Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Deja que haga unos pequeños arreglos de nada en las unidades de procesado de los alimentos, Han. Vamos, por favor... Me he aprendido de memoria algunas programaciones de los mejores casinos de la Ciudad de las Nubes, y puedo producir recetas que harán que Mara Jade levite de puro placer culinario.
—No. —Han echó un vistazo al cronómetro que iba indicando el tiempo de viaje que faltaba para volver a Coruscant—. Los procesadores de alimentos ya me gustan tal como están ahora.
Lando dejó escapar un suspiro de exasperación y se derrumbó en el asiento del copiloto.
—Todos están programados para recetas corellianas de platos difíciles de digerir y llenos de grasas —dijo—. Una mujer como Mara necesita comidas exóticas, preparaciones especiales... ¡No salchichas de nerf y brotes vegetales con unas asquerosas raíces de carboto!
—Oye, Lando, yo crecí comiendo ese tipo de comida..., y cuando estoy a bordo de mi nave, quiero que las unidades de preparación de alimentos me proporcionen platos que me gustan. Ya desperdicié todo el viaje de ida a Yavin ayudándote a limpiar los camarotes de atrás, por no hablar del sacar brillo al tablero holográfico de juegos y lo de perfumar toda la nave con desinfectantes.
—Han, la nave estaba asquerosamente sucia y apestaba —replicó Lando.
—Bueno, pues a mí me gustaba que estuviese así —insistió Han—. Estás hablando de mi suciedad y mi pestilencia, ¿entendido?
—Y todo porque tuviste suerte en el sabacc... —Lando se levantó, se puso bien la capa y se pasó la mano por su mono de vuelo color púrpura para alisarlo—. Te dejé ganar, ¿sabes? Nunca podrías repetirlo.
Han y Lando se estaban fulminando con la mirada desde los dos extremos del tablero de juegos que habían despejado a toda prisa. Lando no paraba de lanzar rápidas miradas de soslayo a Mara Jade mientras llevaba a cabo el proceso de aleatorización de los rectángulos de la vieja baraja de sabacc de Han.
Mara había ignorado a Lando durante la mayor parte del viaje a Coruscant. Había rechazado con bastante brusquedad todos sus intentos de prepararle la cena, seleccionar piezas musicales que fueran de su agrado o entablar conversación con ella. La contrabandista estaba inmóvil viendo cómo jugaban a las cartas para resolver su disputa sobre la propiedad del
Halcón
, y fruncía el ceño como si Han y Lando no fueran más que dos mocosos que se estuvieran peleando en un jardín de infancia.
Lando cogió el mazo de relucientes cartas metálicas de tal manera que se vieran las caras cristalinas y las alzó delante de Mara.
—¿Deseáis cortar, mi señora? —preguntó.
—No, no lo deseo —replicó ella.
—Me estoy empezando a hartar de esto, Lando —dijo Han—. Primero te gané el
Halcón
en una partida de sabacc en Bespin, después tú recuperaste la nave en el salón diplomático de Coruscant y finalmente yo volví a ganarte cuando íbamos a Calamari. Creo que ya es suficiente, ¿no te parece? Ésta va a ser nuestra última partida.
—Por mí estupendo, viejo amigo —dijo Lando, y empezó a repartir las cartas.
—Nada de revanchas —dijo Han.
—Nada de revanchas —acordó Lando.
—El que gane esta partida se queda con el
Halcón
para los restos.
—De acuerdo —dijo Lando—. El
Halcón Milenario
pertenecerá al ganador y éste podrá hacer lo que le dé la gana con él. Se acabó el pedir prestada la nave, y se acabaron las discusiones.
Han asintió.
—El perdedor obtendrá una vida entera como usuario del sistema de transportes públicos de Coruscant. —Cogió sus cartas—. Y ahora, cierra el pico y juega.
Han arrojó sobre el tablero las cartas que le habían traicionado y se puso en pie para ocultar la devastadora sensación de pérdida que se estaba adueñando de él. Se sentía igual que si le hubieran estrujado el corazón como si fuese una hoja de papel y luego se lo hubieran vuelto a meter en el pecho.
—Adelante, Lando. Puedes sonreír y disfrutar de tu victoria...
Mara Jade había contemplado toda la partida con el rostro impasible, pero con menos indiferencia de la que pretendía mostrar, y en ese momento frunció el ceño como si esperase que Lando se pusiera en pie y lanzara gritos de triunfo. Han estaba esperando la misma reacción por parte de Lando.
Pero de repente Lando se quedó inmóvil a medio levantar de su asiento, y logró calmarse y acabar de incorporarse con lenta dignidad.
—Eso es —dijo con voz grave y musical—. Es el final de la partida... Nunca más volveremos a jugar por el
Halcón
.
—Sí, eso es lo que acordamos —dijo Han con un hilo de voz que apenas resultaba audible.
—Y el
Halcón
es mío y puedo hacer lo que quiera con él —dijo Lando.
