Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Bien, vamos a comer al aire libre —dijo.
Qwi estaba inmóvil delante de la puerta cubierta de lianas de sus alojamientos en Bahía Tafanda al final de un día agotador. Wedge dejó que su mirada se perdiera en los ojos color índigo de Qwi, y se removió nerviosamente.
—Gracias —dijo Qwi—. Ha sido el día más maravilloso de toda mi vida.
Wedge abrió la boca y la cerró tres veces seguidas, como si estuviera intentando encontrar algo que decir. Después se inclinó hacia delante, acarició la sedosa cabellera color madreperla de Qwi y la besó, permitiendo que sus cálidos labios permanecieran sobre los de ella durante un momento que pareció hacerse muy largo. Qwi atrajo a Wedge hacia ella y sintió cómo el deleite se iba extendiendo por todo su ser.
—Y ahora me has dado otra cosa más interesante todavía —dijo con su voz suave y musical.
Wedge retrocedió apartándose un poco de ella.
—Eh... Te veré por la mañana —dijo ruborizándose.
Después giró sobre sí mismo y fue hacia su puerta caminando tan deprisa que casi parecía estar huyendo.
Qwi contempló con una sonrisa entre melancólica y pensativa cómo Wedge cerraba su puerta. Después abrió la suya y entró en sus habitaciones, sintiéndose como si tuviera haces repulsores en los pies. Se apoyó en la puerta, cerró los ojos mientras la suave iluminación de la estancia iba intensificándose poco a poco y dejó escapar un suspiro de satisfacción. Después abrió los ojos... para ver a un hombre que parecía hecho de oscuridad surgiendo del rincón lleno de sombras de la habitación en el que había estado oculto hasta aquel momento.
La imponente silueta se fue acercando a ella, y Qwi quedó paralizada de terror al ver la ondulante capa negra que flotaba alrededor de su cuerpo.
¡Darth Vader! Intentó gritar pidiendo ayuda, pero la voz murió en su garganta como si una mano invisible se hubiera cerrado de repente alrededor de sus cuerdas vocales. Qwi giró sobre sí misma para huir por la puerta, pero quedó paralizada a mitad del movimiento y unas telarañas invisibles tiraron de ella obligándola a retroceder.
El hombre oscuro estaba más cerca y seguía aproximándose a ella, moviéndose como si se deslizara sobre el suelo. ¿Qué quería? Qwi no podía gritar. Oía su respiración hueca y jadeante, y los ecos parecidos al gruñido de un animal salvaje que creaba.
Una mano se extendió hacia ella y Qwi no pudo moverse ni esquivarla, y los dedos se curvaron sobre la parte superior de su cabeza. Qwi sintió la presión. La otra mano, fría y ágil, la agarró por la cara. Qwi parpadeó y alzó la mirada para ver el rostro de Kyp Durron. Sus ojos parecían arder, y su rostro estaba tan muerto e inexpresivo como el de una estatua.
—Por fin la he encontrado, doctora Xux —dijo con voz fría como el hielo—. Posee demasiados conocimientos peligrosos... Debo asegurarme que nadie volverá a crear jamás las armas de cuya existencia es usted responsable. No debe haber más Estrellas de la Muerte ni más Trituradores de Soles.
Los dedos se tensaron sobre la frente y el rostro de Qwi aumentando todavía más la presión que ejercían. Qwi sintió como si se le fuera a partir el cráneo de un momento a otro. Oleadas de dolor se abrieron paso a través de su cerebro como las garras de un monstruo surgido de una pesadilla. Sintió las puntas de unas afiladas zarpas metálicas arañando las profundidades de su cerebro, hurgando e investigando en su mente para arrancar de ella los recuerdos y los conocimientos científicos que había ido acumulando a lo largo de muchos años.
Qwi por fin logró gritar, pero sólo pudo exhalar un débil grito lagrimoso que se desvaneció mientras se precipitaba por un largo túnel oscuro que terminaba en la nada y el olvido. Qwi se derrumbó contra la pared cubierta de lianas de la entrada a sus habitaciones.
La vista se le nubló rápidamente, y lo último que vio ante ella fue la silueta envuelta en negrura de su atacante mientras abría la puerta y salía para perderse en la noche.
A la mañana siguiente Wedge se vistió sin dejar de silbar alegremente ni un momento y sonrió a la placa reflectante mientras peinaba su oscura cabellera. Después pidió un desayuno exótico para dos. Qwi tenía la costumbre de levantarse temprano, y estaba tan entusiasmada ante los muchos lugares maravillosos que podrían ver en Ithor que seguramente se habría levantado aún más pronto de lo habitual. Momaw Nadon les había prometido que podrían disponer del aerodeslizador durante otro día.
Wedge cruzó el pasillo con paso rápido y decidido, pulsó el botón de llamada de la puerta de Qwi y esperó. No hubo respuesta.
