El hombre sombra (20 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Tenía una sensación de urgencia. Pero remota, como si la percibiera a través de una gasa. Era como si tuviera que vadear un charco de almíbar para alcanzarla.

Sands se inclinó sobre mí, acercando su rostro al mío. Sentí su aliento, insólitamente caliente, en mi mejilla. Luego noté algo pegajoso y me di cuenta de que era su saliva, que se secaba sobre mi pecho. Un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Un escalofrío largo y convulso.

—Voy a desatarte las manos y los pies, mi dulce Smoky —murmura Sands en mi oído—. Quiero que me toques la cara antes de morir.

Le miro brevemente y pierdo de nuevo el conocimiento. Pierdo la noción del tiempo. Cuando por fin me despierto, siento que Sands me está desatando las manos. Me sumerjo de nuevo en la oscuridad. Cuando vuelvo en mí, siento que Sands me está desatando los pies. Paso sin más de la sombra a la luz.

Recupero de nuevo el conocimiento y siento a Sands abrazado a mí. Está desnudo y siento su miembro duro. Me agarra del pelo con la mano izquierda y me obliga a inclinar la cabeza hacia atrás. La derecha, con la que sostiene la navaja, está apoyada sobre mi vientre. Siento de nuevo su aliento, acre y caliente.

—Ha llegado el momento de despedirte —murmura—. Sé lo cansada que estás. Sólo tienes que hacer una cosa más antes de dormirte. —Su respiración se acelera. Noto su miembro erecto moviéndose contra mi cadera—. Tócame la cara.

Sands tiene razón. Estoy rendida. Hecha polvo. Sólo deseo sumirme en la oscuridad, que todo acabe cuanto antes. Extiendo la mano hacia su cara, para hacer lo último que me ha pedido, y de pronto oigo gritar a Alexa.

—¡Mamá!

Es un grito lleno de terror.

Siento como si alguien me hubiera propinado un violento bofetón.

—Sands nos dijo que Alexa estaba muerta, Callie —murmuro en la habitación del hospital—. Dijo que la había matado. Al oírla gritar comprendí que me había mentido y supe con toda certeza que iría a por ella cuando hubiera terminado conmigo. —Al recordarlo crispo la mano en un puño y me estremezco de nuevo de furia y de terror.

Era como si alguien hubiera detonado una bomba dentro de mí. No sólo recobré el conocimiento, sino que estallé. El dragón salió de mi vientre rugiendo de furia.

Golpeé a Sands en la cara y sentí su nariz al partirse debido al impacto. Él lanzó un alarido y yo aproveché para saltar de la cama y acercarme a la mesita de noche donde guardaba mi pistola. Pero Sands reaccionó con la agilidad de una bestia salvaje. Sin titubeos. Saltó al suelo y echó a correr hacia la puerta del dormitorio. Oí sus pasos sobre el parquet del pasillo, dirigiéndose hacia el cuarto de Alexa. Me puse a gritar. Sentía como si me abrasara, como si todo estuviera ardiendo, como si la adrenalina me quemara con una intensidad lacerante. El tiempo había cambiado; no se había detenido, sino a la inversa. Se había acelerado. Discurría con mayor rapidez que el pensamiento.

Tomé mi pistola y eché a correr por el pasillo hacia el cuarto de Alexa como teletransportada, como a través de unos fogonazos en lugar de sobre mis pies. Debí correr a toda velocidad, porque alcancé a Sands cuando se disponía a entrar en el cuarto de mi hija. Entonces la vi, postrada en la cama, tras conseguir aflojar la mordaza con que éste le había tapado la boca. Recuerdo que pensé: «¡Buena chica!»

—¡Mamá! —gritó Alexa de nuevo, con los ojos desmesuradamente abiertos, con las mejillas rojas, sobre las que rodaban unos torrentes de lágrimas. En esos momentos yo era la bestia feroz. Alcé la pistola sin titubeos y la apunté a la cabeza de Sands…

Entonces se produjo el horror. Un horror permanente, incesante, como si se hubiera desatado el infierno en la Tierra.

