El discípulo de la Fuerza Oscura (21 page)

Jacen y Jaina parecían compartir una especie de conexión psíquica, pues siempre hablaban entre sí con frases que dejaban a medias, y en algunas ocasiones incluso lograban comunicarse en el más completo silencio. Aquello no sorprendía a Leia. Como le había dicho Luke, la Fuerza era muy grande en su familia.

Han afirmaba que los gemelos sabían bastante más de lo que admitían acerca de cómo utilizar sus poderes. Había encontrado puertas de armario misteriosamente abiertas después de que las hubiera cerrado y activado los bloqueos, y de vez en cuando objetos brillantes dejados en estantes muy altos aparecían repentinamente en el suelo como si los gemelos hubiesen estado jugando con ellos. En una ocasión los sintetizadores de comida, que deberían ser totalmente inaccesibles a los pequeños, habían sido reprogramados para añadir una ración doble de endulzante a todas las recetas, la sopa incluida.

Cetrespeó había llegado a sentirse tan perplejo ante aquellos acontecimientos misteriosos que se había dedicado a investigar en diversos bancos de datos peculiarmente oscuros que casi nunca eran consultados, y había acabado insistiendo en que la mejor explicación podía encontrarse en la antigua superstición de los poltergeists, pero Leia sospechaba que lo ocurrido tenía mucho más que ver con un par de niños Jedi.

Dio un mordisco a las delgadas rebanadas de herbívoro cubiertas por una fina capa de hierbas. Las volutas de aroma que subían hasta sus fosas nasales estaban impregnadas por un delicioso olor a nueces, y la carne había sido delicada e impecablemente sazonada a fin de contrarrestar el acre y desagradable regusto que solía encontrarse en los filetes de herbívoro importados. Leia pensó por un momento en felicitar a Cetrespeó, pero decidió que eso probablemente haría que el androide de protocolo se sintiera demasiado satisfecho de sí mismo.

—¡Mirad qué está haciendo Jaina! —exclamó Jacen de repente.

Leia contempló con asombro cómo la niña mantenía su pincho de tubérculos sazonados en un equilibrio imposible sobre la punta y utilizaba la Fuerza para hacerlo girar igual que si fuese una peonza.

—¡Haga el favor de dejar de jugar con su comida, ama Jaina! —dijo Cetrespeó.

Leia y Han intercambiaron una mirada de asombro. Han se alegró de que Luke hubiera creado su Academia Jedi, ya que eso permitiría que sus hijos aprendieran a comprender el poderoso y magnífico don que se les había dado.

El timbre de la puerta sonó de repente y esparció sus melodiosos ecos de campana tubular por las habitaciones. El ruido sobresaltó a Jaina, y el pincho que había estado sosteniendo en un delicado equilibrio cayó sobre la mesa..., con el resultado de que la niña se echó a llorar.

Han suspiró, y Leia se levantó frunciendo el ceño.

—Ya me imaginaba que no podríamos disfrutar de toda una cena sin que hubiera alguna clase de interrupción... —murmuró.

Abrió la puerta, y la placa de plastiacero cubierta de molduras y tallas se hizo a un lado con un suave zumbido para revelar a un androide mensajero que estaba flotando en el pasillo con sus luces encendiéndose y apagándose en un parpadeo continuo.

—La Jefe de Estado Mon Mothma requiere su presencia de inmediato en sus aposentos privados para hablar de un asunto muy importante, ministra Leia Organa Solo —dijo el androide mensajero—. Le ruego que me siga.

Han puso los ojos en blanco y lanzó una mirada de furia al techo al ver que los deberes de Estado iban a apartar nuevamente a Leia de su lado. Jaina seguía llorando, y Jacen decidió añadir sus sollozos al estrépito. Cetrespeó intentó calmar a los dos niños, pero sus esfuerzos no sirvieron de nada.

