El discípulo de la Fuerza Oscura (33 page)

Llegaron a un cruce de pasillos y se encontraron con un androide de mantenimiento de un modelo bastante antiguo que estaba trabajando en un turboascensor. Jacen y Jaina ya habían visto turboascensores con anterioridad, ya que eran el medio de transporte por el que volvían a casa después de haber estado en el Palacio Imperial.

El androide de mantenimiento era de color gris metálico y tenía dos cabezas y un gran número de brazos mecánicos con un puñado de herramientas y dispositivos al final de cada uno. Las dos cabezas del androide se daban la cara. Una contenía una hilera de relucientes sensores ópticos, y la otra consistía en una pantalla donde iban apareciendo datos, diagramas y referencias del Código Oficial de Edificios Imperiales.

El androide hurgó en su compartimiento trasero buscando una herramienta determinada mientras hablaba consigo mismo en binario, descubrió que no estaba allí y se alejó por el pasillo. Dejó la puerta del turboascensor abierta de par en par, con sólo un letrerito minúsculo colgando de ella para advertir de que no funcionaba.

Los gemelos fueron corriendo hasta el turboascensor y se metieron en él. Habían visto muchas veces cómo sus padres y Cetrespeó usaban los controles.

El panel parecía distinto al del turboascensor del Palacio Imperial: apenas tenía adornos y se lo veía descolorido a causa de los años y de haber sido utilizado sin demasiados miramientos, y consistía en una pared llena de botones que indicaban centenares de pisos distintos de aquella metrópolis que tenía varios kilómetros de altura. Los niveles inferiores de la ciudad habían sido abandonados y habían quedado enterrados hacía ya mucho tiempo, por lo que se había soldado una gruesa plancha metálica sobre la parte inferior del panel para dejar inutilizados los botones correspondientes a los primeros 150 pisos. Pero el androide de mantenimiento había sacado la plancha para examinar los circuitos del turboascensor.

Los gemelos no sabían prácticamente nada de números a pesar de que Cetrespeó había estado intentando enseñarles a reconocer las cifras básicas. Las lecciones solían dejar bastante frustrado al androide de protocolo, pero los gemelos eran muy listos y habían sacado más provecho de ellas de lo que creía Cetrespeó.

Para Jacen y Jaina las hileras de botones eran filas de circulitos multicolores que brillaban. Los gemelos las miraron fijamente, no sabiendo cuáles debían pulsar, pero consiguieron reconocer unos cuantos números.

Jaina lo vio primero.

—Número uno —dijo.

Jacen pulsó el botón.

—Número uno —repitió.

La puerta del turboascensor se cerró y el suelo pareció precipitarse hacia abajo en cuanto la cabina inició un veloz descenso, zumbando suavemente a medida que aceleraba. Jacen y Jaina intercambiaron una mirada llena de terror, pero enseguida se echaron a reír. El turboascensor siguió bajando y bajando hasta que la cabina acabó llegando a una parada y la puerta se abrió con un leve siseo.

Jacen y Jaina permanecieron inmóviles durante unos momentos contemplando el hueco, y después salieron a los oscuros niveles inferiores de las zonas prohibidas y más salvajes de la metrópolis. Podían oír cómo criaturas de gran tamaño que parecían bastante asustadas se alejaban por entre los escombros haciendo mucho ruido.

—Está muy oscuro —dijo Jacen.

La puerta del turboascensor se cerró detrás de los gemelos y los sistemas automáticos de retorno hicieron que la cabina iniciara el ascenso a los niveles superiores, dejando a Jacen y Jaina solos en las profundidades de la antigua Ciudad Imperial.

Chewbacca se estaba abriendo paso por los dioramas con un ímpetu tan incontenible como un vehículo de superficie fuera de control, aullando y llamando a gritos a los dos niños perdidos. Cetrespeó correteaba detrás del wookie intentando no quedarse atrás.

—Estos hologramas no me dejan ver nada —dijo Cetrespeó.

Chewbacca olisqueó el aire intentando captar el rastro de los gemelos, y se metió por otra puerta.

Los gritos y el caos que estaban organizando acabaron atrayendo a uno de los bothans que trabajaban en el zoo. El pelaje blanco del alienígena se erizó en cuanto vio a Chewbacca, y el bothan empezó a agitar los brazos mientras intentaba tranquilizar al enfurecido wookie.

—¡Shhhhh! Está molestando a los otros visitantes. Este recinto está consagrado al disfrute y la educación, y tiene que haber silencio y calma.

Chewbacca le rugió. El bothan, que era mucho más pequeño, se irguió sobre los puntiagudos dedos de sus pies poniéndose de puntillas en un intento risiblemente fallido de mirar a Chewbacca a los ojos.

—¡Nunca tendríamos que haber permitido que los wookies pudieran entrar en el Zoo Holográfico!

Chewbacca agarró al bothan por un mechón de pelos blancos del pecho, lo levantó en vilo y soltó una andanada de gruñidos, gemidos y aullidos.

Cetrespeó fue corriendo hacia los dos alienígenas.

