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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (23 page)

Fantasma despertó en la oscuridad.

Últimamente, eso sucedía cada vez con menos frecuencia. Podía sentir la venda sobre su rostro, atada con fuerza sobre sus ojos y oídos. Se clavaba en su piel sensibilísima, pero era mucho mejor que la alternativa. Para sus ojos, la luz de las estrellas era tan brillante como el sol, y los pasos ante su habitación podían sonar como truenos. Aun con la gruesa tela en los ojos, aun con los oídos taponados con cera, aun con los postigos cerrados a cal y canto y cubiertos con una cortina, a veces le resultaba difícil dormir.

El aislamiento era peligroso. Lo hacía vulnerable. Y sin embargo, la falta de sueño podía ser aún más peligrosa. Tal vez las cosas que había hecho a su cuerpo al quemar estaño lo matarían. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba entre la gente de Urteau, más sentía que iban a necesitar su ayuda para sobrevivir a los peligros que se avecinaban. Él necesitaba una ventaja. Le preocupaba haber tomado la decisión equivocada, pero al menos la había tomado. Continuaría como hasta ahora, y esperaba que le bastara con ello.

Gruñó en voz baja, luego se sentó, quitándose la venda y sacándose la cera de los oídos. La habitación estaba oscura, pero incluso la débil luz que se filtraba por los postigos (cuyas aberturas estaban cubiertas de tela) le bastaba para ver.

El estaño ardía suavemente en su estómago. Su reserva casi se había agotado, consumida durante la noche. Su cuerpo la usaba ahora por instinto mientras inspiraba o parpadeaba. Había oído que los violentos podían quemar peltre para curar sus cuerpos, aunque estuvieran inconscientes de sus heridas. El cuerpo sabía lo que necesitaba.

Rebuscó en un cofrecillo que tenía bajo la cama, y sacó un puñado de polvo de estaño. Lo había traído de Luthadel, y lo había ido rellenando con el comprado en los bajos fondos. Por fortuna, el estaño era relativamente barato. Vertió el puñado en un tazón que había en la mesilla de noche, y luego se dirigió a la puerta. La habitación era pequeña y sofocante, pero no tenía que compartirla con nadie. Eso la convertía en un lujo para los baremos skaa.

Cerró con fuerza los ojos y luego abrió la puerta. Lo azotó la claridad de un pasillo iluminado por el sol. Apretó los dientes, sintiendo la intensidad de la luz a pesar de los párpados cerrados, y palpó el suelo. Encontró la jarra de agua fresca (sacada para él del pozo por los criados de la posada) y la metió en la habitación antes de cerrar la puerta.

Parpadeó mientras cruzaba el cuarto para llenar su tazón. Lo bebió, apurando el estaño. Tendría suficiente para todo el día. Cogió un puñado más y se lo guardó en una bolsita, por si acaso.

Unos minutos más tarde estaba vestido y preparado. Se sentó en la cama y cerró los ojos, preparándose para el día. Si había que dar crédito a los espías del Ciudadano, otros miembros del equipo de Elend venían de camino a Urteau. Probablemente tenían órdenes de asegurar el depósito y sofocar la rebelión; Fantasma tendría que aprender todo lo posible antes de que llegaran.

Permaneció sentado, revisando sus planes, pensando. Podía sentir el sonido de los pies en las habitaciones de alrededor; la estructura de madera parecía estremecerse y temblar como un enorme panal lleno de obreras apuradas. En el exterior podía oír voces que llamaban, gritaban, hablaban. Las campanas sonaban débilmente. Todavía era temprano, poco más de mediodía, pero las brumas se habrían ido. Urteau tenía seis o siete horas de día sin bruma, lo que lo convertía en un lugar donde las cosechas aún podían crecer, y el hombre, sobrevivir.

Normalmente, Fantasma habría dormido todo el día. No obstante, tenía cosas que hacer. Abrió los ojos, y luego buscó en su mesilla de noche un par de anteojos. Habían sido fabricados expresamente, a petición suya, para lentes que no corregían su visión: sólo tenían cristal normal.

Se los puso, y luego volvió a atarse la venda, cubriendo la parte delantera y los lados de los anteojos. Ni siquiera con sus sentidos amplificados, podía ver a través de sus propios párpados. Sin embargo, con las gafas puestas, podía abrir los ojos y llevar la venda al mismo tiempo. Se acercó a la ventana, luego quitó la cortina y abrió los postigos.

Una luz caliente, casi achicharrante, lo bañó. La venda se le clavaba en la piel. Pero podía ver. La tela bloqueaba suficiente luz para impedir cegarlo, pero era lo bastante transparente para permitirle ver. En realidad, era como las brumas: la tela le resultaba casi invisible, pues sus ojos estaban amplificados hasta un punto irracional. Su mente tan sólo filtraba la interferencia de la venda.

Fantasma asintió para sí, después recogió su bastón de duelos y salió de la habitación.

—Sé que eres de natural callado —dijo Durn, golpeando suavemente en el suelo delante de él con un par de palos—. Pero incluso tú tienes que admitir que esto es mejor que vivir bajo el capricho de los señores.

