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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

El círculo (55 page)

Vanessa duda. Jonte no debería estar allí. ¿O será que Linnéa mintió cuando le dijo que ya no se veían? ¿Sabrá él dónde se encuentra?

Minoo sigue sin llamar. Es decir, Linnéa no llegado aún a casa de Nicolaus.

Vanessa se hace visible y entra en la sala de estar. Jonte oye sus pasos y sale del dormitorio.

—¿Qué coño haces tú aquí?

Tiene la mirada insólitamente alerta.

—¿Qué coño haces

aquí? —responde ella—. ¿Y dónde está Linnéa?

—No lo sé. La puerta estaba abierta cuando llegué.

Vanessa se asusta de verdad. Desde luego, no es propio de Linnéa no cerrar con llave.

—Creía que ya no salíais —dice.

—Yo también. Pero hoy se presentó en mi casa…

Jonte se queda en silencio. Mira extrañado a Vanessa.

—¿Es que os habéis hecho amigas de pronto?

—Más o menos —responde Vanessa sucintamente.

Jonte la mira muy serio.

—Ha hecho una tontería muy gorda. Tengo que encontrarla enseguida. Si sabes dónde está…

—¿Qué ha hecho? —lo interrumpe Vanessa.

Jonte obvia la pregunta.

—Si la ves, llámame —dice—. Voy a darme una vuelta por el centro, a ver si la encuentro.

Se dirige a la puerta, pero Vanessa se interpone. Jonte la mira amenazante, pero no puede asustarla, ya tiene demasiado miedo.

—Aparta —le dice Jonte.

—¡Dime lo que ha hecho!

Lo ve vacilar y ataca de nuevo.

—Si no me lo dices, no podré ayudarle.

Jonte suspira.

—Tienes que prometerme que no le dirás nada a Wille.

—Ni una palabra.

Jonte asiente y continúa.

—Cuando vino a mi casa, estaba muy estresada. Solo se quedó un momento. Pasaron varias horas hasta que me di cuenta de lo que había hecho.

—¿¡No puedes decirlo de una vez!?

Vanessa casi se lo grita a la cara.

—Tenía una pistola en el sótano —dice Jonte despacio—. Linnéa se la ha llevado.

Minoo no puede quedarse quieta.

Va de un lado para otro por el salón de Nicolaus con el móvil en la mano. Ida y Anna-Karin están sentadas. Se las ve tensas, serias. Nadie ha dicho una palabra en los últimos diez minutos.

Todas se sobresaltan cuando suena el móvil de Minoo.

—Es Vanessa —dice antes de responder.

Escucha e intenta entender lo que Vanessa le está contando.

Todo lo que dijo Linnéa sobre la venganza no eran solo palabras. Nunca se planteó seguirlas esta noche. Pensaba resolver aquello por su cuenta, a su manera.

Piensa pegarle un tiro a Max.

—Voy camino de casa de Max —dice Vanessa.

—¡No! —grita Minoo—. ¡Es demasiado peligroso!

Nota las miradas de las demás. Nicolaus aparece desde la cocina, con
Gato
pisándole los talones.

—Tengo que detenerla —insiste Vanessa.

Está claro que no piensa dejarse convencer fácilmente. El cerebro de Minoo trabaja a toda máquina en busca de un argumento que impida que Vanessa caiga directamente en manos de Max. Ni siquiera tiene capacidad para estar enfadada con Linnéa: la situación es demasiado crítica. Todo el plan se ha venido abajo.

—Por favor, Vanessa, espera. No resolverás nada si vas tú sola. Ni siquiera sabemos si Linnéa está allí.

—Si le ocurre algo…

Minoo detiene la mirada en el plano de la ciudad que está enmarcado y colgado junto a la cruz de plata.

—Danos diez minutos —pide—. Intentaremos encontrarla primero.

—¡No podemos esperar! —grita Vanessa.

—Bueno, pues cinco minutos. Danos solo cinco minutos. Tengo una idea. Por favor.

Vanessa guarda silencio un instante.

—Vale —dice al fin.

Minoo cuelga.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Nicolaus.

Ella cuenta rápidamente lo ocurrido, continúa hablando incluso cuando Ida y Nicolaus tratan de interrumpirla con preguntas.

—Tenemos que encontrar a Linnéa —dice al terminar.

—Querida niña, nunca creí que… —se lamenta Nicolaus—. Pensaba que no eran más que palabras, todo eso de la venganza.

—Sí, yo también —confiesa Minoo descolgando el plano de la pared—. Ida, tienes que encontrarla con el péndulo.

Minoo coloca el plano sobre la mesa mientras Ida se quita la gargantilla y se acerca.

—Es una zona demasiado grande —dice Ida mirando el plano—. No sé si funcionará.

Anna-Karin se levanta y se acerca a Ida.

—Cógeme la mano.

Ida duda un instante, pero finalmente le coge la mano derecha. Anna-Karin le tiende la izquierda a Minoo.

Ida empieza a balancear el péndulo sobre la casa de Max. Pasan los segundos. Todas las miradas se centran en el minúsculo corazón de plata.

