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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (49 page)

—Coincidencia.

—Es la edad que tenía Lady Vin cuando se convirtió en nacida de la bruma.

—Una vez más, coincidencia —insistió Elend.

—Parece que hay demasiadas coincidencias relacionadas con esto, mi señor —dijo Demoux.

Elend frunció el ceño y se cruzó de brazos.
Demoux tenía razón en ese punto. Mi negativa no nos lleva a ninguna parte. Necesito saber qué piensa la gente, no sólo llevarles la contraria.

—Muy bien, Demoux —cedió Elend—. Aceptemos que ninguna de estas cosas es una coincidencia. Pareces tener una teoría sobre lo que son.

—Lo que dije antes, mi señor —respondió Demoux—. Las brumas son del Superviviente. Toman a ciertas personas y las matan, a otros nos hacen enfermar… y dejan el número dieciséis como prueba de que él está realmente detrás del hecho. Así que, por tanto, la gente que más enferma es la que más lo ha molestado.

—Bueno, salvo los que murieron por la enfermedad —observó Elend.

—Cierto —dijo Demoux, alzando la cabeza—. Así que… tal vez haya esperanza para mí.

—No se suponía que fuera a ser un momento de consuelo, Demoux. Sigo sin aceptar todo esto. Tal vez haya rarezas, pero tu interpretación se basa en la especulación. ¿Por qué iba a estar molesto contigo el Superviviente? Eres uno de sus sacerdotes más fieles.

—Yo elegí el puesto, mi señor —contestó Demoux—. Él no me escogió. Yo solo… empecé a predicar lo que había visto, y la gente me escuchó. Eso debe de ser lo que hice para ofenderlo. Si me hubiera querido para eso, me habría elegido cuando estaba vivo, ¿no crees?

No creo que al Superviviente le importara mucho todo esto cuando estaba vivo
, pensó Elend.
Sólo quería provocar suficiente ira en los skaa para que se rebelaran.

—Demoux, sabes que el Superviviente no organizó esta religión en vida. Sólo hombres y mujeres como tú, los que se volvieron hacia sus enseñanzas una vez muerto, han podido construir una comunidad de fieles.

—Cierto —dijo Demoux—. Pero se apareció a algunos después de morir. Yo no fui uno de ellos.

—No se apareció a nadie —desmintió Elend—. Era OreSeur el kandra que llevaba su cuerpo. Y lo sabes, Demoux.

—Sí. Pero ese kandra actuó a petición del Superviviente. Y yo no estaba en la lista de los que visitó.

Elend posó una mano sobre el hombro de Demoux, y miró al hombre a los ojos. Había visto al general, cansado y veterano más allá de sus años, mirar decididamente a un salvaje koloss metro y medio más alto que él. Demoux no era un hombre débil, ni de cuerpo ni de fe.

—Demoux, lo digo de la forma más amable, pero tu autocompasión está interfiriendo. Si esas brumas te afectaron, debemos usarlo como prueba de que sus efectos no tienen nada que ver con el descontento de Kelsier. No tenemos tiempo para que te cuestiones a ti mismo… ambos sabemos que eres el doble de devoto que cualquier otro hombre de este ejército.

Demoux se ruborizó.

—Piénsalo —dijo Elend, dando un empujoncito alomántico extra a las emociones de Demoux—. Contigo, tenemos la prueba obvia de que la fidelidad de una persona no tiene nada que ver con ser afectado o no por las brumas. Así que, en vez de autocompadecerte, necesitamos que sigas adelante y descubras el verdadero motivo por el que las brumas se comportan como lo hacen.

Demoux vaciló un momento, y luego por fin asintió:

—Tal vez tengas razón, mi señor. Tal vez esté adelantándome en mis conclusiones.

Elend sonrió. Entonces se detuvo y pensó en sus propias palabras.
La prueba obvia de que la fidelidad de una persona no tiene nada que ver con ser afectado o no por las brumas…

Eso no era del todo cierto. Demoux era uno de los más fervientes creyentes del campamento. ¿Y los otros que habían estado enfermos tanto tiempo como él? Elend abrió la boca para formular la pregunta. En ese preciso instante, empezaron los gritos.

Capítulo 37

El declive hemalúrgico era menos obvio en los inquisidores creados a partir de nacidos de la bruma. Como ya tenían poderes alománticos, la suma de otras habilidades los volvía asombrosamente fuertes.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los inquisidores eran creados a partir de brumosos. Parece que los buscadores como Marsh eran los reclutas favoritos. Porque, cuando no había un nacido de la bruma disponible, un inquisidor con habilidades amplificadas de bronce constituía una poderosa herramienta para buscar a otros brumosos skaa.

Se oían gritos en la distancia. Vin se irguió en su camarote. No estaba durmiendo, aunque poco le faltaba. Otra noche explorando Ciudad Fadrex la había dejado cansada.