Fantasma estaba sentado en uno de los surcos, la espalda apoyada en la pared de piedra que había contenido el canal, la cabeza ligeramente inclinada. El pozo del mercado era el más ancho de los surcos de Urteau. En tiempos, había sido un canal de agua tan ancho que en el centro podían atracar tres barcos dejando espacio a ambos lados para que siguieran pasando otros en cada dirección. Ahora se había convertido en un bulevar central de la ciudad, y también en un emplazamiento importante para mendigos y comerciantes.

Mendigos como Fantasma y Durn. Estaban sentados en el borde mismo del surco, los edificios alzándose sobre ellos como murallas de fortalezas. Pocos de los transeúntes prestaban atención a su aspecto harapiento. Nadie se detenía a advertir que uno de ellos parecía estar observando con mucha atención a la multitud, a pesar de la tela oscura que le cubría los ojos, mientras que el otro hablaba de forma demasiado elevada para haber sido educado en el arroyo.

Fantasma no respondió a la pregunta de Durn. En su juventud, la forma en que hablaba la gente (con fuerte acento y un lenguaje salpicado de argot) lo había marcado, y hacía que la gente lo ignorara. Ni siquiera ahora tenía una lengua ágil y modales encantadores como los de Kelsier. Así que intentaba decir lo menos posible. Así, había menos posibilidades de meterse en problemas.

Curiosamente, en vez de ignorarlo cuando no hablaba, parecía que la gente le prestaba aún más atención. Durn continuó marcando su ritmo, como un actor callejero sin público. Sonaba de forma demasiado suave contra el suelo de tierra para que nadie lo oyera… excepto Fantasma.

El ritmo de Durn era perfecto. Cualquier juglar lo habría envidiado.

—Quiero decir, mira el mercado —continuó Durn—. Con el Lord Legislador, la mayoría de los skaa no podían dedicarse abiertamente al comercio. Aquí tenemos algo hermoso. Skaa gobernando a skaa. Somos felices.

Fantasma observaba el mercado. Le parecía que, si la gente fuera feliz de verdad, sonreirían en vez de tener aquel aspecto abatido. Estarían comprando y paseando entretenidos, en vez de coger rápidamente lo que querían y marcharse a continuación. Además, si la ciudad fuera la feliz utopía que se suponía que era, no habría necesidad de que docenas de soldados vigilaran a la multitud. Fantasma sacudió la cabeza. Todo el mundo llevaba exactamente la misma ropa, colores y estilos dictados por las órdenes del Ciudadano. Incluso la mendicidad estaba estrictamente regulada. Pronto llegarían unos hombres para contar lo que Fantasma había conseguido y llevarse la parte del Ciudadano.

—Mira —dijo Durn—, ¿ves que golpeen o maten a alguien en la calle? Sin duda eso merece unas cuantas restricciones.

—Las muertes suceden ahora en callejas apartadas —respondió Fantasma en voz baja—. Al menos, el Lord Legislador nos mataba abiertamente.

Durn frunció el ceño y se echó hacia atrás, golpeando el suelo con sus bastones. Era una pauta compleja. Fantasma podía sentir las vibraciones en el suelo, y le resultaban tranquilizadoras. ¿Era consciente la gente del talento que dejaban atrás, golpeando suavemente el suelo que pisaban? Durn podría haber sido un músico magistral. Desgraciadamente, con el Lord Legislador, los skaa no tocaban música. Y con el Ciudadano… bueno, en general no era bueno llamar la atención, no importaba cuál fuera el método.

—¡Ahí está! —dijo Durn de pronto—. Como prometió.

Fantasma alzó la mirada. A través de los murmullos, los sonidos, los destellos de color y los poderosos olores de negativas, gente y artículos en venta, Fantasma vio a un grupo de prisioneros escoltados por soldados de uniforme marrón. A veces, el flujo de sensaciones era casi abrumador para él. Sin embargo, como le había dicho una vez a Vin, quemar estaño no se refería a lo que podías sentir, sino a lo que podías ignorar. Y había aprendido muy bien a concentrarse en los sentidos que necesitaba, aislando los que podían distraerlo.

Los clientes del mercado dejaron paso al grupo de soldados y sus prisioneros. La gente inclinó la cabeza, observando con solemnidad.

—¿Sigues queriendo seguirlos? —preguntó Durn.

Fantasma se puso en pie.

Durn asintió, luego se incorporó y agarró a Fantasma por el hombro. Sabía que Fantasma podía ver, o al menos Fantasma daba por hecho que Durn era lo bastante observador para haberlo advertido. Sin embargo, ambos mantenían la pretensión. Era común entre los mendigos adoptar aire afligido en un intento de conseguir más monedas. El propio Durn caminaba con una magistral cojera falsa, y se había arrancado el pelo en algunas zonas. No obstante, Fantasma podía oler el jabón en la piel del hombre y el buen vino en su aliento. Era un ladrón magistral; pocos había más poderosos que él en la ciudad. Pero era tan hábil con sus disfraces que podía caminar por las calles sin que nadie se fijara en él.