—No está allí —confirma Ida, y Minoo siente un alivio inmenso.

Ida continúa balanceando el péndulo sobre Engelsfors, del barrio de Max hacia el centro de la ciudad.

—Inténtalo en el instituto —dice Anna-Karin de pronto.

Ida desplaza el péndulo hacia la zona donde se encuentra el instituto. El colgante empieza a describir amplios círculos de inmediato.

—Está allí.

—¿Max está con ella? —pregunta Nicolaus.

—No lo sé, no puedo sentir su energía.

—Inténtalo —la anima Minoo.

—Puede que sea más fácil si tú piensas en él. Tú lo conoces mejor que nadie —dice Ida irónicamente.

—Yo también voy a pensar en él —dice Anna-Karin.

Minoo cierra los ojos con fuerza y piensa en Max. Trata de imaginarse que lo tiene delante. Le ve la cara que, hace tan solo unos días, significaba algo totalmente distinto. Entonces, él representaba la luz en su vida. Ahora, es la oscuridad.

Tú lo conoces mejor que nadie.

No, piensa Minoo. Al contrario. A mí fue a quien más engañó.

—Lo he encontrado —dice Ida, y Minoo abre los ojos.

La cara de Ida brilla de sudor. Baja la mano con la gargantilla.

—Él también está en el instituto.

57

Nicolaus deja el coche en el aparcamiento, detrás del instituto, y apaga el motor. La calefacción, que iba zumbando a los pies de Minoo, se oye cada vez menos hasta que queda en silencio y los limpiaparabrisas se detienen.

Ha empezado a nevar otra vez. Los copos caen esponjosos y se posan sinuosamente sobre el mundo.

Minoo contempla el edificio del instituto de Engelsfors, envuelto en sombras. Unas farolas arrojan su resplandor amarillo sobre el patio. Las ventanas son rectángulos negros. Es imposible ver a través de ellas. Aunque quien esté dentro sí puede ver lo que hay fuera.

Tienen que cruzar el aparcamiento, que está bien iluminado. O eso, o el patio, no menos iluminado. No hay donde esconderse de camino al edificio.

Alguien golpea la ventanilla de Minoo, que da un respingo sobresaltada.

Es Vanessa.

Abre la puerta y un aire frío entra a raudales en el coche.

—Linnéa está en el comedor —dice—. He sentido su energía. Está viva.

Habla sin dejar de mirar nerviosa hacia el edificio.

Nicolaus saca un llavero enorme y se lo entrega a Vanessa.

—Esta es la llave que abre la entrada a las cocinas, junto a la zona de carga y descarga. De ahí arranca un pasillo que conduce directamente a la cocina.

—¿Max está con ella? —pregunta Minoo.

—No lo sé. A él no he podido sentirlo.

—Perdona, pero ¿alguien ha caído en la cuenta de que esto puede ser una trampa? —pregunta Ida.

Minoo le echa una mirada por el retrovisor. Se siente como una idiota. Ni siquiera se le había ocurrido. Lo único que tenían en la cabeza era que debían salvar a Linnéa.

—Como lo del abuelo de Anna-Karin en el cobertizo —continúa Ida.

—Puede ser —dice Anna-Karin—. Pero no tenemos elección. Hay que arriesgarse.

Ida no parece satisfecha, pero deja de poner objeciones.

—¿Seguimos con el mismo plan? —pregunta Vanessa.

—Sí —responde Minoo.

Se da la vuelta para ver la reacción de Anna-Karin, que asiente sin decir nada.

Hay tantas cosas que Anna-Karin querría contarle a Nicolaus, y que querría agradecerle… Pero no tienen tiempo.

Minoo sale del coche y baja el respaldo del asiento. Ida sale con dificultad, pero Anna-Karin se queda rezagada y su mirada se cruza con la de Nicolaus.

—Me gustaría ir con vosotras —dice.

—Nos hace falta alguien que nos espere aquí —responde Anna-Karin.

—Rezaré por vosotras.

Las cuatro cruzan el aparcamiento corriendo. El edificio del instituto se alza perfilándose sobre el cielo nocturno. Es como si creciera ante los ojos de Anna-Karin. Trata de no pensar en lo vulnerables que son en el espacio abierto.

Suben a la zona de carga y descarga, donde una ancha puerta de acero les da acceso al interior del instituto. Vanessa saca el llavero.

—Espera un poco —dice Ida.

Tiene las manos en los bolsillos y está mirándose las botas.

—Si yo muero y vosotras os libráis… En los establos hay un caballo.
Troja.
¿Alguna de vosotras podría asegurarse de que lo cuiden y de que esté bien?

—Sí, yo puedo encargarme —responde Anna-Karin.

Ida asiente sin mirarla a los ojos.

—Vale —dice Vanessa desapareciendo a la vista de todas—. Venga, vamos a entrar.

Vanessa abre la puerta. Resulta sorprendentemente fácil y se desliza sin hacer ruido. Ante ellas se extiende una rampa que desemboca en la oscuridad.

Anna-Karin saca el móvil y enciende la luz.

—Apaga —susurra Minoo—. No sabemos lo que hay ahí dentro.

