El Consuelo (34 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

—No, no, por favor... al contrario, cuénteme lo que quiera.
—Era un período un poco difícil... Me imagino que estaba al corriente de... de
my predicament...
Esta palabra con este significado sólo existe en inglés, creo... bueno, digamos del puñetero horror en el que yo estaba sumida... Luego se marcharon, pero al cabo de unos metros el coche se paró, y ella volvió hacia mí.
»¿Se le ha olvidado algo?, le pregunté.
»Kate, murmuró ella, no beba usted sola.

 

Charles miraba el fuego.
—Sí... Anouk... La recuerdo... ¡Eh! ¡Ahora dejad que salten los más pequeños! Tú, Lucas, mejor ven por aquí... Aquí la hoguera es menos ancha...
Jeez
, si se lo devuelvo chamuscado a su madre me voy directa al calabozo...
—A propósito —reaccionó Charles—, tenemos que irnos. Estarán esperándonos para cenar...

Ya
llegan tarde —bromeó Kate—, hay personas así, aunque uno llegue puntual siempre tiene la impresión de haberlas hecho esperar... Lo acompaño...
—No, no...
—¿Cómo que no? ¡Sí, sí!
Y, llamando a los mayores del grupo, les dijo:
—¡Sam! ¡Jef! ¡Me vuelvo a mis bizcochos! Por cierto, ¿quién se viene a ayudarme? Os quedáis junto al fuego hasta que se apague y ya que no salte nadie,
¿okey?
—Que sí, que sí —mugió el eco.
—Voy contigo —anunció un niño un poco gordito, con la piel mate y el pelo muy rizado.
—Pero... si me has dicho que tú también querías saltar. Anda, ve, salta, que yo te miro...
—Bah...
—¡Le da cague! —se burló una voz a la derecha—.
¡Go
, Yaya!
¡Gol
¡Anda, salta, que se te funda un poco la grasa!
El niño se encogió de hombros y se dio la vuelta, antes de preguntar:
—¿Sabe quién es Esquilo?
—Pues... —dijo Charles, con una expresión de sorpresa—, ¿es... uno de los perros?
—No, era un griego que escribía tragedias.
—¡Ah! Vaya, me he equivocado —contestó Charles, riéndose—. Sí, lo conozco... vagamente, diría yo...
—¿Y sabe cómo murió?
—...
—Pues mire, las águilas cuando quieren comerse a una tortuga tienen que lanzarla desde muy alto para que se le rompa el caparazón, y como Esquilo era calvo, el águila se pensó que era una roca y, ¡zaca!, le tiró la tortuga sobre la cabeza, y así se murió.
¿Por qué me contará esto? Si a mí todavía me queda algo de pelo...

 

—Charles —acudió a socorrerlo Kate—, le presento a Yacine... también llamado Wiki. Por la Wikipedia... Si necesita alguna información, algún dato biográfico, o si quiere saber cuántos baños tomó Luis XVI durante su vida, éste es su hombre...
—Y bien, ¿cuántos fueron? —preguntó Charles, estrechando la manita minúscula que le tendían.
—Hola, cuarenta, y su santo ¿cuál es? ¿El 4 de noviembre?
—¿Te sabes todo el calendario de memoria?
—No, pero el 4 de noviembre es una fecha muy, muy importante.
—¿Es tu cumpleaños?
Ligero, ligerísimo desdén de niño.
—Más bien el de los metros y los kilos, diría yo... 4 de noviembre de 1800, fecha oficial del paso en Francia al sistema decimal de pesos y medidas...
Charles miró a Kate.
—Sí... Resulta un poco cansado a veces, pero uno termina por acostumbrarse... Venga... vamos... ¿Y Nedra? ¿Ha desaparecido?
Charles le señaló los árboles.
—Me parece que...
—Oh, no... —contestó desolada Kate—. Pobrecita... ¡Hattie! ¡Ven aquí un momento!
Kate se alejó con otra niña a la que susurró algo al oído, antes de enviarla bajo los árboles.
Charles interrogó a Yacine con la mirada, pero éste fingió no enterarse.

 

Kate volvió y se agachó para recog...
—Deje, deje, ya lo cojo yo —dijo Charles, agachándose a su vez.
Vale, era
casi
calvo y
casi
ignorante pero jamás, jamás de los jamases permitiría que una mujer caminara cargada a su lado.
No se imaginaba que pudiera pesar tanto. Se incorporó con la cabeza ladeada para ocultar sus muecas y caminó con... bueno... con desenvoltura, apretando tanto las mandíbulas que le rechinaban los dientes.