—¡Adelante, Lando, disfruta de tu victoria! —repitió Han para ocultar la desesperación que sentía. Se maldijo a sí mismo por haberse dejado convencer para jugar otra estúpida partida de sabacc. Se había comportado como un idiota: no tenía nada que ganar, y lo había perdido todo—. ¡No entiendo cómo puedo haber cometido la idiotez de volver a jugar contigo!
—Parecéis una pareja de vornskyrs bufándose el uno al otro durante una disputa por el territorio —dijo Mara, y meneó la cabeza.
Su exótica cabellera color especias quedó colgando a un lado de su cara. No había hecho nada para estar particularmente atractiva, pero aun así el gesto realzó todavía más su belleza.
Lando miró a Mara, y después se dio la vuelta quedando medio de espaldas a ella como si estuviera ignorando deliberadamente su presencia.
—Pero como eres mi amigo, Han Solo —dijo extendiendo las manos en un gesto melodramático hacia Han—, y como sé que el
Halcón
significa todavía más para ti de lo que significa para mí... —Lando hizo una pausa para dar más tensión al momento y lanzó otra rápida mirada de soslayo a Mara Jade antes de seguir hablando—, decido devolverte el
Halcón Milenario
. Es un regalo que te hago, un testimonio de homenaje a nuestros años de amistad y a todas las aventuras que hemos vivido juntos.
Han se derrumbó en su asiento sintiendo que se le doblaban las rodillas. Notó que se le encogía la garganta, y abrió y cerró la boca varias veces mientras su mente funcionaba a toda velocidad intentando encontrar una contestación adecuada sin conseguirlo.
—Voy a las unidades de preparación de alimentos—dijo magnánimamente Lando—. Si Han me permite introducir unos cuantos retoques en la programación, intentaré preparar los platos más soberbios que sean capaces de ofrecernos sus unidades, y después todos disfrutaremos de una maravillosa cena juntos.
Han estaba tan atónito que se sintió incapaz de protestar. Lando no esperó a que se recuperase lo suficiente para hablar, y lanzó una segunda mirada a Mara mientras iba hacia la cocina.
Han, todavía perplejo, vio cómo Mara enarcaba las cejas y le seguía con la mirada mientras sus labios se curvaban en una sonrisa entre sorprendida y asombrada, como si estuviera empezando a formarse una opinión totalmente nueva de Lando Calrissian.... y Han llegó a la conclusión de que eso era justo lo que Lando había planeado que ocurriese.
El cabeza-de-martillo Momaw Nadon hizo los arreglos necesarios para que Wedge Antilles y Qwi Xux pudieran efectuar un recorrido turístico por los paisajes vírgenes ithorianos a bordo de un aerodeslizador de cabina abierta. El deslumbrante cielo de la mañana que se extendía sobre la plataforma de tránsito brillaba con un hermoso color púrpura teñido de matices blancos, y había unas cuantas hilachas de nubes que ocultaban la tenue claridad de las varias lunas que seguían flotando sobre el horizonte.
Qwi se sentó en el cómodo y mullido asiento de fibras vegetales, se puso el arnés de seguridad y contempló el panorama bañado por la luz del sol.
—¿Por qué no has querido que Momaw Nadon nos hiciera de guía? —preguntó mientras estudiaba la información topográfica y los lugares de mayor interés turístico que Nadon les había sugerido visitar—. Parece sentirse muy orgulloso de su mundo.
Wedge había concentrado toda su atención en el panel de controles, aunque el manejo del vehículo parecía bastante sencillo.
—Bueno, porque está muy ocupado y porque... —No llegó a completar la frase y acabó alzando la cabeza hacia Qwi para sonreírle—. La verdad es que he preferido estar a solas contigo.
Qwi se sintió invadida por un júbilo tan intenso que casi le dio vueltas la cabeza.
—Sí, creo que eso resultará más agradable...
Wedge hizo despegar el aerodeslizador de la pista y no tardaron en alejarse del gran disco de la ecociudad ithoriana para empezar a sobrevolar las copas de los árboles. Bahía Tafanda se había movido muchos kilómetros durante el curso de la noche, y Wedge tuvo que recalibrar las coordenadas del aerodeslizador. La luz del día les calentó las caras mientras el viento deslizaba sus frescas ráfagas sobre su piel.
Fueron hacia un risco no muy alto a partir del que las junglas de un color verde oscuro eran sustituidas por bosques de un verde más claro.
—¿Qué me llevas a ver? —preguntó Qwi.
Wedge se inclinó hacia adelante sin apartar la mirada del horizonte.
—Un gran bosque de árboles bafforr que fue semidestruido por los imperiales durante su asedio hace muchos años —respondió.
—¿Hay algo de especial en esos árboles? —preguntó Qwi.
—Los ithorianos los adoran —respondió Wedge—. Son semiinteligentes. Y forman una especie de mente-colmena... Cuanto más grande llega a ser el bosque, más inteligentes se van volviendo los árboles.
