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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, otros

El castigo de la Bella Durmiente (28 page)

Algunos de ellos estaban fuertemente amordazados y amarrados, otros simplemente permanecían quietos en una actitud de absoluta sumisión.

—No hay soldados —susurró Richard—. Por favor, guardad silencio. A vos no os corresponde hablar. Vamos a acabar los dos en el establecimiento de castigo.

—Pero, ¿dónde están? —preguntó Bella.

—¿Queréis recibir una azotaina? —La amenazó el príncipe—. Han salido a rastrear la costa y el bosque en busca de algún supuesto destacamento incursor. No sé qué quiere decir eso exactamente pero no se os ocurra abrir la boca. Es secreto.

Ya habían llegado ante la puerta de la casa de Nicolás. Richard la dejó allí. Una doncella la recibió y le ordenó que se pusiera a cuatro patas. Excitada por la expectación, Bella fue conducida a través de una elegante casita y por un estrecho corredor lateral.

Abrieron una puerta ante ella y la doncella le ordenó que entrara, cerró la puerta y la dejó allí.

Bella casi no pudo creer lo que veía cuando al alzar la vista descubrió a Tristán ante ella. El príncipe alzó los brazos y la levantó del suelo. A su lado estaba la alta figura de su amo, Nicolás, a quien Bella recordaba de la subasta.

El rostro de la muchacha se puso como la grana al mirar al hombre ya que ella y Tristán se estaban abrazando de pie en medio de la habitación.

—Calmaos, princesa —dijo con voz casi acariciadora—. Podéis estar con mi esclavo cuanto queráis, y mientras permanezcáis en los confines de esta habitación, seréis libres de gozar a vuestras anchas. Regresaréis a vuestra servidumbre habitual cuando abandonéis mi casa.

—Oh, mi señor —susurró Bella y se dejó caer de rodillas para besarle las botas.

El cronista de la reina permitió aquella cortesía y a continuación los dejó a solas. Bella se levantó y voló a los brazos de Tristán, cuya boca abierta empezó a devorar los besos de ella con voracidad.

—Dulce tesoro, preciosa mía —decía Tristán, que recorría con sus labios la garganta y el rostro de la muchacha mientras empujaba su miembro contra el vientre desnudo de ella.

A la luz mortecina de las velas, el cuerpo del príncipe parecía casi pulido y su pelo relucía radiante. Bella alzó la vista para mirar aquellos ojos de un azul violáceo y seguidamente se puso de puntillas para montarse sobre el miembro del príncipe, como había hecho en el carretón de esclavos.

Enlazó los brazos alrededor del cuello de Tristán y acomodó el sexo sobre la verga erecta. Sintió que el cuerpo de su compañero sellaba el suyo. Tristán se dejó caer lentamente sobre la colcha de satén verde de la pequeña cama artesonada de roble y, tumbándose sobre los almohadones, echó la cabeza hacia atrás mientras ella cabalgaba sobre él.

El príncipe levantaba los pechos de Bella con las manos, le pellizcaba los pezones para que continuaran palpitando mientras ella sacudía y saltaba sobre su miembro, para luego caer con todo su peso y comérselo a besos.

Tristán gemía y su rostro estaba cada vez más rojo. Bella sintió la erupción de él bajo su cuerpo y se corrió al mismo tiempo, ralentizando las sacudidas hasta quedarse inmóvil, con las piernas estiradas, temblando levemente con las últimas convulsiones de placer.

Permanecieron abrazados, tumbados uno junto al otro, y él le apartó cuidadosamente el pelo de la cara.

—Mi querida Bella —le susurró entre besos. —Tristán, ¿por qué nos deja hacer esto vuestro amo? —preguntó. Se encontraba en un dulce estado de modorra, y en realidad no le importaba.

Sobre la mesilla que había junto a la cama ardían varias velas. La llama se abultaba y borraba los objetos de la habitación excepto la superficie dorada de un gran espejo.

—Es un hombre lleno de misterios y secretos, de una extraña intensidad —dijo Tristán—. Hará exactamente lo que le plazca. Y ahora le apetece permitirme que os vea; mañana, probablemente, le apetecerá azotarme por todo el pueblo. Y posiblemente creerá que una cosa acrecentará el tormento de la otra.

El recuerdo de Tristán enjaezado y con la cola de caballo volvió de inmediato a la mente de Bella.

—Os he visto en la procesión —susurró, y de pronto se sonrojó.

—¿Tan terrible parecía? —le respondió intentando consolarla con más besos. En las mejillas de él apareció también un débil rubor que en un rostro tan varonil resultaba irresistible.

Estaba estupefacta.

—¿A vos no os pareció terrible? —preguntó la princesa.

De lo profundo del pecho de Tristán surgió una risa grave. La muchacha tiró del vello dorado que ascendía formando rizos desde el miembro hasta el vientre.

—Sí, querida mía —respondió—. ¡Era deliciosamente terrible!

Bella se rió mientras lo miraba fijamente y volvió a besarle con pasión. Se acomodó sobre él para mordisquearle y besarle los pezones.

