El evangelio según Jesucristo (49 page)

Que Juan estuviese muerto fue causa de numerosas lágrimas y lamentaciones en todo el campamento, sin que se notara, entre hombres y mujeres, diferencia en las expresiones de pesar, pero que él hubiera sido muerto por el motivo que se decía, era algo que escapaba a la comprensión de cuantos allí estaban, porque otra razón, esa sí suprema, debería de haber prevalecido en la sentencia de Herodes, y, finalmente, era como si ella no tuviera existencia hoy ni debiera tener ninguna importancia mañana, decía encolerizado Judas de Iscariote, a quien, como recordamos sin duda, había bautizado Juan, Qué es esto, preguntaba a toda la compañía, mujeres incluidas, anuncia Juan que viene el Mesías a redimir al pueblo y lo matan por denuncias de concubinato y adulterio, historias de cama de tío y cuñada, como si nosotros no supiéramos que ese fue siempre el vivir corriente y común de la familia, desde el primer Herodes hasta los días que vivimos, Qué es esto, repetía, si fue Dios quien mandó a Juan a anunciar al Mesías, y yo no dudo, por la simple razón de que nada puede ocurrir sin que lo haya querido Dios, si fue Dios, explíquenme entonces los que de él saben más que yo por qué quiere él que sus propios designios sean así rebajados en la tierra, y, por favor, no argumentéis que Dios sabe y nosotros no podemos saber, porque yo os respondería que lo que quiero saber es precisamente lo que Dios sabe.

Pasó un frío de miedo por toda la asamblea, como si la ira del Señor viniera ya en camino para fulminar al osado y a todos los demás que, inmediatamente, no le habían hecho pagar la blasfemia. Con todo, no estando Dios allí presente para dar satisfacción a Judas de Iscariote, el desafío sólo podía ser recogido por Jesús, que era quien más cerca andaba del supremo interpelado. Si fuese otra la religión, y la situación otra, tal vez las cosas se hubieran quedado aquí, con esta sonrisa enigmática de Jesús, en la que, pese a ser tan vaga y fugitiva, fue posible reconocer tres partes, una de sorpresa, otra de benevolencia, otra de curiosidad, lo que, pareciendo mucho, no era nada, por ser la sorpresa instantánea, condescendiente la benevolencia, fatigada la curiosidad. Pero la sonrisa, así como vino, así se fue, y lo que en su lugar quedó fue una palidez mortal, un rostro súbitamente demacrado, como de quien acaba de ver, en figura y en presencia, su propio destino. Con voz lenta, en la que casi no había expresión, Jesús dijo al fin, Que se vayan las mujeres, y María de Magdala fue la primera en levantarse. Después, cuando el silencio, poco a poco, se convirtió en muralla y techo para encerrarlos en la más profunda caverna de la tierra, Jesús dijo, Pregunte Juan a Dios por qué lo hizo morir así, por una causa tan mezquina, a quien tan grandes cosas había venido a anunciar, lo dijo y se calló durante un momento, y como Judas de Iscariote parecía querer hablar, levantó la mano para que esperara, y concluyó, Mi deber, acabo de entenderlo ahora, es deciros lo que sé de lo que Dios sabe, si el mismo Dios no me lo impide. Entre los discípulos creció un rumor de palabras cambiadas con voz alterada, un desasosiego, una excitación inquieta, temían saber lo que saber ansiaban, sólo Judas de Iscariote mantenía la expresión de desafío con que provocó el debate. Dijo Jesús, Sé cuál es mi destino y el vuestro, sé el destino de muchos de los que han de nacer, conozco las razones de Dios y sus designios, y de todo esto debo hablaros porque a todos toca y a todos tocará en el futuro, Por qué, preguntó Pedro, por qué tenemos nosotros que saber lo que te fue transmitido por Dios, mejor sería que callases, Estaría en el poder de Dios hacerme callar ahora mismo, Entonces, callar o no callar tiene la misma importancia para Dios, es la misma nada, y si Dios ha hablado por tu boca, por tu boca seguirá hablando, hasta cuando, como ahora, creas contrariar su voluntad, Tú sabes, Pedro, que seré crucificado, Me lo dijiste, Pero no te dije que tú mismo, y Andrés, y Felipe, lo seréis también, que Bartolomé será desollado, que a Mateo lo matarán los bárbaros, que a Tiago, hijo de Zebedeo, lo degollarán, que el segundo Tiago, hijo de Alfeo, será lapidado, que Tomás morirá alanceado, que a Judas Tadeo le aplastarán la cabeza, que Simón será troceado por una sierra, esto no lo sabías, pero lo sabes ahora y lo sabéis todos. La revelación fue recibida en silencio, ya no había motivo para tener miedo de un futuro que se les daba a conocer, como si, en definitiva, Jesús les hubiese dicho, Moriréis, y ellos le respondieran, a coro, Gran novedad esa, ya lo sabíamos.

