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Authors: Arthur Koestler

El cero y el infinito (18 page)

Se abrió la puerta de la celda, y apareció un carcelero con una botella de coñac y un vaso; esta vez no era el viejo de costumbre, sino un joven delgado, de uniforme, con lentes con armadura de metal. Saludó a Ivanov, le alargó la botella y el vaso y cerró la puerta desde afuera, oyéndose sus pasos al alejarse por el pasillo.

Ivanov se sentó en el borde del camastro y llenó el vaso.

—Bebe —le dijo. Rubashov vació el vaso. Las brumas que empañaban su mente se aclararon, ordenándose los sucesos y las personas; su primera y segunda prisión, Arlova, Bogrov e Ivanov, en el tiempo y en el espacio—. ¿Te duele algo? —preguntó Ivanov.

—No —dijo Rubashov. La única cosa que aun no e día era la presencia de Ivanov en su celda.

—Tienes la cara muy hinchada, y probablemente también fiebre.

Rubashov se levantó del camastro, fue a observar por la mirilla el pasillo, que estaba vacío, y dió varias vueltas por la celda hasta que la mente se le aclaró del todo. Entonces se detuvo frente a Ivanov, que se había sentado a los pies del camastro, haciendo, pacientemente, anillos de humo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Necesito hablar contigo —le contestó Ivanov—. Acuéstate otra vez, y bebe un poco más de coñac.

Rubashov lo miraba irónicamente, pestañeando a través de sus lentes.

—Hasta ahora llegué a creer que estabas obrando de buena fe —le dijo—. Ahora veo que eres un cerdo. ¡Fuera de aquí!

Ivanov no se movió.

—¿Serías tan amable de darme los motivos de esas afirmaciones? —le contestó.

Rubashov se apoyó contra el muro del número 406 y se quedó mirando a Ivanov de arriba abajo, mientras éste seguía fumando con tranquilidad.

—Primer punto —explicó Rubashov—: Tú conocías mi amistad con Bogrov. Por ello, cuidaste de que Bogrov, o lo que quedaba de él pasara por delante de mi celda en su, último viaje, como un recordatorio. Para tener la seguridad de que no me fuera a perder el espectáculo, la ejecución de Bogrov se anuncia discretamente de antemano, en la hipótesis de que mis vecinos me transmitieran la noticia, como en realidad sucedió. Otro detalle delicado del organizador es informar a Bogrov de mi presencia aquí, justamente antes de que lo arrastren, en la seguridad de que este choque final le arrancaría alguna manifestación audible, lo que también sucedió. Todo está calculado para producirme un estado de depresión. Y en esta hora oscura, el camarada Ivanov se me aparece como un salvador, con una botella de coñac debajo del brazo. Sigue una conmovedora escena de reconciliación, caemos uno era brazos del otro, se cambian evocaciones sentimentales de la guerra e, incidentalmente, se firma el papel con mi confesión. Después el prisionero se duerme dulcemente, el camarada Ivanov se va de puntillas con la declaración firmada en el bolsillo, y a los pocos días recibe un ascenso... Ahora haz el favor de largarte.

Ivanov no se movió. Lanzaba bocanadas de humo, sonreía y enseñaba sus dientes de oro.

—¿Crees realmente que yo tengo una mentalidad tan primitiva? —le preguntó—. O dicho con más precisión, ¿crees de verdad que yo soy tan mal psicólogo?

Rubashov se encogió de hombros.

—Me disgustan tus artimañas —le contestó—. Yo no puedo echarte de la celda, pero si te queda un vestigio de vergüenza, déjame solo. No puedes imaginarte cómo me repugnas.

Ivanov recogió el vaso del suelo, lo llenó y se lo bebió.

—Te propongo el siguiente convenio —le dijo—: Déjame hablar durante cinco minutos sin interrumpirme, escuchando con atención lo que te diga. Después, si insistes en que me vaya, me iré.

—Te escucho —dijo Rubashov. Se recostó en la pared opuesta a Ivanov y echó una mirada al reloj.

—En primer lugar —continuó Ivanov— y para desvanecer las posibles dudas o ilusiones que pudieras abrigar, Bogrov ha sido fusilado. En segundo lugar, ha permanecido en la prisión durante algunos meses, y al final ha sido torturado durante varios días. Si mencionas esta confidencia en el tribunal público, o se la transmites siquiera a tus vecinos, estoy acabado. En cuanto a las razones para tratar a Bogrov de este modo, ya hablaremos luego. En tercer lugar, fue intencionado que pasase delante de tu celda, e intencionado que supiese que estabas aquí. Y cuarto, esta treta indecente, como tú la llamas, no fue dispuesta por mí, sino por mi colega Gletkin, contra mis instrucciones expresas.

Hizo una pausa. Rubashov continuaba apoyado en la pared sin decir nada.