Leia lanzó una mirada implorante a Han, pero su esposo se limitó a mover una mano en un gesto de despedida.

—Anda, vete —dijo—. Mon Mothma te necesita.

Leia se mordió el labio inferior, percibiendo la amargura que Han trataba de ocultar.

—Intentaré abreviarlo al máximo —dijo—. Volveré lo más pronto posible.

Han asintió y volvió a concentrar la atención en su plato como si no la creyera. Leia sintió que se le formaba un nudo en el estómago mientras se apresuraba a seguir al androide, que flotaba en el aire avanzando velozmente bajo los arcos de los pasillos brillantemente iluminados. Sintió cómo la irritación y una tozuda resistencia iban adueñándose de ella, y siguió caminando con paso rápido y decidido.

Había dejado que se abusara de ella accediendo a demasiadas cosas. Leia siempre inclinaba la cabeza e iba corriendo a cualquier sitio cada vez que Mon Mothma se lo pedía. Bueno, pues Leia tenía su propia vida y tenía que pasar más tiempo al lado de su familia. Su carrera también era importante —crucial, de hecho—, y se prometió que se ocuparía de las dos cosas; pero antes tenía que dejar claras algunas prioridades y reglas básicas.

Mientras seguía al androide mensajero al interior de un turboascensor que los llevó hasta una zona del antiguo Palacio Imperial muy alejada del ajetreo de la actividad cotidiana, Leia incluso se alegró de que Mon Mothma la hubiera hecho llamar. Tenía unas cuantas cosas que decir a la Jefe de Estado, y en cuanto lo hubiera hecho las dos tendrían que llegar a alguna clase de compromiso.

Pero cuando el androide transmitió el código desactivador especial que hizo que la gruesa puerta blindada de Mon Mothma se deslizara a un lado con un leve chirrido, Leia sintió como si una uña helada hubiese surgido de la nada y empezara a hurgar en su pecho. Los aposentos de Mon Mothma estaban demasiado oscuros, y parecían iluminados únicamente por el suave brillo verdoso de lamparillas diseñadas para que emitiesen una luz suave, relajante... y curativa. Captó el olor dulzón de extrañas medicinas, y el regusto pegajoso de la enfermedad se quedó adherido a su garganta con cada inhalación de aire.

Leia siguió avanzando por los aposentos y vio que estaban llenos de lirios nova y orquídeas nebulosa que impregnaban la atmósfera con su potente perfume, disimulando el desagradable olor de las medicinas.

—¿Mon Mothma? —preguntó.

Su voz sonó frágil y quebradiza en aquellos recintos cerrados.

Un movimiento a su derecha hizo que Leia volviera la mirada en esa dirección para ver un androide médico del modelo 2-1B con su típica cabeza en forma de bala. Mon Mothma estaba acostada en un gran lecho rodeado por equipos de diagnóstico de todas clases, y se la veía agotada y casi esquelética. Otro androide más pequeño estaba observando las lecturas. Todo se hallaba sumido en el silencio más absoluto salvo por el zumbido casi inaudible de la maquinaria.

Leia también vio —y pensó que era una estúpida por fijarse en un detalle tan insignificante— que Mon Mothma tenía el tocador lleno de recipientes de maquillaje y colorantes sintéticos de la piel en un intento desesperado de ofrecer un aspecto presentable durante sus apariciones en público.

—Ah, Leia... —dijo Mon Mothma. Su voz sonaba patéticamente débil, como un crujir de hojas secas—. Te agradezco mucho que hayas venido. Ya no puedo seguir ocultando mi secreto durante más tiempo... Debo contártelo todo.

Leia tragó saliva. Todos sus argumentos indignados se evaporaron como una nubecilla de niebla bajo los rayos de una gigante roja. Se sentó en el silloncito que había al lado de la cama de Mon Mothma y escuchó.