Sin embargo, toda fatiga quedó olvidada cuando los sonidos de la batalla retumbaron en el norte.
¡Por fin!
, pensó, apartando las mantas y saliendo del camarote. Tenía puestos sus pantalones habituales y su camisa y, como siempre, llevaba varios frascos de metales. Se bebió uno mientras cruzaba la cubierta del barco.

—¡Lady Vin! —llamó uno de los marineros a través de las brumas del día—. ¡Han atacado el campamento!

—Ya era hora —susurró Vin mientras se impulsaba en las cornamusas del barco y saltaba al aire. Atravesó las brumas de la mañana, cuyos rizos y jirones de blanco la hicieron sentirse como un pájaro que vuela a través de una nube.

Con ayuda del estaño, pronto encontró la batalla. Varios grupos de hombres a caballo habían irrumpido en la sección norte del campamento, y al parecer intentaban abrirse paso hacia las gabarras de suministros, que flotaban en un recodo bien protegido del canal. Un grupo de alománticos de Elend había establecido un perímetro a un lado, los violentos delante, mientras los lanzamonedas abatían a los jinetes desde atrás. Los soldados regulares contenían la línea media, luchaban bien, y las barricadas y fortificaciones del campamento retenían a los jinetes.

Elend tenía razón
, pensó con orgullo, descendiendo a través del aire.
Si no hubiéramos expuesto nuestros hombres a las brumas, ahora mismo tendríamos problemas.

La previsión del rey había salvado sus suministros y servido como cebo para hacer salir a las fuerzas de acoso de Yomen. Los jinetes probablemente esperaban arrasar fácilmente el campamento, pillando a los soldados desprevenidos y atrapados por la bruma, y luego prender fuego a las barcazas de suministros. En cambio, las patrullas y los exploradores de Elend habían proporcionado suficientes advertencias, y la caballería enemiga se vio atrapada en un combate frontal.

Los soldados de Yomen trataban de internarse en el campamento por el lado sur. Aunque los soldados de Elend luchaban bien, sus enemigos iban a caballo. Vin recorrió el cielo, avivando peltre y reforzando su cuerpo. Lanzó una moneda, la empujó para refrenarse, y golpeó el oscuro suelo, levantando una gran nube de ceniza. El ala sur de los jinetes había penetrado hasta la tercera línea de tiendas. Vin decidió aterrizar entre ellos.

Los caballos no están herrados
, pensó mientras los soldados se volvían hacia ella.
Y las lanzas… con puntas de piedra, en vez de espadas. Yomen tiene cuidado.

Casi parecía un desafío. Vin sonrió, agradeciendo la adrenalina después de tantos días de espera. Los capitanes de Yomen empezaron a dar voces, dirigiendo su ataque hacia Vin. En cuestión de segundos, una fuerza de treinta jinetes se volvió contra ella.

Vin los miró. Y saltó. No necesitó acero para llegar muy alto: le bastó con sus músculos amplificados por el peltre. Remontó la lanza del soldado en cabeza, sintiéndola pasar en el aire bajo ella. La ceniza se revolvió en las brumas de la mañana cuando el pie de Vin alcanzó al soldado en la cara, derribándolo de su silla. Aterrizó junto al cuerpo que aún rodaba, luego lanzó una moneda y se empujó a un lado, apartándose de los caballos al galope. El desafortunado jinete que había desmontado gritó cuando sus amigos lo arrollaron sin querer.

El empujón de Vin la llevó a través de la puerta abierta de una gran tienda. Rodó hasta ponerse en pie, y entonces, sin dejar de moverse, empujó contra las picas de metal de la tienda, arrancándolas del suelo.

Las paredes se estremecieron, y se oyó un chasquido de lonas cuando la tienda salió disparada por los aires, tensa, porque todas las picas salieron en distintas direcciones. La ceniza revoloteó por el estallido del aire, y los soldados de ambas partes del conflicto se volvieron hacia Vin. Ella permitió que la tienda cayera a sus pies, y luego empujó. La lona se hinchó en el aire, y las picas se soltaron, disparadas hacia los jinetes y los caballos.

Hombres y bestias cayeron. La lona aleteó hasta posarse en el suelo ante ella. Vin sonrió, saltó sobre la maraña cuando los soldados intentaban organizar otro ataque. No les dio tiempo. Los soldados de Elend en la zona se habían replegado, cubriendo el centro de la línea defensiva, dejando libre a Vin para atacar sin temor a herir a sus propios hombres.

Se lanzó entre los jinetes, cuyas enormes monturas los entorpecían mientras trataban de seguirla. Hombres y caballos giraron, y Vin tiró, arrancando tiendas del suelo y usando sus picas de metal como flechas. Docenas cayeron ante ella.

