El discípulo de la Fuerza Oscura (37 page)

Furgan había estado planeando aquella operación con extremada cautela desde que recibió las largamente esperadas coordenadas de Anoth, el planeta secreto. Había examinado y estudiado los datos personales de miles de sus mejores soldados. Había analizado los registros de sus ejercicios de adiestramiento: los combates simulados en los inhóspitos casquetes polares de Carida; los asedios prolongados en los desiertos calcinados donde no había ni una gota de agua: los recorridos de supervivencia por la jungla, donde había que abrirse paso a través de frondosas junglas por explorar llenas de depredadores primitivos, plantas carnívoras e insectos venenosos...

Furgan había ido haciendo una lista de los soldados que habían mostrado más resistencia y capacidad de iniciativa y habían obtenido los mejores resultados, uniendo a todo ello su decisión inquebrantable de obedecer al pie de la letra cualquier orden que recibieran.

El embajador estaba muy orgulloso de su fuerza de asalto.

—Hemos obtenido información secreta concerniente al paradero de cierto bebé —siguió diciendo—. Ese bebé tiene un enorme potencial para el uso de la Fuerza... —Furgan hizo una pausa esperando oír un jadeo ahogado procedente de las filas de armaduras blancas, pero los soldados de las tropas de asalto no emitieron ningún sonido—. Ese niño es hijo de Leia Organa Solo, la Ministra de Estado de la Nueva República. Si lográramos capturar a ese bebé, asestaríamos un terrible golpe psicológico a la Rebelión..., pero además, ese niño es el nieto de Darth Vader.

Y Furgan por fin oyó un susurro casi imperceptible entre las filas, una repentina agitación de miedo o respeto supersticioso.

—Ese niño podría ser extremadamente valioso para el resurgimiento del Imperio. Un niño, semejante que fuese educado y adiestrado de la manera adecuada podría llegar a ser un digno sucesor del Emperador Palpatine.

Furgan siguió hablando, y las palabras fueron surgiendo de sus labios con más rapidez a medida que notaba cómo la excitación se iba adueñando de él. Era más que un simple embajador, y planeaba acompañar a la fuerza de asalto. No se expondría personalmente durante ninguna fase del ataque, por supuesto, pero estaría allí para apoderarse del pequeño Anakin.

—Vuestros líderes de unidad os asignarán puestos determinados —continuó—. La expedición ya está siendo aprovisionada, y contamos con medios de transporte espacial que os llevarán hasta ese mundo secreto.

Furgan permitió que sus gruesos labios purpúreos se curvaran en una gran sonrisa.

—También tengo el placer de anunciar que este ataque supondrá la primera utilización en combate de nuestros nuevos transportes blindados para terrenos montañosos, con los que os habéis estado adiestrando durante estos últimos meses. Eso es todo... ¡Viva el Emperador!

La respuesta atronadora de las voces filtradas por los cascos de las tropas de asalto llegó hasta Furgan e hizo temblar la gran sala.

—¡Viva el Emperador!

Furgan se deslizó por entre las colgaduras púrpura y fue por una pasarela que lo llevó hasta un dédalo de pasillos vacíos iluminados por lámparas y su despacho. Cerró la puerta blindada de sus aposentos, la selló utilizando el código cifrado y apartó a un lado los modelos y planos de los nuevos y mortíferos vehículos de ataque MT-AT
[2]
. Se sentía inmensamente complacido consigo mismo y ardía en deseos de que empezara el asalto.

Furgan había pasado todos los años de agitación y conflictos en Carida, y había presenciado con creciente preocupación los enfrentamientos entre los comandantes imperiales que se habían producido después de la muerte del Emperador. Muchos señores de la guerra de los Sistemas del Núcleo eran extremadamente poderosos, pero desperdiciaban su tiempo luchando entre ellos para imponer su dominio sobre los restos de la flota imperial en vez de combatir a su verdadero enemigo, la Rebelión.

El Gran Almirante Thrawn había parecido su mayor esperanza, pero había sido derrotado; y un año después incluso el Emperador resucitado había sido vencido. El vacío de poder en el liderazgo había dejado a las fuerzas imperiales sin líder ni objetivos, y éstas se habían visto reducidas a luchar con la única meta de mejorar su posición.

La sorprendente nueva amenaza que suponía aquella almirante renegada llamada Daala también inquietaba a Furgan. Daala estaba utilizando sus Destructores Estelares para un buen fin, pues atacaba mundos rebeldes y creaba el máximo de caos y destrucción posible. Pero Daala no tenía ningún plan global, ninguna estrategia que pudiera acabar proporcionándole la victoria final. No era más que un coloso mortífero que atacaba un objetivo detrás de otro impulsado por la satisfacción que le producía causar dolor.

