El hombre sombra (44 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

James me mira durante unos momentos y asiente con la cabeza.

—He pensado mucho en lo que dijiste en el hospital, pensé en ello antes incluso de que tú lo mencionaras. Era una idea que me atormentaba. ¿Decidió Sands atacarnos, mató a mi marido y a mi hija porque yo me burlé de él? Durante mucho tiempo creí que la respuesta era afirmativa. Pero luego comprendí que era absurdo. Decidió atacarnos porque yo le perseguía. Porque ése es mi trabajo. Sands hubiera hecho lo que hizo tanto si yo le hubiera ridiculizado como si no. ¿Me sigues?

Él no responde.

—El caso, James, es que no importa lo que yo diga o deje de decir a Jack Jr. Está empeñado en matarnos, y punto. Nos hemos convertido en su presa. ¿Quieres saber cuál es su tipo de víctima? Están todos aquí —digo haciendo un ademán que abarca toda la habitación.

James me mira durante largo rato antes de contestar. Cuando lo hace, su respuesta consiste en cerrar los ojos y asentir una vez con la cabeza.

—Acepto tus disculpas —murmuro sonriendo.

James vuelve la cabeza durante unos instantes y se aclara la garganta. Los demás permanecen en silencio, observándonos. Tensos. Parece como si todos estuviéramos sobre una parrilla, chisporroteando, abrasándonos y a punto de reventar. Esa magnífica máquina que es mi equipo funciona con dificultad, a punto de quebrarse y estallar. Sé que el verdadero motivo de esta ira es Jack Jr. Pero temo que empecemos a descargar nuestra rabia unos sobre otros. Siempre he pensado que yo era el eje en torno al cual giran los radios de la rueda y que Callie es la que la pone en movimiento, la que hace que la rueda se mueva sobre el terreno más escabroso e impracticable. Sus chistes y sus bromas, sus burlas y su incesante buen humor hacen que conservemos la cordura. Su ausencia es como el vacío del espacio, y estamos a punto de llenar ese vacío arrojándonos a la yugular de nuestros compañeros.

—¿Sabéis lo primero que me dijo Callie? —pregunto sin más preámbulo—. ¡Gracias a Dios que no eres una enana! —Sonrío al recordar esa anécdota—. Me dijo que había oído decir que yo medía un metro cincuenta de estatura y no lograba visualizarme. Me imaginaba como una enana.

Alan emite una breve y triste carcajada.

—¿Sabéis lo que dijo cuando me vio? «¡Otro gigante negro!»

—¡No me lo puedo creer! —exclamo.

—Te prometo que eso fue lo que dijo.

Todos callamos cuando el móvil de Alan empieza a sonar, y le observamos responder a la llamada.

—Sí. ¿De veras? Gracias, Gene. —Alan cuelga y me mira—. Las huellas dactilares de nuestro sospechoso arrestado concuerdan con las huellas halladas en la cama del apartamento de Annie. También tenemos una muestra de su ADN para cotejarla.

—¿Cómo conseguimos esa muestra? —le interrumpo.

—El tipo se hizo un corte en el labio como consecuencia de su forcejeo con vosotros cuando lo redujisteis. Barry le ofreció un pañuelo para que se limpiara.

—Muy listo —comento sonriendo, aunque es una sonrisa amarga.

Alan se inclina hacia mí, observándome.

—Es uno de la pandilla, Smoky. Podemos estar completamente seguros de ello. Quizá no podamos demostrarlo todavía, pero no tardaremos en hacerlo. ¿Qué quieres que hagamos?

Todos se vuelven hacia mí, mostrando la misma pregunta en sus ojos. ¿Qué quieres que hagamos? La respuesta es bien simple.

¿Lo matamos y lo devoramos?, pregunta el dragón.

En cierto modo, sí, pienso.

—Uno de nosotros va a llevar a cabo el interrogatorio de nuestras vidas y obligar a ese tipo a confesar, Alan.

49

N
OS encontramos en la sala de observación con Barry, contemplando a través del espejo a Robert Street. Está sentado a una mesa, con las muñecas y los tobillos esposados.

Es un individuo de aspecto corriente, lo que me sorprende en cierto sentido. Tiene el pelo castaño y un rostro formado por planos y aristas. Sus ojos reflejan una expresión febril y enfurecida, mientras que el resto de su cuerpo está relajado. Nos mira fijamente a través del espejo.

—Un tipo muy frío —comenta Alan—. ¿Sabemos algo de él?

