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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (54 page)

Decidieron reflexionar.

—Tiene que haber algún medio de encontrar a una hormiga, incluso en una ciudad como Fontainebleau.

—Enumeremos todas las ideas que se nos ocurran. Luego haremos una selección —aconsejó la señora Ramírez.

Hubo proposiciones para todos los gustos.

—Rastrear toda la ciudad, metro a metro, con la ayuda de militares y bomberos.

—Interrogar a todas las hormigas que encontremos para preguntarles si no han visto pasar a una con una marca roja en la frente.

Ninguna solución les pareció satisfactoria. Fue entonces cuando Laetitia sugirió.

—¿Y si pusiéramos un anuncio en el periódico?

Los tres se miraron. La idea no era tal vez tan estúpida como parecía. Siguieron reflexionando todavía, pero ninguno de ellos encontró una solución mejor.

196. Enciclopedia

VICTORIA:
¿Por qué cualquier forma de victoria es insoportable? ¿Por qué uno sólo se siente atraído por el calor tranquilizante de la derrota? Tal vez porque una derrota no puede ser más que el preludio de un cambio mientras que la victoria tiende a animarnos a conservar el mismo comportamiento. La derrota es innovadora, la victoria es conservadora. Todos los humanos sienten de forma confusa esa verdad. Por ello, los más inteligentes se han visto tentados a obtener no la victoria más hermosa sino la derrota más hermosa. Aníbal dio media vuelta ante una Roma que se le ofrecía. César insistió en llegar hasta los idus de marzo.

Saquemos una lección de estas experiencias.

Uno nunca construye lo suficientemente pronto su propia derrota. Uno nunca construye lo suficientemente alto el trampolín que le permitirá lanzarse a la piscina sin agua.

La meta de una vida lúcida es desembocar en una derrota que sirva de lección a todos los contemporáneos. Porque nunca se aprende de la victoria, sólo se aprende de la derrota.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

197. Llamada a las poblaciones

Retrato robot en la sección «animales extraviados» de
El Eco del domingo.
Una cabeza de hormiga dibujada a plumilla.

Leyenda:
«¡Atención! ¡Lean bien! No es una broma. La hormiga aquí representada puede salvar la vida de diecisiete personas en peligro de muerte. Las señas siguientes les permitirán evitar confundirla con cualquier otra hormiga.

»103 es una hormiga roja. Por lo tanto, no es negra del todo. Su tórax y su cabeza son naranja-pardo. Sólo su abdomen es oscuro.

»Su tamaño: 3 milímetros. Su caparazón tiene estrías. Antenas cortas. Si se le acerca uno con el Dedo, ella lanza inmediatamente un chorro de ácido.

«Sus ojos son relativamente pequeños, sus mandíbulas anchas y rechonchas.

»Seña particular: un trazo rojo en la frente.

»Si la descubren, si, incluso sin estar seguros, creen haberla reconocido, recójanla, abríguenla y no duden en llamar al 31 41 59 26. Pregunten por Laetitia Wells. También pueden llamar a la Policía y preguntar por el comisario Jacques Méliés.

»100.000 francos de recompensa para cualquier llamada que ayude a encontrar a 103.683.»

Laetitia, Méliés y Juliette Ramírez intentaron discutir con las hormigas del terrario y con hormigas cogidas al azar por las calles. Aunque las del terrario habían oído hablar de Bel-o-kan, eran incapaces de llevarles hasta allí. No sabían siquiera dónde se encontraban. En cuanto al secreto del cáncer, ni siquiera conseguían saber de qué se trataba.

La misma ignorancia encontraron en las hormigas halladas en calles, jardines o casas.

Se vieron obligados a constatar que la mayoría de las mirmeceanas eran más bien estúpidas. No se interesaban por nada. No comprendían nada. No pensaban más que en comer.

De este modo, Jacques Méliés, Juliette Ramírez y Laetitia Wells llegaron a comprobar que 103 era realmente un caso aparte. Su capacidad intelectual la convertía en única.

Laetitia Wells atrapó con una pinza las cápsulas en las que 103 había colocado sus feromonas zoológicas sobre los Dedos.

Decididamente, aquella 103 había intentado comprenderlo todo sobre su mundo y su época. Rara vez se había visto tanta curiosidad y avidez por saber, incluso entre humanos. 103 era realmente alguien excepcional, se dijo Laetitia Wells. Y se mordió los labios al pensar ya en 103 en pretérito imperfecto.

Por un momento sintió ganas casi de rezar. Después de todo, ¿qué podía permitir encontrar una hormiga en una ciudad humana si no era un milagro?

198. Osario

La reina Chli-pu-ni baja, rodeada por una escolta de guardias de largas mandíbulas. Se reprocha no haberse comunicado antes con el doctor Livingstone. Ya conoce todas las preguntas que va a hacerle. Ya sabe cómo va a descubrir sus debilidades. Además, ha decidido alimentarlos. Hay que alimentarlos para seducirlos, como se hace para seducir a los pulgones salvajes antes de cortarles las alas e insertarlos en establos.

