El Día Del Juicio Mortal (4 page)

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Authors: Charlaine Harris

No podía estar segura al cien por cien. Pero a los vampiros no les gusta jugar con fuego. Hay algo en su condición que los convierte en seres especialmente inflamables. Habría que ser un vampiro extraordinariamente confiado o inconsciente para usar un cóctel molotov como arma.

Sólo por esa razón, apostaría mi dinero a la opción del cambiante o el licántropo. Por supuesto, existían otras criaturas sobrenaturales, como los elfos, las hadas y los trasgos, y todos ellos eran más veloces que los humanos. Para mi pesar, todo había ocurrido demasiado rápido como para poder captar la proyección mental del atacante. Habría sido una prueba decisiva, ya que los vampiros son un gran vacío para mí, un agujero en el éter. Tampoco puedo leer a las hadas, si bien sus señales son diferentes. Puedo leer a algunos cambiantes con cierta precisión, a otros no, pero noto la actividad de sus cerebros.

No suelo considerarme una persona indecisa. Pero mientras me secaba y me cepillaba el pelo mojado (notando lo extraño que resultaba terminar el recorrido tan pronto), me preocupó la idea de compartir mis sospechas con Eric. Cuando un vampiro te ama, aunque sólo sienta que eres de su propiedad, su noción de la protección puede ser un poco drástica. Eric adoraba meterse en refriegas; a menudo tenía que luchar para equilibrar el trasfondo político de una maniobra con la tentación de saltar con una espada desenfundada. Si bien no creía que fuese a cargar contra la comunidad de los cambiantes, dado el humor que tenía, creí que sería más inteligente guardarme mis ideas hasta contar con alguna prueba en una dirección u otra.

Me puse el pantalón del pijama y una camiseta de las Lady Falcons. Observé mi cama con anhelo antes de salir para reunirme de nuevo con el extraño grupo de mi cocina. Eric y Pam bebían sendas botellas de sangre sintética que guardaba en la nevera, mientras que Immanuel sorbía tímidamente una Coca-Cola. Me sentí afligida por no haberles ofrecido nada de beber, pero Pam me interceptó la mirada con expresión ecuánime. Ya se había encargado ella. Hice un gesto de agradecimiento con la cabeza a Immanuel y le dije:

—Ya estoy lista. —Despegó su cuerpo huesudo de la silla y me hizo un gesto hacia la banqueta.

Esta vez, mi nuevo peluquero desplegó un fino capote de plástico para los hombros que me ató al cuello. Empezó a cepillarme el pelo analizándolo concienzudamente. Traté de sonreír a Eric para demostrarle que no estaba tan mal, pero mi corazón estaba en otra parte. Pam miró con ceño fruncido su móvil. El mensaje entrante no le había gustado.

Al parecer, Immanuel había pasado el tiempo cuidando el pelo de Pam. Su pálida melena rubia, lisa y fina, estaba pulcramente apartada de su cara por una cinta azul. No podía parecerse más a Alicia. No llevaba un vestido azul de cuerpo completo ni un mandil blanco, pero sí el azul pálido: vestido de tubo, puede que de los sesenta, y charoles con tacón de siete centímetros. Y perlas.

—¿Qué pasa, Pam? —pregunté, simplemente porque el silencio en la cocina se hacía cada vez más opresivo—. ¿Alguien te manda mensajes desagradables?

—No pasa nada —rezongó. Intenté no sobresaltarme—. No pasa absolutamente nada. Victor sigue siendo nuestro líder. Nuestra posición no mejora. Nuestras solicitudes caen en el olvido. ¿Dónde está Felipe? Lo necesitamos.

Eric la atravesó con la mirada. Vaya, problemas en el paraíso. Nunca los había visto pelearse en serio.

Pam era la única «vampira convertida» de Eric que conocía. Ahora iba por libre, después de compartir con él sus primeros años como vampira. No le había ido mal, pero me confesó que se alegró de volver con Eric cuando la llamó para que le ayudase en la Zona Cinco, cuando la anterior reina lo designó como sheriff.