Vanessa le coge la mano a Anna-Karin y las cuatro forman una cadena. Ida va la última y Vanessa a la cabeza.

Cuando han entrado las cuatro, Ida cierra la puerta. La oscuridad que las envuelve es compacta de un modo que Vanessa no conocía hasta ahora.

Las cuatro se quedan inmóviles, atentas.

Solo oyen su propia respiración, y el sistema de ventilación, que emite un leve zumbido.

Vanessa empieza a moverse hacia delante con cautela, de la mano de Anna-Karin. Con la mano izquierda tantea la superficie rugosa de la pared.

No se atreve a sentir si Linnéa sigue viva. Invierte toda su fuerza en mantener la invisibilidad. Y en no echar a correr presa del pánico.

Es como ser ciego, caminan con los ojos abiertos como platos, pero sin ver nada. Es imposible saber cuánto han caminado ni lo que espera justo delante.

Tiene todo el cuerpo en tensión, hiperactivo, listo para reaccionar al menor movimiento. Al final, Vanessa no sabe si es el silencio o la ventilación lo que le zumba en los oídos. Empieza a creer que oye susurros mezclados con el ruido.

Vanessa…

La voz suena asustada, quejumbrosa. Pero está viva. Linnéa está viva.

Vanessa apremia el paso, nota que Anna-Karin y las demás no pueden seguirla del todo, pero ella no se detiene.

Cuanto más se adentran en el instituto, más difícil le resulta mantenerse invisible. Encuentra una dificultad extraña para algo que, normalmente, funciona sin problemas.

Toca una esquina y se detiene, va tanteando el aire con la mano. Los dedos rozan una superficie lisa. ¿Una puerta? Da con el picaporte. Lo empuja despacio. Naturalmente, la puerta está cerrada. Entre susurros, le pide a Anna-Karin que encienda la luz del móvil. Tienen que correr ese riesgo.

Vanessa saca el llavero y va buscando la llave a la luz del móvil de Anna-Karin. El entrechocar de las llaves provoca un tintineo ensordecedor en aquel espacio claustrofóbico.

Por favor… Por favor… Ayudadme…

Hay tal desesperación en la voz, tanto dolor… A Vanessa le tiembla la mano cuando por fin encuentra la llave que entra en la cerradura. Se abre con un clic. Anna-Karin apaga el móvil antes de que Vanessa entreabra la puerta.

Anna-Karin entra en la cocina agachándose detrás de Vanessa, que sigue invisible.

A la derecha hay un gran espacio abierto de forma rectangular que da al comedor. Es ahí donde los alumnos se sirven la comida de los expositores que están en el lado de la cocina. Desde el comedor entra en ese espacio una luz tenue, se refleja en las largas superficies de acero y en los azulejos de las paredes. Junto al lavavajillas, ahora mudo, se ven los recipientes de plástico de varios colores, colocados en sus estantes. Huele a detergente, a comida, a vapor de agua y a metal.

Anna-Karin empieza a gatear por el suelo. A la izquierda del rectángulo, en la pared, hay un par de puertas giratorias que dan al comedor. Ahí, en algún lugar, está Linnéa.

Se detiene junto a las puertas, que se abren con una lentitud infinita cuando Vanessa entra en el comedor para inspeccionar.

Anna-Karin se gira y mira a Minoo y a Ida, que están acurrucadas en el suelo, detrás de ella. Las dos asienten: ya puede empezar a actuar.

Anna-Karin cierra los ojos. Se concentra.

Va dejando fluir el poder que tiene dentro, temerosa de que salga como una ola, de que la ahogue. Sin embargo, empieza a surgir lentamente de su cuerpo.

Y luego, se detiene.

Nunca había experimentado esa sensación. El poder sigue ahí, pero como una corriente débil y menguante, donde antes corría como un torrente.

El miedo se apodera de ella.

Puede que venciera a Max en la cocina de su casa, pero ahora están en su territorio.

El instituto es el lugar del mal.

Al entrar en el comedor, Vanessa se detiene e inspecciona el espacio.

Las sillas están boca abajo en las mesas. La única luz procede de la habitación lateral, donde se encuentran las mesas más populares, para los alumnos más populares.

Le late el corazón, bum-bum-bum, a medida que va acercándose.

Cuando se acerca oye una voz que habla bajo y rápido. En un primer momento cree que es Linnéa, pero luego se da cuenta de que es una voz de chico.

Suena joven. Más joven que Max.

Hay algo que no encaja.

Vanessa pega la espalda a la pared y avanza despacio. No quiere correr riesgos innecesarios. Nunca se ha sentido tan insegura de su poder, de si funcionará.

—Por favor —dice la voz—. Cuéntame. Créeme, yo no quiero hacer esto.

El corazón de Vanessa late más rápido aún. Casi ha llegado a la entrada del pequeño comedor lateral. Se arrodilla y recorre el último tramo gateando. El aire está cargado de magia. Y ella va adentrándose cada vez más en el campo de fuerza, cada vez más cerca de su centro, lo que le exige mayor energía para poder mantenerse invisible.

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