—Yo nunca hubiera cometido tal error —continuó Ivanov—, no por consideración a tus sentimientos, sino porque es contrario a mi táctica y al conocimiento que tengo de tu psicología. Tú has mostrado recientemente una tendencia a sentir escrúpulos humanitarios y otros sentimentalismos por el estilo. Además, todavía no has digerido completamente la historia de Arlova, y la escena de Bogrov sólo puede intensificar tu depresión y tus tendencias moralizantes; esto era muy fácil de prever, y únicamente un chapucero en psicología como Gletkin podía cometer tal error. Gletkin me ha estado aturdiendo los oídos durante los últimos diez días para que utilizásemos métodos duros" en tu caso. Por una parte, le disgustas desde que le enseñaste los agujeros de tus calcetines; y por otra, su única experiencia ha sido con campesinos. Todo esto es para aclarar el asunto de Bogrov. El coñac, desde luego, lo mandé traer, porque estabas medio atontado cuando entré en la celda. No tengo ningún interés en que te emborraches. No tengo interés en que sufras choques morales. Todo ello no es más que una elaboración de tu espíritu exaltado. Yo te necesito sobrio y dialéctico. Mi único deseo es que sigas pensando con tranquilidad sobre tu caso hasta llegar a una conclusión, porque cuando hayas pesado el pro y el contra en todos sus aspectos, y sacado el resultado lógico, entonces, y solamente entonces, capitularás.

Rubashov se encogió de hombros, pero antes que pudiera replicar, Ivanov continuó:

—Sé que estás convencido de que no vas a capitular, Contéstame solamente a una cosa: Si te convences de la necesidad lógica y de la razón objetiva de capitular, ¿qué harás?

Rubashov no contestó inmediatamente; tenía la vaga sensación de que la discusión había tomado un giro que no debía haber permitido.'Transcurrieron los cinco minutos, y no había insistido en que se fuera Ivanov; y eso sólo, en aquellos momentos, era una traición hacia Bogrov, y también hacia Arlova, Ricardo y el pequeño Loewy.

—Vete —insistió— es inútil.

Y advirtió entonces que durante unos minutos se había estado paseando frente a Ivanov.

—Advierto por el tono de tu voz —repuso éste, que continuaba sentado en el camastro— que reconoces que soy inocente en el asunto de Bogrov. ¿Por qué quieres entonces que me vaya? ¿Por qué no contestas a lo que te he preguntado? —Y se inclinó un poco hacia adelante, mirando con leve burla a Rubashov. Luego dijo lentamente, recalcando cada palabra—: Porque mi manera de pensar y de argumentar es la tuya propia, y temes despertar un eco dentro de tu cabeza. Dentro de un momento dirás: Vade retro, Satanás.

Rubashov no contestó; siguió paseando cerca de la ventana, enfrente de Ivanov, sintiéndose incapaz de razonar con argumentos claros. La sensación de haber pecado, lo que Ivanov llamaba "exaltación moral", no se podía expresar en fórmulas lógicas, sino que caía dentro del dominio de la "ficción gramatical". Y al mismo tiempo, cada frase de Ivanov despertaba, efectivamente, un eco en su interior, y presentía que no habría debido nunca dejarse arrastrar a esa discusión, que era como un plano inclinado y resbaladizo, donde no había manera de evitar el deslizarse.

—Vade retro, Satanás —repitió Ivanov, sirviéndose otro vaso de coñac—. Antiguamente, las tentaciones eran de naturaleza carnal. Hoy toman la forma de razonamientos puros. Los valores cambian. Me gustaría escribir una "Pasión" en la que Dios y el Diablo disputaran por el alma de San Rubashov. Después de una vida pecadora, él ha vuelto a Dios, a un dios con la doble papada de un liberalismo industrial y de una caridad de sopas del Ejército de Salvación. Satanás, por el contrario, es delgado, ascético y un fanático devoto de la lógica. Ha leído a Maquiavelo, a Ignacio de Loyola, a Marx y a Hegel; aparece frío y despiadado a los ojos del género humano, como consecuencia de una especie de misericordia matemática. Su castigo es verse obligado a hacer siempre aquello que más le repugna; así, tiene que matar para que desaparezcan los asesinos; tiene que sacrificar corderos para evitar futuros sacrificios; que apalear a la gente para que aprendan a no dejarse apalear; tiene que desprenderse de toda clase de escrupulosa moral; y tiene que arrostrar el odio de la humanidad a causa de su amor por ella, un amor abstracto y geométrico. Vade retro, Satanás! El camarada Rubashov prefiere convertirse en un mártir. Los redactores de la prensa liberal, que lo odiaban durante su vida, lo santificarán después de muerto. Ha descubierto que posee una conciencia, y una conciencia lo hace a uno tan inadecuado para la revolución como una doble papada. La conciencia se come al cerebro como si fuera un cáncer, hasta que desaparezcan los últimos restos de materia gris. Satanás es vencido y se retira, pero no imagines que se va rechinando los dientes y escupiendo fuego en su furia, sino que se limita a encogerse de hombros. Ya te he dicho que es flaco y ascético, y ha visto a muchos perder el coraje y escurrirse fuera de las filas con pretextos pomposos...

Ivanov hizo otra pausa y se bebió otra vaso de coñac. Rubashov se paseaba de acá para allá enfrente de la ventana; al cabo de un momento, preguntó:

—¿Por qué ejecutaron a Bogrov?

