—Mira, Tate, estamos investigando su desaparición. De verdad. Tenemos a gente trabajando en ello, buscándola. Nadie piensa que haya huido. Estamos seguros de que le ha ocurrido algo malo, pero nadie sabe nada al respecto. Simplemente se ha esfumado. Pero es que cada día se esfuma gente en esta ciudad. Tenemos cajas y cajas llenas de expedientes de gente a la que no conseguimos encontrar, pero buscamos, de verdad te lo digo.
—¿Y no tenéis pistas?
—Si tuviéramos pistas, su padre no se habría puesto en contacto contigo tan rápidamente.
—Entonces, ¿qué opinas? ¿Crees que está muerta?
—Espero que no.
—No te he preguntado eso, Carl.
—Déjalo, Tate.
—No puedo.
—¿Por qué? ¿Por lo que le hiciste el año pasado? Ya has pagado tus deudas, Tate, ya no le debes nada ni a ella ni a su padre.
—¿De verdad lo piensas?
—Sí, de verdad lo pienso —dice.
—No te creo. Tú harías lo mismo si estuvieras en mi pellejo.
—Mira, Tate, entiendo que te sientas de ese modo, de verdad, de verdad que lo entiendo, pero no es una buena idea.
—No le hará daño a nadie que como mínimo lo intente.
—Vamos, ¿cómo puedes decir eso?
—Esta vez será distinto.
—¿Sí? ¿Por qué motivo? ¿Encontrarás al tipo y lo dejarás vivir?
—Fue un accidente —le digo. Se refiere al Asesino Enterrador, lo atrapé el año pasado. Nos peleamos en el cementerio donde lo encontré. Estaba desenterrando féretros, sacaba a sus ocupantes, los echaba a un pequeño lago cercano y metía dentro del ataúd vacío a sus propias víctimas. Durante la refriega, los dos acabamos en una tumba vacía y el cuchillo con el que estábamos luchando acabo dentro de su cuerpo. De necesitar una etiqueta, podría decirse que fue un «accidente deliberado»— . Vamos, sabes que lo haré de todos modos. Dame una copia del expediente. Míralo de este modo: cuanto más sepa desde el principio, a menos gente molestaré durante el proceso. Eso beneficiará a todo el mundo, ¿vale? Incluido a ti.
—Maldita sea, Tate —dice—. Tu mundo funciona con una lógica muy extraña.
—Que sin embargo funciona.
—Mira, tengo que dejarte —dice.
—¿Y el expediente?
—Me lo pensaré —concluye justo antes de colgar.
La primera persona con la que quiero hablar es el novio de Emma Green. No vivían juntos, todavía no, pero según el padre de Emma era solo cuestión de tiempo. A Donovan Green no le cae especialmente bien el chico, pero por ningún motivo en especial, seguramente por el mismo motivo por el que no me habría caído bien el primer novio de mi hija si hubiera llegado a la edad en la que empiezan a salir con chicos. El novio de Emma se llama Rodney, tiene la misma edad que ella y aún vive con sus padres. Donovan Green me ha dado la dirección del chico, he llegado con el coche y sé que está en casa, que se ha tomado el día libre debido a la desaparición de Emma. Vive en una casa de una sola planta, de esas que tienen el tejado en forma de A, tan populares en los años setenta, con las vertientes del tejado tan inclinadas que si resbalas mientras estás encima, al caer rompes la barrera del sonido antes de partirte el cuello. El césped del jardín es de color tostado, hay muchas zonas peladas y un pino enorme en el centro, cuyas raíces sobresalen del suelo y le quitan hasta la última gota de humedad a las plantas cercanas. El timbre de la entrada suena muy fuerte y poco después oigo cómo alguien arrastra los pies al otro lado de la puerta de madera, justo antes de que la abra una mujer con el pelo prácticamente blanco. Lleva unos pantalones cortos y una blusa de color crema y parece tan ajada como el gran pino del jardín. Se ajusta las gafas, me sonríe, yo la saludo y cuando me responde me doy cuenta de que la mujer es sorda. Estoy seguro de que no pasará mucho tiempo antes de que «sordo» se considere un insulto y empecemos a decir algo como «persona con problemas de audición». Ella también me saluda y habla exactamente igual que la gente que no puede oírse a sí misma. Le hablo despacio y le pregunto si puedo hablar con Rodney; ella levanta un dedo y le da unos golpecitos con la punta del dedo a su reloj de pulsera, me dice que tanto puede ser que tarde un minuto como una hora, y desaparece. Rodney está en la puerta treinta segundos más tarde. Es un chico delgado, con los ojos de color cerveza, el pelo negro y las mejillas sonrosadas por el calor. Lleva vaqueros y una camiseta de color rosa salmón, da la impresión de que come bien, de que es un chico arreglado, nada de drogas ni maquillajes oscuros, por lo que no tengo motivos para empezar a odiarlo inmediatamente. Excepto por la camiseta, que hace que me duelan los ojos.