La tensa atmósfera empezaba a afectar a Immanuel, que se mostraba errático en su concentración, que consistía en cortarme el pelo.

—Calmaos, chicos —les dije sin rodeos.

—¿Y qué pasa con toda esa mierda amontonada en tu camino privado? —preguntó Pam, dejando escapar su original acento británico—. Por no decir nada de tu salón y el porche. ¿Vas a montar un mercadillo de baratijas? —Saltaba a la vista lo orgullosa que estaba de haber empleado la terminología correcta.

—Casi he terminado —murmuró Immanuel, sus tijeras atacando el pelo con frenesí en respuesta a la creciente tensión.

—Pam, todo eso ha salido de mi desván —expliqué, feliz de poder hablar de algo tan mundano y tranquilizador (o al menos eso esperaba) — . Claude y Dermot me están ayudando a limpiar. Iré a ver a una vendedora de antigüedades con Sam por la mañana… Bueno, pensábamos ir. Ahora no sé si Sam podrá.

—¡Lo ves! —le dijo Pam a Eric —. Vive con otros hombres. Se va de compras con otros hombres. ¿Qué clase de marido eres?

Eric se lanzó sobre la mesa, aferrando el cuello de Pam entre las manos.

Un segundo después, los dos rodaban por el suelo en un serio intento de hacerse daño. No estaba segura de que Pam pudiera hacer movimientos que pudiesen inquietar a Eric, dado que era su vampira convertida, pero lo cierto era que se defendía vigorosamente; ahí se dibuja una fina línea.

No pude zafarme de la banqueta lo bastante rápido como para evitar daños colaterales. Era inevitable que acabasen chocando contra la banqueta, y por supuesto eso hicieron. También caí al suelo, golpeándome el hombro con la encimera de paso. Immanuel tuvo el acierto de dar un salto hacia atrás sin soltar las tijeras, una bendición para todos. Uno de los vampiros podría haberlas cogido para usarlas como arma, o, peor aún, podrían haber acabado clavadas en alguna parte de mi cuerpo.

La mano de Immanuel me agarró del brazo con sorprendente fuerza y tiró de mí. Nos arrastramos como pudimos fuera de la cocina, hacia el salón. Permanecimos en medio de la estancia atestada, jadeando, observando atentamente el pasillo por si la pelea nos seguía.

Se oían golpes y choques, así como un persistente zumbido que identifiqué con gruñidos.

—Buena la han cogido los pitbull —señaló Immanuel. Afrontaba la situación con gran calma. Me alegraba de contar con compañía humana.

—No sé qué les pasa —dije—. Jamás los había visto actuar así.

—Pam está frustrada —confesó Immanuel con una familiaridad sorprendente—. Ella quiere crear a su propio vampiro neonato, pero existe alguna razón vampírica que se lo impide.

No pude disimular mi sorpresa.

—¿Cómo sabes todo eso? Siento sonar un poco grosera, pero conozco a Pam y a Eric desde hace bastante tiempo y nunca les oí hablar del tema.

—Pam está saliendo con mi hermana. —Immanuel no parecía ofendido por mi franqueza, a Dios gracias —. Mi hermana Miriam. Mi madre es religiosa —explicó —. Y un poco loca. El caso es que mi hermana está enferma y va empeorando, y Pam quiere convertirla antes de que se ponga peor. Nunca dejará de ser un saco de huesos y pellejo si Pam no se da prisa.

No sabía qué decir.

—¿Cuál es la enfermedad de tu hermana? —pregunté.

—Tiene leucemia —explicó Immanuel. Si bien mantenía su fachada tranquila, pude sentir el dolor que subyacía, así como el temor y la preocupación.

—Entonces por eso te conoce Pam.

—Sí. Pero tenía razón. Aparte de todo, soy el mejor estilista de Shreveport.