—Me excitó verlo —confesó la muchacha con una voz gutural extraña en ella—. Únicamente rezaba para que, de alguna manera, os resignarais...

—Estoy más que resignado, amor mío —dijo, besando la frente de la rubia cabeza mientras continuaba tumbado y recibía los mordiscos cariñosos de la muchacha. Bella se montó sobre el muslo izquierdo de Tristán y apretó su sexo contra él. El príncipe jadeaba mientras ella le mordía un pezón y le pellizcaba el otro con leves tirones.

Luego la echó de espaldas sobre las sábanas y le abrió la boca con la lengua una vez más.

—Pero, decidme —insistió ella. Detuvo su beso por un momento mientras la verga le rozaba el monte de Venus tirando suavemente a contrapelo de su espeso vello rizado—, debíais... —bajó la voz hasta convertirla en un murmullo—. ¿Cómo podíais...? Los arneses, la embocadura y la cola de caballo... ¿Cómo habéis llegado a esto, a tal aceptación? —No hacía falta que él le dijera que estaba resignado; era evidente, se notaba, lo había visto durante la procesión. Pero lo recordaba en la carreta cuando bajaban del castillo y Bella intuyó el miedo que él sentía entonces y que su orgullo impedía revelar con libertad.

—He encontrado a mi amo, el que me hace estar en armonía con todos los castigos —explicó Tristán—. Pero, por si os interesa —empezó otra vez a besarla ya abrir sus labios púbicos con el pene, que también le presionaba el clítoris—, era y siempre será la mortificación más absoluta.

Bella alzó las caderas para recibirlo. Se balancearon al unísono, Tristán se elevó sobre ella y la contempló apoyado sobre los brazos, que soportaban como pilares sus poderosos hombros. Ella levantó la cabeza para besarle los pezones, mientras le pellizcaba y separaba las nalgas. Palpó las duras y deliciosas heridas, que midió y comprimió mientras se acercaba al labio sedoso y arrugado del ano. Los movimientos de Tristán se hicieron cada vez más rápidos, bruscos y agitados mientras ella continuaba con sus sondeos. De pronto, Bella estiró el brazo hasta la mesilla contigua y cogió una de las gruesas velas de cera de su soporte de plata, apagó la llama y apretó la punta fundida con los dedos. Entonces se la hundió, introduciéndola con firmeza en el ano. Tristán cerró los ojos con fuerza. El propio sexo de Bella se convirtió en una tensa vaina pegada al miembro de él y el clítoris se endureció. Estaba a punto de explotar, y, mientras hacía girar la vela como una manivela, Bella gritó cuando sintió el ardiente fluido de Tristán que se derramaba en su interior.

Se quedaron quietos, tumbados, con la vela a un lado. Bella se preguntaba sobre lo que había hecho, pero Tristán se limitaba a besarla.

El príncipe se levantó, sirvió un vaso de vino y lo acercó a los labios de Bella. La muchacha, perpleja, lo cogió y lo bebió como hubiera hecho una dama, admirada ante aquella curiosa sensación.

—Pero, decidme, ¿cómo os ha ido en el pueblo, Bella? —preguntó Tristán—. ¿Habéis sido rebelde? Contad me.

La muchacha sacudió la cabeza.

—He caído en manos de un amo y una señora duros y perversos —se rió solapadamente.

Describió los castigos de la señora Lockley en la cocina, la forma en que actuaba el capitán con ella y las noches que pasaba con los soldados, prolongándose en describir la belleza física de sus dos verdugos.

Tristán la escuchaba con expresión grave. Bella le habló del fugitivo, del príncipe Laurent.

—Ahora sé que si alguna vez me escapo será con la idea de que me atrapen, de que me castiguen igual que a él y de pasar toda mi vida en el pueblo —dijo—. Tristán, ¿pensáis que soy horrible por desear eso? Preferiría escaparme antes que volver al castillo.

—Pero si os escapáis quizás os aparten del capitán y de la señora Lockley —replicó él— y tal vez os vendan a otra persona para hacer trabajos y servicios más duros.

—Eso no importa —dijo—. En realidad no son los amos quienes consiguen mi armonía con el castigo, por usar vuestras mismas palabras; simplemente es la dureza, la frialdad y la inexorabilidad. Quiero sentirme abatida, perdida entre los castigos. Adoro al capitán ya la señora pero en el pueblo probablemente habrá otros amos más duros.

—Ah, me sorprendéis —dijo él ofreciéndole más vino—. Yo estoy tan absolutamente enamorado de Nicolás que no puedo oponerme a él.

Tristán explicó entonces las cosas que le habían sucedido, cómo él y Nicolás habían hecho el amor y conversado, su paseo por la colina.

—La segunda vez que he pasado por la plataforma pública, hoy al mediodía —explicó—, me he sentido extasiado. No he dejado de sentir miedo en ningún momento. Mientras me subían por los escalones, ha sido peor que la primera vez, porque ya sabía lo que iba a suceder. Pero he visto todo el lugar de castigo público con más claridad a la intensa luz del sol que a la de las antorchas, y no me refiero a ver con más precisión las cosas. He comprendido el gran esquema del que formaba parte y, mientras sufría el contundente castigo, mi alma cedió y se abrió por completo. Ahora, toda mi existencia, sea en la plataforma giratoria, en el arnés o en brazos de mi amo, es una súplica por ser utilizado como se usa el calor del fuego, por disolverme en la voluntad de los demás. La voluntad de mi amo es mi guía y, a través de él, me entrego a todos los que son testigos de mi presencia o me desean.