Pulsó el botón una y otra vez hasta que empezó a alarmarse y trató de abrir la puerta. Descubrir que la entrada a las habitaciones de Qwi no estaba cerrada le alarmó todavía más. ¿Habría venido alguien durante la noche para asesinarla? ¿Y si los imperiales conocían su paradero después de todo? Wedge abrió la puerta de un empujón y entró corriendo. Las habitaciones de Qwi estaban sumidas en la oscuridad y llenas de sombras.
—¡Luces! —gritó.
La habitación quedó repentinamente bañada por una suave claridad amelocotonada.
Oyó a Qwi antes de verla. Estaba agazapada en un rincón, y sollozaba mientras se apretaba la cabellera perlina con las dos manos, ejerciendo presión sobre sus sienes como si estuviera intentando mantener dentro de su cabeza unos pensamientos que se escapaban de ella y se le escurrían entre los dedos.
—¡Qwi! —gritó.
Corrió hacia ella, se inclinó y la cogió por la muñeca obligándola delicadamente a girar la cabeza.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó mientras clavaba la mirada en sus enormes ojos, que parecían haberse vuelto terriblemente vacíos e inexpresivos.
Qwi no pareció reconocerle, y Wedge sintió el repentino vacío del horror en el estómago. Qwi estaba confusa y muy afectada, y Wedge vio cómo fruncía el ceño en lo que parecía un intento de recordar. Qwi meneó lentamente la cabeza y después cerró sus grandes ojos, apretando los párpados con tanta fuerza como si estuviera luchando con sus propios pensamientos. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas, primero en forma de gotitas que rezumaban por debajo de los párpados y después en un llanto desconsolado cuando se mordió el labio haciendo un furioso esfuerzo de concentración. Qwi volvió a alzar la mirada hacia Wedge, parpadeó y por fin logró encontrar el nombre que se le había estado escapando hasta aquel momento.
—¿Widj... ? ¿Wedge? —preguntó por fin—. ¿Te llamas Wedge?
Wedge asintió sin saber qué decir, y Qwi se lanzó a sus brazos estallando en sollozos. Wedge la abrazó, y sintió cómo el llanto desgarrador hacía temblar todo su cuerpo.
—¿Qué ha ocurrido? —volvió a preguntar—. ¡Cuéntame qué ha ocurrido, Qwi!
—No lo sé... —Qwi meneó la cabeza, y los suaves mechones plumosos de su cabellera oscilaron en una lenta oleada moviéndose de un hombro a otro—. Apenas te conozco... No puedo recordar. Siento que mi mente está tan..., tan vacía, tan llena de huecos donde no hay nada...
Wedge la abrazó con todas sus fuerzas.
—Lo he perdido todo —murmuró Qwi—. Casi toda mi memoria, casi toda mi vida... han desaparecido.
Kyp Durron volvió a la cuarta luna de Yavin y al silencio palpitante de la noche de la jungla. Se sentía lleno de un poder que por fin había decidido utilizar al máximo, y estaba preparado para estallar en un extático derramamiento de la Fuerza..., pero no podía dejarse seducir por la tentación de unas exhibiciones tan infantiles. Tenía una misión que cumplir, y sabía que afectaría al futuro de toda la galaxia.
Pilotó el Z-95 Cazador de Cabezas que había robado a Mara Jade con las luces apagadas y sin ninguna baliza de guía hasta posarlo suavemente y sin hacer ningún ruido sobre la pista salpicada de maleza que se extendía delante del Gran Templo. Kyp no sentía el más mínimo interés por los débiles y vacilantes estudiantes Jedi y ni tan siquiera por el cobarde y ofuscado Maestro Skywalker, y no quería volver a tener nada más que ver con ellos, pero necesitaba acceso a los antiguos templos massassi que Exar Kun había diseñado como puntos focales para concentrar el poder Sith.
El cielo nocturno estaba tachonado de estrellas y los crujidos y roces de la jungla tejían un tapiz de sonidos casi inaudibles a su alrededor, pero la música de los insectos se había vuelto más callada y apenas había animales de gran tamaño moviéndose por entre la espesura. Toda la selva parecía atónita y un poco asustada ante el regreso de Kyp.
Kyp arrojó los pliegues extrañamente relucientes de la capa negra sobre sus hombros. Ya iba siendo hora de que entrara en acción.
Dejó el Cazador de Cabezas posado sobre la pista detrás de él y fue hacia la monolítica pirámide escalonada del Gran Templo. Las lianas vermiformes color rojo óxido se retorcían apartándose de su camino para evitar los pies de Kyp, como si todo su cuerpo exudara un calor mortífero.
Tramos de escalones formados con bloques de piedra que habían sido tallados a golpes de cincel subían por un lado de la pirámide.
Kyp fue poniendo un pie delante de otro y ascendió poco a poco, escuchando los ecos ahogados de su respiración. La expectación se iba acumulando lentamente dentro de él.