Furgan se había llevado una gran sorpresa al descubrir que Daala había sido adiestrada en Carida. Se dedicó a hurgar en los viejos registros, y se encontró con que su expediente estaba repleto de reprimendas y acciones disciplinarias. Por aquel entonces Daala ya había sido tozuda e incontrolable: cumplía sus deberes con una eficiencia admirable, pero se negaba a aprender cuál era su sitio e insistía en que era ella quien merecía ser ascendida, y no sus compañeros de servicio. Furgan no había encontrado ningún registro de su promoción al grado de almirante, pero Moff Tarkin la había transferido a su séquito personal después de una de sus breves visitas de inspección. Furgan no había encontrado ninguna información referente a Daala después de esa fecha.

Otra cosa que irritaba considerablemente a Furgan era que la almirante continuara con sus ataques a la Nueva República sin haber hecho el más mínimo intento de establecer contacto con Carida. Daala quizá se consideraba como una luchadora solitaria decidida a vengar las derrotas imperiales, pero el Imperio necesitaba que sus soldados lucharan como partes de un todo colosal. El Imperio no necesitaba individuos que querían hacer la guerra por su cuenta.

Furgan había intentado ponerse en contacto con algunos comandantes imperiales para obtener naves que transportaran a su fuerza de asalto hasta Anoth. El Emperador, el Gran Almirante Thrawn y otras expediciones depredadoras ya habían consumido una gran parte de los recursos espaciales disponibles en Carida. Tener su base en el planeta de adiestramiento militar permitía que Furgan tuviera acceso a algunos de los sistemas de armamento más sofisticados y a los soldados mejor entrenados de toda la galaxia, pero las interminables disputas entre el Ejército Imperial y la Armada Imperial hacían que Furgan no pudiera ir a ningún sitio con sus tropas. Eso le dejaba en la peculiar posición de estar en el planeta más poderosamente armado que seguía siendo leal al Imperio..., y en el que menos útil podía serle.

Furgan jugueteó distraídamente con un modelo articulado de un vehículo de combate MT-AT. Ver aquella nueva y maravillosa máquina en acción resultaría fascinante. Furgan seguía siendo total e inquebrantablemente leal al Imperio y el Nuevo Orden, y ni siquiera la muerte del Emperador había podido hacer vacilar esa lealtad.

Furgan seguía haciendo cuanto estaba en sus manos para asestar golpes letales a la Nueva República de una manera o de otra. Le encantaba recibir informes indirectos que le proporcionaban evidencias del inexorable progreso de la «misteriosa enfermedad» que estaba acabando con Mon Mothma. La Jefe de Estado de la Nueva República no tardaría en morir.

Y en cuanto Furgan tuviera en sus manos al nieto de Darth Vader, todos los que seguían siendo leales al Imperio tendrían que escucharle.

25

Qwi Xux lanzó una rápida mirada de soslayo a las coordenadas que mostraba el panel de navegación de Wedge Antilles cuando éste tenía vuelta la cabeza hacia otro lado. Qwi estaba sentada en el asiento del copiloto del yate personal camuflado, y utilizó sus ágiles dedos para teclear las coordenadas en el ordenador de navegación y solicitar una visualización completa.

Wedge apartó la mirada del panorama estelar y vio lo que estaba haciendo.

—¡Eh! —exclamó, y después sonrió como pidiéndole disculpas mientras bajaba la vista—. Se suponía que esto iba a ser una sorpresa, ¿sabes?

Qwi se rió, dejando escapar una cascada cristalina de breves notas musicales.

—Sólo quería saber cómo se llama ese planeta. ¿Ithor? —murmuró, frunciendo el ceño en cuanto los datos aparecieron en la pantalla—. Nunca había oído hablar de él.

Wedge soltó una risita y alargó el brazo para apretar suavemente su esbelto hombro. Qwi sintió que el calor de su contacto perduraba durante unos momentos después de que Wedge volviera a apartar la mano.

—Hay muy pocos lugares de la galaxia de los que hayas oído hablar, Qwi —dijo—. Te has pasado casi toda la vida metida en la Instalación de las Fauces.

—¿Es un mundo hermoso? —preguntó Qwi.

Wedge suspiró.

—Es magnífico. Todo un mundo que no ha sido tocado por la civilización y que está cubierto de bosques, junglas, ríos y cascadas... Vamos de incógnito, así que no tendrás que preocuparte temiendo que alguien te reconozca.

Qwi contempló los paneles de control de cantos metálicos del yate espacial y la tela sintética de los asientos, que era tan lisa y suave al tacto. Podía oler el peculiar aroma del aire recirculado. Qwi había pasado muchos años viviendo en un entorno totalmente cerrado, y no sabía nada sobre los animales, las plantas y las otras formas de vida. Albergaba la esperanza de que resultarían ser fascinantes.

—¿Estás segura de que no correremos ningún peligro?

Qwi tragó saliva con un visible esfuerzo. Su pesadilla más terrible era que un espía imperial pudiera capturarla y llevarla de vuelta al laboratorio de investigación oculto en el cúmulo de agujeros negros, donde le arrancarían de la cabeza todos los conocimientos sobre superarmas que poseía sin importar lo mucho que se resistiera.

