El hijo del desierto (51 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

—¿Quizás el dios, tu padre? Él me ha visto combatir en muchas ocasiones. Si su favor es verdadero, puede que haya sido él quien tomara esa decisión.

—Mehu no se hubiera atrevido a demostrarte su antipatía si el faraón hubiera decidido que tú eras la persona elegida. Jamás haría algo así. ¡Qué poco conoces la corte!

—Entonces no entiendo quién ha promovido todo esto.

—La única persona que sacaría un verdadero provecho de ello: mi augusta madre. —Sejemjet la miró con perplejidad—. Si pones esa cara de tonto, te engañarán muchas más veces —se mofó Nefertiry.

—Dudo que la gran esposa real haya ido a recomendarme a Mehu, y mucho menos cuando se trata de escoltar a tres nuevas reinas que vienen dispuestas a hacerle la competencia.

—Ellas no significan ningún tipo de competencia. Cómo se ve que no tienes ninguna experiencia en el harén.

—En eso tienes razón, mi amor.

Nefertiry volvió a reír.

—El verdadero problema para mi madre es Meritre, y más ahora que espera un niño. Las grandes esposas reales son expertas a la hora de llevar adecuadamente el buen funcionamiento del harén real. Ellas se encargan de controlar el terrible avispero en el que puede llegar a convertirse un lugar como ése. Las intrigas son el pan de cada día, y ellas acostumbran a manejarlas con una astucia que te sorprendería. Allí no tienen amigas, aunque sí pueden contar con aliadas. —Sejemjet hizo un gesto de duda—. Por desgracia me he convertido en una solución para ese problema, o al menos así lo cree la reina —señaló Nefertiry.

—No sé qué pensar. Si la embajada se lleva a cabo con éxito, el dios volverá a reconocerme con su favor. En tal caso puede que nuestra situación cambie. Incluso el faraón vería con buenos ojos nuestra relación —indicó el joven.

—Para cuando estés de regreso, ella espera haber resuelto ya lo que le preocupa. No olvides que me indicó hasta la fecha en la que debería casarme con mi hermano, la estación de
Ajet.
Si no lo hago, me ha amenazado con mandarme a El Fayum, para recluirme como una vulgar concubina. Allí hilaré lino durante el resto de mi vida, o al menos eso es lo que ella piensa.

—Quizás estemos de vuelta con el año nuevo.

Nefertiry se revolvió incómoda. Cuando la estrella Sepedet —tal era el nombre que daban en Kemet a Sirio— anunciase el nacimiento de Ra y la proximidad de la inundación brillase en la bóveda de Nut, tal vez ya fuera demasiado tarde.

—La reina se encuentra detrás de todo esto. Te aseguro que no necesita hablar personalmente con Mehu para que él te ponga al frente de la escolta real. Ella tiene sus planes, y tú has entrado a formar parte de ellos. Hará cuanto sea necesario para que se cumplan; la conozco bien.

—Puede que el destino acabe por favorecernos y todo esto sea la solución para que podamos estar juntos toda la vida —dijo Sejemjet volviendo su rostro hacia ella.

Nefertiry lo besó suavemente en los labios.

—Por primera vez temo por ti —le susurró ella dulcemente—. Si ha tramado algo, evitará que regreses junto a mí. Quiere separarnos para siempre, y de una u otra forma intentará conseguirlo.

—Confiemos en que Anubis, para quien aseguran que trabajo, me permita continuar glorificándole como hasta ahora. Si no, hablaré con Set, con quien también mantengo buenas relaciones —aseguró el joven, jocoso.

—No deberías tomar a broma mis palabras. Hay un peligro cierto, aunque tú no lo veas.

—Te aseguro que me doy cuenta de ello. Todo Retenu supone un peligro. Detrás de cada colina puede estar la mano que te envíe a la otra vida.

—Pero ahora es diferente —dijo la princesa, dejando entrever su angustia—. La suerte está echada. Cuando te encuentres lejos de Kemet iré a ver a la reina para que sepa que no podrá incluirme en sus proyectos. Todo se desmoronará como si fuera un espejismo. Entonces se enfurecerá.

—Pareces muy segura de tus posibilidades —apuntó él burlón.

—Te pedí que confiaras en mí, y ahora ha llegado el momento... —La princesa puso el rostro junto a su cuello y le susurró algunas palabras de amor al oído—. Debes regresar con vida —le dijo—, pues te necesitaré a mi lado. Pronto seremos tres.

Al oír aquello, Sejemjet se sobresaltó como si mil resortes lo impulsaran al mismo tiempo. Sin poder contenerse estrechó a la princesa entre sus brazos mientras buscaba en vano alguna palabra que decirle.

—Pero... —balbuceó al fin—. ¿Estás segura?

