El Encuentro (45 page)

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Authors: Frederik Pohl

—Tengo entendido que vas a hacerme rica.

—Yo no, Klara. Únicamente te voy a dar tu parte de lo que nos ganamos juntos.

—Ya, pero parece que el total se ha multiplicado bastante —me sonrió—. Tu... esto, tú mujer dice que puedo disponer de cincuenta millones en efectivo.

—Puedes disponer de más aún.

—No, no. De todas formas, hay más... Por lo que parece tengo muchas participaciones en un montón de compañías. Gracias, Robin.

—No se merecen.

Se produjo otro silencio, y entonces —¿se lo pueden creer?— las siguientes palabras que salieron de mi boca, fueron:

—¡Klara, tengo que saberlo! ¿Me has estado odiando durante todo este tiempo?

Al fin y al cabo era la pregunta que había estado en mi mente durante más de treinta años.

Aun así, la pregunta me sorprendió por lo incongruente. Hasta qué punto sorprendió a Klara, no lo sé, pero se quedó sentada un momento con la boca abierta, tragó saliva y a continuación negó con la cabeza.

Y entonces, empezó a reírse. Rió con fuertes carcajadas acompañándose con todo el cuerpo, y cuando acabó de reírse se secó una lágrima de la comisura del ojo, y sofocando los últimos accesos de risa, dijo:

—¡Gracias a Dios, Robin, que por lo menos algo no ha cambiado! Has fallecido, te llora tu viuda, el mundo está al borde de la mayor oportunidad que haya tenido nunca, y tú... tú... estás muerto. ¡Y lo que te preocupa son tus malditos sentimientos de culpabilidad!

Y yo me reí también.

Por primera vez en, Santo Dios, más de la mitad de ir vida, el último y más mínimo vestigio de culpabilidad desapareció. Era difícil de definir lo que sentí entonces; había pasad tanto tiempo desde que sintiera tal sensación de liberación, contesté, riéndome, también yo, todavía:

—Ya sé que parece bastante estúpido, Klara, pero para m ha pasado mucho tiempo, y durante todo ese tiempo he sabía que estabas en aquel agujero negro con el tiempo ralentizada casi suspendido... y no podía saber qué era lo que estaba pensando. Creí que, tal vez, no sé... que me estarías acusando de haberte abandonado...

—¿Pero cómo podría haberlo hecho, Robin? No sabía que había pasado contigo. ¿Quieres saber cómo me sentía realmente? Estaba aterrorizada y paralizada, porque sabía que te habías ido, y creí que estarías muerto.

—Y —le sonreí—, has vuelto, ¡y mira cómo me has encontrado!

Pude comprobar que era más sensible a los chistes acere de ese tema que yo mismo.

—Todo marcha bien —seguí diciéndole—, de veras, todo marcha bien. Yo estoy bien y lo mismo el resto del mundo Y de veras que lo estaba. Deseé poder tocarla, por descontado, pero ése era un deseo que parecía empezar a formar parte de una remota infancia ya superada; el presente consistía e que ella estaba allí, y a salvo, y el universo se abría ante nosotros. Al decírselo, se quedó de nuevo sorprendida.

—¡Qué optimista te veo! —me reprochó.

A mí sí que me sorprendió aquello.

—¿Y por qué no habría de estarlo?

—¡Los Asesinos! Llegarán un día u otro, ¿y qué haremos entonces? Si a los Heechees les dan miedo, imagínate a mi.

—Ah, Klara —le dije, comprendiéndola al fin—, ya veo que es lo que te preocupa. Quieres decir que es como cuando en lo viejos tiempos sabíamos que los Heechees habían estado por ahí y que podían volver, y sabíamos que habían sido capaces de hacer cosas que nosotros no podíamos ni imaginar...

—¡Exacto! ¡No estamos tampoco a la par con los Asesinos.

—No —le dije sonriendo—, no lo estamos por ahora. Tampoco estábamos a la par con los Heechees entonces. Pero en el momento que han aparecido, sí lo estábamos. Sin necesidad de que la suerte esté de nuestra parte, tenemos tiempo de sobra para enfrentarnos a los Asesinos.

—¿Y qué? ¡No dejarán de ser nuestros enemigos!

Negué con la cabeza.

—Enemigos no, Klara —dije—. Simplemente, otro recurso.

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