Han no había tenido tiempo de acostar a los gemelos antes de que Leia volviera. Se había sentido irritado y distraído durante el resto de la cena, y el que Leia hubiera tenido que volver a marcharse le había dejado bastante abatido. Había jugado un rato con los niños, intentando encontrar algo de alivio en su compañía.

Cetrespeó estaba terminando de preparar el baño de burbujas nocturno de los niños cuando Leia cruzó el umbral sin hacer ningún ruido. Han había estado sentado en la sala, contemplando las melancólicas imágenes enmarcadas de la serie «Recuerdos de Alderaan» que había regalado a su esposa. Un pequeño pedestal cuidadosamente colocado para atraer la máxima atención posible exhibía la ridícula estatuilla mascota de una cadena de locales de comida rápida corelliana que Leia le había comprado, creyendo que era una tosca pero importante muestra del arte escultórico del mundo natal de Han.

Han se apresuró a erguirse y se alisó los cabellos con los dedos apenas vio entrar a Leia, pero su esposa le dio la espalda y manipuló los controles de la puerta sin decir nada. Leia parecía haberse encogido y estar totalmente absorta en sí misma. Se movía con extremada lentitud y cautela, como si todo lo que la rodeaba pudiera romperse al primer movimiento repentino.

—Creía que ibas a tardar mucho más en volver —dijo Han—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Conseguiste que Mon Mothma se compadeciera de ti y te dejara marchar?

Cuando se volvió hacia él, Han vio que los ojos de Leia brillaban con los puntitos de luz de las lágrimas que estaba conteniendo a duras penas. La piel de alrededor de sus ojos estaba un poco enrojecida, y tenía los labios tensos.

—¿Qué pasa? —preguntó Han—. ¿Qué quiere Mon Mothma que hagas esta vez? Oye, si se ha excedido iré a hablar personalmente con ella. Deberías...

—Se está muriendo —dijo Leia.

Han la contempló boquiabierto y le pareció que los argumentos que se disponía a utilizar reventaban como frágiles burbujas de jabón. Leia empezó a hablar antes de que Han pudiera decir ni una palabra.

—Padece una misteriosa enfermedad consuntiva. Los androides médicos no han logrado establecer un diagnóstico... Nunca habían visto nada parecido, y la enfermedad progresa a una velocidad increíble. Es como si algún extraño desorden genético estuviera royéndola por dentro.

»¿Te acuerdas de esos cuatro días en los que se suponía que había ido a una conferencia secreta en la Ciudad de las Nubes? No fue a ningún sitio, y no hubo ninguna conferencia. Pasó todo ese tiempo dentro de un tanque bacta en un último esfuerzo desesperado para curarse... pero el tanque bacta no pudo ayudarla a pesar de que llevó a cabo una limpieza completa de su organismo. Su cuerpo parece estar desmoronándose. La enfermedad está progresando tan deprisa que podría... Bueno, puede que Mon Mothma muera en menos de un mes.

Han tragó saliva, y pensó en la mujer decidida y llena de energías que había fundado la Nueva República y que había asumido todo el peso y las responsabilidades de la actividad política de la Alianza Rebelde.

—Por eso ha estado delegando una parte tan grande de sus responsabilidades —dijo—. Ésa es la razón por la que has tenido que sustituirla cada vez con más frecuencia en los últimos tiempos, ¿verdad?

—Sí. Está intentando mantener las apariencias en público, pero... ¡Oh, Han, tendrías que verla! Apenas parece capaz de tenerse en pie. No podrá seguir manteniendo esta farsa mucho más tiempo.

—Entonces... —empezó a decir Han, no sabiendo qué podía decir o qué sugerencia podía hacer—. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué tienes que hacer?

Leia se mordió el labio y pareció extraer fuerzas de una reserva oculta de energías interiores. Fue hacia Han y le abrazó. Han la estrechó entre sus brazos.