Cuando estuvieron un poco más cerca, Qwi pudo ver que un bosque cristalino de apariencia parecida a la de la aguamarina brillaba con un débil resplandor bajo los rayos del sol cubriendo una parte de la ladera. Wedge detuvo el aerodeslizador y se inclinaron sobre la borda para contemplar los troncos de aspecto vidrioso y las telarañas de apariencia lisa pero ángulos cortantes formadas por las ramas de los bafforr. Dispersos alrededor del perímetro se veían grandes cilindros oscuros que habían caído al suelo y se habían roto como si fueran tubos de transpariacero quemado. El espectáculo hizo que Qwi se acordara de los restos esparcidos alrededor del lugar donde se había alzado la Catedral de los Vientos del planeta Vórtice. Arbolillos diminutos que parecían carámbanos invertidos brotaban del suelo rocoso.
—El bosque parece estar volviendo a crecer —dijo Wedge.
Los arbolillos brillaban con unos destellos azulados más pálidos que los del resto del bosque.
—¡Veo gente ahí abajo! —exclamó Qwi señalando hacia un lado. Las siluetas grisáceas de cuatro ithorianos se movieron a toda velocidad buscando el refugio de la espesa vegetación que se extendía junto al risco—. Creía que se suponía que no debían poner los pies en la jungla.
—Me parece que recuerdo haber oído comentar algo acerca de que la Madre Jungla llama a ciertos ithorianos de vez en cuando. Es una llamada muy rara que nadie puede explicar... Los que son llamados lo abandonan todo y viven en las selvas, y tienen prohibido volver a sus ecociudades. En cierta manera, se podría decir que se convierten en fugitivos... Los ithorianos consideran que es un sacrilegio terrible tocar el bosque, por lo que la intensidad de la llamada debe de ser realmente muy grande.
Qwi bajó la mirada hacia los cilindros de aspecto cristalino que eran los troncos quemados de aquellos árboles bafforr destruidos por los disparos de las baterías turboláser imperiales.
—Bueno, de todas maneras me alegra saber que están cuidando del bosque —dijo, y se preguntó qué fracción de su inteligencia colectiva habría logrado recuperar el bosque de árboles bafforr hasta aquel momento—. Vayamos a otro sitio, Wedge. Y así podrán volver a su trabajo.
Wedge llevó a Qwi hasta una meseta salpicada de rocas grises y marrones con forma de losas que estaba cubierta de maleza rojiza y lianas negras. Tres ríos confluían formando un gran delta al borde del acantilado, y el caudal se precipitaba al vacío en una espectacular cascada triple que se perdía en el profundo abismo que se abría al pie de la meseta. El agua se esparcía por el fondo brotando de un millar de cavernas medio desmoronadas y se iba uniendo rápidamente para crear una profunda ciénaga espumeante llena de juncos y peces saltarines.
Wedge hizo que el aerodeslizador trazara un círculo sobre la enorme desembocadura de la meseta, y Qwi contempló con expresión asombrada la fabulosa cascada. Telones de espuma brotaban de los ecos atronadores causados por la caída de las aguas, y los arcoiris centelleaban sobre el telón de fondo color lavanda del cielo.
Qwi volvió la cabeza a un lado y a otro intentando verlo todo a la vez. Wedge sonrió como si se dispusiera a hacer una diablura y dirigió el aerodeslizador hasta el centro de las tres cascadas, dejándolo suspendido allí durante unos momentos y haciéndolo bajar poco a poco hasta el núcleo de la caída después.
Qwi rió mientras la espesa y fría niebla se cerraba a su alrededor empapando sus ropas. Wedge bajó el aerodeslizador hasta el lugar donde los tres ríos se estrellaban contra las rocas con un sonido tan ensordecedor como el de planetas estallando en mil pedazos. Unas criaturas aladas de color verde bastante parecidas a los murciélagos revoloteaban por entre la espuma y las gotitas de agua, atrapando a los insectos y los pececillos que se precipitaban por la cascada.
—¡Esto es fantástico! —gritó Qwi.
—Bueno, pues si la información que nos ha proporcionado Momaw Nadon no está equivocada, luego mejora todavía más —replicó Wedge.
Llevó el aerodeslizador hacia una aglomeración de promontorios de reluciente roca negra que brotaban de un lado del abismo. La terraza rocosa bastaba para protegerles de casi toda la espuma fría y los vientos ciclónicos que giraban locamente en la chimenea de paredes rocosas. Los ecos retumbantes del agua se convirtieron en un ruido de fondo continuo.
—Nadon dijo que podíamos bajar aquí —explicó volviéndose hacia Qwi.
Metió la mano en un compartimiento que había debajo de su asiento, y sacó de él dos capas traslúcidas impermeables y dos paquetes de provisiones de calentamiento automático que también le había proporcionado Nadon. Wedge ayudó a Qwi a ponerse una de las prendas impermeables por encima de sus delgados hombros, y después se puso la otra capa. Cogió su almuerzo y movió una mano señalando las rocas de aspecto lustroso y resbaladizo que había debajo del saliente.