En ese instante me pongo a gritar. Unos gritos continuos, incesantes, como si se hubiera desatado el infierno en la Tierra. Disparo contra Sands una y otra vez, decidida a tirotearlo hasta que me quede sin munición, y de pronto…

—¡Dios mío, Callie! —exclamo con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Dios, Dios, Dios, cuánto lo siento!

Callie me toma de la mano y sacude una vez la cabeza.

—No le des más vueltas, Smoky —dice apretándome la mano con tal fuerza que casi me hace daño—. Lo digo en serio. No estabas en tus cabales.

Recuerdo haber oído a Callie irrumpir violentamente en mi apartamento y verla aparecer empuñando la pistola. Recuerdo que avanzó hacia mí con exagerada cautela, diciéndome que soltara el arma. Al verla acercarse a mí grité. Sabía que quería arrebatarme la pistola y no podía dejar que lo hiciera. Quería apoyarla en mi sien y saltarme la tapa de los sesos, matarme. Merecía morir por haber matado a mi hija. De modo que hice lo único que me pareció que tenía sentido. Apunté a Callie con la pistola y disparé.

Por suerte el cargador estaba vacío. Recuerdo ahora que ella no se detuvo, sino que siguió avanzando hacia mí hasta aproximarse lo bastante para quitarme la pistola, que arrojó a un lado. A partir de ahí apenas recuerdo nada.

—Pude haberte matado —murmuro.

—Qué va —replica sonriendo de nuevo. Es una sonrisa un tanto triste, pero deja entrever a la Callie bromista que conocemos—. Me apuntabas a la pierna.

—Callie —digo con tono de reprimenda, aunque suavemente—. Lo recuerdo bien. No te apuntaba a la pierna, sino al corazón.

Ella se inclina hacia delante y me mira a los ojos.

—Me fío de ti más que de ninguna persona en el mundo, Smoky. Y eso no ha cambiado. No sé qué más puedo decirte. Salvo que no volveré a hablar de esto contigo.

Cierro los ojos.

—¿Quién más lo sabe? —pregunto.

Silencio.

—Yo. El equipo. El director adjunto Jones. El doctor Hillstead. Nadie más. Jones no quiere que trascienda.

Pero yo no me lo creo. Los otros también lo saben.

Intuyo que Callie tiene algo más que decirme.

—¿Qué ocurre?

—En fin, creo que debes saberlo: el doctor Hillstead es la única persona que sabe cómo reaccionaste al averiguar hoy lo ocurrido. Aparte de Jenny y el resto del equipo.

—¿No se lo has dicho al director adjunto Jones?

—No —responde Callie meneando la cabeza.

—¿Por qué?

Me suelta la mano. Parece turbada, lo cual no es frecuente en ella. Se levanta y comienza a pasearse por la habitación.

—Me temo, todos nos tememos, que si se lo decimos no permitirá que te reincorpores al trabajo. Nunca más. Sabemos que eres tú quien debe decidirlo, pero queríamos que tuvieras otras opciones.

—¿Todos accedieron a ello?

Callie duda unos instantes.

—Todos menos James. Dice que quiere hablar primeramente contigo.

Yo cierro los ojos. En estos momentos, James es la última persona con quien deseo hablar. Sin la menor duda, la última.

—De acuerdo —digo con un suspiro de resignación—. Dile que pase. Aún no sé qué decisión tomar, Callie. Sólo sé que quiero volver a casa. Quiero ir a recoger a Bonnie, marcharme a casa y tratar de resolver esto. Necesito poner en orden mis ideas de una vez por todas, de lo contrario estoy acabada. Tú y los otros podéis seguir cotejando las huellas en AFIS y todo lo demás. Yo necesito irme a casa.

