El Héroe de las Eras (46 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Muchos de los kandra no sabían cómo reaccionar. Otros, sobre todo los más jóvenes, habían pasado mucho tiempo con humanos debido a los Contratos, y estaban más acostumbrados al caos. Se dispersaron y dejaron a sus compañeros mayores sentados en los bancos, aturdidos. TenSoon corrió entre los cuerpos, hacia las puertas. Los guardias apostados junto al atril, los que tenían que haberle roto los huesos, corrieron a socorrer a KanPaar, su sentido filial del deber superando a su deseo de impedirle la huida. Además, debían de haber visto a la multitud taponando la puerta, y supusieron que TenSoon sería detenido allí.

En cuanto llegó a la multitud, TenSoon volvió a saltar. Vin le había exigido saltar alturas increíbles, y había practicado con muchas estructuras musculares diferentes. Este salto no habría impresionado a Vin (TenSoon ya no tenía la Bendición de la Potencia que había robado a OreSeur), pero fue más que suficiente para permitirle despejar a los kandra. Algunos gritaron, y TenSoon aterrizó en un hueco libre antes de saltar de nuevo hacia la caverna abierta más allá.

—¡No! —oyó gritar en el Cubil de la Confianza—. ¡A por él!

TenSoon echó a correr por uno de los pasadizos. Corrió veloz, mucho más veloz de lo que habría conseguido ningún ser bípedo. Con su cuerpo canino, esperaba poder superar incluso a los kandra que tenían la Bendición de la Potencia.

Adiós a mi hogar
, pensó TenSoon, dejando atrás la caverna principal.
Y adiós al poco honor que me quedaba.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE

T
ERCERA
P
ARTE:
L
OS
C
IELOS
R
OTOS
Capítulo 34

Hay que tener en cuenta que la ferruquimia es el poder del equilibrio. De los tres poderes, éste sólo fue conocido por los hombres antes de que el conflicto entre Conservación y Ruina llegara a un estado crítico. En la feruquimia, el poder se acumula y luego se recupera. No se produce ninguna pérdida de energía, sólo un cambio del tiempo y el ritmo de uso.

Marsh entró en el pueblecito. Los obreros que trabajaban en la improvisada empalizada (que de tan endeble parecía que pudiera derribarse al llamar con los nudillos) interrumpieron su tarea. Los que barrían la ceniza lo vieron pasar con sorpresa, luego con horror. Era extraño cómo lo miraban, demasiado aterrorizados para huir. O, al menos, demasiado aterrorizados para ser los primeros en huir.

Marsh los ignoró. La tierra temblaba bajo sus pies con una hermosa canción; los terremotos eran corrientes aquí, a la sombra del monte Tyrian. Era el monte de ceniza más cercano a Luthadel. Marsh se encontraba en el mismísimo territorio de Elend Venture. Pero, como es lógico, el emperador lo había abandonado. Eso había sido una invitación para Marsh, y para quien lo controlaba, que en verdad eran lo mismo. Marsh sonrió mientras caminaba.

Una pequeña parte de él seguía libre. No obstante, la dejó dormir. Ruina tenía que pensar que se había rendido. Ése era el tema. Por eso Marsh se oponía sólo muy poco, y no combatía. Dejaba que el cielo ceniciento se convirtiera en un ser de moteada belleza, y trataba la muerte del mundo como una bendición.

Ganaba tiempo. Esperaba.

La aldea era una visión inspiradora. La gente pasaba hambre aunque estuviera dentro de la Dominación Central, la «zona protegida» de Elend Venture. Tenían la maravillosa expresión angustiada de quienes están a punto de abandonar toda esperanza. Las calles estaban bien cuidadas, las casas (que en su día habían sido mansiones de nobles y ahora estaban llenas de skaa hambrientos), cubiertas de ceniza, los jardines, pelados y las construcciones, saqueadas para encender hogueras durante el invierno.

Aquella hermosa visión hizo que Marsh sonriera satisfecho. Tras él, la gente por fin empezó a moverse, huyendo, cerrando las puertas. Probablemente había seis o siete mil personas viviendo en el pueblo. No eran asunto de Marsh. No en estos momentos.

A él sólo le interesaba un edificio en concreto. Parecía distinto a los demás, una mansión en una hermosa hilera. La población fue antaño lugar de paso de viajeros, y se había convertido en uno de los lugares preferidos por la nobleza para construir segundas residencias. Sólo unas cuantas familias nobles vivían aquí de modo permanente, supervisando a los muchos skaa que trabajaban en los campos y plantaciones de las llanuras.