No eran los únicos que seguían a los soldados y sus prisioneros. Skaa vestidos con el color gris de rigor seguían al grupo como fantasmas: una masa silenciosa en medio de la ceniza que caía. Los soldados se dirigieron a una rampa que salía de los surcos, guiando a la gente a una sección más rica de la ciudad, donde algunos de los canales habían sido rellenados y pavimentados.

Pronto empezaron a aparecer los puntos muertos. Cicatrices calcinadas, ruinas que antaño fueron hogares. El olor a humo era casi abrumador para Fantasma, y tuvo que empezar a respirar por la boca. No tuvieron que caminar mucho para llegar a su destino. El propio Ciudadano estaba allí. No iba a caballo: todas las monturas habían sido enviadas a las granjas, pues sólo los nobles insensibles se creían demasiado buenos para caminar. Sin embargo, vestía de rojo.

—¿Qué lleva puesto? —susurró Fantasma mientras Durn lo guiaba a un lado de la multitud.

El Ciudadano y su séquito se encontraban en las escalinatas de una mansión particularmente grandiosa, y los skaa se apiñaban alrededor. Durn condujo a Fantasma a un lugar donde se había apostado un grupo de matones, un lugar exclusivo de la calle desde donde se podía ver bien al Ciudadano. Los matones saludaron a Durn con un gesto, y lo dejaron pasar sin hacer más comentarios.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Durn—. El Ciudadano va igual que siempre: pantalones skaa y una camisa de trabajo.

—Son rojos —susurró Fantasma—. No es un color aprobado.

—Lo es desde esta mañana. Los agentes del gobierno pueden llevarlo. De esa forma, destacan, y la gente necesitada puede encontrarlos. O, al menos, ésa es la explicación oficial.

Fantasma frunció el ceño. Sin embargo, algo más llamó su atención.

Ella estaba allí.

Era lógico, desde luego: acompañaba a su hermano adondequiera que él iba. Al Ciudadano le preocupaba su seguridad, y rara vez la perdía de vista. Ella tenía la misma expresión de siempre, los ojos tristes dentro de un marco de cabellos rojizos.

—Triste aspecto hoy —comentó Durn.

Al principio, Fantasma creyó que se refería a Beldre. Sin embargo, Durn asentía hacia el grupo de prisioneros. Eran iguales que el resto de la ciudad: ropas grises, rostros manchados de ceniza, posturas sometidas. El Ciudadano, no obstante, dio un paso adelante para explicar las diferencias.

—Una de las primeras proclamaciones que hizo este gobierno —anunció— fue de solidaridad. Somos un pueblo de skaa. Los «nobles» elegidos por el Lord Legislador nos oprimieron durante diez siglos. Decidimos que Urteau sería un lugar de libertad. Un lugar como el que profetizó el propio Superviviente.

—¿Llevas la cuenta? —le susurró Durn a Fantasma.

Fantasma asintió.

—Diez —dijo, contando a los prisioneros—. Los que esperábamos. No te estás ganando tu moneda, Durn.

—Observa.

—Éstos —dijo el Ciudadano, la cabeza calva brillando a la roja luz del sol mientras señalaba a los prisioneros—. Éstos no oyeron nuestra advertencia. ¡Sabían, como sabéis todos vosotros, que todo noble que se quedara en esta ciudad perdería la vida! Ésta es nuestra voluntad… la voluntad de todos nosotros.

»Pero, como todos los de su clase, fueron demasiado arrogantes para escuchar. Trataron de esconderse. Se creen superiores a nosotros. Siempre lo hacen. Eso los expone.

Hizo una pausa antes de seguir hablando:

—Y por eso nosotros hacemos lo que tenemos que hacer.

Indicó a sus soldados que avanzaran. Éstos empujaron a los prisioneros hacia las escalinatas. Fantasma pudo oler el petróleo en el aire cuando los soldados abrieron las puertas de la casa y empujaron a la gente al interior. Entonces, los soldados cerraron la puerta por fuera y se apostaron en un perímetro. Cada soldado encendió una antorcha y la arrojó al edificio. No hacían falta sentidos sobrehumanos para notar el calor que pronto cobró vida, y la multitud retrocedió, asqueada y asustada, pero también fascinada.

Las ventanas habían sido tapiadas. Fantasma vio los dedos que trataban de arrancar los tablones, oyó gritar a la gente. Los oyó aporrar la puerta cerrada, tratando de abrirse paso, gritando aterrorizados.

Quiso hacer algo. Sin embargo, ni avivando estaño podía luchar él solo contra un grupo de soldados. Elend y Vin lo habían enviado a recabar información, no a intervenir. Con todo, se sintió avergonzado y se llamó cobarde mientras se apartaba del edificio en llamas.

—Esto no debería ser así —susurró roncamente.

—Eran nobles —dijo Durn.

—¡No, no lo eran! Puede que sus padres lo fueran, pero ellos eran skaa. Gente normal, Durn.

—Tienen sangre noble.

—Igual que la tenemos todos, si te remontas lo suficiente en el tiempo —repuso Fantasma.

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