—Te creo —señalé—. Y lamento lo de tu hermana. Supongo que no te habrán dicho por qué Pam no puede convertirla.

—No, pero no creo que el obstáculo sea Eric.

—Seguro que no. —Sonó un grito seguido de un fuerte golpe en la cocina—. Me pregunto si debería intervenir.

—Yo, en tu lugar, los dejaría terminar.

—Espero que paguen los desperfectos de la cocina —dije, haciendo todo lo posible para sonar enfadada en vez de asustada.

—Sabes que podría ordenarle que se estuviese quieta y ella tendría que obedecer. —Era como si Immanuel hablase del tiempo.

Tenía toda la razón. Como vampira convertida de Eric, Pam estaba obligada a obedecer las órdenes directas. Pero, por alguna razón, Eric se resistía a emplear la palabra mágica. Mientras tanto, mi cocina estaba siendo arrasada. Cuando me di cuenta del todo de que Eric podía terminar con todo aquello cuando le viniese en gana, fui yo quien perdió los estribos.

Aunque Immanuel trató de agarrarme el brazo, salí con los pies descalzos hacia el cuarto de baño del pasillo, cogí el jarro que usaba Claude para limpiar el aseo, lo llené con agua helada y me fui a la cocina (me tambaleaba un poco al andar debido a la caída, pero me las arreglé). Eric estaba encima de Pam, lanzándole puñetazos. Su propia cara estaba ensangrentada. Pam lo agarraba de los hombros, impidiendo que se acercase más. Quizá temía que fuese a morderla.

Tomé posición y calculé la trayectoria. Cuando estuve segura de las estimaciones, derramé el agua fría sobre los vampiros.

Esta vez me tocaba apagar otro tipo de incendio.

Pam chilló como una tetera cuando el agua fría le salpicó la cara y Eric dijo algo que sonaba vil en un idioma desconocido. Por un segundo, pensé que ambos se lanzarían sobre mí. Afianzada mi posición con los pies descalzos, jarro vacío en mano, los miré con dureza de uno en uno. Entonces me volví y salí de la cocina.

Immanuel se sorprendió de verme volver de una pieza. Agitó la cabeza. Obviamente, no sabía si admirarme o pensar que era idiota.

—Estás loca, mujer —dijo—, pero al menos he conseguido que tu pelo luzca bonito. Deberías venir a que te ponga unos reflejos. Te haré un precio rebajado. Cobro más que nadie en Shreveport —añadió como si fuese lo más natural del mundo.

—Oh. Gracias. Me lo pensaré. —Exhausta por el largo día y mi repentino estallido de rabia (rabia y miedo son agotadores), me senté en la esquina libre del sofá e indiqué a Immanuel que se acomodase en la butaca, el único otro asiento del salón que no estaba ocupado por la limpieza de mi desván.

Permanecimos en silencio, escuchando la renovada pelea en la cocina. Para mi alivio, el ruido no fue tan fuerte. Al cabo de unos segundos, Immanuel dijo con aire de disculpa:

—Me iría a casa si no me hubiese traído Pam. —Se estaba disculpando.

—No pasa nada —respondí reprimiendo un bostezo—. Sólo lamento no poder entrar en la cocina. Podría ofrecerte otra bebida o algo de comer si saliesen de ahí.

Meneó la cabeza.

—La Coca-Cola ha sido suficiente, gracias. No soy de comer mucho. ¿Qué crees que estarán haciendo? ¿Follar?

Ojalá mi aspecto no denotase mi desconcierto. Era verdad que Eric y Pam habían sido amantes justo después de que él la convirtiera. De hecho, ella me contó lo que había disfrutado con esa fase de su relación, si bien a lo largo de las décadas había descubierto que le gustaban las mujeres. Así que estaba eso, y además ahora Eric y yo estábamos casados, una especie de matrimonio vampírico no vinculante, y estaba convencida de que hasta ese tipo de uniones descartaban las relaciones sexuales extramatrimoniales en la cocina de una, ¿no?

