El Héroe de las Eras (25 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Fantasma soltó el arma, dejando que escapara volando de su mano, y luego se arrojó al suelo. Sintió que la corriente de aire de una espada enemiga pasaba por encima de su cabeza, sin alcanzarlo por muy poco. Su propia arma cayó al suelo a poca distancia, un sonido retumbó en sus oídos.

No tuvo tiempo para recuperar el aliento; tan sólo pudo incorporarse para esquivar el siguiente golpe del soldado. Por fortuna, Fantasma no llevaba encima ningún metal que Quellion pudiera empujar para seguir influyendo en la pelea. Era una costumbre que se alegró de no haber perdido nunca.

La única opción era correr. No podía luchar, no con un alomántico interfiriendo. Se volvió mientras el soldado se disponía a descargar otro golpe. Y entonces se lanzó hacia delante, rebasando la guardia del soldado. Pasó bajo el brazo del hombre y se hizo a un lado, esperando poder pasar de largo y dejar al hombre confundido.

Algo lo agarró por el pie.

Fantasma se volvió. Al principio supuso que Quellion tiraba de él de alguna manera. Después vio que el soldado caído en el suelo, el primero que había derribado, le había agarrado el pie.

¡Golpeé dos veces al hombre en la cabeza!
, pensó Fantasma lleno de frustración.
¡Es imposible que siga consciente!

La mano le apretó el pie, tirando de él con fuerza inhumana. Con una fuerza así, el hombre tenía que ser un violento, un quemador de Peltre, como Ham.

Fantasma estaba metido en un serio problema.

Pataleó, tratando de liberarse, y se puso en pie. Pero un violento tendría el poder del peltre: podría correr más rápido, y más lejos, que Fantasma.

Dos alománticos, contando al propio Ciudadano
, pensó Fantasma.
¡Alguien no desprecia tanto la sangre noble como dice!

Los dos soldados avanzaron hacia él. Gritando de frustración, oyendo su propio corazón resonar como un tambor, Fantasma se abalanzó contra el violento y se agarró al hombre, tomándolo por sorpresa. En ese momento de confusión, Fantasma lo hizo girar, usando el cuerpo del violento como escudo para protegerse del tercer soldado.

No había contado con el brutal entrenamiento del Ciudadano. Quellion hablaba siempre de sacrificio y necesidad. Al parecer, esta filosofía se extendía a sus soldados, pues el hombre de la espada clavó su arma en la espalda de su amigo, atravesando su corazón y alcanzando directamente el pecho de Fantasma. Era un movimiento que sólo un hombre con la fuerza y precisión de un violento podría haber realizado.

Tres alománticos
, pensó Fantasma, aturdido, mientras el soldado trataba de soltar el arma de los dos cuerpos. El cuerpo del muerto era un peso que finalmente quebró la hoja.

¿Cómo he sobrevivido tanto tiempo? Deben de haber estado intentando no revelar sus poderes, permanecer ocultos a la población…

Fantasma retrocedió tambaleándose, sintiendo la sangre en su pecho. Extrañamente, no sentía dolor. Sus sentidos aumentados deberían haber vuelto el dolor tan fuerte que…

Lo alcanzó. Todo se volvió negro.

Capítulo 17

La sutileza desplegada por los microbios devoradores de ceniza y las plantas mejoradas demuestra que Rashek progresó cada vez más en el manejo del poder. Se consumió en cuestión de minutos, pero para un dios los minutos pueden pasar como horas. Durante ese tiempo, Rashek comenzó siendo un niño ignorante que empujó un planeta demasiado cerca del sol, se convirtió en un adulto capaz de crear montañas de ceniza para enfriar el aire, y finalmente en un artesano maduro capaz de desarrollar plantas y criaturas para propósitos específicos.

También demuestra su forma de pensar durante el tiempo que estuvo con el poder de Conservación. Bajo su influencia, estuvo obviamente en modo protector. En vez de nivelar los montones de ceniza y tratar de devolver el planeta a su sitio, reaccionó trabajando furiosamente para arreglar los problemas que él mismo había causado.

Elend cabalgaba ante sus hombres, a lomos de un blanco corcel al que habían limpiado de ceniza. Volvió su montura, para contemplar las filas de nerviosos soldados. Esperaban a la luz de la tarde, y Elend podía captar su terror. Habían oído rumores, y esos rumores habían sido confirmados por Elend el día anterior. Hoy, su ejército quedaría inmunizado contra las brumas.

Elend atravesó sus filas, con el general Demoux al lado a lomos de un semental ruano. Ambos caballos eran ejemplares grandes, traídos al viaje más para impresionar que por su utilidad. Elend y los demás oficiales pasarían la mayor parte del viaje usando las barcazas del canal, en vez de cabalgando.

