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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (21 page)

—¿No lee nunca la Prensa, profesor MacHarious? Las revistas califican ya estos casos como el «thriller del verano». ¿A esto llama usted seguir el programa establecido?

El pelirrojo no pareció alterado por estas noticias.

—¿Qué quiere? No se puede hacer una tortilla sin romper huevos.

Los etíopes estaban cada vez más inquietos.

—¡Esperemos entonces que la «tortilla» esté hecha antes de que se echen a perder todos los huevos!

MacHarious sonrió. Les señaló la probeta sobre el felpudo.

—Ahí tienen ustedes nuestra «tortilla».

Admiraron juntos el felpudo negro de suaves reflejos azulados. El profesor Odergin colocó con mil precauciones el precioso frasco en un bolsillo interior de su chaqueta.

—Ignoro lo que ocurre, MacHarious, pero sea prudente.

—No se preocupe. Mis dos perros me protegen.

—¡Sus perros! —Exclamó la esposa—. Ni siquiera han ladrado cuando hemos llegado. ¡Bonitos cancerberos!

—Es que esta noche no están aquí. Se los ha quedado el veterinario para un examen. Pero mañana, mis fieles guardianes estarán aquí para velar por mí.

Los etíopes se retiraron. El profesor MacHarious, agotado, se acostó.

62. Las rebeldes

Las rebeldes supervivientes están reunidas bajo una flor de fresa, en los suburbios de Bel-o-kan. Su perfume afrutado asegurará la interferencia de las conversaciones en caso de que una antena inoportuna vaya a merodear por allí. 103.683 se ha unido al grupo. Pregunta qué piensan hacer ahora, cuando su número ha menguado tanto.

La decana, una no-deísta, responde:

Somos pocas, pero no queremos dejar morir a los Dedos. Trabajaremos aún más para alimentarlos.

Las antenas se alzan unas tras otras para expresar su aprobación. El diluvio no ha diluido su proyecto.

Una deísta se vuelve hacia 103.683 y le señala el capullo de mariposa:

En cuanto a ti, debes partir. Por esto. Vete al fin del mundo con esa cruzada. Es preciso que lo hagas por la misión Mercurio.

Trata de conseguir una pareja de Dedos, le dice otra, nosotras los cuidaremos para ver si pueden reproducirse en cautividad.

24, la benjamina del grupo, solicita partir con 103.683. Quiere ver a los Dedos, olerlos, tocarlos. El doctor Livingstone no le basta. Sólo es un intérprete. Ella desea un contacto directo con los dioses, aunque sea para asistir a su destrucción. Insiste, puede ser útil a 103.683, encargándose, por ejemplo, del capullo durante las batallas.

Las demás rebeldes se asombran ante esa candidatura.

¿Por qué, qué tiene esa hormiga de especial?, pregunta 103.683.

La joven asexuada no les deja responder e insiste en acompañar a la soldado en su nueva odisea.

103.683 acepta esa ayuda sin hacer ninguna pregunta más. Se siente a gusto con las afinidades olorosas que le informan de que no hay nada realmente malo en esta hormiga 24. Ya tendrá oportunidad, durante el viaje, de descubrir esa «tara» que la convierte en motivo de burla para sus compañeras.

Pero una segunda rebelde también exige formar parte del viaje. Se trata de la hermana mayor de 24: 23.

103.683 la huele y vuelve a opinar. Aquellas voluntarias serán unas aliadas bienvenidas.

La cruzada partirá a la mañana siguiente, con el alba. Las dos hermanas deberán esperarla en ese lugar.

63. Vida y muerte de MacHarious

El profesor Maximilien MacHarious estaba seguro, había oído un ruido, allí, al final de su cama. Algo le había sacado de su sueño y ahora permanecía inmóvil, con los nervios tensos. Terminó por encender su lámpara de cabecera y decidió levantarse. No había ninguna duda, la manta era agitada por minúsculas trepidaciones.

Un científico de su envergadura no iba a dejarse intimidar por ello. A cuatro patas, con la cabeza por delante, se metió entre sus sábanas. Sonrió al principio, a medias divertido, a medias intrigado, al descubrir qué era lo que había provocado aquellos movimientos. Pero cuando aquello se abalanzó contra él, aprisionándolo en su caverna textil, no tuvo tiempo siquiera de protegerse su rostro.

Si en el cuarto hubiera habido alguien en ese momento, habría visto la superficie de la cama animada como por una noche de amor.

Pero no era una noche de amor. Era una noche de muerte.

64. Enciclopedia

MUTACIÓN:
Cuando los chinos se anexionaron el Tíbet, instalaron allí familias chinas para probar que aquella región también estaba poblada por chinos. Pero en el Tíbet resulta difícil soportar la presión atmosférica. Provoca vértigos y edemas en quienes no están habituados a él. Y por no se sabe qué misterio fisiológico, las mujeres chinas se muestran incapaces de dar a luz aquí, mientras que las mujeres tibetanas parían sin problemas en los pueblos más elevados. Era como si la tierra tibetana rechazase a los invasores, orgánicamente inadecuados para vivir sobre ella.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

65. La larga marcha

Al alba, las soldados empiezan a concentrarse cerca de donde estuvo la puerta número 2, que ahora no es más que un montón de ramitas desbaratadas y húmedas.

