Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
Un caza personal de pequeñas dimensiones, un Z-95 Cazador de Cabezas, un esbelto aparato metálico que era usado con bastante frecuencia por los contrabandistas, trazó un par de círculos sobre la pista y se posó en el claro. Los otros estudiantes permanecieron inmóviles allí donde empezaba la parrilla de descenso, pero Luke fue hacia la nave.
Las puertas de la cabina se abrieron subiendo como las alas de un gran insecto y una silueta emergió del hueco. Luke vio un traje plateado muy ceñido que se adhería a las curvas del cuerpo de una mujer joven. La silueta bajó de la nave, se quitó un casco opaco y sacudió la cabeza haciendo oscilar su cabellera de un castaño rojizo. En el pasado aquel rostro firme y anguloso había parecido una hosca máscara de implacable decisión, pero Luke vio que se había suavizado. Sus ojos daban la impresión de haberse vuelto más grandes, y sus opulentos labios ya no estaban tan poco familiarizados con la sonrisa como antes.
—Mara Jade... —dijo.
—Hola, Luke —replicó ella mientras se ponía el casco debajo del brazo izquierdo apretándolo contra su caja torácica y le contemplaba con una sombra casi imperceptible de afabilidad en la mirada—. ¿O ahora he de llamarte «Maestro Skywalker»? —añadió enarcando las cejas.
Luke se encogió de hombros y extendió los brazos hacia ella para darle la bienvenida.
—Eso dependerá del porqué estés aquí.
Mara Jade dejó la cabina del Cazador de Cabezas abierta detrás de ella y cruzó el claro para aceptar la mano que le ofrecía Luke. Después giró sobre sus tacones en un movimiento claramente militar para contemplar a la docena de estudiantes que habían acudido al centro de adiestramiento de Luke.
—Me dijiste que tenía la capacidad de utilizar la Fuerza —murmuró—. Bien, pues he venido aquí para averiguar algunas cosas más sobre eso. Los poderes Jedi podrían ayudarme a dirigir la unión de contrabandistas.
Abrió la cremallera de una bolsa de viaje flexible que colgaba de su hombro y sacó de ella un paquetito de pliegues de tela micro compactados, muchos más de los que Luke hubiese creído que podían caber en un envoltorio tan diminuto. Mara Jade sacudió los pliegues marrones hasta que consiguió desplegar la prenda.
Su mirada recorrió las túnicas idénticas que llevaban todos los estudiantes de Luke, y después volvió a posarse en él.
—¿Ves? —comentó—. Incluso me he traído una túnica Jedi...
La cena consistió en un generoso estofado de runyip, condimentado con especias, y cuencos de verduras trinchadas, y durante su curso Luke contempló cómo Mara Jade se alimentaba igual que si estuviera muerta de hambre. Luke comió despacio y saboreando cada bocado, percibiendo las sustancias nutritivas y las energías a medida que iban impregnando lentamente su cuerpo.
—La Nueva República cuenta con tus Caballeros Jedi, Luke, y la situación está empeorando mucho ahí fuera —dijo de repente Mara Jade.
Luke se inclinó hacia delante, juntando las puntas de los dedos e intentando captar ecos de las emociones de Mara Jade.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó—. Tenemos muchas ganas de conocer las últimas noticias.
—Bueno... —dijo Mara Jade, que aún estaba masticando un bocado de verduras. Lo engulló y tomó un sorbo de agua fresca, frunciendo el ceño al beberla como si hubiera esperado encontrarse con otra cosa—. La almirante Daala continúa con sus depredaciones. No parece estar aliada con ninguno de los señores de la guerra imperiales. Por lo que hemos podido averiguar, está intentando causar muchos daños a cualquiera que se oponga al Imperio..., y la verdad es que está causando muchísimos daños, Luke. ¿Sabes que ha estado atacando navíos de suministro, desintegrándolos en el espacio? También destruyó la nueva colonia de Dantooine.
—¡Dantooine! —exclamó Luke.
Mara le miró.
—Sí. Uno de tus estudiantes procede de ese grupo de gente, ¿no?
Luke se había quedado totalmente inmóvil. Algunos estudiantes dejaron escapar jadeos ahogados de perplejidad y horror. Luke sintió que la mente le daba vueltas al pensar en todos aquellos refugiados a los que había ayudado a trasladar a un lugar supuestamente seguro sacándolos del traicionero mundo de Eol Sha... únicamente para que todos acabaran siendo aniquilados.
—Ya no se encuentra con nosotros —logró decir por fin—. Gantoris murió. No estaba... preparado para controlar los poderes que intentó utilizar.
Mara Jade enarcó sus delgadas cejas y esperó a que Luke siguiera explicándose, pero continuó hablando al ver que éste guardaba silencio.
—Lo peor ocurrió cuando Daala atacó Calamari —siguió diciendo—. Al parecer pretendía destruir los astilleros orbitales, pero el almirante Ackbar logró reconocer a tiempo la táctica que estaba empleando. Destruyó uno de sus tres Destructores Estelares..., pero aun así Daala se las arregló para hundir dos ciudades flotantes de los calamarianos. Hubo muchos miles de muertos.