Piso –10
: Se siente dominada por un ardor nuevo. La reina acelera el paso. Sí, va a alimentarlos y hablarles. Tomará notas y consignará además numerosas feromonas zoológicas sobre los Dedos.

A su alrededor caracolean sus guardianas. Todas sienten que hoy va a ocurrir algo importante. La reina de la Federación, fundadora del movimiento evolucionarlo, consiente por fin en hablar con los Dedos, en estudiarles para matarlos mejor.

Piso –12:
Chli-pu-ni se dice que ha sido realmente una estúpida por no haber escuchado antes a 103. Habría debido dialogar con los Dedos desde hace tiempo. Habría debido escuchar a su madre. Belo-kiu-kiuni les hablaba. Era tan fácil hacer lo mismo.

Piso –20:
¡Ojalá estén vivos todavía los Dedos de abajo! ¡Ojalá no lo haya echado todo a perder por su voluntad de distinguirse, de hacer algo diferente de sus padres! No había que hacer lo contrario ni hacer nada, bastaba con continuar. Continuar la obra de Madre en lugar de negarla.

A su alrededor se activa, como cada día, la Manada. Las hormigas la saludan con la punta de las antenas. Pero la mayoría está sorprendida de ver descender a su reina tan profundamente en la Ciudad.

Piso –40:
Chli-pu-ni galopa ahora con toda su tropa repitiéndose: «¡Ojalá no sea demasiado tarde!» Tuerce en varios corredores y desemboca al final en una sala que no conoce. Una sala de proporciones sorprendentes, que ha debido ser construida hace una semana por lo menos en estos pisos tan poco poblados.

De pronto, ante ella, unas deístas. Son los cadáveres de todas las rebeldes deístas que han sido traídos a este lugar. Centenares de hormigas inmóviles parecen desafiar a la inoportuna visitante.

¡Soldados muertas conservadas en la Ciudad! Las antenas reales, pasmadas, hacen un movimiento de retroceso. A su espalda, las soldados belokanianas que la acompañan también están asustadas.

¿Qué hacen aquí todas estas muertas? ¡Deberían estar en la depuradora! La reina y las soldados dan algunos pasos entre los elementos de aquella lúgubre exposición. En su mayoría, las hormigas muertas están en posición de combate, con las mandíbulas separadas y las antenas hacia delante, dispuestas a saltar hacia un adversario tal vez igual de inmóvil.

Algunos de aquellos cadáveres todavía llevan huellas de perforaciones de penes de chinches. Y pensar que todas han muerto por instigación suya…

Chli-pu-ni se siente rara.

Está impresionada: todas están… como Madre en su celda real.

Las sorpresas no paran ahí.

Le parece que, entre estas hormigas demasiado inmóviles, se ha producido un movimiento.

¡Sí, casi la mitad se mueve! ¿Es un milagro, una subida del antiquísimo melazo de lomechusa, droga que ella tuvo la imprudencia de probar en otro tiempo?

¡Horror!

¡Los cadáveres se mueven por todas partes!

¡Y no es una alucinación! Centenares de fantasmas atacan ahora a las soldados que la rodean. Hay lucha en todas partes. Las guardianas de la reina poseen largas mandíbulas, pero las rebeldes deístas son mucho más numerosas. El efecto sorpresa y el estrés provocado por aquel lugar extraño juegan en contra de las guerreras convencionales.

Mientras combaten, las deístas agitan las antenas para emitir sin parar la misma feromona.

Los Dedos son nuestros dioses.

199. Reencuentros

Laetitia Wells surge como una bala de cañón, sin aliento, en el desván donde Jacques Méliés y Juliette Ramírez se esforzaban por hacer una selección entre los centenares de cartas y de mensajes telefónicos en respuesta a su llamada pública.

—¡La han encontrado! ¡Alguien la ha encontrado! —gritó la periodista.

Ninguno de los dos reaccionó.

—Ya hay ochocientos estafadores que juran haberla encontrado —dijo Méliés—. Recogen cualquier hormiga, le meten un poco de pintura roja en la frente y vienen a reclamar la recompensa.

Juliette Ramírez insistió.

—¡Hasta se han presentado algunos con arañas o cucarachas pintarrajeadas de rojo!

—No, no, esta vez va en serio. Es un detective privado que, desde que hicimos la llamada, se pasea permanentemente por toda la ciudad con lentes de aumento sobre la nariz…

—¿Y qué te hace creer que ha encontrado de verdad a nuestra 103?

—Me ha dicho por teléfono que la marca sobre la frente no era roja sino amarilla. Y cuando me dejo la laca demasiado tiempo en las uñas, se vuelve amarilla.

En efecto, el argumento era convincente.

—¿Tiene el animal?

—No. Dice que la ha encontrado, pero que no ha podido cogerla. Se le ha escapado entre los dedos.

—¿Dónde la ha visto?

—¡Agarraos! ¡No será fácil!

—Pero ¿dónde la ha visto? ¡Di!