—Le pido disculpas, y le ruego que me permita encargarme de la traducción... Bien, mi amigo Chewbacca y yo estamos buscando a dos niños pequeños que parecen haberse extraviado. Se llaman Jacen y Jaina, y tienen dos años y medio de edad.

Chewbacca lanzó un nuevo rugido.

—Sí, sí, estaba a punto de llegar a esa parte... —se apresuró a decir Cetrespeó—. Verá, la verdad es que se trata de una auténtica emergencia. Los niños echaron a correr de repente, y cualquier clase de ayuda que pudiera prestarnos...

Chewbacca utilizó las dos manos para sacudir al bothan como si fuera una muñeca de trapo.

—... le sería enormemente agradecida —concluyó Cetrespeó. Pero el bothan se había desmayado.

Jacen y Jaina estaban avanzando por un bosque de vigas caídas, enormes setas amarillas y anaranjadas y hongos que crecían en la capa de basuras acumuladas a lo largo de los años. Pies invisibles correteaban por entre las vigas y las estructuras parecidas a telarañas que se alzaban sobre las cabezas de los gemelos.

Los gigantescos cimientos de los edificios parecían indestructibles a pesar de que estaban cubiertos por gruesas alfombras de musgo. Había cosas moviéndose entre las sombras, pero no se las podía ver y siguieron siendo invisibles incluso cuando los ojos de los gemelos se hubieron acostumbrado a la penumbra que reinaba en aquel lugar. Hilillos de agua caliente y medio podrida goteaban a su alrededor en una lenta llovizna arrítmica.

Jacen miró hacia arriba y vio que los enormes edificios parecían no terminar nunca. Sólo consiguió distinguir un manchón borroso de lo que quizá fuera el cielo.

—Quiero ir a casa —dijo Jaina.

Había montones de equipo abandonado yaciendo por todas partes, restos oxidados y corroídos. Los gemelos siguieron avanzando por aquel laberinto de vehículos destrozados, abriéndose paso por entre las enormes masas de máquinas de guerra y navíos de combate que se habían quedado anticuados o inservibles y que formaban la colosal acumulación de despojos resultado de la guerra civil del año anterior.

Jacen y Jaina acabaron llegando a un muro medio derruido que en tiempos había contenido una pantalla de ordenador. La terminal estaba inclinada hacia un lado y la pantalla había sido hecha añicos, dejando un hueco ribeteado por dientes de transpariacero desgarrado. Pero los gemelos la reconocieron como una unidad de data parecida a las que había en su casa.

Jacen se plantó delante del panel destrozado y se puso las manecitas en las caderas intentando parecerse a su padre. Después se dirigió a la pantalla del ordenador, sabiendo con toda exactitud lo que debía decir por haber oído el cuento muchas veces antes de dormirse.

—Nos hemos perdido —dijo—. Ayúdanos a encontrar nuestra casa, por favor...

Esperó y esperó, pero no recibió ninguna respuesta y los paneles permanecieron oscuros. Jacen contempló los restos de la unidad vocal, en la que unos escarabajos de caparazones negros y relucientes habían establecido su nido, pero no oyó ninguna respuesta procedente de ellos.

Jacen suspiró. Jaina le cogió de la mano, y los gemelos giraron sobre sí mismos al oír un roce que iba aproximándose lentamente por la calzada.

Una criatura informe de color verde grisáceo se detuvo detrás de ellos. Era una oruga del granito, y sus dos ojos colocados al extremo de tallos gelatinosos que sobresalían del cuerpo parecieron escrutar a los gemelos como si quisieran evaluarlos. Al moverse la oruga iba dejando un grueso rastro viscoso y traslúcido, y desmoronaba la agrietada calzada de aceroconcreto convirtiendo la superficie en una especie de pasta verdosa.

La oruga del granito siguió avanzando hacia ellos y los gemelos retrocedieron. Una grieta de bordes irregulares se abrió al final del vientre de la oruga, formando una temblorosa boca desprovista de labios que se tensó hacia adentro absorbiendo el aire en un prolongado silbido hueco.

Jaina fue hacia la oruga. Esta vez le tocaba a ella.

—Nos hemos perdido —dijo—. Ayúdanos a encontrar nuestra casa, por favor.

La oruga del granito siguió irguiéndose hasta que se alzó sobre la pequeña. Jaina levantó la mirada hacia ella y la contempló con los ojos muy abiertos. Jacen estaba inmóvil a su lado.

La oruga del granito pareció desinflarse de repente. Después deslizó su cuerpo hacia un pasadizo medio derrumbado que se abría a la derecha y aterrizó sobre las piedras con un sonido líquido.

Una ráfaga de viento surgió de la nada y la oruga del granito se alejó a toda velocidad por el pasadizo lateral, obviamente alarmada. Jacen alzó la vista con el tiempo justo de ver las alas membranosas en forma de manta raya de un halcón-murciélago que estaba bajando desde las alturas en un veloz picado con las garras metálicas extendidas.