—Poca cosa —responde Barry—. Se llama Robert Street. Tiene treinta y ocho años, está soltero, nunca ha estado casado y no tiene hijos. Trabaja como profesor de artes marciales en el Valley-Barry me mira señalando con la cabeza mis labios tumefactos—. Pero eso ya lo sabes.

—¿Habéis averiguado su dirección? —pregunto.

—Sí. Vive en un apartamento en Burbank. Como sus huellas coinciden con las halladas en el apartamento de tu amiga, no tendremos ningún problema en conseguir una orden judicial. Tengo a alguien ocupándose de ello.

—¿Quién quieres que le interrogue? —me pregunta Alan—. Dijiste que lo haría uno de nosotros. ¿Quién lo hará, tú o yo?

—Tú. Sin dudarlo. —Lo tengo muy claro. Alan es el mejor, y el hombre que está en esa habitación tiene la llave para dar con el auténtico Jack Jr. Lo cual nos permitirá terminar con esa pesadilla.

Alan me mira durante unos momentos y asiente con la cabeza, luego se vuelve para observar a Robert Street a través del espejo. Lo mira durante un buen rato. Barry y yo esperamos pacientemente; sabemos que Alan ya no repara en nuestra presencia, que está concentrando toda su atención en esa zona, estudiando a Street como un cazador estudia a su presa.

Dispuesto a obligarle a confesar.

Es preciso hacer que confiese, por varios motivos. La verdad es que todavía no podemos probar su participación en los hechos. Las huellas dactilares halladas en el apartamento de Annie pueden justificarse. Un buen abogado defensor puede alegar que el sospechoso dejó allí sus huellas al mover la cama para llevar a cabo su trabajo de exterminar las supuestas ratas. Lo cual, aunque fraudulento y fascinante, no constituye un crimen por sí mismo. Tenemos su ADN, pero aún no conocemos los resultados. ¿Y si la muestra de ADN que hallamos debajo de la uña de Charlotte Ross perteneciera a Jack Jr. y no a Robert Street?

Pero ante todo, necesitamos que nos conduzca a Jack Jr.

—¿Me haces pasar? —pregunta Alan a Barry.

Éste sale con Alan y al cabo de unos momentos veo a mi compañero entrar en la sala de interrogatorios. Robert Street alza la vista y le mira. Ladea la cabeza, escrutándolo, y sonríe.

—Caray —dice Street—, supongo que usted es el poli malo.

Alan avanza hacia él, dando la impresión de disponer de todo el tiempo necesario, y acerca una silla para sentarse frente a Street. Se ajusta la corbata. Sonríe. Le observa. Sé que cada movimiento es calculado. No sólo los movimientos, sino la lentitud o rapidez con que los hace. La impresión que producen en Street. El tono de su voz. Todo está muy estudiado, con un determinado fin.

—Me llamo Alan Washington, señor Street.

—Sé quién es. ¿Cómo está su esposa?

Alan sonríe, meneando la cabeza, y le apunta con un dedo.

—Muy listo —dice—. Trata de enojarme de buenas a primeras.

Street bosteza de forma exagerada.

—¿Dónde está esa hijaputa de Barrett? —pregunta.

—Ya la verá —responde Alan—. Le pegó usted unos guantazos que la dejaron noqueada.

Street sonríe despectivamente.

—Me alegra saberlo.

Alan se encoge de hombros.

—Entre usted y yo —dice—, a veces a mí también me entran ganas de darle un par de guantazos.

Street achica los ojos.

—¿En serio? —pregunta como si no acabara de creérselo.

—No puedo evitarlo. Pertenezco a la vieja escuela. Donde yo me crié, las mujeres ocupan un determinado lugar. —Alan sonríe—. Y ese lugar está por debajo de mí, no por encima, ¿comprende? —Suelta una risita—. De vez en cuando he tenido que propinar alguna bofetada a mi mujer. Para que entienda el lugar que le corresponde.

Alan ha logrado captar la atención de Street. La mirada del monstruo denota fascinación, deseo en pugna con su incredulidad. Quiere que lo que dice Alan sea cierto, y su deseo empieza a superar su incredulidad.