El edificio que Marsh escogió estaba un poco mejor cuidado que los de alrededor. El jardín, naturalmente, era más hierbajos que cultivo, y las paredes exteriores de la mansión no habían recibido un buen encalado desde hacía años. Sin embargo, pocas secciones parecían haber sido destrozadas para conseguir leña, y un guardia vigilaba desde el portal de entrada.

Marsh lo mató con uno de los afilados triángulos de metal que se usaban otrora en las ceremonias del Lord Legislador. Atravesó el pecho del guardia cuando el hombre abría la boca para darle el alto. El aire quedó extrañamente tranquilo y silencioso cuando la voz del hombre se apagó, y su cuerpo se desplomó a un lado. Los skaa que observaban desde las casas cercanas sabían que no debían reaccionar, así que no se movieron.

Marsh tarareó para sí mientras se encaminaba por el sendero principal hasta la mansión, sorprendiendo a una pequeña bandada de cuervos que había venido a posarse. En otros tiempos, este sendero habría sido un paseo tranquilo entre jardines, el camino marcado por baldosas. Ahora no era más que una trocha a través de un campo lleno de matojos. Era obvio que el dueño del lugar sólo podía permitirse un guardia solitario, y nadie dio la voz de alarma ante el avance de Marsh. Pudo llegar hasta la puerta. Sonriendo para sí, llamó.

Una criada abrió las puertas. Se quedó inmóvil al ver a Marsh, sus ojos claveteados, su figura innaturalmente alta, su oscura túnica. Luego se echó a temblar.

Marsh extendió una mano, la palma hacia fuera, con otro de los triángulos. Entonces lo empujó directamente en la cara de la mujer. Le salió por la nuca, y la mujer se desplomó. Marsh pasó por encima del cadáver y entró en la casa.

Era mucho más bonita por dentro de lo que le habría hecho esperar el exterior. Muebles lujosos, paredes recién pintadas, intrincados adornos de cerámica. Marsh arqueó una ceja, escrutando la habitación con sus ojos atravesados por clavos. Tal como funcionaba su visión, le resultaba difícil distinguir los colores, pero ya estaba lo bastante familiarizado con sus poderes para poder detectarlos si quería. Las líneas alománticas de los metales que había dentro de la mayoría de las cosas eran realmente expresivas.

Para Marsh, la mansión era un lugar de prístina blancura y brillantes manchas de color intenso. La escrutó, quemando peltre para amplificar sus capacidades físicas, lo que le permitió caminar de manera más ligera. Mató a dos criados más en el curso de su exploración, y acabó por subir a la primera planta.

Encontró al hombre que buscaba sentado ante una mesa en una habitación de la planta de arriba. Calvo, con un traje caro. Tenía un bigotito en medio de una cara redonda y estaba desplomado, los ojos cerrados, con una botella de fuerte licor vacía a sus pies. Marsh lo observó con disgusto.

—He venido a por ti —susurró Marsh—. ¿Y cuando por fin te encuentro, descubro que te has emborrachado hasta la inconsciencia?

El hombre no conocía a Marsh, por supuesto. Eso no impidió que Marsh se sintiera molesto por no poder ver la expresión de terror y sorpresa en los ojos del hombre al descubrir a un inquisidor en su casa. Marsh echaría de menos el miedo, la expectación ante la muerte. Brevemente, Marsh sintió la tentación de esperar hasta que el hombre se recuperara lo suficiente y su muerte pudiera ejecutarse de manera adecuada.

Pero Ruina no quería eso. Marsh suspiró ante aquella injusticia, y luego derribó al hombre inconsciente contra el suelo y le atravesó el corazón con un pequeño clavo de bronce. No era tan grande ni tan grueso como un clavo de inquisidor, pero mataba igual. Marsh lo arrancó del corazón del hombre, a quien dejó muerto en medio de un charco de sangre.

Entonces Marsh salió del edificio. El noble (Marsh ni siquiera conocía su nombre) había utilizado la alomancia recientemente. Era un ahumador, un brumoso que podía crear nubes de cobre, y el empleo de su habilidad había atraído la atención de Ruina, que deseaba decantar a un alomántico.