—Sí —dijo Wedge después de haberla contemplado en silencio durante unos momentos—. Ithor es un paraíso aislado, un planeta en el que muchas parejas jóvenes... —Hizo una pausa y tragó saliva como si se avergonzara de aquellas últimas palabras—. Bueno, lo que quiero decir es que muchos turistas van allí a pasar sus vacaciones. Siempre hay mucha gente que viene y va, y los ithorianos acogen a todo el mundo con los brazos abiertos.

»El Imperio lo mantuvo sometido a un bloqueo durante la Rebelión, y causó algunos daños como mera demostración de fuerza. Pero un ithoriano acabó proporcionándoles acceso a la información agrícola y de donación que los imperiales deseaban obtener, y a partir de entonces el Imperio se olvidó de Ithor.

Wedge volvió la mirada hacia el punto del panorama estelar en el que se veía el potente resplandor blanco azulado del sol del sistema ithoriano. Aumentó la salida de energía de los motores sublumínicos y dirigió el yate espacial hacia un planeta verde claro recorrido por vetas azuladas y envuelto en nubes blancas.

—Finge que estamos de vacaciones, ¿de acuerdo? —sugirió—. Seremos una pareja de turistas, y te enseñaré todo lo que te has estado perdiendo hasta ahora. No se me ocurre ningún sitio mejor para empezar.

—No hay nada que desee más, Wedge —dijo Qwi, mirándole con una sonrisa radiante en los labios.

Wedge se ruborizó, y después pareció concentrarse con furioso entusiasmo en una tarea relativamente tan sencilla como era la de poner en órbita el yate alrededor del planeta.

Qwi puso sus dedos azul claro sobre el visor lateral mientras contemplaba los soberbios panoramas que se extendían por debajo de ellos. Nunca había visto paisajes tan exóticos y tan distintos de las salas estériles de paredes blancas de la Instalación de las Fauces.

Grandes ríos avanzaban por debajo de ella, serpenteando entre las copas de los árboles de un paraíso tropical y enroscándose sobre sí mismos para formar la blancura de los rápidos cada vez que la corriente fluía sobre algún tramo rocoso del cauce. El yate espacial estaba sobrevolando grandes praderas salpicadas de colores brillantes y llenas de flores rojas, amarillas, púrpuras y azules. La mera energía que se desprendía de todas aquellas cosas en continuo crecimiento bastaba para asombrar a Qwi.

Pasaron por encima de una cadena de lagos ovalados que centelleaban y reflejaban la luz del sol igual que las gemas del collar que Wedge le había regalado hacía unos días. El cielo libre de nubes que se extendía sobre ellos era de un azul claro.

—Es precioso —murmuró Qwi.

—Te lo había dicho, ¿no? —sonrió Wedge—. Ya sabes que puedes confiar en mí.

Qwi le miró, y sus ojos color índigo parpadearon lentamente.

—Sí, Wedge —dijo—. Confío en ti.

Wedge carraspeó y se apresuró a volverse hacia el visor delantero.

—Los ithorianos no consienten que se cause ningún daño a su medio ambiente —dijo como si estuviera leyendo un resumen de datos aparecido en una pantalla—. De hecho, consideran sacrilegio incluso el mero acto de poner los pies en el suelo de su jungla madre.

—¿Y cómo viven entonces? —preguntó Qwi.

—Mira —replicó Wedge.

Dejaron atrás las copas de los árboles, y Qwi vio aparecer por encima del horizonte una forma bastante extraña que fue aumentando rápidamente de tamaño a medida que se aproximaban a ella.

—¿Es una ciudad? —preguntó.

—Es algo más que eso —dijo Wedge—. Es todo un entorno cerrado. Los ithorianos lo llaman Bahía Tafanda.

La enorme construcción en forma de disco siguió haciéndose más y más grande hasta que ocupó todo el visor delantero, volviéndose todavía más gigantesca hasta que se hubo convertido en una titánica moneda de considerable grosor cuyo diámetro era superior al de toda la Instalación de las Fauces. La ciudad parecía estar hecha de plastiacero, pero también parecía estar parcialmente viva.

El casco de la ciudad flotante ithoriana contenía un auténtico caos de plataformas, cubiertas de vuelo, antenas de transmisión y maquinaria ambulante en continuo movimiento, pero las superficies expuestas estaban cubiertas por largas barbas de musgo, y también había grandes árboles creciendo en oquedades especiales de los muros laterales cuyos troncos se alzaban hacia el cielo y parecían más gruesos y mucho más verdes que las torres metálicas.

La parte plana del disco estaba llena de cúpulas invernadero que brillaban bajo el sol como un millar de ojos. Las cúpulas eran transparentes, y Qwi pudo ver los frondosos jardines botánicos alineados en filas cuidadosamente dispuestas que albergaban. Pequeñas naves revoloteaban velozmente alrededor de los hangares y las zonas de descenso como si fueran enjambres de mosquitos.

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