En su mente Kyp oía fantasmas que lanzaban vítores y tenía visiones que se sucedían incesantemente unas a otras, como si estuviera contemplando un montaje de vídeo sin principio ni fin que había sido grabado hacía cuatro mil años, cuando Exar Kun había descubierto el último lugar de descanso de los antiguos Sith. Exar Kun había construido templos enormes, y había creado la Hermandad del Sith reclutando a sus miembros entre los Caballeros Jedi que habían dejado de creer en sus ideales y su Código. Después había utilizado a la raza massassi de Yavin 4 como un mero recurso sacrificable, un conducto de energía y poder que le permitiría redefinir el caos y la corrupción de la Antigua República. Exar Kun había desafiado a los estúpidos Jedi que seguían a sus líderes incompetentes sin pensar, y que obraban de aquella manera sencillamente porque así habían jurado hacerlo...
Kyp terminaría la batalla, aunque el enemigo ya no era la República incompetente y en decadencia sino el Nuevo Orden fraudulento y el Imperio represor que habían ocupado el lugar de la Antigua República. El Maestro Skywalker limitaba el alcance del adiestramiento impartido a sus nuevos Caballeros Jedi, pero Kyp Durron había aprendido muchas más cosas.
Llegó al segundo nivel de la pirámide escalonada y se detuvo para bajar la mirada hacia la silueta en forma de insecto de su Z-95 Cazador de Cabezas posado en el centro de la parrilla de descenso. Todavía no había salido nadie del templo.
Una débil claridad ambarina empezó a infiltrarse en el cielo por el horizonte, intensificándose poco a poco a medida que la rápida rotación de la luna cubierta de junglas hacía aproximarse el momento en que se haría visible su planeta. Kyp siguió subiendo por la larga serie de escalones, manteniendo los ojos clavados en el ápice del Gran Templo.
Kyp ya había asestado su primer golpe borrando conocimientos muy peligrosos de la mente de la investigadora imperial Qwi Xux. Sólo Qwi había sabido cómo construir otro
Triturador de Soles
, pero Kyp —utilizando únicamente las manos desnudas y aquel poder que acababa de descubrir— había arrancado esos conocimientos de su cerebro, y los había convertido en fragmentos impalpables que había dispersado en la nada. Nadie podría volver a dar con ellos.
Su siguiente paso sería llevar a cabo un acto de justicia poética que le parecía delicioso y le hacía temblar de excitación cada vez que pensaba en él, pues supondría el vengarse de todo lo que el Imperio había hecho contra él, su familia y la colonia de su mundo. Kyp resucitaría el
Triturador de Soles
y lo utilizaría para acabar con los restos del Imperio. No rendiría cuentas ante nadie aparte de él mismo, pues aquellas decisiones eran tan duras y terribles que Kyp no confiaba en nadie más a la hora de tomarlas.
Llegó a la cima del Gran Templo justo cuando la enorme bola anaranjada de Yavin asomaba lentamente por encima del horizonte. El gigante gaseoso era un pálido orbe nebuloso en cuya circunferencia se arremolinaban tremendos sistemas de tormentas lo bastante grandes para engullir un pequeño planeta.
Las losas en forma de diamante cubrían la pequeña plataforma de observación situada sobre la gran cámara de audiencias. Nudos de lianas y los troncos achaparrados de los árboles massassi brotaban de los rincones de la vieja superficie de piedra.
Kyp alzó la mirada hacia el cielo. Las plantas y animales que llenaban las junglas de Yavin 4 no significaban nada para él, y no tenían ni la más mínima importancia dentro del gran plan que se disponía a poner en práctica. La importancia de su inmensa visión era inconcebiblemente superior a las míseras necesidades de cualquier mundo.
La esfera de Yavin se alzó en el cielo, y Kyp levantó los brazos y la reluciente capa negra onduló sobre su espalda. Sus manos eran pequeñas y esbeltas. Eran las manos de un joven, pero el poder ardía dentro de ellas y chisporroteaba en sus huesos.
—Ayúdame, Exar Kun —murmuró mientras cerraba los ojos.
Desplegó su mente y fue siguiendo los caminos de la Fuerza que conducían a todos los objetos existentes en el universo, y fue extrayendo poder del punto focal cósmico que era el templo massassi. Kyp siguió buscando, y envió sus pensamientos como una sonda impalpable hasta las profundidades de los sistemas de tormentas del gigante gaseoso.
Kyp pudo sentir el poder de Exar Kun, oscuro y frío como un bloque de hielo negro, surgiendo de la nada detrás de él, y un instante después sintió cómo entraba en él y reforzaba todavía más sus capacidades. El débil roce exploratorio que había estado enviando hasta aquel momento se lanzó repentinamente hacia adelante con una potencia tan incontenible como la de un haz desintegrador. Kyp se sintió más grande, como si formara parte de la luna cubierta de junglas primero y de todo el sistema planetario después, y siguió creciendo hasta que pudo sumergirse en el corazón del gigante gaseoso.
Nubes anaranjadas pasaron a toda velocidad junto a él. Kyp sintió cómo la presión se incrementaba a medida que iba bajando hacia las capas increíblemente densas que se acumulaban cerca del núcleo. Estaba buscando el diminuto puntito de maquinaria, la mota de aquella nave pequeña pero indestructible que había sido enviada a perderse allí.