Pero Juan y Judas de Iscariote no oyeron que se hablara de ellos, y por eso preguntaron, Y yo, y Jesús dijo, Tú, Juan, llegarás a viejo y de viejo morirás, en cuanto a ti, Judas de Iscariote, evita las higueras, porque te vas a ahorcar en una con tus propias manos, Moriremos por tu causa, dijo una voz, pero no se supo de quién había sido, Por causa de Dios, no por mi causa, respondió Jesús, Qué quiere Dios en definitiva, preguntó Juan, Quiere una asamblea mayor que la que tiene, quiere el mundo todo para sí, Pero si Dios es señor del universo, cómo puede el mundo no ser suyo, y no desde ayer o desde mañana, sino desde siempre, preguntó Tomás, Eso no lo sé, dijo Jesús, Pero tú, que durante tanto tiempo viviste con todas esas cosas en el corazón, por qué vienes a contárnoslas ahora, Lázaro, a quien yo curé, murió, Juan el Bauista, que me anunció, murió, la muerte está ya entre nosotros, Todos los seres tienen que morir, dijo Pedro, los hombres y los otros, Morirán muchos en el futuro por voluntad de Dios y su causa, Si es voluntad de Dios, es causa santa, Morirán porque no nacieron antes ni después, Serán recibidos en la vida eterna, dijo Mateo, Sí, pero no debería ser tan dolorosa la condición para entrar allí, Si el hijo de Dios dijo lo que dijo, a sí mismo se negó, protestó Pedro, Te equivocas, sólo al hijo de Dios le es permitido hablar así, lo que en tu boca sería blasfemia, en la mía es la otra palabra de Dios, respondió Jesús, Hablas como si tuviésemos que escoger entre tú y Dios, dijo Pedro, Siempre vuestra elección tendrá que ser entre Dios y Dios, yo estoy como vosotros y los hombres, en medio, Entonces, qué mandas que hagamos, Que ayudéis a mi muerte ahorrando las vidas de los que han de venir, No puedes ir contra la voluntad de Dios, No, pero mi deber es intentarlo, Tú estás a salvo porque eres hijo de Dios, pero nosotros perderemos nuestra alma, No, si decidís obedecerme, porque estaréis obedeciendo todavía a Dios. En el horizonte, en los últimos confines del desierto, apareció el borde de una luna roja. Habla, dijo Andrés, pero Jesús esperó a que la luna toda se alzara de la tierra, enorme y sangrienta, la luna, y después dijo, El hijo de Dios tendrá que morir en la cruz para que así se cumpla la voluntad del Padre, pero, si en su lugar pusiéramos a un simple hombre, ya no podría Dios sacrificar al Hijo, Quieres poner un hombre en tu lugar, a uno de nosotros, preguntó Pedro, No, yo ocuparé el lugar del Hijo, En nombre de Dios, explícate, Un simple hombre, sí, pero un hombre que se hubiese proclamado a sí mismo rey de los Judíos, que anduviera alzando al pueblo para derribar a Herodes del trono y expulsar de la tierra a los romanos, eso es lo que os pido, que corra uno de vosotros al Templo, proclamando que yo soy ese hombre, y tal vez si la justicia es rápida, no tenga tiempo la de Dios de enmendar la de los hombres, como no enmendó la mano del verdugo que iba a degollar a Juan. El asombro hizo que todos callaran, pero por poco tiempo, que luego salieron de todas las bocas palabras de indignación, de protesta, de incredulidad, Si eres el hijo de Dios, como hijo de Dios tienes que morir, clamaba uno, Comí del pan que repartiste, cómo podría ahora denunciarte, gemía otro, No quiera ser rey de los Judíos quien va a ser rey del mundo, decía éste, Muera quien de aquí se mueva para acusarte, amenazaba aquél. Fue entonces cuando se oyó, clara, distinta, sobre el alboroto, la voz de Judas de Iscariote, Yo voy, si así lo quieres. Le echaron los otros las manos encima, había ya cuchillos saliendo de los pliegues de las túnicas, cuando Jesús ordenó, Dejadlo, que nadie le haga mal. Después se levantó, lo abrazó y lo besó en las dos mejillas, Vete, mi hora es tu hora. Sin una palabra, Judas de Iscariote se echó la punta del manto sobre el hombro y, como si lo hubiera engullido la noche, desapareció en la oscuridad.

