Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—¡Jacen! ¡Jaina! —gritó Cetrespeó.
Las alarmas siguieron chillando mientras Chewbacca y Cetrespeó iban de un hábitat a otro. Cetrespeó consultó el folleto explicativo que había introducido en su cerebro electrónico y se encargó de dirigir la búsqueda, yendo metódicamente de una sala a otra. Una vez desactivados los generadores todos los recintos del Museo Holográfico parecían idénticos, y no encontraron a los gemelos en ninguno de ellos.
Chewbacca y Cetrespeó entraron corriendo en la última sala, esperando contra toda lógica que descubrirían a los gemelos acurrucados en un rincón aguardando ser rescatados, y vieron a una patrulla de la guardia de seguridad de la Nueva República que había acudido a la carrera respondiendo a las alarmas.
—¡Alto! —dijo el capitán.
Cetrespeó sólo necesitó una fracción de segundo para contar dieciocho humanos, todos ellos llevando armadura a prueba de rayos desintegradores. Los patrulleros desenfundaron sus armas y les apuntaron con ellas.
Cetrespeó había vivido muchas aventuras, pero no recordaba ninguna en la que hubiera visto tantos desintegradores apuntándole.
—¡Oh, cielos! —exclamó.
Los humanos salvajes llevaron a Jacen y Jaina ante su rey. La hoguera de restos y desperdicios emitía calor y un olor bastante agradable. Las tiras de carne irreconocible que se asaban ensartadas en largos pinchos hicieron que los dos niños se lamieran los labios.
Centinelas de rostros ceñudos bajaron la mirada hacia los gemelos y sonrieron. Sus bocas parecían un tablero de ajedrez compuesto por dientes amarillentos y huecos negros. El rey de los humanos del mundo subterráneo estaba sentado sobre un montón de almohadones sucios y llenos de desgarrones.
—¿Y éstos son los temibles intrusos? —preguntó, y se echó a reír.
Jacen y Jaina miraron a su alrededor y empezaron a acumular detalles. Los refugiados de lo que había sido una zona de recepción tenían sacos de dormir, ropas harapientas y depósitos de artículos recuperados de entre las ruinas. Algunos estaban sentados remendando harapos, y otros trabajaban montando trampas de resorte para capturar animales. Dos ancianos estaban acurrucados en un rincón sosteniendo en sus manos pequeños instrumentos musicales construidos con cañerías viejas, y se dedicaban a soplar por las boquillas comparando las agudas notas sibilantes que producían.
Los humanos salvajes iban vestidos con harapos, algunos remendados y otros no, y todas aquellas maltrechas prendas parecían muy viejas. Tenían el cabello largo y los hombres lucían frondosas barbas. Su piel estaba muy pálida, como si llevaran décadas sin ver la luz del sol. Algunos quizá no hubieran visto la luz natural en toda su vida.
El rey parecía disfrutar de las mejores prendas disponibles, pues llevaba hombreras y relucientes guantes blancos obtenidos del uniforme de un soldado de las tropas de asalto. Tenía las cejas muy grandes, y su barba parecía una nubecilla entre rojiza y amarronada. Su rostro era del color de la masa de pan a medio cocer, pero sus ojos brillaban con una astuta inteligencia. Su sonrisa también mostraba los huecos de los dientes que le faltaban, pero contenía verdadero buen humor.
Detrás del rey y a su alrededor había pilas de equipo electrónico reparado y acoplado de cualquier manera, módulos de visualización holográfica e incluso un procesador de alimentos de un modelo bastante antiguo. Viejos generadores habían sido conectados a los restos de la parrilla energética de los rascacielos, derivando energía del flujo principal que atravesaba la Ciudad Imperial. Estaba claro que el pueblo perdido llevaba mucho tiempo viviendo en aquellas profundidades.
—¡Traed un poco de comida a estos niños! —gritó el rey mientras se inclinaba sobre ellos para verles mejor—. Bien, me llamo Daykim... ¿Cómo os llamáis?
—Jaina —dijo Jacen señalando a su hermana. Jaina señaló a su hermano.
—Jacen.
Un centinela pelo rubio con bastantes canas que llevaba la cabellera recogida en la nuca formando una larga cola de caballo trajo un humeante pincho de carne asada. Fue sacando los trozos rojos y negros de carne con los dedos y los dejó caer sobre una bandeja cuadrada de metal que originalmente había sido una plancha protectora de algún panel de control. El centinela se sopló los dedos, lamió los jugos de la carne que se habían quedado pegados a ellos y sonrió a los gemelos. Después dejó la bandeja delante de los niños, y Jacen y Jaina se sentaron en el suelo y cruzaron las piernas.
—Soplad sobre la carne antes de metérosla en la boca —dijo el rey—. Está muy caliente.
Los gemelos escogieron unos trozos no muy grandes y soplaron obedientemente sobre ellos hasta que la carne estuvo lo bastante fría para poder masticarla. El rey Daykim parecía estar disfrutando enormemente sólo con mirarles.