 

Jooooder... Y eso que había cargado con montones de cosas de chicas en su vida... Bolsones, bolsas de la compra, abrigos, cajas de cartón, maletas, planos, hasta carpetas con expedientes, pero una sierra mecánica, nunca...
Sintió que la fisura en su costilla ganaba terreno.
Alargó el paso e hizo un último esfuerzo para parecer... (jajá, que me troncho) viril, y preguntó:
—¿Y qué hay al otro lado de ese muro?
—Una huerta —contestó Kate.
—¿Tan grande?
—Era la del castillo...
—¿Y... y la cultiva?
—Claro... Aunque bueno, es sobre todo cosa de Rene... El antiguo dueño de la finca...

 

Charles no podía replicar nada, sentía demasiado dolor. No tanto por lo que pesaba el chisme ese, sino más bien por su espalda, su pierna, las noches sin dormir...
Miraba a hurtadillas a la mujer que caminaba junto a él.
Su tez morena, sus uñas cortas, las ramillas que se le habían quedado prendidas en el pelo, su hombro que llevaba el sello de Miguel-Ángel, el jersey que se había atado a la cintura, su camiseta vieja, las manchas de sudor en su pecho y en su espalda, y, a su lado, se sintió feo y poquita cosa.
—Huele usted a madera verde...
Sonrisa.
—¿De verdad? —dijo Kate, pegando los brazos al cuerpo—. Qué... qué manera más galante de decirlo.

 

—Por cierto, ¿sabes por qué se llama Rene?
Uf, menos mal, Trivial Pursuit Júnior se dirigía a Kate, no a él.
—No, pero me lo vas a decir tú...
—Porque su madre tuvo otro niño antes de él, que se murió casi nada más nacer, por eso a él le pusieron «re-né».
[3]
Charles se había adelantado un poco para soltar su carga lo antes posible, pero aun así la oyó murmurar:
—¿Y tú, Yacine mío? ¿Sabes por qué te quiero tanto?
Se oyeron trinos de pájaros.
—Porque sabes cosas que ni siquiera internet sabrá nunca...

 

Charles creyó que nunca conseguiría aguantar hasta el final, se cambió la sierra mecánica de mano, pero era peor todavía, estaba sudando la gota gorda, franqueó corriendo los últimos metros y dejó su cargamento en la puerta del primer silo que vio.
—Perfecto... De todas maneras tengo que desmontar la cadena...
¿Ah, sí?
Caramba...
Charles buscó su pañuelo para ocultar en él su cansancio.
La Virgen, lo que había hecho él, no lo habría hecho ni el más valiente, habría podido jurarlo. Bueno... y ahora ¿dónde se había metido Lucas?

 

Kate los acompañó al otro lado.
Charles habría tenido montones de cosas que decirle, pero el puente era demasiado frágil. Un «me alegro mucho de haberla conocido» le parecía inapropiado. Aparte de su sonrisa y su mano rugosa, ¿qué había conocido de ella? Sí, pero... ¿qué otra cosa se podía decir en esas circunstancias? Se estrujó y se estrujó la cabeza para encontrar algo, pero no encontró más que las llaves del coche.
Abrió la puerta trasera y se dio la vuelta.
—Me habría encantado conocerlo —dijo ella con naturalidad.
—Yo...
—Está usted muy maltrecho.
—¿Perdón?
—Su cara.
—Sí, es que... iba distraído...
—¿Ah, sí?
—A mí también. Quiero decir... A mí también me habría encantado...

 

Después de pasar el cuarto roble, Charles consiguió por fin pronunciar una frase que tuviera más o menos sentido:
—¿Lucas?
—¿Qué?
—¿Kate está casada?

 

3

 

—¡Pero bueno! ¡Pues sí que habéis tardado!
—Es porque estaban todos muy lejos, en el prado —explicó el niño.
—¿Qué te había dicho yo? —dijo Corinne, haciendo una mueca—. Venga... A la mesa... Que todavía tengo varios botones que coser...

 

El suelo de la terraza era de baldosas, el mantel, especial antimanchas, y la barbacoa, de gas. Le indicaron un sillón de plástico blanco, y Charles se sentó sobre un cojín de flores.
Vamos, que era todo muy bucólico.
El primer cuarto de hora fue eterno.
Penélope estaba de morros, Alexis no sabía muy bien qué hacer y nuestro héroe estaba enfrascado en sus musarañas.
Observaba ese rostro al que había visto crecer, jugar, sufrir, amar, embellecer, prometer, mentir, adelgazar, contraerse y desaparecer, y estaba fascinado.
—¿Por qué me miras así? ¿Tanto he envejecido?