—Soy Rodney —dice—. ¿Ha venido por lo de Emma?
—Así es.
—¿Quién es usted? ¿Periodista? Estoy harto de los periodistas. Le juro por Dios que si es periodista le voy a echar a patadas.
De repente, me cae aún mejor.
—Me ha contratado el padre de Emma. Soy investigador privado.
—¿Le ha contratado para que hable conmigo? ¿Por qué? ¿Cree que tengo algo que ver con su desaparición? —pregunta, con el tono de voz algo más elevado. Con la mano derecha se agarra a la puerta como si tuviera que contenerse para no lanzarse sobre mí.
—¿O sea que estás seguro de que se trata de eso, de que ha desaparecido? ¿No puede ser que se haya largado unos días?
—Emma no haría eso. A usted lo conozco de algo —dice—, pero no consigo recordar de qué.
—Tengo una de esas caras que le suenan a todo el mundo —respondo—. Y no es que su padre piense que le has hecho algo malo. He venido para ayudarlo, para intentar encontrarla.
El chico relaja un poco la mano con la que se agarraba al marco de la puerta.
—¿Está muerta? —pregunta, y su interés me parece tan sincero que realmente creo que no tiene ni idea de la respuesta, aunque no sería la primera vez que me dejo engañar por un novio apenado.
—¿Puedo entrar?
—No ha respondido a mi pregunta.
—No lo sé.
—Pero cree que sí.
Recurro a la respuesta que me ha dado Schroder hace un rato.
—Espero que no —digo.
—¿Cómo se llama? —me pregunta.
—Theo.
—¿Theodore Tate?
—Sí —respondo, y no puedo evitar bajar la mirada un segundo.
—El tipo que…
—Por eso estoy aquí —le digo—. Por eso vino a buscarme su padre. Sabe que voy a hacer lo que sea para encontrarla. Ahora tienes dos opciones. Puedes quedarte aquí y enfadarte conmigo antes de cerrar la puerta o puedes contestar a mis preguntas y ayudarme a encontrar a Emma antes de que sea demasiado tarde. ¿Qué decides?
Me hace pasar a un salón. Los encargados de decorarlo al parecer no consiguieron ponerse de acuerdo. Me siento en una silla en la que quedo hundido. La madre de Rodney trae una bandeja con una tetera y tres tazas. Se sienta en el sofá junto a su hijo, me sirve una taza y señala la leche. No soporto el té, por lo que asiento con la esperanza de que la leche me ayudará a diluir el problema. Hay una luz encima de la puerta, supongo que debe de encenderse cuando alguien llama al timbre. La madre le dice algo a Rodney en lenguaje de signos, él le responde de la misma forma y yo me siento como un intruso.
—Mi madre también le ha reconocido —dice.
No lo dice con tono acusatorio y su madre tampoco se muestra agresiva. No me disculpo porque no he venido para eso. Su madre asiente, no nos oye pero sabe de qué hablamos. La miro.
—He venido para intentar encontrarla —digo, y ella asiente y sonríe. Me vuelvo hacia Rodney de nuevo—. ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con Emma?
—Unos cuatro meses.
—¿Cómo os conocisteis?