—¿Por qué? A causa del asunto de los submarinos —contestó Ivanov— en lo referente al tonelaje. Una vieja querella cuyos comienzos deben serte familiares. Bogrov era partidario de la construcción de submarinos de gran tonelaje y extenso radio de acción. El Partido prefiere submarinos pequeños de corto alcance; es evidente que por el mismo dinero se puede construir tres veces submarinos pequeños que grandes. Ambas partes desplegaron convincentes razones técnicas, los expertos hicieron gran alarde de fórmulas algebraicas, dibujos y planos, pero el problema real radica en otra esfera. Grandes submarinos equivalen a una política de agresión para impulsar la revolución mundial. Pequeños submarinos significan: defensa de costas, es decir, autodefensa y aplazamiento de la revolución mundial... Este último es el punto de vista del Número Uno y del Partido.

"Bogrov tenía mucha influencia en la flota y entre los oficiales de la vieja guardia, y no bastaba con hacerlo a un lado; era preciso también desacreditarlo. Se proyectó instruir un proceso contra los partidarios de submarinos de gran radio de acción, acusándolos de saboteadores y traidores, y ya habíamos convencido a algunos ingenieros subalternos para que confesasen públicamente lo que nosotros queríamos. Pero Bogrov se negaba a toda componenda, y seguía declamando en favor de los submarinos de gran tonelaje y de la revolución mundial, con una mentalidad atrasada en dos décadas a la época actual, y sin querer entender que los tiempos están contra nosotros, que Europa atraviesa un período de reacción, que estamos en el seno de la ola, y hay que esperar que llegue la próxima y nos eleve a la cresta. En una sesión pública ante el tribunal, sólo hubiera sembrado confusión entre la gente; en consecuencia, no quedaba más solución que la liquidación administrativa. ¿No hubieras hecho tú lo mismo en nuestra posición?

Rubashov no le respondió. Dejó de pasear, y otra vez se recostó contra la pared del número 406, cerca del balde del que salía un hedor insoportable. Se quitó los lentes, y miró a Ivanov con ojos enrojecidos.

—Tú no lo oíste gemir —le dijo.

Ivanov encendió un nuevo cigarrillo con la colilla del anterior; también encontraba fétido el olor del balde.

—No —contestó—, no lo oí. Pero he visto y oído cosas semejantes. ¿Y qué?

Rubashov no le contestó. Era inútil explicárselo. Los gemidos y el sordo redoble penetraron otra vez en sus oídos como un eco. Era algo que no podía expresarse. Tampoco se podía expresar la curva de los pechos de Arlova con sus puntas tibias y agudas. Uno no puede expresar nada.

"Muere en silencio", había sido escrito en el mensaje que le llegó por medio del peluquero.

—¿Y qué? —repitió Ivanov. Alargó la pierna y esperó, pero como no obtuvo contestación, siguió hablando—: Si tuviese una pizca de piedad por ti —dijo— me iría ahora mismo dejándote solo.

Pero no tengo una pizca de piedad. Me gusta beber, y durante algún tiempo, como tú sabes, tomaba drogas; pero del vicio de la piedad he conseguido librarme. En cuanto aspiras la más pequeña dosis, estás perdido. El llanto por la humanidad y los lamentos por nosotros mismos constituyen una tendencia patológica de nuestra raza, como tú sabes bien. Nuestros más grandes poetas se suicidaron con este veneno. Hasta los cuarenta o cincuenta años, eran revolucionarios; después la piedad los consumía y el mundo los declaraba santos. Parece que tú tienes la misma ambición; habrá que creer que se trata de un proceso individual, puramente personal, algo inaudito...

Hablaba en un tono de voz algo más alto. Hizo una pausa y lanzó una nube de humo de su cigarrillo.

—Desconfía de estos éxtasis —continuó—. Cada botella de aguardiente contiene una determinada cantidad de éxtasis. Por desgracia, hay poca gente, en primer término entre nosotros, que sepa que los éxtasis de la humillación y del sufrimiento son tan baratos como los que se producen por medios químicos. Cuando volví en mí, después del cloroformo, y me encontré con un cuerpo que acababa en la rodilla izquierda, también experimenté una especie de éxtasis absoluto de infelicidad. ¿Has olvidado los consejos que me dabas entonces?

Se sirvió otro vaso y lo vació.

—Mi punto de vista es éste —continuó—: No se puede considerar el mundo como una especie de burdel metafísico para las emociones. Éste es nuestro principal precepto. Simpatía, conciencia, disgusto, desesperación, arrepentimiento y penitencia, constituyen para nosotros una relajación repelente. Sentarse y quedarse hipnotizado mirándose el ombligo; volver la vista y ofrecer humildemente el cuello al revólver de Gletkin, son soluciones fáciles. La más grande tentación para cualquiera de nosotros es renunciar a la violencia, arrepentirse, ponerse en paz consigo. mismo. Muy grandes revolucionarios cayeron ante esta tentación, desde Espartaco hasta Dantón y Dostoiewski; ellos constituyen la modalidad clásica de traición a la causa. Las tentaciones de Dios fueron siempre más peligrosas para el género humano que las de Satanás.

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