo tiempo la hoja de Jack. Entonces contraatacó, tratando de clavar su espada en el torso de Jack.
Jack previo el movimiento y lo bloqueó. Inmediatamente, avanzó atacando, lanzando un golpe contra la cara de Ojo de Dragón. Pero el ninja lo esquivó, dando una voltereta hacia atrás para esquivar la hoja. Mientras volaba por el aire, Ojo de Dragón lanzó una patada y alcanzó las manos de Jack, que perdió la catana. Ojo de Dragón aterrizó cuando la espada de Jack chocaba contra el suelo. Jack estaba ahora desarmado e indefenso.
—¡Vaya, has progresado, joven samurái, para ser un
gaijinl
—dijo con genuina admiración—. Un día, puede que merezca la pena luchar contigo. ¡Pero hoy no eres mi misión, así que márchate a casa como un niño bueno!
—No tengo casa. Mataste a mi padre, ¿recuerdas? —dijo Jack, furioso—. ¿Mi padre también fue una misión?
—Tu padre no fue nada. ¡El cuaderno de ruta era mi misión!
Jack miró asombrado al ninja.
—¿Quién ordena estas misiones?
—No cederás, ¿verdad? —siseó Ojo de Dragón, irritado—. ¡A ver cómo vives sin el brazo derecho!
Ojo de Dragón alzó su
ninjatô
y descargó un golpe con la intención de cortarle a Jack el brazo derecho.
Surgida de la noche como estrella fugaz, la
wakizashi
de Akiko voló girando por los aires hacia Dokugan Ryu. En el último segundo, el ninja giró por instinto. El golpe de su espada no alcanzó el hombro de Jack por milímetros. La
wakizashi
se clavó en su costado y, aunque la hoja caló hondo, Ojo de Dragón apenas emitió ningún sonido. Se tambaleó levemente y miró el arma.
—¿De quién has aprendido eso? ¿De Masamoto? —escupió disgustado mientras Akiko se situaba junto a Jack.
El ninja los miró desafiante a ambos mientras extraía con cuidado la hoja ensangrentada de su costado. Hizo girar la espada corta en su mano y, cuando estaba a punto de arrojarla contra la indefensa Akiko, la puerta principal se abrió de golpe y Masamoto y sus samuráis entraron corriendo en el patio, portando antorchas encendidas.
—¡Desplegaos! —ordenó Masamoto—. ¡Encontradlos, y matad al ninja!
—¡Volveremos a vernos,
gaijin!
—siseó Ojo de Dragón—. ¡No creas que me he olvidado del cuaderno de ruta!
El ninja soltó la
wakizashi
y escaló la muralla del castillo como una malévola araña de cuatro patas, hasta desaparecer en la oscuridad.
En la distancia, los fuegos artificiales estallaron y brillantes chispas de colores se apoderaron del cielo nocturno.
—Creemos que la misión de Dokugan Ryu era envenenar al
daimyo
Takatomi —explicó Masamoto la noche siguiente en la
Hô—Oh-No-Ma
, la Sala del Fénix.
Estaba sentado en su estrado, enmarcado por el magnífico fénix en llamas. Los
sensei
Kyuzo y Yosa se habían sentado a su izquierda, y los
sensei
Hosokawa y Yamada, a su derecha.
Jack estaba arrodillado en el suelo entre Akiko y Yamato. Yamato había tenido muchísima suerte. El
shuriken
no estaba envenenado y aunque había sufrido una profunda herida en el pecho, no había sido fatal.
—Pero ¿quién lo ha enviado? —preguntó Jack.
Masamoto bebió un sorbo de
sencha
de su taza y luego se la quedó mirando, pensativo.
—Eso no lo sabemos. Puede que sea un signo de cosas por venir —respondió gravemente—. Pero el
daimyo
Takatomi ha reforzado su guardia personal y ha ordenado que se tomen nuevas medidas de seguridad en su castillo. Nos manda sus disculpas por no estar aquí esta noche. Lo han requerido en Edo. Pero agradece vuestros esfuerzos por detener al ninja. Quería que os entregara esto como muestra de su estima.