—Serás padre, Sejemjet. Tu semilla entró en mí la noche que nos vimos en el lago, y la diosa Mesjenet ya está elaborando el
ka
de nuestro hijo.

—Entonces —apuntó él confundido—, ya estás casi de dos meses. Ya falta poco para...

Nefertiry rió cantarina.

—Qué tonto eres, Sejemjet. Falta mucho todavía; para cuando vuelvas nuestro hijo estará a punto de nacer.

—Pero tú... La reina se enfurecerá...

—No tendrá más remedio que aceptar lo que Shai ha dispuesto.

Aún confundido por la noticia, Sejemjet sintió cómo desde lo más profundo de su ser surgía una alegría incontenible, como el Nilo cuando se desbordaba en los campos.

—No temas por mí, amor mío, regresaré pronto a vuestro lado. Mas prométeme que sabrás guardarte —dijo angustiado.

—No temas por eso; y ahora ámame otra vez, al bebé no le importará.

VIII
LA EMBAJADA DEL FARAÓN

La primera parte del viaje hasta Tunip resultó verdaderamente desagradable para la mayoría del cortejo. En esta ocasión el faraón había dispuesto que su embajada se dirigiera hasta el puerto de Simira en uno de sus barcos halcón, para que desde allí continuaran a pie hasta la capital.

La travesía, aunque sin contratiempos, había dejado postrados hasta a los más recios, muchos de los cuales pensaban que sus días estaban próximos a finalizar. La furiosa Sejmet andaba suelta por aquel barco, se decían, y había llevado a sus tripas su sanguinaria naturaleza, revolviéndolas hasta donde nadie pensaba que fuera posible. Durante interminables días la náusea fue su más fiel compañera, y el vómito su enemigo más tenaz. El capitán aseguraba que aquel oleaje no tenía importancia, pero a ellos no les convencían tales palabras, pues estaban seguros de hallarse a las puertas de la Sala de las Dos Justicias.

—Esto es un mal augurio, gran Montu. Estoy convencido de ello. El Amenti nos prepara el cuerpo para que seamos pasto de los genios del Inframundo —exclamaba Senu horrorizado, mientras yacía sobre la cubierta como si fuera una piltrafilla—. Mira, si hasta el color de mi piel ha cambiado. Ahora es verde, como la de Osiris. Debe ser que muy pronto me reuniré con él.

Sejemjet ponía cara de circunstancias, ya que era de los pocos que no se habían mareado, aunque fuera la primera vez que navegaba por el mar.

—Para ti es difícil comprender mi angustia. Como eres casi divino no padeces los mismos males. Qué razón tienen los que aseguran que el Gran Verde forma parte del iracundo Set. Sólo él podría habitar en un lugar como éste... Y claro, tú también, que eres como un hijo para él.

—Deja de quejarte que ya falta poco —lo animaba Sejemjet.

—No estoy muy seguro. ¡Hasta el nombre del barco es de mal agüero! ¿Sabías que se llama
La Vaca Belicosa?

—Sí, lo sabía.

—¿Y te parece apropiado para un navío del dios?

—Lo ha bautizado así en honor de su nueva esposa, Meritre. Así que cuidado con lo que dices.

—No, si yo sólo digo que no me parece apropiado desafiar a Set en sus dominios con un nombre como ése —dijo como disculpándose después de sufrir una nueva arcada—. ¡Qué barbaridad! Con lo bien que estaba yo en los palmerales.

—Has sido elegido para una misión de suma importancia. Cuando regresemos serás recompensado, y podrás licenciarte e ir a vivir a donde desees.

Sin embargo, tales palabras de ánimo apenas conseguían que el hombrecillo recuperara la esperanza, y sólo cuando por fin el barco atracó en el puerto, Senu empezó a recuperar su habitual color cetrino.

Por lo demás, el viaje no tuvo ninguna incidencia, llegándose a hacer tedioso pues el primer heraldo, Amunedjeh, resultó ser un tipo relamido e insufrible donde los hubiera, y su pedantería toda una prueba para quien tenía que sufrirla.

Sejemjet cruzó algunas palabras con él, sobre todo una noche en la que pretendía instalar el pequeño campamento en el peor sitio posible.

—Mi cometido es que vuelvas con vida a Egipto —le dijo un día al heraldo—. Para eso llevas escolta. Pero de nada servirá si no tomamos las precauciones adecuadas.

Amunedjeh lo miró con ojos de pez y fue incapaz de decir nada. Aunque se dio la vuelta, muy digno, para meterse en su tienda, a la vez que mascullaba por lo bajo.

Sejemjet ignoró el desaire y se fue junto a sus hombres, todos, excepto Senu, eran valientes del rey, que él había elegido al azar. Si había llevado consigo al hombrecillo era con la idea de que a su regreso el veterano fuera bien recompensado, y se le permitiera licenciarse con un buen estipendio. Éste enseguida se hizo muy popular entre sus compañeros, a los que incitaba al juego y a la lascivia.