—¡En la estación de Metro de Fontainebleau!

—¿En una estación de Metro?

—Pero si son las seis, es hora punta. Debe estar abarrotada de gente —dijo Méliés asustado.

—Cada segundo es precioso. Si dejamos escapar esta ocasión, perderemos definitivamente a 103 y entonces…

—¡Corramos!

200. Instantes de respiro

Dos gordas hormigas de ojos rosas y malencaradas se acercan a un montón de salchichas, tarros de confitura, pizzas y chucrut aliñado.

—¡Nierk, nierk, los humanos no nos ven! ¡Démonos un banquete!

Las dos hormigas se precipitan sobre los platos. Emplean abrelatas para abrir botes de conserva de alubias, se sirven champaña en unas copas alargadas y brindan.

De pronto, un proyector las ilumina y una bomba derrama una nube amarilla.

Las dos hormigas levantan sus cejas y abren desmesuradamente sus grandes ojos verdes gritando.

—¡Socorro, es PROCASA!

—¡No, PROCASA no, cualquier cosa menos PROCASA!

Vapores negros.

—Aaaaargggghhhhhhh.

Las dos hormigas se derrumban en el suelo. Trávelling hacia atrás. Un hombre esgrime un aerosol con gruesas letras inscritas en él: PROCASA.

Sonriente, se dirige a la cámara. «Con el buen tiempo y el calor, las cucarachas, las hormigas y las chinches proliferan. PROCASA es la solución. PROCASA mata sin discriminación todo lo que se mueve en sus cajones. PROCASA no es peligroso para los niños y no tiene piedad con los insectos. PROCASA es un nuevo producto CQG. CQG es eficacia.»

201. Persecución en el Metro

Iban completamente lanzados. Jacques Méliés, Laetitia Wells y Juliette Ramírez zarandearon sin miramientos a los usuarios del Metro.

—¿No han visto una hormiga?

—¿Cómo dice?

—Ha debido ir por allí, estoy segura, a las hormigas les gusta la penumbra. Hay que buscar en los rincones oscuros.

Jacques Méliés llevó a un transeúnte a un rincón.

—¡Mire dónde pone los pies, imbécil, sería capaz de matarla!

Nadie comprendía lo que hacían.

—¿Matarla? ¿Matar a quién? ¿Matar qué?

—¡A 103!

Y, como de costumbre, la mayoría de los viajeros seguían su camino, negándose a ver o a oír a los perturbadores.

Méliés se pegó de espaldas a la pared embaldosada.

—Buscar una hormiga en una estación de Metro es como buscar una aguja en un pajar.

¡Laetitia Wells se dio una palmada en la frente!

—¡Ya está! ¿Cómo no se nos ha ocurrido antes! «Buscar una aguja en un pajar…»

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué se hace para buscar una aguja en un pajar?

—¡Es imposible!

—Claro que es posible. Basta con emplear el método correcto. Encontrar una aguja en un pajar, es algo muy fácil: se prende fuego al pajar y luego se pasa un imán por las cenizas.

—De acuerdo, pero ¿qué tiene que ver eso con 103?

—Es una imagen nada más. Basta con encontrar el método. ¡Y tiene que haber forzosamente un método!

Quedaron desconcertados. ¡Un método!

—Jacques, tú eres policía, empieza por pedir al jefe de estación que haga salir a todo el mundo.

—¡No aceptará nunca, es hora punta!

—¡Dile que hay un aviso de bomba! Nunca asumirá el riesgo de tener miles de muertos sobre su conciencia.

—De acuerdo.

—Bueno, Juliette, ¿sería usted capaz de fabricar una frase feromonal?

—¿Cuál?

—«Dirígete a la zona más iluminada.»

—¡No hay problema! Puedo hacer incluso 30 centilitros que, con un spray, se vaporizarán por todas partes.

—Perfecto.

Jacques Méliés quedó entusiasmado.

—Ahora lo comprendo. Quieres instalar un potente proyector en el andén para que ella acuda.

—Las hormigas rojas de mi vivero iban siempre hacia la luz. ¿Por qué no intentarlo…?

Juliette Ramírez fabricó la frase olorosa: «Dirígete a la zona más iluminada», y regresó con esa llamada en un vaporizador de perfume.

Los altavoces de la estación pidieron a todo el mundo que evacuara el Metro con calma y en orden. Todo el mundo corrió, gritó, se zarandeó, se resbaló. Cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Alguien gritó: «¡Fuego!» Fue la desbandada. El grito fue repetido por todos. La muchedumbre echó a correr. Derribaron las verjas de separación de los andenes. Las gentes se pegaban por pasar. Los altavoces seguían repitiendo: «Tengan calma, que no cunda el pánico», y esas palabras lograban el efecto contrario al buscado.

Ante la cabalgada de suelas que se abaten a su alrededor, 103 decide esconderse en el intersticio de una letra de cerámica de la estación «Fontainebleau». La sexta del alfabeto. La letra F. Allí espera a que se calme la algarabía de los olores del sudor dedalero.

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