A Elend no le preocupaba la moralidad de su decisión de exponer sus fuerzas a las brumas; al menos, no en aquel preciso instante. Había aprendido algo muy importante sobre sí mismo: era sincero. Tal vez demasiado. Si se sentía inseguro, se le notaba en la cara; los soldados notarían su vacilación. Así que había aprendido a confinar sus preocupaciones a los momentos en que se encontraba con los más allegados. Eso significaba que Vin veía demasiadas veces sus reflexiones. Sin embargo, eso le concedía libertad en otros momentos para proyectar confianza.

Se movió con rapidez, dejando que los cascos de su caballo tronaran para que sus hombres lo oyeran. De vez en cuando, oía a los capitanes gritar a sus soldados que se pusieran firmes. Aun así, Elend vio ansiedad en sus ojos. ¿Acaso podía reprochárselo? Hoy los soldados se enfrentarían a un enemigo al que no podían combatir, ni resistir. Dentro de una hora, setecientos habrían muerto. Uno de cada cincuenta. No era una mala proporción, a gran escala… pero eso significaba muy poco para el hombre que notaba cómo las brumas lo rodeaban.

Los soldados esperaron a pie firme. Elend se sintió orgulloso de ellos. Había dado a los que quisieran la oportunidad de regresar a Luthadel en vez de enfrentarse a las brumas. Seguía necesitando a sus tropas en la capital, y prefería no marchar con hombres que no estuvieran dispuestos a internarse en las brumas. Casi ninguno se había marchado. La enorme mayoría había formado filas sin que se lo ordenaran, plenamente ataviados para la batalla, las armaduras pulidas y bruñidas, los uniformes lo más limpios posible en aquellos páramos cubiertos de ceniza. A Elend le parecía adecuado que llevaran puestas las armaduras. Eso les hacía parecer que marchaban a la batalla… y, en cierto modo, así era.

Confiaban en él. Sabían que las brumas avanzaban hacia Luthadel, y comprendían la importancia de capturar las ciudades donde había cuevas de almacenaje. Creían en la capacidad de Elend para hacer algo que salvara a sus familias.

Su confianza hacía que él se sintiera aún más decidido. Refrenó a su caballo, volvió con la enorme bestia junto a una fila de soldados. Avivó peltre, haciendo su cuerpo más fuerte, dando más poder a sus pulmones, y luego encendió las emociones de los hombres para hacerlos más valientes.

—¡Sed fuertes! —gritó.

Las cabezas se volvieron hacia él y el golpeteo de las armaduras se silenció. Su propia voz resonó con tanta fuerza en sus oídos que tuvo que reducir su estaño.

—Estas brumas abatirán a algunos de nosotros. Sin embargo, la mayoría permanecerá intacta… ¡y casi todos los que caigan se recuperarán! Entonces, ya ninguno de nosotros tendrá que seguir temiendo a las brumas. ¡No podemos llegar a Fadrex sin habernos inoculado! Si así lo hiciéramos, nos arriesgaríamos a ser atacados por la mañana, cuando estuviéramos ocultos en nuestras tiendas. ¡Nuestros enemigos nos obligarían a salir a las brumas de todas formas, y tendríamos que luchar con una sexta parte de nuestros hombres agitándose en el suelo por la enfermedad!

Hizo girar a su caballo, con Demoux a la zaga, y avanzó ante las filas.

—No sé por qué matan las brumas. ¡Pero confío en el Superviviente! Él se nombró Señor de las Brumas. Si alguno de nosotros muere, será su voluntad. ¡Sed fuertes!

Su recordatorio pareció tener algún efecto. Los soldados se irguieron un poco, mirando hacia el oeste, donde el sol pronto se pondría. Elend refrenó de nuevo su montura, dejándose ver.

—Parecen fuertes, mi señor —dijo Demoux en voz baja, acercando su caballo al de Elend—. Fue un buen discurso.

Elend asintió.

—Mi señor… —dijo Demoux—. ¿Iba en serio lo que dijiste del Superviviente?

—Por supuesto.

—Lo siento, mi señor. No pretendía poner en duda tu fe, es sólo que… bueno, no tienes que mantener la farsa de la fe, si no quieres.

—Di mi palabra, Demoux —dijo Elend, frunciendo el ceño y mirando al general cubierto de cicatrices—. Hago lo que digo.

—Te creo, mi señor —respondió Demoux—. Eres un hombre honorable.

—¿Pero?

Demoux vaciló:

—Pero… si en realidad no crees en el Superviviente, me parece que no deberías hablar en su nombre.

Elend abrió la boca para reprochar a Demoux por su falta de respeto, pero se detuvo. El hombre hablaba con sinceridad, con el corazón. No había que castigar estas cosas.