Callie fija la vista en el suelo y luego la alza para mirarme.

—Lo entiendo. Lo pondré todo en marcha.

Acto seguido se encamina hacia la puerta, pero cuando la alcanza, se detiene y se vuelve hacia mí.

—Creo que debes tener en cuenta una cosa, cielo. No conozco a nadie que sepa manejar una pistola como tú. Es posible que cuando me apuntaste con la tuya apretaras el gatillo porque sabías que el cargador estaba vacío. —Con esto Callie me guiña el ojo y sale de la habitación.

—Es posible —repito.

Pero no lo creo.

Creo que apreté el gatillo porque en esos momentos deseaba que muriera todo el mundo.

20

J
AMES entra y cierra la puerta tras él. Se sienta en una silla junto a mi cama. Está callado, y no consigo adivinar sus pensamientos. En cualquier caso, jamás lo he conseguido.

—Callie me ha dicho que querías hablar conmigo antes de decidir si vas chivarte a Jones.

Él no responde de inmediato. Me observa atentamente. Lo cual me pone nerviosa.

—¿Y bien?

Frunce los labios.

—Contrariamente a lo que quizá pienses, no me preocupa que te reincorpores al servicio, Smoky. Te lo aseguro. Eres una buena profesional y lo único que pido es que la gente sea competente.

—¿Entonces?

—Lo que me preocupa es que no te hayas recuperado del todo. Que estés así —dice señalándome postrada en la cama del hospital—. Eso hace que seas peligrosa, porque no podemos fiarnos de ti.

—Anda y que te den.

James no hace caso de mi comentario.

—Es cierto. Piénsalo. Cuando tú y yo estuvimos en el apartamento de Annie King, vi a la Smoky de siempre. A la profesional competente. Al igual que los demás. Callie y Alan se fiaban de tu criterio, te obedecían. Tú y yo hallamos unas pruebas que otros habían pasado por alto. Pero bastó con que leyeras esa carta para derrumbarte.

—Es algo más complicado que eso, James.

Él se encoge de hombros.

—No en el sentido al que me refiero. O estás recuperada del todo, o no lo estás. Porque si te reincorporas en ese estado, serás un problema para nosotros. Lo cual conduce a lo que estoy dispuesto a aceptar.

—¿Qué?

—O regresas recuperada, o te quedas en tu casa. Si pretendes reincorporarte al trabajo estando todavía tocada por lo ocurrido, iré a hablar con el director adjunto Jones, y seguiré ascendiendo en la jerarquía hasta que alguien me haga caso y te echen.

Sus palabras me enfurecen.

—Eres un cretino y un prepotente.

James no se inmuta.

—Lo tengo decidido, Smoky. Confío en ti. Si me das tu palabra, sé que la cumplirás. Esto es lo que quiero. Reincorpórate al trabajo si estás recuperada, de lo contrario no vuelvas por la oficina. No es negociable.

Miro a James. En sus ojos no veo reproche ni lástima.

No pide demasiado, me digo. Lo que dice es razonable.

Pero le odio.

—Te doy mi palabra. Ahora lárgate.

James se levanta y sale sin mirarme siquiera.

21

P
ARTIMOS a primera hora de la mañana y el vuelo de regreso transcurrió en silencio. Bonnie iba sentada a mi lado, sosteniendo mi mano y con la vista fija en la distancia. Callie abrió la boca una vez para informarme de que enviarían a dos agentes a mi casa hasta que yo dijera que ya no los necesitaba. Yo no creía que el asesino se atreviera a regresar después de haber mostrado sus cartas, pero me sentí más que satisfecha al saber que iban a protegernos. Callie me dijo también que los análisis del AFIS no habían dado ningún resultado. Una mala noticia.