Las que tienen frío se entregan a pequeños ejercicios de estiramiento de las patas para desentumecerlas y calentarlas. Otras afilan sus mandíbulas o hacen posiciones y fintas de combate.

Por fin se eleva el sol sobre el ejército que crece, haciendo relucir sus corazas. La exaltación sube. Todas saben que están viviendo un gran momento.

Aparece 103.683. Muchas la reconocen y la saludan. La soldado va escoltada por las dos hermanas rebeldes. 24 lleva el capullo de mariposa, a cuyo través se distingue vagamente una forma oscura.

¿Qué es ese capullo?, pregunta una guerrera.

Alimento, sólo alimento, responde 24.

Llegan por fin los escarabajos rinoceronte. Aunque son treinta únicamente, ¡qué gran efecto causan! Todas se empujan para admirarlos más de cerca. Les gustaría verlos despegar, pero ellos explican que no se lanzarán al aire hasta que no sea realmente necesario. Por el momento, caminarán como todo el mundo.

Las hormigas se cuentan, se animan, se felicitan, se alimentan. Distribución de melazo y de fragmentos de patas de pulgones ahogados, recuperados entre los escombros. Las hormigas no desechan nada. Se comen también los huevos y las ninfas muertas. Mojados como esponjas, los trozos de carne circulan entre las filas, son secados y luego devorados con glotonería.

Una vez engullida aquella olla fría, una señal surgida de no se sabe dónde llama a la masa a fin de que se alinee en orden de marcha. ¡Adelante para la cruzada contra los Dedos!

Es la partida.

Las hormigas se ponen en movimiento en larga procesión. Bel-o-kan lanza su brazo armado hacia el Oriente. El sol empieza a difundir un agradable calor. Las soldados entonan el viejo himno oloroso:

Sol, entra en nuestros caparazones huecos,

mueve nuestros músculos doloridos,

y une nuestros pensamientos divididos.

Y todos alrededor continúan el himno:

Somos todos polvo de sol.

Que las pompas de luz vengan a nuestro espíritu,

igual que nuestros espíritus serán también un día pompas de luz.

Somos todos calor.

Somos todos polvo de sol.

¡Que la Tierra nos muestre el camino a seguir!

Nosotros la recorreremos en todas direcciones,

hasta encontrar el lugar donde ya no se necesite avanzar.

Somos todos polvo de sol.

Las hormigas mercenarias ponerinas no conocen las feromonas de las palabras. Por eso acompañan el canto haciendo rechinar su pecíolo. Para producir bien su música, desplazan la punta quitinosa de su tórax sobre la banda estriada situada en la parte inferior de sus anillos abdominales. De este modo emiten un sonido que recuerda el cricrí del grillo, pero más seco y menos sonoro.

Una vez concluido el canto de guerra, las hormigas se callan y caminan. Aunque los pasos son anárquicos, el ritmo del énfasis cardíaco es igual para todas.

Cada una piensa en los Dedos y en las terribles leyendas que han recibido sobre esos monstruos. Pero así reunidas, en manada, se sienten omnipotentes y avanzan alegres. Hasta los vientos, que ahora se levantan, parecen haber decidido acelerar la gran cruzada y facilitarle la tarea.

Al frente del cortejo, 103.683 husmea entre las hierbas y las ramas que desfilan por encima de sus antenas.

El olor está allí, a su alrededor. Los animalillos que escapan amedrentados, las flores multicolores que intentan provocar con sus perfumes embriagadores, los troncos sombríos que tal vez escondan comandos hostiles, los helechos águila llenos de diablillos…

Sí, todo está allí. Como la primera vez. Todo está allí, impregnado de ese aroma único: ¡el olor de la gran aventura que empieza!

66. Enciclopedia

LEY DE PARKINSON:
La ley de Parkinson (nada tiene que ver con la enfermedad del mismo nombre) señala que, a medida que una empresa crece, se contrata a más personas mediocres que, no obstante, reciben un salario muy por encima de su mérito. ¿Por qué? Simplemente porque los cuadros que ocupan el poder temen la llegada de competidores en potencia. La mejor manera de no crearse rivales peligrosos consiste en contratar incompetentes. La mejor forma de eliminar en ellos cualquier veleidad de zancadillas es pagarles muy bien. De este modo las castas dirigentes se aseguran una tranquilidad permanente.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

67. Nuevo crimen

—El profesor Maximilien MacHarious era una eminencia de la Universidad en Química de Arkansas. Estaba de visita en Francia y se había hospedado en este hotel hace una semana —dijo el inspector Cahuzacq consultando un informe.