Los guardias del templo y los soldados de Herodes llegaron para prender a Jesús con las primeras luces de la mañana. Después de cercar calladamente el campamento, entraron al asalto unos cuantos, armados de espada y lanza, el que los mandaba gritó, Dónde está ese que se dice rey de los Judíos, y otra vez, que se presente ese que dice ser rey de los Judíos, entonces salió Jesús de su tienda, estaba con él María de Magdala, que venía llorando, y dijo, Yo soy el rey de los Judíos. En ese momento, se le acercó un soldado que le ató las manos, al tiempo que le decía en voz baja, Si, pese a ir hoy preso, llegaras a ser rey un día, acuérdate de que te prendo por orden de otro, entonces dirás que lo prenda a él, y yo te obedeceré, como ahora he obedecido. Y Jesús dijo, Un rey no prende a otro rey, un dios no mata a otro dios, para que hubiera quien prendiese y matase fueron hechos los hombres comunes.

Enlazaron también los pies de Jesús con una cuerda, para que no pudiese huir, y Jesús dijo para sí, porque así lo creía, Tarde llega, yo ya he huido.

Entonces María de Magdala dio un grito como si se le estuviera rompiendo el alma, y Jesús dijo, Llorarás por mí, y vosotras, mujeres, todas habéis de llorar, si llega una hora igual para estos que aquí están y para vosotras mismas, pero sabed que por cada lágrima vuestra se derramarían mil en el tiempo que ha de venir si yo no acabo como es mi voluntad. Y volviéndose hacia el que mandaba, dijo, Deja ir a estos hombres que estaban conmigo, yo soy el rey de los Judíos, no ellos, y sin más, avanzó hacia el centro de los soldados, que lo rodearon. El sol había aparecido y subía en el cielo por encima de las casas de Betania, cuando la multitud, con Jesús delante, entre dos soldados que sostenían las puntas de la cuerda que le ataba las manos, comenzó a subir el camino de Jerusalén.

Detrás iban los discípulos y las mujeres, ellos airados, ellas sollozando, pero tanto era lo que valían los sollozos de unas como la ira de los otros, Qué vamos a hacer, preguntaban con la boca pequeña, saltar sobre los soldados e intentar liberar a Jesús, muriendo quizá en la lucha, o dispersarnos antes de que venga también una orden de prisión contra nosotros, y como no eran capaces de escoger entre esto y aquello, nada hicieron, y fueron siguiendo, a distancia, al destacamento de la tropa. En un momento determinado vieron que el grupo de delante se paraba y no entendían por qué, salvo que hubiera venido contraorden y estuvieran desatando los nudos de Jesús, pero para pensar tal cosa era preciso ser muy loco, algunos había, aunque no tanto.

Realmente se había desatado un nudo, pero el de la vida de Judas de Iscariote, allí, en una higuera, a la orilla del camino por donde Jesús tendría que pasar, colgado por el cuello, estaba el discípulo que se presentó voluntario para que se pudiera cumplir la última voluntad del maestro.