—En el instituto. Hace años que la conozco. El año pasado no vino a clase durante un tiempo porque… bueno, usted ya sabe por qué, y cuando volvió simplemente empezamos a hablar. Yo también tuve un accidente cuando era pequeño, mi madre sufrió heridas graves y mi padre no sobrevivió, por lo que estuvimos hablando sobre el accidente que había tenido ella, el que había tenido yo y nos dimos cuenta de que los dos iríamos a la universidad este año y de que los dos estudiaríamos psicología. Estamos en la misma clase. Es raro. Quiero decir que siempre la había visto por la escuela, pero nunca… bueno, nunca pensé que fuera mi tipo.
—¿Tu tipo?
—Sí. Cualquier chica que me dirija la palabra es mi tipo y eso restringe el ámbito a Emma y punto.
—¿Compartes muchas clases con ella?
—Solo las de psicología.
—¿Sabes si alguien de la universidad la ha estado molestando? ¿Si alguien le hace la vida imposible?
—Que yo sepa no, y creo que me lo habría dicho. Tampoco es que llevemos mucho tiempo… quiero decir que solo llevamos dos semanas de curso. Además, muchas clases han sido canceladas porque algunos alumnos se han desmayado debido al calor.
—¿Estás seguro de que no la incomodaba nadie? —pregunto.
—Casi seguro.
—¿La viste el día que desapareció?
Niega con la cabeza. Su madre le ha servido una taza de té y la ha dejado en la mesita de centro que tiene delante, pero él mira la taza sin tocarla, como si tuviera miedo de tomársela, no fuera a encontrar la buenaventura de Emma en el fondo y resultaran ser malas noticias.
—El sábado por la noche fui a verla a su piso y estuvimos pasando un rato juntos.
—¿Pasando un rato juntos?
—Sí —dice, y finalmente se decide a tomar la taza de té. La sostiene delante de la boca sin llegar a beber, pero de este modo le esconde los labios a su madre y esta no puede ver lo que está diciendo—. Pasando un rato juntos —dice—, en su dormitorio. —Toma un sorbo y vuelve a dejar la taza. Su madre me mira, sonríe y vuelve la mirada hacia el techo. Le devuelvo la sonrisa—. Llegué a casa alrededor de las once —dice—. Al día siguiente fui a clase pero la habían cancelado a causa del calor. Nos estuvimos mandando mensajes durante el día, luego se fue a trabajar y ya está. No teníamos planeado encontrarnos el lunes por la noche. Ayer no respondía a mis llamadas, por lo que hablé con su compañera de piso y resulta que esta pensaba que Emma estaba conmigo. Luego fue su jefe quien llamó preguntando por ella. Me di cuenta de que había algo raro y me preocupé, pero no lo suficiente como para llamar a la policía, por aquello de que ese tipo de cosas solo les suceden a los demás, ¿sabe?
—Ojalá fuera cierto —digo.
—Sí, pero en ese momento no lo sabía. Por eso llamé a sus padres. Entonces ellos llamaron a todo el mundo, luego a la policía y estos ni siquiera piensan que le haya sucedido nada malo.
Me abstengo de contarle que no es el caso.
—¿Sabes si a Emma le gustaba su trabajo? —pregunto.
—¿Conoce a alguien que esté contento con su trabajo?
—¿Y qué pasa con sus ex novios?
—Soy su primer novio —dice.
Tomo un sorbo de té por cortesía. Tiene exactamente el mismo sabor que esperaba. La madre me sonríe y nadie dice nada ni con palabras ni con signos durante unos diez segundos, un tiempo que aprovecho para fijarme en Rodney e intentar juzgar su aspecto, a sabiendas de que casi siempre que lo he hecho me he equivocado. ¿Podría este chico haber matado a Emma y haberse deshecho del cadáver?
—Todavía puede ser que esté bien, ¿verdad? —pregunta—. Quiero decir que si le ha ocurrido algo malo, si la han herido o algo, puede que aún esté bien, ¿no? Podría seguir viva.
—Sin duda —miento, incapaz de contarle lo que tanto Schroder como yo sospechamos: que Emma está muerta y que lo mal que ya se siente Rodney solo empeorará.