Kyp Durron se puso en pie al otro extremo de la larga mesa.
—¿Daala perdió otro de sus Destructores Estelares?
Mara Jade le miró como si acabara de darse cuenta de la presencia del joven de cabellos oscuros.
—Todavía tiene dos Destructores Estelares y carece de inhibiciones —replicó—. La almirante Daala todavía puede causar una cantidad de destrucción increíble, y posee un arma de la que nadie más parece disponer, sabe que no tiene nada que perder.
—Tendría que haberme sacrificado a mí mismo —dijo Kyp—. Podría haberla matado con mis manos desnudas cuando me encontraba a bordo del
Gorgona
...
El joven bajó la voz y empezó a relatar la historia que Luke ya conocía.
—Robamos el
Triturador de Soles
delante de sus narices, y desperdiciamos nuestra oportunidad —dijo Kyp—. Teníamos en nuestras manos un arma con la que podríamos haber asestado un golpe decisivo a los planetas que siguen siendo leales al Imperio, desde luego, pero... Bueno, ¿qué hicimos con ella? Arrojamos el
Triturador de Soles
al núcleo de un gigante gaseoso, donde no puede sernos de ninguna utilidad.
—Cálmate —dijo Luke.
Movió una mano pidiendo a Kyp que se sentara, pero Kyp puso las suyas encima de la piedra veteada de la mesa y se inclinó sobre ella para fulminar a Luke con la mirada.
—¡La amenaza imperial no va a esfumarse por sí sola! —exclamó—. Si unimos todos nuestros poderes Jedi, podemos recuperar el
Triturador de Soles
arrancándolo al núcleo de Yavin... Podemos sacarlo de allí e iniciar la cacería de los imperiales. ¿Qué misión más limpia puede haber para nosotros? ¿Por qué nos estamos limitando a escondernos en esta luna remota y olvidada de todos?
Kyp hizo una pausa, claramente enfurecido. Los otros estudiantes le contemplaron en silencio, y Kyp les devolvió la mirada sin dejarse intimidar.
—¿Sois todos idiotas o qué? —gritó—. No podemos permitirnos el lujo de perder más tiempo refinando nuestras capacidades levitatorias, manteniendo rocas en equilibrio o detectando la presencia de unos roedores en la jungla. ¿De qué sirve eso? Si no vamos a utilizar nuestros poderes para ayudar a la Nueva República, ¿por qué estamos tratando de perfeccionarlos?
Luke miró a Mara Jade, que parecía muy interesada en la discusión. Después volvió a concentrar su atención en Kyp, y vio que el joven apenas había tocado su cena.
—Porque los Jedi no obran de esa manera —dijo—. Has estudiado el Código, y sabes cómo debemos enfrentarnos a una situación difícil. Los Jedi nunca resuelven los problemas mediante la destrucción indiscriminada.
Kyp le dio la espalda a Luke, fue hacia la puerta del comedor y giró sobre sí mismo debajo del arco de piedra de la entrada.
—Si no utilizamos nuestro poder, entonces no veo de qué nos sirve el tenerlo —dijo—. Estamos traicionando a la Fuerza con nuestra cobardía.
Apretó los dientes, y cuando volvió a hablar lo hizo en un tono de voz mucho más bajo y calmado.
—No estoy muy seguro de qué otra cosa puedo aprender aquí, Maestro Skywalker —dijo.
Y desapareció en el pasillo después de haber pronunciado aquellas palabras.
Kyp sentía en su piel el cosquilleo del poder contenido a duras penas, como si la sangre hubiera empezado a burbujear dentro de sus venas. Avanzó por el pasillo del templo tan deprisa como un proyectil, y cuando llegó a la pesada puerta de su cámara utilizó la Fuerza para abrirla de golpe, haciéndola chocar con la pared tan violentamente que el impacto desprendió un largo fragmento de piedra de un bloque.
¿Cómo era posible que hubiera llegado a sentir admiración por el Maestro Skywalker? ¿Qué veía en él Han Solo para considerarle amigo suyo? El instructor Jedi estaba totalmente ciego a la realidad. ¡Ignoraba los problemas, se tapaba los ojos con su capa Jedi y se negaba a utilizar sus poderes en beneficio de la Nueva República! El Imperio seguía siendo una amenaza, como demostraban los ataques a Calamari y Dantooine que había llevado a cabo Daala. Si Skywalker se negaba a utilizar sus poderes para aniquilar al enemigo, entonces eso quizá significaba que sus convicciones no eran lo suficientemente sólidas.
Pero las de Kyp sí lo eran.
No podía seguir en la Academia Jedi por más tiempo. Tiró salvajemente del cuello de su túnica para quitársela. Después fue hasta el pequeño montón de objetos personales que había traído consigo y cogió una bolsa de viaje en la que había guardado la capa negra que Han le había entregado como regalo de despedida. Durante su adiestramiento en el praxeum se había conformado con la vieja túnica de tela basta que le había dado el Maestro Skywalker, pero ya no quería llevarla nunca más.
