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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

El diablo de los números (13 page)

Una vez que ambos hubieron vaciado sus vasos, el anciano dijo:

—Bueno, podemos olvidarnos de los cocos. Lo que importa son los números. Se trata de unos números especialmente buenos. Se les llama números triangulares, y hay más de ellos de los que te puedas imaginar.

—Lo sabía —dijo Robert—. Contigo todo llega siempre al infinito.

—Oh, bueno —dijo el anciano—, de momento tenemos bastante con los diez primeros. Espera, te los escribiré.

Se levantó de su tumbona, cogió el bastón, se inclinó sobre el borde de la piscina y empezó a escribir en el agua:

Realmente no se detiene ante nada, pensó Robert para sus adentros. Ya sea el cielo o la arena, el anciano lo escribe todo con sus números. Ni siquiera el agua está segura ante su bastón.

—No creas que con estos números triangulares se puede hacer cualquier cosa —le susurró al oído el diablo de los números—. Por poner un ejemplo: ¡averigua la diferencia!

—¿La diferencia entre qué? —preguntó Robert.

—Entre dos números triangulares consecutivos.

Robert miró las cifras que nadaban en el agua, y reflexionó.

—Tres menos uno son dos. Seis menos tres son tres. Diez menos seis son cuatro. Te salen todas las cifras del uno al diez, una tras otra. ¡Estupendo! Y probablemente siempre sigue así.

—Exactamente así —dijo el diablo de los números, reclinándose satisfecho—. ¡No te creas que eso es todo! Ahora me dirás el número que prefieras, y te demostraré que puedo confeccionarlo con un máximo de tres números triangulares.

—Bien —dijo Robert—. El 51.

—Eso es fácil, incluso sólo necesito dos:

—¡83!

—Encantado:

—¡12!

—Muy fácil:

»¿Lo ves?, sale
siempre
. Y ahora una cosa más, un verdadero puntazo, mi querido Robert. Si sumas dos de los números triangulares sucesivos, verás un auténtico milagro.

Robert miró con más atención las cifras que nadaban:

Las sumó por parejas:

—¡Son números saltados: 2
2
, 3
2
, 4
2
, 5
2
!

—No está mal, ¿eh? —dijo el anciano—. Puedes seguir el tiempo que quieras.

—No hace falta —dijo Robert—. Prefiero darme un baño.

—Pero antes te enseñaré, si quieres, otro número de circo.

—Es que empiezo a tener calor —refunfuñó Robert.

—Está bien. Entonces no. Entonces puedo irme —dijo el diablo de los números.

Ya se ha vuelto a ofender, pensó Robert. Si dejo que se vaya, probablemente soñaré con hormigas rojas, o algo por el estilo. Así que dijo:

—No, quédate.

—¿Sientes curiosidad?

—Naturalmente que siento curiosidad.

—Entonces presta atención. Si sumas todos los números normales del uno al doce, ¿qué te sale?

—Ufff —dijo Robert—. ¡Qué tarea tan aburrida! No parece tuya. Podría ser del señor Bockel.

—No te preocupes. Con los números triangulares es coser y cantar. Simplemente busca el duodécimo de ellos y tendrás la suma de todos los números del uno al doce.

Robert miró al agua y contó:

—Setenta y ocho —dijo.

—Correcto.

—Pero ¿por qué?

El diablo de los números echó mano a su bastón y escribió en el agua:

—Sólo tienes que escribir, unas debajo de otras, las cifras del uno al doce, las seis primeras de izquierda a derecha y las otras seis de derecha a izquierda, y verás por qué:

»Ahora una raya debajo:

»Y sumas:

»¿Y salen?

—Seis treces —dijo Robert.

—Confío en que no necesitarás calculadora para eso.

—Seis por trece —dijo Robert— son setenta y ocho. El duodécimo número triangular. ¡Concuerda perfectamente!

—Ya ves lo buenos que son los números triangulares. La verdad es que los cuadrados tampoco están mal.

—Pensaba que íbamos a bañarnos.

—Podemos bañarnos luego. Primero los números cuadrados.

Robert miró con ansia hacia la piscina, en la que los números triangulares nadaban en fila como patitos detrás de su madre.

—Si sigues así —amenazó—, me despertaré y haré desaparecer todos los números.

—Pero también la piscina —dijo el anciano—. Por otra parte, sabes muy bien que no se puede dejar de soñar cuando se quiere. Y además, ¿quién es aquí el jefe? ¿Tú o yo?

Ya se vuelve a excitar, pensó Robert. Quizá empiece también a gritar. Sólo dentro del sueño, naturalmente. Pero a mí no me gusta que me griten, ni siquiera en sueños. ¡Sabe el Diablo qué otra cosa se le habrá ocurrido!

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