Por otra parte…

—Pam prefiere a las mujeres —dije, procurando parecer más segura de lo que realmente me sentía. Cuando pensaba que Eric podía estar con otra persona, me entraban ganas de arrancarle su preciosa cabellera rubia. De raíz. A puñados.

—Ella es como omnisexual —comentó Immanuel—, Mi hermana y Pam se han acostado juntas con otros hombres.

—Ah, vale. —Levanté una mano en señal de «alto». Hay cosas que no deseo ni imaginar.

—Eres un poco mojigata para ser alguien que sale con un vampiro —observó Immanuel.

—Sí. Es verdad. —Jamás me había aplicado ese adjetivo, pero, en comparación con Immanuel (y Pam), podía considerarme bastante convencional.

Prefería pensar en ello como un sentido de la intimidad evolucionado.

Finalmente, Pam y Eric salieron al salón. Immanuel y yo nos sentamos al borde de nuestros respectivos asientos, sin saber qué esperar. Si bien ambos vampiros se mostraban inexpresivos, el lenguaje defensivo de sus cuerpos indicaba que se avergonzaban de la pérdida del autocontrol.

Ya se estaban curando, noté con cierta envidia. El pelo de Eric estaba desgreñado y una de las mangas de la camiseta estaba arrancada. El vestido de Pam estaba raído y llevaba los zapatos en la mano porque se le había roto uno de los tacones.

Eric abrió la boca para decir algo, pero me adelanté.

—No sé de qué va todo esto —dije—, pero estoy demasiado cansada para que me importe. Vosotros dos sois responsables de todo lo que hayáis roto y quiero que salgáis de esta casa ahora mismo. Rescindiré mi invitación si es necesario.

Eric parecía disconforme. Al parecer, había planeado pasar la noche conmigo. Tendría que ser en otra ocasión.

Vi luces de coche por el camino privado. Seguro que eran Claude y Dermot. No podía permitirme tener hadas y vampiros a la vez bajo el mismo techo. Ambas razas eran fuertes y feroces, pero los vampiros encontraban a las hadas literalmente irresistibles, como los gatos con la hierba para gatos. No me quedaban fuerzas para soportar otra pelea.

—Largaos por la puerta delantera —ordené—. ¡Vamos! —añadí al ver que no obedecían inmediatamente—. Gracias por el corte, Immanuel. Eric, te agradezco que pensaras en las necesidades estéticas de mi pelo. —Podría haber empleado más sarcasmo en esa frase—. Habría sido muy generoso por tu parte pensártelo dos veces antes de arrasar mi cocina.

Sin más resistencia, Pam hizo un gesto a Immanuel y los dos salieron juntos por la puerta. El peluquero proyectaba un aire divertido por toda la situación. Pam me dedicó una prolongada mirada mientras pasaba a mi lado. Sabía que quería insinuarme algo, pero por mi vida que no alcanzaba a comprenderlo.

—Te abrazaría mientras duermes —dijo Eric—. ¿Te ha dolido? Lo siento. —Parecía extrañamente desconcertado.

En otras circunstancias habría aceptado sus heterodoxas disculpas, pero esa noche no era el mejor momento.

—Tienes que irte a casa, Eric. Hablaremos cuando puedas controlar tus impulsos.

Eso era toda una reprimenda para un vampiro. La espalda se le puso tiesa. Por un momento pensé que tendría que lidiar con otra pelea. Pero, finalmente, Eric se detuvo en la puerta delantera. Una vez en el porche, dijo:

—Te llamaré pronto, esposa mía. —Me encogí de hombros. Pues vale. Estaba demasiado cansada y me sentía demasiado agraviada como para invocar cualquier tipo de expresión romántica.

Creo que Eric se metió en el coche con Pam y el peluquero para regresar a Shreveport. Probablemente estuviera demasiado magullado para volar. ¿Qué demonios pasaba entre Pam y Eric?

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