—Bien, ¿y qué estáis haciendo aquí abajo solos? Es un lugar muy peligroso, ¿sabéis? ¿Os gustaría quedaros aquí con nosotros? —preguntó el rey—. Todos nos estamos haciendo viejos... Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez en que vimos llegar a algún joven que venía a unírsenos.
Jacen y Jaina menearon la cabeza.
—Nos hemos perdido —logró balbucear Jaina a pesar de que tenía la boca llena de carne, y las lágrimas empezaron a aparecer en los bordes de sus párpados.
Jacen también empezó a llorar.
—Ayúdanos a encontrar nuestra casa, por favor —dijo.
El niño alzó la mirada hacia el techo. Las habitaciones en las que vivían se encontraban en algún lugar lejano yendo hacia allí.
—¿Vivís ahí arriba? —preguntó el rey Daykim con cómica incredulidad—. ¿Y por qué queréis volver allí? El Emperador vive allí arriba, y es un hombre muy malo. —Daykim meneó la cabeza y movió las manos señalando lo que le rodeaba—. Aquí tenemos todo lo que queremos. Tenemos comida, tenemos luz, tenemos... nuestras cosas.
Jacen miró a Daykim y meneó la cabeza.
—Quiero volver a casa.
Daykim dejó escapar un suspiro, volvió la mirada hacia sus hileras de terminales de ordenador y después sonrió a los gemelos como admitiendo su derrota.
—Sí, entiendo que queráis volver a casa... Bueno, pues acabad de comer. Tenéis que reponer fuerzas, porque vais a necesitarlas.
El sargento de la guardia escoltó a Cetrespeó y Chewbacca hasta los aposentos de Han y Leia en el antiguo Palacio Imperial.
—Nuestros registros indican que la ministra Organa Solo y su esposo volvieron hace poco más de una hora —dijo el sargento.
Chewbacca dejó escapar un gemido de consternación, y Cetrespeó se volvió hacia él para fulminarle con la mirada.
—Creo que deberías ser tú quien les explicara lo que ha ocurrido, Chewbacca. Después de todo, yo sólo soy un androide...
—Pueden tener la seguridad de que haremos cuanto esté en nuestras manos —dijo el sargento—. Nuestros equipos de búsqueda están inspeccionando el Zoo Holográfico y los niveles adyacentes por si los gemelos encontraron alguna escalera de emergencia. También estamos examinando los archivos del androide de mantenimiento para asegurarnos de que nadie utilizó el turboascensor mientras estaba siendo reparado. —El sargento se puso firmes—. Daremos con ellos, así que no se preocupen.
Cetrespeó utilizó el código de anulación para abrir la puerta. Después entró en la habitación seguido por Chewbacca... para encontrarse con Han y Leia sentados en los sillones autoamoldables con los gemelos cómodamente instalados sobre sus rodillas.
—¡Niños! ¡Oh, gracias al cielo que estáis en casa...! —exclamó Cetrespeó.
Chewbacca dejó escapar un rugido ensordecedor. Han y Leia se volvieron hacia ellos.
—Bueno, por fin habéis vuelto...
Cetrespeó enseguida se dio cuenta de que uno de los paneles del sistema de ventilación había sido sacado de su hueco, aparentemente desde dentro. Un desconocido alto y corpulento vestido con prendas algo maltrechas pero todavía impresionantes se apresuró a buscar refugio entre el mobiliario. Tenía una larga melena castaño rojiza, una larga barba y la piel sorprendentemente pálida.
Leia volvió la mirada hacia el hombre que vestía aquellos elegantes harapos.
—Nunca podré insistir lo suficiente en lo mucho que le agradecemos lo que ha hecho, señor Daykim —dijo—. Le aseguro que la Nueva República hará cuanto pueda para repatriar a su gente.
Daykim meneó la cabeza.
—El Emperador nunca perdonaba los errores, y era implacable incluso cuando se trataba de simples errores de contabilidad —dijo—. Vimos cómo muchos funcionarios compañeros nuestros eran ejecutados o enviados a horrendas colonias penales. Un día nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error de clasificación muy simple pero imposible de enmendar, y comprendimos que no nos quedaba mucho tiempo de vida..., así que cogimos cuanto pudimos y huimos a los niveles inferiores de la Ciudad Imperial. Mi gente lleva años viviendo allí. No somos más que un puñado de burócratas reducidos al salvajismo que ya no conoce otra forma de vida.
—Podríamos encontrar un lugar para ustedes en la Nueva República —insistió Leia—. No castigamos a la gente sólo porque haya cometido un error. Podríamos sacarles de allí. Mire a su alrededor... Podríamos proporcionarles alojamientos como éstos. Muchos de los edificios de la antigua Ciudad Imperial están abandonados.
—Lo sabemos —dijo Daykim—. Vivimos en ellos de vez en cuando. Gracias por su oferta. —Se puso en pie y lanzó una mirada llena de suspicacia a Cetrespeó y Chewbacca. Después dio unas palmaditas en la cabeza a Jacen y Jaina y les obsequió con su sonrisa llena de huecos—. Sois unos niños muy buenos. Vuestros padres deben de estar orgullosos de vosotros.