Además, tal vez tuviera razón.

—No sé en qué creo, Demoux —dijo Elend, contemplando el campamento de soldados—. Desde luego, no en el Lord Legislador. Las religiones de Sazed llevan siglos muertas, incluso él ha dejado de hablar del tema. Me parece que eso deja a la Iglesia del Superviviente como la única opción real.

—Con el debido respeto, mi señor. No es una profesión de fe muy fuerte.

—Últimamente, tengo problemas con la fe, Demoux —repuso Elend alzando la cabeza, contemplando como los copos de ceniza revoloteaban en el aire—. Mi último dios murió a manos de la mujer con la que acabé casándome… una mujer que para vosotros es una figura religiosa, pero que rechaza vuestra devoción.

Demoux asintió en silencio.

—No rechazo a vuestro dios, Demoux —aclaró Elend—. Hablaba en serio: creo que tener fe en Kelsier es mejor que las alternativas. Y, considerando lo que nos espera en los próximos meses, prefiero creer que ahí fuera hay algo ayudándonos.

Permanecieron en silencio unos instantes.

—Sé que la Dama Heredera se opone a que adores al Superviviente, mi señor —dijo por fin Demoux—. Ella lo conoció, igual que yo. Lo que no comprende es que el Superviviente se haya convertido en algo muy superior al hombre Kelsier.

Elend frunció el ceño:

—Parece como si lo hubierais convertido calculadamente en un dios, Demoux… que creáis en él sólo como símbolo.

Demoux negó con la cabeza:

—Yo digo que Kelsier fue un hombre, pero un hombre que consiguió algo… un manto, una porción de algo eterno e inmortal. Cuando murió, no sólo era Kelsier, el jefe de la banda. ¿No te parece extraño que nunca fuera un nacido de la bruma antes de ir a los Pozos?

—Así funciona la alomancia, Demoux —dijo Elend—. No ganas tus poderes hasta que das el salto… hasta que te enfrentas a algo traumático, algo que casi te mata.

—¿Y crees que Kelsier no experimentó ese tipo de acontecimientos antes de los Pozos? —preguntó Demoux—. Mi señor, era un ladrón que robaba a los obligadores y los nobles. Llevó una vida muy peligrosa. ¿Crees que pudo evitar palizas, el riesgo de morir y la angustia emocional?

Elend vaciló.

—Consiguió sus poderes en los Pozos —prosiguió Demoux en voz baja—, porque le sucedió algo más. Quienes lo conocían hablan de lo mucho que había cambiado el hombre cuando regresó. Tenía un propósito… quería conseguir algo que el resto del mundo consideraba imposible.

Demoux sacudió la cabeza:

—No, mi señor. Kelsier el hombre murió en esos Pozos, y entonces nació Kelsier el Superviviente. Le fueron concedidos un gran poder y una gran sabiduría por parte de una fuerza que está por encima de todos nosotros. Por eso consiguió lo que consiguió. Por eso lo adoramos. Seguía teniendo las limitaciones de un hombre, pero contaba con las esperanzas de una divinidad.

Elend se volvió. Su parte erudita y racional comprendía exactamente lo que estaba pasando. Kelsier estaba siendo deificado poco a poco, su vida convertida en algo cada vez más místico por quienes lo seguían. Kelsier tenía que ser investido con un poder celestial, pues la Iglesia no podía seguir reverenciando a un simple hombre.

Y sin embargo, otra parte de Elend se alegraba por la racionalización, aunque sólo fuera porque hacía que la historia resultara mucho más creíble. Después de todo, Demoux tenía razón. ¿Cómo duró tanto tiempo sin romperse un hombre que había vivido en las calles?

Alguien gritó.

Elend alzó la cabeza, escrutando las filas. Los hombres empezaron a agitarse nerviosos mientras las brumas hacían acto de presencia, brotando en el aire como plantas. No pudo ver al soldado que había caído. Pronto no tuvo sentido buscarlo, pues otros empezaron a gritar.

El sol empezó a oscurecerse, ardiendo en rojo mientras se acercaba al horizonte. El caballo de Elend se agitó nervioso. Los capitanes ordenaron a los hombres que se mantuvieran firmes, pero Elend seguía viendo movimiento. En el grupo que tenía delante, aparecieron huecos en las filas cuando los soldados fueron cayendo aleatoriamente al suelo, como marionetas a las que han cortado las cuerdas. Se sacudían en el suelo, mientras otros retrocedían horrorizados, la bruma moviéndose a su alrededor.

Me necesitan
, pensó Elend, tomando las riendas, tirando de las emociones de aquellos que le rodeaban.

—¡Demoux, sígueme!

Elend se volvió. Demoux no lo seguía.

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