El hombre sombra (24 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

—Bien —contesto revolviéndole el pelo—. Elaina es una buena y vieja amiga mía. Es la esposa de Alan. ¿Te acuerdas de Alan? Lo conociste en el avión.

Bonnie asiente.

—Creo que te caerá muy bien. Pero si no quieres quedarte con ella, dímelo y buscaremos otra solución.

Me observa con la cabeza ladeada. Como si sopesara la verdad de mis palabras. Luego sonríe y asiente de nuevo.

—Estupendo —digo sonriendo también.

Miro por el retrovisor. Keenan y Shantz están aparcados frente a la casa, omnipresentes. Saben que voy a dejar a Bonnie con Elaina y no se moverán de donde están. Lo cual hace que me sienta casi segura de dejarla aquí. Casi.

—Vamos, cariño.

Bonnie y yo descendemos del coche, nos encaminamos hacia la casa y llamamos al timbre. Al cabo de unos momentos Alan abre la puerta. Tiene mejor aspecto que el que tenía en el avión, pero parece muy cansado.

—Hola, Smoky. Hola, Bonnie.

Ella alza la vista y le examina mirándole a los ojos. Alan lo encaja con la paciencia del gigante bondadoso que personifica, hasta que Bonnie sonríe indicándole que ha pasado la prueba.

Él le devuelve la sonrisa.

—Pasad. Elaina está en la cocina.

Entramos y la mujer de Alan asoma la cabeza por una esquina. Al verme sus ojos se iluminan de alegría y siento un pellizco en el corazón. Ésta es Elaina. Exhala bondad por todos los poros de su cuerpo.

—¡Smoky! —exclama apresurándose hacia mí. Dejo que me abrace y le devuelvo el abrazo.

Elaina retrocede unos pasos y ambas nos miramos. No es tan baja como yo, pero con su metro cincuenta y ocho de estatura parece una enana en comparación con Alan. Es increíblemente hermosa. No posee una belleza impactante, como Callie, sino que la suya es una combinación del aspecto físico y la personalidad. Es una de esas mujeres cuya profundidad y bondad impregna toda su presencia, haciendo que desees permanecer a su lado. Alan lo describió en cierta ocasión con una sola frase: «Elaina es la Madre por antonomasia».

—Hola, Elaina —la saludo sonriendo—. ¿Cómo estás?

Sus ojos reflejan durante unos instantes un atisbo de tristeza, pero enseguida desaparece.

—Mucho mejor, Smoky —responde besándome en la mejilla—. Te echábamos de menos.

—Yo también —contesto—. Me refiero a que os he echado de menos a Alan y a ti.

Elaina me dirige una mirada cargada de significado y asiente con la cabeza.

—Mucho mejor —dice. Sé que se refiere a mí. Luego se vuelve hacia Bonnie y se agacha para mirarla a los ojos—. Tú debes ser Bonnie —dice.

La niña la mira y todos aguardamos con el alma en vilo. Elaina permanece acuclillada frente a Bonnie, exudando amor de forma silenciosa e inconsciente. Es una fuerza de la naturaleza, un poder que poseen las personas como ella. Un ser creado para derribar las barreras que el dolor erige alrededor de su corazón. Bonnie la mira fijamente. Su cuerpo tiembla y una expresión indefinida cruza su rostro. Tardo unos momentos en descifrar esa expresión, y al hacerlo siento un dolor semejante a una descarga eléctrica. Es una expresión de sufrimiento y anhelo, profundo, sombrío y conmovedor. Elaina transmite un amor muy potente. Puro y elemental. Un amor sin concesiones, sin reservas. Un amor que ha traspasado a Bonnie como un cuchillo, como un afilado rayo de sol, clavándose en lo más profundo de su ser y poniendo al descubierto el dolor que oculta. Todo ello en un instante. Sin más. Observo la lucha interna de Bonnie, su rostro que se crispa sin querer, y unas lágrimas que empiezan a rodar por sus mejillas.

Elaina extiende los brazos y la pequeña se arroja en ellos. La mujer de Alan la toma en brazos y se levanta, estrechándola contra sí, acariciándole el pelo y murmurando unas frases tranquilizadoras en esa mezcla de inglés y español que recuerdo bien.

No salgo de mi estupor. Siento un nudo en la garganta y estoy a punto de romper a llorar. Me esfuerzo en reprimir las lágrimas. Miro a Alan. Él también trata de reprimir su emoción. Sus motivos son los mismos que los míos. No se trata sólo del dolor de Bonnie, sino de la bondad de Elaina y el hecho de que la niña haya comprendido que sus brazos son el lugar más seguro en el que refugiarse cuando uno sufre.

Así es Elaina. La Madre por antonomasia.

El momento parece prolongarse eternamente.

Bonnie se aparta, enjugándose la cara con las manos.

—¿Te sientes mejor? —le pregunta Elaina.

La pequeña la mira y responde con una sonrisa cansina. No es sólo su sonrisa la que expresa cansancio. Acaba de descargar una parte del dolor que invade su alma a través de las lágrimas y está exhausta.