—Mon Mothma se está debilitando a cada momento que pasa y el almirante Ackbar ha partido hacia el exilio, y eso significa que la facción moderada del Consejo no tardará en desaparecer —le explicó—. No puedo permitir que la Nueva República se convierta en un gobierno agresor. Ya hemos sufrido demasiado, Han... Ha llegado el momento de que reforcemos nuestros lazos y de que hagamos más sólida la Nueva República a través de las alianzas políticas, con nuevos sistemas planetarios uniéndose a nosotros. No podemos perder más tiempo dedicando todos nuestros esfuerzos a acabar con las fortalezas imperiales que aún quedan en este sector de la galaxia.

—Bueno, creo que no me costaría mucho adivinar quién prefiere seguir luchando —dijo Han.

Estaba pensando en varios de los viejos generales que habían disfrutado de sus días de gloria durante las grandes batallas de la Rebelión.

—He de hacer volver a Ackbar —dijo Leia.

Alzó la vista hasta que su mirada se encontró con la de Han. Su rostro estaba muy pálido, pero a Han nunca le había parecido tan hermosa como en aquellos momentos. Se acordó de cómo le había mirado Leia en la Ciudad de las Nubes un instante antes de que Darth Vader le metiera en la cámara congeladora de la carbonita. Han había pasado meses atrapado en una no existencia helada con el eco del «Te amo» de Leia resonando en su mente como único consuelo.

Han la miró e intentó ocultar la desilusión que sentía.

—Así que irás a Calamari, ¿eh?

Leia asintió, pero mantuvo el rostro pegado a su pecho.

—He de hacerlo, Han. No podemos permitir que Ackbar se esconda en unos momentos semejantes. No puede seguir culpándose por lo que no fue más que un accidente... Le necesitamos, y tiene que estar aquí.

Cetrespeó les interrumpió entrando en la sala.

—¡Oh! —dijo sobresaltándose—. Buenas noches, ama Leia. Bienvenida a casa.

Hilillos de agua del baño se deslizaban por su reluciente cuerpo metálico hasta caer al suelo. El androide sostenía dos enormes toallas blancas que parecían tan suaves como plumas en los brazos, y de repente dos niños desnudos pasaron a toda velocidad por el pasillo del fondo y corrieron a su dormitorio entre risitas.

—Los gemelos están preparados para oír su cuento de cada noche —dijo Cetrespeó—. ¿Desea que escoja uno, señor?

Han meneó la cabeza.

—No. Tus selecciones siempre consiguen que acaben llorando... —Miró a Leia—. Anda, tú también puedes escucharlo. Les contaré un cuento para que se duerman.

Los gemelos ya llevaban sus pijamas y estaban cómodamente acurrucados bajo las mantas. Han se sentó entre sus camitas, y Leia se sentó en una silla y lanzó una mirada llena de tristeza y amor a sus hijos.

—¿Qué cuento queréis oír esta noche, chicos? —preguntó Han, sosteniendo ante él una plataforma de cuentos en la que irían apareciendo palabras e imágenes animadas.

—Me toca escoger —dijo Jaina.

—Quiero escogerlo yo —dijo Jacen.

—Anoche lo escogiste tú, Jaina. Ahora le toca el turno a tu hermano.

—Quiero que nos cuentes El cachorrito de bantha perdido —dijo Jaina.

—¡No, me toca escoger a mí! —insistió Jacen—. El cachorrito de bantha perdido.

Han sonrió.

—Menuda sorpresa —murmuró.

Leia vio que ya había tecleado aquel cuento en la plataforma antes de que los gemelos tomaran su decisión.

Han empezó a leer.

Other books

Texas…Now and Forever by Merline Lovelace
One Unhappy Horse by C. S. Adler
Black Angels by Linda Beatrice Brown
The Red Heart of Jade by Marjorie M. Liu
Dark Fire by Christine Feehan
Keep Me Safe by Breson, Elaine
Unbound Surrender by Sierra Cartwright
Blow Out by M. G. Higgins