Han carraspeó y le ofreció la mano en un gesto de agradecimiento. El hombre envuelto en harapos la aceptó y la estrechó vigorosamente, como si le complaciera tener la ocasión de apretar firmemente una mano en un ambiente que había abandonado hacía mucho tiempo.
—Sigo sin entender por qué quiere quedarse en esos horribles niveles inferiores —dijo Han.
Daykim metió una pierna en el conducto de ventilación y miró a su alrededor.
—Es muy sencillo —dijo—. Aquí arriba no era más que un funcionario de segunda categoría, pero allí abajo... ¡Allí abajo soy un rey!
Daykim desapareció en los conductos de ventilación después de haberles dirigido una última sonrisa, y durante unos momentos pudieron oír los sonidos que producía al ir descendiendo por el laberinto de pasadizos.
—Bueno, al final todo ha acabado bien —dijo Cetrespeó—. Es maravilloso, ¿verdad?
Han y Leia le miraron fijamente en silencio.
—¡Queremos un cuento! —gritaron los gemelos al unísono.
Kyp Durron puso en órbita la nave que había robado alrededor de la pequeña luna boscosa de Endor, donde había sido destruida la segunda Estrella de la Muerte.
Después permitió que sus ojos se fueran cerrando poco a poco sin prestar ninguna atención a los sensores del Z-95 Cazador de Cabezas que había robado. Kyp desplegó sus capacidades mentales y examinó todo el paisaje buscando ondulaciones o sombras en la Fuerza. Tenía que encontrar el lugar donde reposaban los restos del único otro Señor Oscuro del Sith que conocía.
Kyp Durron estaba buscando los restos de Darth Vader.
Exar Kun, que había vivido mucho tiempo antes que Vader, se había mostrado complacido al saber que los Señores del Sith habían seguido existiendo durante milenios. Pero Kyp aún se sentía obligado a encontrar respuestas al sinfín de preguntas que se agitaban dentro de su mente.
El Maestro Skywalker había dicho que Darth Vader, su padre, había vuelto al lado de la luz al final de su vida, y Kyp se había basado en ello para llegar a la conclusión de que los poderes Sith no estaban conectados de manera permanente con el mal. Eso le proporcionaba una tenue esperanza. Kyp era muy consciente de que el espíritu oscuro de Exar Kun le había mentido o, como mínimo, de que no había sido totalmente sincero con él. El riesgo era terrible, pero la recompensa beneficiaría a toda la galaxia.
Si tenía éxito...
Kyp tenía la sensación de que Endor era un lugar donde estaría a salvo de los ojos vigilantes de Exar Kun. No sabía hasta dónde llegaban los poderes de Kun, pero no creía que el antiguo Señor del Sith pudiera salir de Yavin 4..., al menos por el momento.
Kyp manipuló instintivamente los controles del caza de Mara Jade, haciendo descender el Cazador de Cabezas mientras examinaba los bosques. Después de que los rebeldes celebraran su victoria sobre el Emperador, Luke Skywalker había preparado una pira funeraria para su padre cerca de los gigantescos árboles, no muy lejos de las aldeas de los ewoks, y había contemplado cómo las llamas se alzaban rugiendo para consumir los restos de la parafernalia mecánica de Darth Vader.
Pero quizá hubiera sobrevivido algo...
El Cazador de Cabezas se deslizó sobre las copas de los inmensos árboles-padre de los ewoks, y Kyp siguió buscando con su mente. Lo más irónico de toda aquella situación era que estaba utilizando los ejercicios que le había enseñado el Maestro Skywalker cuando le explicó cómo desplegar sus sentidos para entrar en contacto con todas las formas de vida.
Percibió la agitación de los cuerpos peludos de los ewoks en sus ciudades arbóreas. Captó la presencia de los grandes depredadores al acecho: un leviatán humanoide, un gorax gigante, avanzaba con un estrépito ensordecedor por entre los árboles, su negra cabellera balanceándose de un lado a otro mientras buscaba moradas ewoks que estuvieran lo suficientemente bajas para quedar a su alcance.
Kyp siguió sobrevolando los bosques, y su sondeo mental se fue desplegando a distancias cada vez más grandes sobre los paisajes de Endor. De repente sintió una ondulación, un eco de algo que estaba claro no hubiese debido encontrarse allí.
Todo lo demás parecía tener su lugar, pero aquello no encajaba con el resto. Era como una mancha que parecía absorber los otros sentidos, proyectando olas de oscuridad residual que hacían que todas las criaturas de Endor reaccionaran de manera instintiva evitando acercarse a aquel lugar.
Kyp alteró el curso, fue hasta esas coordenadas siguiendo un vector directo y se movió en círculos sobre ellas hasta que encontró un claro donde poder posarse. Los haces repulsores entraron en acción con un gemido estridente y los chorros de las toberas de descenso levantaron una nube de restos vegetales del suelo del bosque mientras Kyp posaba el Cazador de Cabezas sobre la maleza.