Elaina le acaricia la mejilla con una mano.

—¿Tienes sueño, cariño?

Bonnie asiente con la cabeza, pestañeando. Me doy cuenta de que está rendida. Elaina la toma en brazos sin decir palabra. Bonnie apoya la cabeza en su hombro y se queda dormida al instante.

Ha sido un momento mágico. Elaina ha conseguido extraer el dolor que Bonnie tenía clavado en el corazón y la niña se ha dormido apaciblemente. Yo pude dormir en el hospital después de que ella viniera a visitarme. Era la primera noche que lograba conciliar el sueño.

El hecho de ver a Bonnie dormir apaciblemente en sus brazos me alarma. Me odio por ser tan egoísta, pero no puedo por menos de sentir temor. ¿Y si Bonnie se encariñara con esta maravillosa mujer y yo la perdiera también a ella? La posibilidad me aterroriza, como cualquier madre que teme perder a un hijo.

Elaina me mira achicando los ojos, sonriendo.

—No pienso moverme de aquí, Smoky. —Elaina siempre ha tenido el don de la empatía. Me siento avergonzada. Pero sonríe de nuevo, disipando mi sensación de vergüenza—. Creo que estaremos perfectamente. Alan y tú podéis regresar al trabajo.

—Gracias —murmuro tratando de controlar el nudo que tengo en la garganta.

—Si quieres darme las gracias, ven a cenar esta noche, Smoky. —Elaina se acerca y me toca la cara, el lado de las cicatrices—. Mejor —dice. Luego repite con firmeza—: Decididamente mejor.

Le da un beso a Alan y se aleja, dejando una estela de ese amor y bondad tan elementales. Por el mero hecho de ser como es, Elaina transforma todo lo que toca.

Alan y yo salimos unos momentos al porche de su casa. Conmovidos, aturdidos y nerviosos.

Él rompe el silencio con actos en lugar de palabras. Se lleva esas manos grandes como el guante de un receptor de béisbol a la cara con un gesto fluido y desesperado. Sus lágrimas son silenciosas como las de Bonnie, y siento la misma angustia al contemplarlas. El bondadoso gigante tiembla de pies a cabeza. Sé que son unas lágrimas principalmente de temor. Lo entiendo perfectamente. Estar casado con Elaina debe ser como estar casado con el sol. Alan teme perderla, sumirse en la oscuridad para siempre. Yo podría decirle que la vida sigue, bla-bla-bla.

Pero me abstengo de hacerlo.

Apoyo una mano en su hombro y dejo que llore. No soy Elaina. Pero sé que Alan jamás permitirá que su esposa vea su temor y preocupación por ella. Hago lo que puedo. Sé por experiencia que no es suficiente, pero más vale eso que nada.

La tormenta pasa con la misma rapidez con que estalló.

Alan ha dejado de llorar, lo cual no me sorprende. Así somos, pienso con tristeza.

Por más que a veces quisiéramos desmoronarnos, acabamos encajando todos los golpes.

25

T
ODOS mis compañeros tienen un aspecto cansado, como si se hubieran dado un madrugón. Se han peinado apresuradamente, están mal afeitados. Todos menos Callie, por supuesto. Ella está tan guapa como de costumbre y presenta un aspecto impecable.

—¿Cómo está Bonnie? —me pregunta.

Me encojo de hombros.

—Cualquiera sabe. De momento parece estar bien. Pero… —vuelvo a encogerme de hombros.

Nadie hace un comentario al respecto. Es posible que Bonnie se recupere, o que no se recupere jamás… Por más vueltas que le des, es imposible predecirlo.

De pronto se oye un sonoro din-don.

—¿Qué diantre es eso? —pregunto, sobresaltada.

—Significa que tengo correo, cielo. Tengo un programa que lo comprueba automáticamente cada media hora y me avisa cuando llega un correo electrónico.

La miro perpleja.

—¿En serio?

Me parece un invento muy extraño. Todos muestran una expresión indulgente. Tengo la sensación de parecerles un tanto anticuada.

Callie se acerca al ordenador portátil que hay sobre su mesa y pulsa unas teclas. Luego arruga el ceño y me mira.

—He recibido un correo de los psicópatas —dice.

La sensación de letargo que flota en la habitación se disipa de golpe, como si se produjera una descarga eléctrica. Todos nos agolpamos alrededor de su mesa. Miramos la lista de sus correos electrónicos. El tema del más reciente es:
Mensaje desde el Infierno
, el remitente:
Ya sabe quién soy
. Callie hace un doble clic para abrir el mensaje en la pantalla.

Saludos, agente Thorne, y agente Barrett.

Estoy seguro de que están leyendo este mensaje juntas.

Han regresado al nido e imagino que están planeando cómo cazarme. Confieso que me excita pensar en lo que puede ocurrir durante los próximos días. La caza ha comenzado, y no podría tener un mejor elenco de enemigos.

Debo comentarle un asunto, agente Thorne, pero antes permita que me aparte un poco del tema. Espero que me disculpe.