Oyó galopar a su espalda, y se volvió para ver que uno de los oficiales enemigos había conseguido organizar otra carga. Diez hombres se abalanzaban sobre ella, algunos con las lanzas preparadas, otros con arcos.

A Vin no le gustaba matar. Pero amaba la alomancia, amaba el desafío de usar sus habilidades, la fuerza y la pasión de los empujones y tirones, el sentido eléctrico de poder que sólo producía un cuerpo avivado con peltre. Cuando hombres como éstos le daban una excusa para luchar, no se contenía.

Las flechas no tenían ninguna posibilidad contra ella. El peltre le proporcionó velocidad y equilibrio cuando se apartó girando, tirando de una fuente de metal tras ella. Saltó al aire mientras una tienda le pasaba por debajo, impelida por su tirón de un momento antes. Aterrizó, y entonces empujó varias de las picas, un par de ellas en cada uno de los rincones de la tienda. La tienda se dobló sobre sí misma, como una servilleta cuando alguien tira con fuerza de esquinas opuestas.

Y golpeó las patas de los caballos como una trampa. Vin quemó duralumín, y luego empujó. Los caballos de delante relincharon, el arma improvisada los derribó al suelo. La lona chasqueó y las picas se soltaron, pero el daño estaba hecho: los que iban delante obstruyeron a los que venían detrás, y los hombres se derrumbaron junto con sus bestias.

Vin apuró otro frasco para reavivar su acero. Entonces tiró, arrastrando hacia sí otra tienda. Cuando se acercaba, saltó, y luego se volvió y empujó la tienda hacia otro grupo de hombres montados que tenía detrás. Las picas de las tiendas golpearon a uno de los soldados en el pecho, lanzándolo de espaldas. Chocó contra los otros soldados y desató el caos.

El hombre golpeó el suelo, desplomándose sin vida entre la ceniza. Todavía atada hacia él por las picas que llevaba clavadas en el pecho, la tienda de lona se agitó, cubriéndolo como una mortaja funeraria. Vin se giró, buscando más enemigos. Los jinetes, sin embargo, empezaban a retirarse. Avanzó, intentando perseguirlos, pero se detuvo. Alguien la observaba: podía ver su sombra en la bruma. Quemó bronce.

La figura resonaba con el poder de los metales. Alomántico. Nacido de la bruma. Era demasiado bajo para ser Elend, pero no podía ver mucho más que eso a través de la sombra de bruma y ceniza. Vin no se paró a pensar. Lanzó una moneda y se arrojó contra el desconocido.

Él saltó hacia atrás, impulsándose también en el aire. Vin lo siguió y dejó el campamento atrás rápidamente, saltando tras el alomántico. El desconocido se dirigió veloz hacia la ciudad, y ella lo siguió, moviéndose a grandes saltos sobre el paisaje ceniciento. Su objetivo remontó las formaciones rocosas situadas delante de la ciudad, y Vin lo siguió, aterrizando a unos pocos palmos de una sorprendida patrulla de guardia, antes de lanzarse hacia Fadrex por encima de las rocas y parapetos barridos por el viento.

El otro alomántico iba delante. No había juego alguno en sus movimientos, como había sucedido con Zane. El hombre intentaba escapar de verdad. Vin lo siguió, saltando ahora sobre calles y tejados. Apretó los dientes, frustrada por su incapacidad de alcanzarlo. Medía cada salto a la perfección, sin detenerse apenas mientras escogía nuevos anclajes y se impulsaba de arco en arco.

Pero él era bueno. Rodeó la ciudad, obligándola a esforzarse para no perderlo.
¡Bien!
, pensó ella, y preparó su duralumín. Se había acercado tanto que la figura ya no se escudaba en la bruma, y pudo ver que era real y corpórea, no una especie de espíritu fantasmal. Cada vez estaba más segura de que éste era el hombre que había sentido que la observaba la primera vez que entró en Fadrex. Yomen tenía un nacido de la bruma.

Sin embargo, para combatir al hombre, primero tenía que alcanzarlo. Esperó el momento adecuado, justo cuando él empezaba a culminar uno de sus saltos, y entonces extinguió sus metales y quemó duralumín. Luego empujó.

Un estrépito sonó tras ella cuando su innatural empujón quebró la puerta que había utilizado como anclaje. Fue impelida hacia delante con un terrible arrebato de velocidad, como una flecha lanzada por un arco. Se acercó a su oponente con asombrosa velocidad.

Y no encontró nada. Vin maldijo, volviendo a encender su estaño. No podía dejarlo encendido mientras quemaba duralumín: de lo contrario, su estaño se consumiría en un destello que la cegaría. Pero había hecho lo mismo al apagarlo. Se recuperó de su impulso de duralumín para aterrizar con torpeza en lo alto de un tejado cercano. Se agazapó mientras escrutaba el aire brumoso.

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