Bella permanecía observándolo en silencio.

—Entonces habéis entregado vuestra alma —le dijo—. Se la habéis entregado a vuestro amo. Yo no he hecho eso, Tristán. Mi alma sigue perteneciéndome. Es lo único que puede poseer un esclavo, y no estoy dispuesta a entregarla. Entrego todo mi cuerpo al capitán, a los soldados ya la señora Lockley. Pero en el fondo de mi alma, sigo pensando que no pertenezco a nadie. No dejé el castillo para buscar el amor que no había encontrado allí. Lo abandoné para que unos dueños más severos e indiferentes me sacudieran y doblegaran.

—¿Y vos sois indiferente a ellos? —preguntó Tristán.

—Me interesan tanto como yo a ellos ——contestó tras reflexionar—. Ni más ni menos. Pero, tal vez mi alma cambie con el tiempo. Quizá sea porque aún no he conocido a Nicolás, el cronista. Entonces Bella pensó en el príncipe de la Corona. Le hizo sonreír.

Lady Juliana la asustaba y molestaba. El capitán la emocionaba, agotaba y sorprendía. La señora Lockley le gustaba en secreto, por el terror que le inspiraba. Pero hasta ahí llegaban las cosas. No les amaba. Eso era el pueblo para ella, junto con la gloria y la excitación de pertenecer a un gran «esquema», según decía Tristán.

—Somos dos esclavos diferentes —dijo ella incorporándose para coger el vino y dar largos tragos—, y ambos somos felices.

—¡Me gustaría entenderos! —susurró él—.

¿No anheláis ser amada y que el dolor se mezcle con la ternura?

—No hace falta que me entendáis, amor mío. y sí que hay ternura. —Pero hizo una pausa para imaginarse el trato íntimo que existía entre Tristán y Nicolás.

—Mi amo me descubrirá nuevas revelaciones —dijo Tristán.

—Mi destino también tendrá su propio impulso —le respondió ella—. Cuando hoy he visto al pobre príncipe Laurent castigado, le he envidiado. Él no tenía ningún dueño amoroso que lo guiara.

Tristán contuvo el aliento sin dejar de observar a la muchacha.

—Sois una esclava magnífica —admitió—.

Quizá sepáis más que yo.

—No, en cierta forma soy una esclava más simple. Vuestro destino se asocia a una mayor renuncia. —Bella se apoyó sobre su codo y besó a Tristán. Los labios del príncipe estaban teñidos de rojo a causa del vino y tenía los ojos inusualmente grandes y vidriosos. No se podía negar que su aspecto era espléndido. A Bella se le ocurrieron ideas dementes, se imaginó atándolo ella misma al arnés...

—No debemos perdernos el uno al otro, pase lo que pase —dijo él—. Aprovechemos los momentos furtivos que se nos presenten para contarnos confidencias. No siempre nos lo permitirán...

—Con un amo tan loco como el vuestro quizá dispongamos de muchas, muchísimas oportunidades —replicó Bella.

Tristán sonrió. Pero de pronto su mirada se empañó, como si algún pensamiento lo distrajera.

Se quedó escuchando.

—¿Qué sucede?

—No hay nadie en la calle —respondió—. El silencio es absoluto. A estas horas siempre pasan carros por esta calzada.

—Todas las puertas están cerradas —explicó Bella—. y los soldados se han ido.

—Pero ¿por qué?

—No lo sé, corren muchos rumores sobre rastreos de la costa en busca de invasores.

En ese instante, el príncipe le pareció tan hermoso que deseó amarlo de nuevo. Se incorporó sobre la cama, se sentó sobre los talones y observó el pene de Tristán, que cobraba vida una vez más; luego contempló su propio reflejo en el distante espejo. Le encantaba contemplar la visión de los dos juntos en el espejo. Mientras miraba, distinguió otra figura espectral. Vio a un hombre de pelo blanco, con los brazos cruzados, ¡que la estaba observando!

Soltó un chillido. Tristán se sentó con la mirada fija hacia delante. Pero ella ya había comprendido lo que sucedía. El espejo era de doble sentido, uno de esos antiguos trucos de los que había oído hablar cuando era niña. El amo de Tristán había estado observándoles todo el rato. Su oscuro rostro tenía una nitidez asombrosa, el pelo blanco casi relucía, las cejas estaban fruncidas con un mohín de seriedad.

Tristán esbozó una trémula sonrisa. Una extraña sensación de desnudez debilitó a Bella.

Pero el amo se había desvanecido tras el lóbrego espejo. Luego, la puerta de la habitación se abrió.

El elegante hombre con mangas de terciopelo abombadas se acercó a la cama y cogió a Bella por los hombros para volverla hacia él.

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