Una criada entró en la sala con tres cajas y las fue colocando una a una delante de los jóvenes samuráis. Jack examinó la suya. Era una cajita rectangular de madera lacada ricamente decorada con hojas en oro y plata. Jack distinguió un árbol
sakura
hermosamente grabado, cuyas delicadas flores estaban perfiladas en marfil. Sujeto a la caja con un cordón de cáñamo había un pequeño pasador de marfil con forma de cabeza de león. Jack miró intrigado a los demás.
También ellos habían recibido regalos similares, pero el diseño de sus cajas y los pasadores eran diferentes: el de Yamato tenía forma de mono y el de Akiko, de un águila en miniatura.
—Se llaman
inro
, Jack —explicó Masamoto, al ver la expresión de asombro del muchacho—. Se usan para llevar cosas, como medicinas, dinero, plumas y tinta. Esa cabeza de león de marfil se llama
netsuke.
La pasas por tu
obi
y aseguras el
inro.
Jack cogió el hermosamente tallado
inro
y el
netsuke
de marfil. Siempre se había preguntado cómo se las arreglaban los japoneses para funcionar sin bolsillos en el quimono. El
inro
consistía en un puñado de diminutas bolsas que encajaban exactamente unas sobre otras. Jack pasó la cabeza de león del
netsuke
por su
obi
y aseguró el
inro
a su cinturón.
—Takatomi-sama también ha extendido indefinidamente su contribución económica a la
Niten Ichi Ryû
—continuó Masamoto—, y ha concedido a la escuela una nueva sala de entrenamiento. Se llamará
Taka-no-ma
, la Sala del Halcón. Por eso, estoy en deuda con vosotros. Una vez más habéis traído gran honor a esta escuela. En reconocimiento a vuestro servicio, deseo haceros estos regalos.
Entraron en la sala tres criadas, cada una cargada con una gran caja lacada. Una vez hubieron depositado las tres cajas en el estrado, Masamoto prosiguió.
—Yamato, has demostrado ser un auténtico Masamoto. Esta vez con tu propia sangre. Estoy orgulloso de llamarte hijo mío. Como signo de respeto, por favor, adelántate y acepta este
daishô.
Yamato se arrodilló ante Masamoto y, a pesar de que su herida le impedía expresar todo el respeto que deseaba, se inclinó tanto como pudo. Masamoto abrió la primera caja y extrajo su contenido.
—Tal vez reconozcas este
daishô
, Yamato. Eran de Tenno. Ya es hora de que las lleves: has demostrado ser digno más allá de toda duda.
Con las dos manos extendidas, sonriendo a pesar del dolor, Yamato aceptó la catana y la espada
wakizashi.
Las dos armas juntas componían el
daishô
, y eran un símbolo del poder social y el honor personal de un samurái. Era un inmenso privilegio recibir un
daishô.
Yamato se quedó unos instantes contemplando las espadas, cuyas magníficas
sayas
lacadas en negro daban una idea de las brillantes hojas que albergaban. Volvió a ocupar su sitio junto a Jack y Akiko. Jack advirtió que los ojos de Yamato brillaban llenos de orgullo.
—Akiko, por favor, arrodíllate delante de la
sensei
Yosa. Pues es ella quien desea ofrecerte tu regalo.
Akiko se levantó e hizo una profunda reverencia ante la
sensei
Yosa.
—Akiko, tienes el ojo de un halcón y la gracia de un águila —dijo la
sensei
, acercando su caja y sacando con ternura varios artículos de su interior—. Mereces llevar mi arco y mis flechas. Por favor, acéptalos como reconocimiento de tus grandes habilidades como
kyudoka.
Akiko se quedó casi demasiado sorprendida para mostrarle a la
sensei
su respeto. Cogió el alto arco de bambú de la
sensei
Yosa y el carcaj de flechas de pluma de halcón con manos temblorosas.
—Mi arco tiene mucho que enseñarte, Akiko. Como sabes, un arco contiene en su interior parte del espíritu de la persona que lo forjó. Mi arco es ahora tuyo y espero que te proteja como me ha protegido a mí.