Así, Marsh había venido a recoger el poder del hombre y atraerlo al clavo. Le parecía un desperdicio. La hemalurgia (en especial, los imbuidos alománticos) era mucho más potente cuando podías atravesar el corazón de la víctima directamente al receptor en espera. De esa forma, se perdía muy poca habilidad alomántica. Hacerlo de esta manera (matar al alomántico para crear un clavo, y luego viajar a otro lugar para colocarlo) concedería mucho menos poder al nuevo receptor.

Pero no había nada que discutir. Marsh sacudió la cabeza mientras pasaba de nuevo por encima del cadáver de la criada, y salió a los jardines descuidados. Nadie lo abordó, ni lo miró siquiera, de camino hacia la verja principal. Allí, sin embargo, le sorprendió encontrar a un par de skaa arrodillados en el suelo.

—Por favor, vuestra gracia —suplicó uno de ellos—. Por favor, envíanos de vuelta a los obligadores. Serviremos mejor esta vez.

—Habéis perdido esa oportunidad —replicó Marsh, mirándolo con sus clavos.

—Volveremos a creer en el Lord Legislador —dijo el otro skaa—. Él nos alimentaba. Por favor. Nuestras familias no tienen comida.

—Bueno, no tendréis que preocuparos mucho tiempo por eso —dijo Marsh.

Los hombres continuaron arrodillados, confusos, mientras Marsh se marchaba. No los mató, aunque una parte de él deseaba hacerlo. Por desgracia, Ruina quería reclamar para sí ese privilegio.

Marsh atravesó la llanura que se extendía ante el pueblo. Tras una hora de caminata, se detuvo y se volvió para mirar la comunidad y el alto monte de ceniza que se alzaba detrás.

En ese momento, la mitad superior de la montaña explotó, derramando un diluvio de polvo, ceniza y roca. La tierra se estremeció, y un sonido retumbante barrió a Marsh. Entonces, caliente y roja, una gran lengua de magma empezó a correr por la falda de la montaña hacia la llanura.

Marsh sacudió la cabeza. Sí. La comida no era el mayor problema de esta ciudad. Tenían que resolver las que eran sus prioridades.

Capítulo 35

La hemalurgia es un poder del que me gustaría saber mucho menos. Para Ruina, el poder debía tener un coste altísimo, usarlo debía resultar atractivo y, sin embargo, debía sembrar caos y destrucción a su paso.

Como concepto, es un arte muy simple. Parasitario. Sin otras personas a quienes robar, la hemalurgia sería inútil.

—¿Estarás bien aquí? —preguntó Fantasma.

Brisa se volvió, arqueando una ceja. Fantasma lo había traído, junto con varios soldados de Goradel vestidos de paisano, a una de las tabernas más grandes y famosas. Dentro sonaban voces.

—Sí, esto debería servir —contestó Brisa, mirando la taberna—. Skaa que salen de noche. Nunca creí que llegaría a ver algo así. Tal vez sea verdad que el mundo está llegando a su fin…

—Voy a uno de los barrios más pobres de la ciudad —dijo Fantasma en voz baja—. Quiero comprobar algunas cosas.

—Barrios más pobres —murmuró Brisa—. Tal vez debería acompañarte. He descubierto que, cuanto más pobre es la gente, más dispuesta está a soltar la lengua.

Fantasma arqueó una ceja:

—No te ofendas, Brisa, pero creo que deberías mantenerte al margen.

—¿Qué? —preguntó Brisa, señalando su atuendo marrón de obrero, todo un cambio respecto a los habituales trajes y chalecos—. Llevo esta horrible ropa, ¿no?

—La ropa no lo es todo, Brisa. Es tu… porte. Además, no tienes mucha ceniza encima.

—Yo me infiltraba en las clases inferiores antes de que tú nacieras, muchacho —protestó Brisa, agitando un dedo ante él.

—Muy bien —repuso Fantasma. Se agachó y recogió del suelo un puñado de ceniza—. Vamos a frotarte la ropa y la cara…

Brisa se quedó inmóvil.

—Te veré de vuelta en el cubil —dijo por fin.

Fantasma sonrió, dejó caer la ceniza y desapareció entre las brumas.

—Nunca me gustó —susurró Kelsier.

Fantasma dejó la zona más rica de la ciudad, moviéndose a paso ligero. Cuando llegó a la zanja, no se detuvo, sino que se lanzó y saltó seis metros.

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