El que mandaba la escolta hizo señal a dos soldados para que cortasen la cuerda y bajaran el cuerpo, todavía está caliente, dijo uno, bien podía ser que Judas de Iscariote, sentado en la rama de la higuera, ya con la cuerda al cuello, hubiera estado esperando pacientemente a que apareciese Jesús, a lo lejos, en la curva del camino, para lanzarse rama abajo, en paz consigo mismo por haber cumplido su deber. Jesús se acercó, no lo impidieron los soldados, y miró detenidamente la cara de Judas, retorcida por la rápida agonía, Todavía está caliente, volvió a decir el soldado, entonces pensó Jesús que podía, si quisiese, hacer con este hombre lo que no había hacho con Lázaaro, resucitarlo, para que tuviera en otro lugar y otro día, su propia e irrenunciable muerte, distante y oscura, y no la vida y la memoria interminables de una traición.

Pero es sabido que sólo el hijo de Dios tiene poder para resucitar, no lo tiene el rey de los Judíos que aquí va, de espíritu mudo y atado de pies y manos. El que mandaba dijo, Dejadlo ahí para que lo entierren los de Betania o se lo coman los cuervos, pero registradlo primero, a ver si lleva algo de valor, y los soldados buscaron y no encontraron nada, Ni una moneda, dijo uno, no tenía nada de extraño, el de los fondos de la comunidad era Mateo, que sabía del oficio por haber sido publicano en los tiempos en que se llamaba Levi. No le pagaron la denuncia, murmuró Jesús, y el otro, al oírlo, respondió, Quisieron, pero él dijo que tenía por costumbre pagar sus cuentas, y ahí está, ya no las paga más. Siguió adelante la marcha, algunos discípulos se quedaron mirando piadosamente el cadáver, pero Juan dijo, Dejémoslo, no era de los nuestros, y el otro Judas, el que también es Tadeo, acudió a enmendar, Lo aceptemos o no, siempre será de los nuestros, no sabremos qué hacer con él y sin embargo seguirá siendo siempre de los nuestros.

Sigamos, dijo Pedro, nuestro lugar no está junto a Judas de Iscariote, Tienes razón, dijo Tomás, nuestro lugar debería ser al lado de Jesús, pero ese lugar va vacío.

Entraron al fin en Jerusalén y Jesús fue llevado al consejo de los ancianos, príncipes de los sacerdotes y escribas.

Estaba allí el sumo sacerdote, que se alegró al verlo y le dijo, Te lo advertí, pero tú no quisiste oírme, ahora tu orgullo no podrá defenderte y tus mentiras te condenarán, Qué mentiras, preguntó Jesús, Una, que eres rey de los Judíos, Soy rey de los Judíos, La otra, que eres el hijo de Dios, Quién te ha dicho que yo digo que soy el hijo de Dios, todos por ahí, No les des oídos, yo soy el rey de los Judíos, Entonces, confiesas que no eres el hijo de Dios, Repito que soy el rey de los Judíos, Ten cuidado, mira que basta esa mentira para que seas condenado, Lo que he dicho, dicho está, Muy bien, te voy a enviar al procurador de los romanos, que está ansioso por conocer al hombre que quiere expulsarlo a él y arrebatarle estos dominios al poder de César. Los soldados se llevaron a Jesús al palacio de Pilatos y como ya había corrido la noticia de que aquel que decía ser rey de los Judíos, el que azotó a los cambistas y prendió fuego a sus tenderetes, había sido preso, acudía la gente a ver qué cara ponía un rey cuando lo llevaban por las calles a la vista de todos, con las manos atadas como si de un criminal común se tratara, siendo indiferente, para el caso, si era rey de los auténticos o de los que presumen de serlo. Y, como siempre acontece, porque el mundo no es todo igual, unos sentían pena, otros no, unos decían, Por qué no lo sueltan, que está loco, otros, al contrario, creían que castigar un delito es dar ejemplo y que, si aquéllos son muchos, estos no deben ser menos. En medio de la multitud, con ella confundidos, andaban medio perdidos los discípulos, y también las mujeres que los acompañaban, éstas se conocían de inmediato por las lágrimas, sólo una de ellas no lloraba, era María de Magdala, porque el llanto se le estaba quemando dentro.

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