Estoy seguro de que todos se preguntan el motivo de que les desafíe tan directamente. Quizás hayan reunido a un grupo de expertos en perfiles de asesinos en serie para que analicen mis motivaciones y traten de hallar algún significado a mis actos.

—Eso es lo que os gustaría —murmura Callie.

No es un comentario frívolo. «Ellos» nos están mostrando algo importante aquí, una de las razones que les motiva. La idea de que dediquemos tiempo y recursos para dar con ellos les fascina, forma parte del «subidón» que experimentan.

La respuesta, sin embargo, no es compleja. Al igual que yo tampoco soy una persona compleja. Mis motivaciones no tienen nada de misterioso, agente Thorne y compañía. No se ocultan en aguas turbias. Relucen con la fría simplicidad del bisturí. Asépticas y claras.

Les desafío porque merecen perseguir a alguien como yo. Se dedican a cazar a los cazadores, y estoy seguro de que han pasado muchos años palmeándose mutuamente la espalda, felicitándose unos a otros por su habilidad para encerrar a los que asesinan en las jaulas que creen que merecen.

Por eso merecen perseguir a alguien como yo. Porque si los otros a los que persiguieron eran unas sombras, yo soy la oscuridad. Los otros son unos chacales comparados conmigo, que soy un león. ¿Se creen muy listos? Pues traten de cazarme, agentes. Veremos si lo logran.

Deseo tener unos oponentes que me merezcan, agente Barrett. Lea mis cartas detenidamente. Trate de captar mi olor, el tufillo a maldad. Lo necesitará en el futuro.

Aprenda a vivir sintiéndose acosada. En estos momentos no sabe a qué me refiero, pero ya lo averiguará. Aprenda a vivir de ese modo, asimílelo en su sangre. Y utilícelo como acicate para atraparme. Porque le prometo que mientras yo siga libre para asesinar y mutilar a mis víctimas, usted se sentirá constantemente en peligro.

Esas palabras hacen que me estremezca involuntariamente.

Volvamos a usted, agente Thorne. Se trata de algo personal. Aunque he desafiado concretamente a la agente Barrett, sé que el guante que le arroje será recogido por todos ustedes. Y puesto que disponemos de un día antes de que mi paquete llegue a sus afanosas manos, tratemos de utilizar ese tiempo de forma provechosa.

La agente Barrett ha perdido a su mejor amiga. Veamos si podemos emplear ese tiempo para hacer que cada uno de ustedes pierda algo igualmente importante.

Al leer la última frase se dispara una alarma en mi mente. No conozco todavía a mis presas, en el sentido en que consigo conocer a todos los asesinos que cazamos. Aún no los he asimilado en mi interior. Pero he comprendido una certeza que hace que esa frase me aterrorice: sé que no se trata de un farol.

Le adjunto un enlace con una página web, agente Thorne. Visítela y a poco que se esfuerce lo comprenderá todo con meridiana claridad. Espero que le divierta la ironía.

Desde el Infierno,

Jack Jr.

El correo electrónico contiene un hiperenlace, una línea que dice «Haga clic aquí».

—¿Qué hago? —pregunta Callie.

—Adelante —respondo asintiendo con la cabeza.

Callie hace clic en el enlace y se abre un navegador. Esperamos hasta que se conecta a la página web y ésta aparece en la pantalla. Sobre el fondo blanco de la página aparece un logo de color rojo que dice
Rosa Roja
, y debajo, en letras más pequeñas:
Una aficionada auténticamente pelirroja.

Cuando toda la página está cargada lo que veo hace que pestañee.

—¿Qué diablos…? —pregunta Alan arrugando el ceño—. Pero ¿esto…?

La imagen que aparece en la pantalla muestra a una pelirroja alta, muy atractiva, de veintipocos años, vestida tan sólo con un tanga rojo. Mira directamente a la cámara, sonriendo de forma seductora, por lo que vemos su rostro con toda claridad. Me vuelvo hacia Callie. Está blanca como la cera. Exangüe. Sus ojos muestran un infinito terror.

—¿Qué significa eso, Callie?

Todos la miramos inquisitivamente. Porque la joven que se hace llamar Rosa Roja es tan parecida a Callie que parece su hermana.

—¿Callie? —pregunta Alan con tono alarmado. Avanza hacia ella, pero Callie retrocede hasta tropezar con la pared a su espalda. Se lleva el puño a la boca. Abre los ojos desmesuradamente. Tiembla de pies a cabeza. Alan le tiende la mano.

De pronto ella estalla. Es como contemplar un huracán soplando con toda su fuerza en un día despejado. El temor desaparece de sus ojos, suplantado por una furia tan intensa que me asombra. Se vuelve hacia Leo con tal violencia que éste retrocede sobresaltado.

—¡Quiero que consigas su dirección ahora mismo! ¡Ahora mismo! —brama.

Leo la mira durante una fracción de segundo antes de ponerse en marcha, sentándose ante el ordenador más cercano. Callie se inclina sobre la mesa, sujetándola con tal fuerza que los nudillos se le ponen blancos. El aire a su alrededor está tan cargado que parece como si crepitara.

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