—Si al menos nos hubieran acompañado algunas meretrices —se lamentaba.

—Maldito sodomita cananeo —le reprendió Sejemjet—. Ándate con cuidado o acabarás pinchado en una estaca.

—Sabes que no me gusta hablar de empalamientos —se quejó.

—Pues no se te ocurra hacer ninguna de las tuyas. Ésta es una delegación real, ¿comprendes? Compórtate o lo lamentarás.

Senu bajó la cabeza, como cuando un niño es reprendido, y acto seguido sacó varios rollos de papiro y un cálamo y tinta de su zurrón. Al verlo, Sejemjet se quedó boquiabierto.

—¿Qué piensas hacer con eso, enano del demonio? —le preguntó sin dar crédito a lo que veía.

—Oh, gran hijo de Montu, ¿también te molesta que saque mis útiles de escritura? —le inquirió muy digno.

—No. Sólo que al no saber escribir, no entiendo para qué los quieres.

—Trato de mejorar en la vida, como siempre me habéis recomendado. El sapientísimo Hor hacía especial hincapié en ello. Si él se encontrara aquí, seguro que se alegraría.

—Bien —apuntó Sejemjet, que no comprendía nada—. ¿Y se puede saber qué contienen tus papiros?

—Bueno, gran Sejemjet, son documentos privados, ¿comprendes? No es cuestión de irlos enseñando a los demás, así como así.

—Comprendo tu celo por mantener tus secretos.

—Tampoco lo denominaría yo así, temible seccionador de gargantas. A ti, por ser casi divino, te lo podría contar, aunque te pediría que guardaras discreción. —Sejemjet lo miró estupefacto—. En realidad se trata de algo que tú deberías poseer, pues eres persona principal. Esto —dijo bajando la voz— es mi diario de cópulas.

El
tay srit
no supo si reír o lanzar al enano al fuego del campamento. Así que se quedó tal como estaba, asombrado.

—Todos los príncipes y grandes señores lo tienen —continuó Senu en tono confidencial—. Así podemos llevar una cuenta exacta de las cópulas y los días en los que se realizaron. De este modo no habrá duda sobre la paternidad en caso de que no lo recordemos. Cuando hay mucha actividad es fácil olvidarse de estas cosas.

—Nunca pensé que el vicio pudiera apoderarse de ti de esta manera —señaló Sejemjet, atónito.

—Tu misticismo divino no comprende mis razones, y es lógico.

—Comprendo que eres un sodomita redomado, y que irás derecho al Inframundo, donde no pasarás de la primera puerta.

Senu lo miró con los ojos muy abiertos, como quien se encuentra con una aparición.

—Si no sabes escribir, ¿me quieres decir qué es lo que apuntas en tu diario? —le inquirió Sejemjet con disgusto.

—He ideado un lenguaje propio; un sistema de códigos, para ser más exacto —contestó Senu complacido.

—¿Qué tipo de códigos?

—Es muy sencillo —dijo el hombrecillo en tanto desenrollaba uno de los papiros para mostrárselo.

Cuando Sejemjet vio aquello se quedó sorprendido. En el papiro había una serie de signos incomprensibles, que parecían haber sido escritos por la mano de un demente.

—Pero ¿esto...? —murmuró sin ocultar su confusión.

—Es un nuevo método de concebir la escritura. Para qué voy a perderme en farragosas cuestiones semánticas que desconozco. He ideado un procedimiento que me libra de ellas y además es práctico. Por ejemplo, este símbolo de aquí es una especie de lechuza, y estos palitos contabilizan el número de coitos y los días. Así no hay duda.

Sejemjet lo miró atónito. Los signos estaban encuadrados en lo que se suponía eran columnas, y al parecer cada una de éstas hacía referencia a algo.

—¿Acaso no te has dado cuenta de que muchas personas se parecen a alguna especie animal? —señaló Senu—. Esta lechuza que tengo aquí representa a una joven que tenía una cara igualita a la de tal rapaz, y este gato a otra que tenía facciones gatunas. Como verás hay vacas, y hasta serpientes. Éstas han sido las peores, muy díscolas y venenosas. En esta otra columna he escrito las cópulas que tuvimos, y en la siguiente la fecha para que yo me entienda. Este sistema me ha resultado muy enriquecedor, no vayas a creer, y me dedico gran parte del día a su estudio.

—Y este demonio del Amenti que hay aquí supongo que serás tú —dijo Sejemjet, que estaba anonadado.

—Ji, ji. Ésta es una vieja que encontré junto al río. Resultó ser mala como Apofis, que ya es decir.

—Ya veo, hijo de Bes redivivo. Al parecer no pierdes la esperanza de tener descendencia con alguna de tus amantes.

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