La oruga del granito trató de enterrarse entre los cascotes y escombros, pero el depredador se posó sobre el montón de restos y empezó a arrancar y apartar los trozos de metal con sus garras. Su pico triangular subió y bajó como un pistón implacable hasta que hubo dejado al descubierto a la oruga del granito y pudo hundirse en el cuerpo viscoso de la criatura. El halcón-murciélago volvió a desplegar sus enormes alas y emprendió el vuelo hacia el cielo, llevándose consigo una presa goteante que se retorcía entre sus garras.

Jacen y Jaina alzaron la mirada hacia la criatura, y después se miraron el uno al otro. Los gemelos permanecieron inmóviles durante unos momentos y después reanudaron su avance por el oscuro submundo de Coruscant.

—Y caminó, y caminó... —dijo Jaina.

—¡Debemos dar la alarma inmediatamente, Chewbacca! —dijo Cetrespeó.

Pero el wookie no parecía muy dispuesto a admitir que habían perdido a los dos niños cuya custodia les había sido confiada.

Dejaron al bothan inconsciente en uno de los dioramas holográficos y después fueron por el pasillo de baldosas blancas que llevaba a los puestos de recuerdos y bebidas y a otras partes del museo. Cetrespeó se preguntó qué pensaría el pobre bothan cuando despertara en el centro de la telaraña-guarida de un arácnido caníbal del planeta Duros.

Un androide de mantenimiento terminó de reparar el turboascensor con el que había estado ocupado hasta aquel momento y quitó el cartelito de «No funciona». Sus dos cabezas empezaron a intercambiar un dueto canturreado, como si estuvieran muy satisfechas de haber completado con éxito aquella labor.

Chewbacca señaló al androide de mantenimiento, pero Cetrespeó reaccionó con indignación.

—¿Qué puede saber sobre esta situación un androide de mantenimiento de un nivel tan bajo? Estos modelos son casi tan estúpidos como un vehículo de carga. —Pero una manaza de wookie ya estaba tirando de él—. Oh, de acuerdo, ya que insistes...

Chewbacca echó a correr y se detuvo delante del androide de mantenimiento obstruyéndole el paso. Los sensores automáticos ordenaron al androide que se desviara primero a un lado y luego hacia el otro, pero Chewbacca lo obligó a detenerse. El androide de mantenimiento emitió un estridente pitido lleno de confusión.

Cetrespeó se apresuró a intervenir.

—Eh... Discúlpeme —dijo, y lanzó una larga serie de preguntas expresadas en el tosco lenguaje binario. El androide de mantenimiento respondió con un sonido indescriptible que hacía pensar en un silbato de vapor a punto de estallar. Cetrespeó repitió las preguntas, pero obtuvo la misma respuesta—. Ya te dije que no serviría de mucho —comentó volviéndose hacia Chewbacca—. Los androides de mantenimiento no están programados para fijarse en nada. Se limitan a hacer sus reparaciones y luego esperan a que les den nuevas instrucciones.

Chewbacca gimió y meneó su enorme cabezota peluda.

—Oh, cálmate de una vez, ¿quieres? Tú... Tú... ¡Silencio, alfombra gigante con patas! No estaba hablando demasiado, y además te recuerdo que quien tiene contraída una deuda de vida con Han Solo eres tú y no yo.

El androide de mantenimiento reanudó su camino sin prestar la más mínima atención a la discusión que estaban manteniendo el wookie y el modelo de protocolo. Cetrespeó pensó en lo maravillosa que sería su existencia si pudiese simplificar su programación hasta el extremo de vivir sumido en una feliz ignorancia de lo que ocurría en la galaxia. Su cerebro electrónico empezó a comprender todas las implicaciones de lo que había ocurrido, y Cetrespeó sintió que sus circuitos se iban recalentando a medida que el horrible peso de lo sucedido caía sobre su pobre cabeza.

—¡Oh, cielos! Estoy seguro de que el amo Solo me arrancará las piernas y me obligará a recopilar y poner por orden alfabético todos los restos de archivos del Centro de Información Imperial...

Jacen se detuvo en la penumbra del submundo y señaló una máquina muy ruidosa que había delante de ellos en un lugar donde la calle llena de restos se ensanchaba bastante.

—Mira —dijo—. Es un androide.

Los gemelos echaron a correr agitando las manos con la esperanza de atraer la atención del androide, pero se detuvieron al ver que la máquina seguía avanzando por un pasillo abierto entre los escombros que brillaba a causa del uso repetido.

El androide era mucho más antiguo que el modelo de mantenimiento del turboascensor. Tenía las articulaciones más gruesas y los miembros más cuadrados, y los distintos componentes estaban unidos mediante remaches. De hecho, el androide de reparaciones consistía básicamente en un depósito de herramientas móvil con un torso, unos brazos y una cabeza hexagonal. Uno de sus sensores ópticos se había desprendido de la placa metálica, y su espalda y su cuello estaban llenos de gruesos cables oxidados y recubiertos por una costra de polvo y barro seco. El androide era tan viejo que le había empezado a crecer musgo en los lados y se movía con una lentitud espasmódica, como si necesitara un baño de lubricante con urgencia.

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