Estoy hecha un lío, un amasijo de dolor y confusión aderezado por pequeños estallidos de pánico. No es la emoción lo que me abruma, sino la realidad. La realidad de Bonnie. La miro. Bonnie consigue ponerme más nerviosa al volver la cabeza y mirarme abiertamente, con franqueza. Después de observarme unos momentos, se encierra de nuevo en su mutismo y su expresión ausente.

Crispo la mano en un puño y cierro los ojos. Esos pequeños estallidos de pánico relucen en la oscuridad y luego se apagan.

La maternidad me aterroriza. Porque es de esto de lo que estamos hablando, lisa y llanamente. Bonnie sólo me tiene a mí, y aún nos quedan miles de kilómetros por recorrer. Unos kilómetros llenos de jornadas escolares, mañanas navideñas, vacunas, cómete la verdura, clases de conducir, regresar a casa a las diez… Todas esas banalidades, importantes e insignificantes, que entraña hacerse responsable de otro ser.

Yo tenía un sistema para resolver esas cosas. No se denominaba tan sólo maternidad, sino paternidad. Yo tenía a Matt. Ambos nos ayudábamos, discutíamos sobre lo que más convenía a Alexa, la queríamos los dos juntos. Buena parte de la paternidad consiste en la permanente convicción de que la estás pifiando, y es muy reconfortante poder achacar la culpa a otra persona.

Bonnie me tiene a mí. Sólo a mí. Yo arrastro un tren de mercancías repleto de equipaje, mientras que ella arrastra un tren de mercancías repleto de horror y un futuro… ¿Qué clase de futuro? ¿Volverá a hablar algún día? ¿Tendrá amigas? ¿Novios? ¿Será feliz?

A medida que mi pánico se intensifica me doy cuenta de que no sé nada sobre esa niña. No sé si es una buena estudiante. No sé qué programas de televisión le gustan, ni qué prefiere comer para desayunar. No sé nada.

El terror que me invade va en aumento mientras no dejo de parlotear conmigo misma. Sólo deseo abrir la puerta de emergencia situada en este lado del avión y arrojarme al vacío gritando, riendo, llorando y…

De pronto oigo de nuevo la voz de Matt en mi cabeza. Suave, profunda y reconfortante.

«Tranquilízate, tesoro. Debes proceder paso a paso, y ya has superado el primer obstáculo.»

¿A qué te refieres?, le pregunto mentalmente con tono quejumbroso.

Siento sonreír a Matt.

«Has adoptado a esa niña. Es tuya. Pase lo que pase, por duro que sea para ti, la has adoptado y nunca la abandonarás. Ésa es la primera regla de ser madre, y la has cumplido. El resto se irá resolviendo por sí solo.»

Al pensar en eso siento un pellizco en el corazón y el deseo de llorar.

La primera regla de ser madre…

Alexa tenía sus problemas; no era una niña perfecta. A veces requería que le aseguráramos continuamente que la queríamos. En esos momentos siempre le decía lo mismo. La abrazaba y murmuraba unas frases tranquilizadoras con los labios pegados a su pelo.

—¿Sabes cuál es la primera regla de ser madre, tesoro? —le preguntaba.

—No, mamá. ¿Cuál es la primera regla de ser madre?

—Que eres mía y nunca te abandonaré. Pase lo que pase, por duras que sean las circunstancias, aunque…

—El viento deje de soplar, el sol deje de lucir y las estrellas de brillar —respondía Bonnie, completando el ritual.

Era lo único que yo tenía que hacer para que Bonnie se relajara y recobrara la confianza.

Mi corazón recupera su ritmo normal.

La primera regla de ser madre.

Podría empezar por eso.

Los pequeños estallidos de pánico remiten.

De momento.

Descendemos del avión y echo a andar sin decir nada, seguida por Bonnie.

Los agentes que nos acompañan a casa nos siguen en su coche durante todo el trayecto. Sopla un aire fresco y está un poco nublado. La autopista comienza a estar concurrida, aunque aún no es la hora punta, como un montón de hormigas esperando a sentir los tibios rayos del sol.

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