La celda ha quedado sumida en una oscuridad total. El zapato que tiene en la mano se ha calentado un poco tras varios minutos golpeando la puerta con él. Adrian no vuelve. Gritarle ha sido un error, se ha dado cuenta mientras lo hacía, pero no ha sido capaz de contenerse, la sangre se le ha acumulado en la cabeza, una especie de instinto animal lo ha impulsado a emprenderla a golpes e ignorar la voz interior que le decía que era mejor callarse, calmarse y actuar con inteligencia. Aunque también es posible que no haya oído la voz por culpa del dolor de cabeza que lo atormentaba. Si quiere mantener alguna posibilidad de salir de allí con vida, tendrá que controlar sus emociones. Debe escuchar esa voz.
A oscuras, la celda parece más fría y su respiración se convierte en un sonoro jadeo irregular, la cabeza le da vueltas solo de oírse. Se apoya contra la puerta y vuelve a ponerse el zapato antes de regresar a la cama pegado al muro y notar el tacto húmedo del hormigón mientras arrastra los pies por el suelo. Se sienta y espera a que sus ojos se acostumbren a la oscuridad, pero no lo hacen. La única luz que llega ahí abajo es la que se filtra por el marco de la puerta que lleva al piso de arriba, pero no alcanza demasiado, lo justo para poder ver parte del escalón superior, nada más. La cama cruje y Cooper se pone la almohada entre la espalda y la pared, se apoya en ella, cruza las piernas, apoya las muñecas sobre las rodillas y se pone a pensar en Adrian.
«Vamos, cada vez que asesinan a alguien en esta ciudad creas un perfil del asesino y lo comparas con lo que dicen los periódicos cuando finalmente lo atrapan. Es como un juego y Christchurch te ha permitido practicar mucho. Esto es lo mismo: si quieres salir de aquí tienes que empezar por construir un perfil.»
Tiene que jugar.
A lo largo de los años, los perfiles que ha elaborado han contribuido a la identificación de sospechosos, han restringido el tipo de personas que podrían haber llevado a cabo una matanza. En este caso se trata de identificar qué es lo que quiere el sospechoso, cómo puede hacerle creer que va a conseguirlo y de descubrir la manera de salir de esa maldita celda. Si tuviera aquí su bloc de notas, escribiría «lunático perdido» en la cabecera de la página y rodearía las palabras tantas veces con el bolígrafo que acabaría rasgando el papel. De hecho, ahora que lo piensa, Adrian es tan perdidamente lunático que, en caso de tener su bloc de notas, Cooper también escribiría y subrayaría las palabras «¿enfermo mental / ex enfermo mental?».
Que sea un enfermo mental no es tan malo. De hecho, dadas las circunstancias prefería ser el prisionero de alguien como Adrian que de un asesino frío y calculador. El hecho de que esté desquiciado convierte a Adrian en impredecible y peligroso, pero la otra cara de la moneda es que le ofrece más margen a Cooper para intentar jugar con él, ganarse su confianza y convencerlo de que le deje salir de la celda. Aunque si se tratara simplemente de ser más listo que Adrian, ya habría conseguido salir de allí. Eso significa que debe confiar en su suerte y, desgraciadamente, Cooper nunca se ha considerado especialmente afortunado. Esto de hoy es un ejemplo perfecto de ello. Ha tenido que tratar con gente realmente enajenada a lo largo de su vida y, por muy listos que fueran o que pueda serlo Adrian, lo importante es sacar el sentido común de la ecuación y sustituirlo por suerte, porque sin eso acabará muriendo ahí dentro. O aún peor, conseguirá sobrevivir ahí dentro durante veinte años. Cooper imagina a Adrian emocionado al principio por la idea de llevarle comida y agua cada día. Luego imagina a Adrian harto de todo eso, imagina raciones cada vez más escasas y espaciadas en el tiempo porque lo de tener un «asesino en serie» ha dejado de ser una novedad para él. Bueno, de lo que no tendrá tiempo será de cansarse de ver cómo se muere de hambre, es algo rápido. El dolor de estómago, la deshidratación… No tiene sentido pensar en esas cosas.