No...
Precisamente estaba pensando lo contrario... No has cambiado...
Alexis le tendió la botella de vino.
—No sé si tengo que tomármelo como un cumplido...
Corinne suspiró.
—Por favor... No os iréis a poner en plan reencuentro de viejos amigos de la mili...
—Sí —contestó Charles, mirándola fijamente a los ojos—, puedes tomártelo como un cumplido. —Y, dirigiéndose a Lucas, le dijo—: ¿Sabes que tu padre era más pequeño que tú cuando lo conocí?
—¿Es verdad eso, papá?
—Sí, es verdad...
—Alex, te aviso que quema...
Corinne era perfecta. Charles se preguntaba si le contaría esa velada a Claire... No, probablemente no... aunque... ver a Alexis con esas bermudas de explorador y ese delantal bien almidonado en el que podía leerse «El chef soy yo» podría contribuir a bajarlo del pedestal en el que lo había puesto...
—Y era el que mejor jugaba a las canicas de todos los tiempos...
—¿Eso es verdad, papá?
—Ya no me acuerdo.
Charles le guiñó un ojo para confirmarle que sí, que era verdad.
—¿Y teníais la misma profesora?
—Claro.
—Entonces tú también conocías a Manou...
—¡Lucas! —lo interrumpió su madre—. ¡Deja de hablar ya y come! Se te va a enfriar.
—Sí, la conocía muy bien. Y me parecía que mi amigo Alexis tenía suerte de tenerla como madre. La encontraba guapa y simpática, y pensaba que nos divertíamos mucho cuando estábamos con ella...
Al pronunciar esas palabras, Charles supo que lo había dicho todo, que no iría más lejos. Para que lo supiera y para tranquilizarla, se volvió hacia la dueña de la casa, la premió con una sonrisa encantadora y se puso en plan pelota.
—Bueno... ya hemos hablado bastante del pasado... Esta ensalada está deliciosa... ¿Y usted, Corinne? ¿A qué se dedica?
Ésta vaciló un momento y por fin se decidió a dejar a un lado su mal humor. Le agradó mucho que se interesara así por ella un hombre elegante, que no se remangaba la camisa, llevaba un bonito reloj y vivía en París.
Le habló de sí misma, mientras Charles asentía, bebiendo más de la cuenta.
Para mantener las distancias.
No prestó atención a todo lo que le contó, pero entendió que trabajaba en el área de recursos humanos (al pronunciar estas dos últimas palabras, debió de malinterpretar la naturaleza de la sonrisa de su invitado...), en una filial de France Télécom, que sus padres vivían en la misma región que ellos, que su padre era dueño de una empresita de cámaras frigoríficas y armarios de refrigeración para la restauración industrial, que eran tiempos difíciles, la primavera, fresquita, y los chinos, muy numerosos.
—¿Y tú, Alexis?
—¿Yo? ¡Yo trabajo con mi señor suegro! De comercial... ¿Qué pasa? ¿He dicho una tontería?
—...
—¿Es el vino? Está picado, ¿es eso?
—No, pero es que... pensaba que tú... Pensaba que serías profesor de música o... No sé...
En ese preciso instante, en el ligerísimo rictus de sus labios, en su mano que ahuyentaba un... mosquito, vamos a decir, en el «chef» de su delantal, que había desaparecido debajo de la mesa, Charles vio por fin esos veinticinco años en que habían estado distanciados, plasmados en la frente del representante de celdas de refrigeración rápida.
—Oh... —dijo éste—, la música...
Sobreentendiendo esa chica fácil, esa novieta sin importancia.
Ese pecado de juventud.
—Pero ¿qué he dicho ahora? —insistió Alexis, preocupado—. ¿He dicho una tontería?
Charles dejó su copa sobre la mesa, olvidó el estor enrollable que había encima de su cabeza, el cubo de la basura a juego con el mantel y la mujercita a juego con el cubo de la basura.
—Por supuesto que has dicho una tontería. Y lo sabes de sobra... Todos esos años que pasamos juntos, cada vez que tenías algo importante que decir, recuerdo,
cada vez
, recurrías a la música... Cuando no tenías ningún instrumento, te inventabas uno, cuando empezaste a ir al Conservatorio te convertiste por fin en un buen estudiante, cuando tenías una audición, todo el mundo alucinaba, cuando estabas triste, tocabas cosas alegres, cuando estabas alegre, nos hacías llorar a todos, cuando Anouk cantaba, era como estar en Broadway, cuando mi madre nos hacía
crepés
, se lo agradecías tocándole el
Ave María
, cuando Nounou estaba depre...
Charles no terminó la frase.
—Pretérito imperfecto, Balanda. Todo lo que acabas de decir lo has conjugado en pretérito imperfecto.
—Exactamente —contestó Charles con una voz de sorpresa aún mayor—, sí... tienes razón... No puedes tener más razón... Gracias por la lección de gramática...
—Eh... Al menos esperaréis a que Lucas y yo nos hayamos acostado antes de presumir de cicatrices, ¿no?
Charles encendió un cigarrillo.
Corinne se levantó inmediatamente y recogió los platos.
—¿Y se puede saber quién es la niñera esa?
—¿Nunca le ha hablado de Nounou? —le preguntó Charles, dando un respingo.
—No, pero me ha contado muchas otras cosas, ¿sabe...? Así que las
crepés
y esa supuesta alegría, me va a perdonar, pero...

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