Exar Kun le había mostrado cómo dejar en libertad poderes inmensos. Kyp no confiaba en el Señor Sith, pero no podía negar la verdad de lo que le había enseñado el hombre hecho de sombras. Kyp podía ver con sus propios ojos los resultados de aquel poder.
Pero de momento lo que tenía que hacer era marcharse de allí para pensar con calma, y poner algo de orden en el caos de pensamientos y emociones confusas que se agitaban dentro de su mente.
Abrió la bolsa de viaje para coger la capa negra. Dos pequeños roedores que se movían con la velocidad del rayo surgieron de entre los pliegues de tela donde se habían refugiado y se esfumaron con la celeridad de un chorro de líquido por una hendidura de la pared de piedra.
Kyp se alarmó lo suficiente como para perder el control de su ira durante un momento, y lanzó una descarga de energía que persiguió a los dos roedores a lo largo de sus angostos túneles hasta alcanzarlos e incinerarlos en plena huida. Sus huesos ennegrecidos siguieron moviéndose hacia adelante durante unos instantes a causa de la inercia, y después se convirtieron en un montoncito de polvo que se esparció sobre el suelo de piedra del túnel.
Kyp ya había dejado de prestar atención al incidente. Cogió la capa y la sostuvo delante de él. Las hebras reflectivas incrustadas en la tela relucían como con un poder oculto. Kyp se envolvió en la capa y recogió unos cuantos objetos personales.
Tenía que irse lejos. Tenía que pensar. Tenía que ser fuerte.
Cuando Erredós hizo sonar todas las alarmas ya bastante avanzada la noche, Luke despertó al instante. Fue corriendo por los pasillos hasta la zona de descenso. Mara Jade corría junto a él, tan alerta como si ya tuviera una idea bastante aproximada de lo que podía estar ocurriendo.
Los ojos de Luke se adaptaron rápidamente a la negrura del cielo tachonado de estrellas, que quedaba teñido por una pálida claridad hacia el sur debido a los reflejos procedentes de Yavin, el gigante gaseoso. Mara y Luke se detuvieron después de haber salido por las puertas a medio abrir del hangar y vieron cómo el Z-95 Cazador de Cabezas de Mara se elevaba de la parrilla de descenso con todas las luces de situación apagadas.
—¡Está robando mi nave! —gritó Mara Jade.
Los motores sublumínicos del Cazador de Cabezas entraron en acción y dejaron un chorro de ardiente claridad blanca detrás del aparato mientras éste salía disparado hacia el cielo.
Luke meneó la cabeza con incredulidad, y se dio cuenta de que había extendido una mano sin darse cuenta de lo que hacía para suplicar a Kyp Durron que volviera.
El pequeño caza se convirtió en una raya blanca que se fue haciendo más y más pequeña hasta que entró en órbita, y un instante después se esfumó entre las estrellas.
Luke sintió un terrible vacío, y comprendió que había perdido para siempre a otro de sus estudiantes Jedi.
Cada losa del suelo relucía. Cada columna imperial había sido meticulosamente limpiada y frotada hasta dejarla de un blanco impoluto. Cada estandarte multicolor que representaba a los planetas más leales al Imperio colgaba perfectamente recto, y era exhibido sin mostrar ni la más pequeña arruga. El orden y la limpieza más absolutos reinaban hasta en el último rincón de la ciudadela central de la Academia Militar Imperial de Carida.
El embajador Furgan asintió. Sí, no cabía duda de que todo estaba tal como le gustaba verlo.
Trescientos soldados seleccionados entre los mejores integrantes de las tropas de asalto permanecían firmes en la gran estancia llena de ecos, totalmente inmóviles formando hileras perfectas. Su armadura blanca brillaba como el hueso pulido. Eran máquinas militares exactas, eficaces y concienzudamente adiestradas, perfecta y totalmente idénticas entre sí. Aquellos soldados eran la crema de la crema de la academia. Sólo los reclutas imperiales de primera categoría llegaban a iniciar el adiestramiento para entrar en las tropas de asalto, y aquellos trescientos habían destacado en todos los aspectos.
El embajador Furgan fue hacia el estrado para dirigirse a ellos. El olor de los aceites y ceras esparcidas sobre la madera sintética parecía más potente de lo normal en aquella atmósfera esterilizada que se hallaba libre de cualquier otro olor. Furgan se irguió sobre el estrado, intentando parecer más grande e imponente de lo que le permitía su constitución achaparrada y robusta. Los trescientos cascos blancos giraron al unísono para seguirle con sus gafas negras.
—¡Soldados imperiales! —empezó diciendo Furgan—. Habéis sido elegidos para encabezar la misión más importante desde la caída de nuestro amado Emperador. Habéis soportado un gran número de rigores y privaciones, y habéis superado muchas pruebas durante vuestro adiestramiento. Os he escogido como la élite, los mejores cadetes de toda Carida.
Los soldados no se movieron y no intercambiaron felicitaciones. Todos permanecieron tan inmóviles como si fueran filas de estatuas, un hecho que ya demostraba hasta qué punto había sido concienzudo su adiestramiento.