Jacques Méliés paseaba arriba y abajo por la habitación mientras tomaba notas.

Un policía de guardia asomó la cabeza por la puerta:

—Una periodista de
El Eco del domingo
desea verle, comisario. ¿La dejamos entrar?

—Sí.

Laetitia Wells hizo su aparición, magnífica como siempre con uno de sus trajes de seda negra.

—Buenos días, comisario.

—¡Buenos días, señorita Wells! ¿Qué viento la trae por aquí? Yo creía que debíamos trabajar cada uno por nuestro lado hasta que ganase el mejor.

—Eso no impide que nos encontremos en los lugares del enigma. Después de todo, cuando estábamos mirando «Trampa para pensar», cada uno analizábamos a nuestro modo el mismo problema… Bueno, ¿ha mandado analizar los frascos de la CQG?

—Sí. Según el laboratorio, podría tratarse de veneno. Hay dentro un montón de cosas cuyo nombre he olvidado. A cuál más tóxica. Lo suficiente, según dicen, para fabricar todo tipo de insecticidas.

—Pues, entonces, comisario, ahora sabe usted tanto como yo al respecto. ¿Y la autopsia de Caroline Nogard?

—Paro cardíaco. Hemorragias internas múltiples. Siempre la misma canción.

—Hum… ¿Y éste? ¿Qué horror?

El sabio pelirrojo estaba boca abajo, con la cabeza vuelta hacia los visitantes como para una estupefacta y terrorífica testificación. Los ojos estaban fuera de sus órbitas, la boca había vomitado no se sabe qué repugnantes mucosidades que ensuciaban la larga barba, las orejas todavía sangraban… Y una extraña mecha blanca, cuya existencia antes de la muerte habría que comprobar, le cruzaba la frente. Méliés observó además que las manos estaban crispadas sobre el abdomen.

—¿Sabe quién es? —preguntó el comisario.

—Nuestra nueva víctima es, o más bien era, el profesor Maximilien MacHarious, especialista mundial en insecticidas.

—Sí, en insecticidas… ¿Quién podría estar interesado en matar a unos brillantes creadores de insecticidas?

Juntos contemplaron el cuerpo descompuesto del célebre químico.

—¿Una liga de protección de la Naturaleza? —sugirió Laetitia.

—Sí, ¿y por qué no unos insectos? —dijo burlón Méliés.

Laetitia agitó su flequillo moreno.

—En efecto, ¿por qué no? Pero hay un problema, ¡sólo los seres humanos leen los periódicos!

Y tendió un recorte de Prensa donde se anunciaba la llegada a París del profesor Maximilien MacHarious para un seminario sobre los problemas de invasión de insectos en el mundo. Se indicaba en él, incluso, que se alojaría en el «Hotel Bellevue».

Jacques Méliés leyó el artículo y se lo pasó a Cahuzacq, que lo metió en su informe. Luego decidió peinar toda la habitación. Aguijoneado por la presencia de Laetitia, tenía que dar muestras de su meticuloso profesionalismo. Como siempre, tampoco en este caso había arma, ni rastros de violencia ni huellas en los cristales, ni heridas aparentes. Como en casa de los Salta, como en casa de Caroline Nogard: ni el menor indicio.

Y tampoco había pasado por allí la primera cohorte de moscas. Por lo tanto el asesino había permanecido en el lugar del crimen cinco minutos después de la muerte, como para vigilar el cadáver o limpiar la habitación de cualquier huella acusadora.

—¿Ha encontrado algo? —le preguntó Cahuzacq.

—Las moscas siguen teniendo miedo.

El inspector pareció consternado. Laetitia preguntó:

—¿Las moscas? ¿Qué tienen que ver las moscas con todo esto?

Encantado de llevar un poco la iniciativa, el comisario le recitó su discursito sobre las moscas.

—La idea de utilizar moscas para ayudar a resolver casos criminales nos viene de un tal profesor Brouarel. En 1890, se descubrió un feto metido en el conducto de una chimenea parisiense. En el piso se habían sucedido unos a otros, hacía unos meses, varios inquilinos: ¿cuál de ellos había escondido el pequeño cadáver? Brouarel resolvió el enigma. Sacó unos huevos de mosca de la boca de la víctima, cronometró su maduración y de este modo pudo determinar, con un margen de una semana, la fecha en la que el feto había sido depositado en la chimenea. Los culpables pudieron ser arrestados.

La mueca de repugnancia que no pudo reprimir la hermosa periodista alentó a Méliés a proseguir por aquel camino.

—Yo mismo logré descubrir una vez, gracias a ese método, que un maestro hallado muerto en su escuela había sido asesinado en realidad en el bosque antes de ser trasladado a un aula, para así hacer creer en la venganza de algún alumno. Las moscas atestiguaron a su manera. Las larvas encontradas en el cuerpo provenían sin ninguna duda de moscas de los bosques.

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