Los tiempos de las porras de goma y de los «polis buenos y polis malos» han pasado a la historia. Existe una ciencia para llevar a cabo una entrevista y un interrogatorio que ha demostrado su eficacia. Es un baile basado en la psicología, consistente en la combinación de cierto arte y unas excelentes dotes de observación. El primer paso siempre es el mismo: establecer un contacto con el sospechoso. Si Street fuera aficionado a pescar róbalos, Alan se convertiría al instante en un entusiasta de ese deporte. Si Street fuera un apasionado de las armas de fuego, Alan procuraría congraciarse con él demostrándole sus conocimientos sobre el tema. Street disfruta lastimando a mujeres. De modo que Alan finge compartir esa afición. Sé que esa táctica dará resultado. He comprobado su eficacia con los criminales más irredentos. Incluso con policías que conocen esa técnica y ellos mismos la han utilizado. Forma parte de la naturaleza humana, es inevitable.

—¿Qué opina el FBI sobre eso? —pregunta Street.

Alan se inclina hacia delante con gesto feroz.

—Mi mujer sabe que le conviene mantener la boca cerrada.

Street asiente con la cabeza, impresionado.

—El caso —dice Alan— es que dejó usted a Smoky bastante maltrecha. Los otros tíos también la golpearon. Dicen que realizó una demostración de artes marciales. Es profesor de artes marciales, ¿no es así?

—Sí.

—¿Qué estilo?

—Wing chun
. Es una forma de kung-fu.

—¿De veras? Al estilo de Bruce Lee —dice Alan sonriendo—. Yo soy cinturón negro en karate.

Street lo mira de arriba abajo, calibrando su envergadura.

—¿Es bueno? ¿Se lo toma en serio? ¿O lo hace para alardear?

—Me entreno dos veces a la semana, hago mis ejercicios de
kata
todos los días. Llevo haciéndolo desde hace diez años.

—Alan no tiene ni idea de karate —digo a Barry.

Street asiente con la cabeza. Un pequeño gesto en señal de respeto. Alan ha conectado con él.

—Eso está bien. Uno tiene que mantenerse en forma. Un hombre de su envergadura puede convertirse en un arma letal.

Alan extiende las manos como diciendo «eso intento».

—Tengo mis momentos. ¿Y usted? ¿A qué edad empezó a practicar kung-fu?

Observo que Street hace una pausa mientras reflexiona. Hace justamente lo que Alan quiere que haga.

—No lo recuerdo exactamente… Creo que tenía cinco o seis años. Vivíamos en San Francisco.

Alan emite un silbido.

—O sea que hace un montón de años. ¿Cuánto tiempo se tarda, en términos generales, en dominar el arte del kung-fu?

—Es difícil de decir —responde Street tras reflexionar unos instantes—. Pero por regla general entre cuatro y cinco años.

Alan está utilizando sus inocuas preguntas para crear una base. Emplea una técnica denominada «interrogatorio neurolingüístico», que consiste en hacer al sujeto dos tipos de preguntas. Mediante el primero se le pide que recuerde algo. El otro tiene por objetivo que emplee su proceso cognitivo. Alan está tomando nota del lenguaje corporal de Street mientras le entrevista, qué cambios se producen cuando piensa en un dato en lugar de recordarlo. Esos cambios se producen principalmente en los ojos, y Street presenta los gestos clásicos. Cuando Alan le pidió que recordara algo —a qué edad empezó a practicar kung-fu—, Street miró hacia la derecha. Cuando le hizo una pregunta que requería que Street pensara en ella— que calculara cuánto tardaría una persona en dominar ese arte—, Street miró hacia abajo y hacia la izquierda. Alan sabe ahora que si formula a Street una pregunta que requiere que piense en la respuesta y éste mira hacia abajo y a la izquierda, probablemente esté mintiendo, ya que estará pensando en la respuesta en lugar de recordarla.

—Entre cuatro y cinco años. No está mal. —Alan hace un gesto con la mano detrás de su silla. Es una señal, y yo respondo a ella dando unos golpecitos en la ventana. Alan tuerce el gesto y dice:

—Lo siento. Enseguida vuelvo.

Street no responde, y Alan se levanta y sale de la habitación. Al cabo de unos momentos entra en la sala de observación.

—Por relajado que se muestre —dice—, ese tipo no tiene remota idea sobre el lenguaje corporal ni cómo funciona un interrogatorio. Voy a comérmelo vivo.

—Ten cuidado —digo—. Queremos que nos conduzca a Jack. Nos sabemos lo leal que es.

Alan me mira meneando la cabeza.

—Eso no influirá. —Luego mira a Barry y pregunta—: ¿Has traído la carpeta?

—Sí. —Barry le entrega una carpeta que contiene varios folios, todos ellos de temas no relacionados con Street o en blanco. En la parte delantera de la carpeta aparece claramente impreso el nombre ROBERT STREET.

La carpeta es un mero accesorio. Alan se dispone a modificar el tono y el ritmo de la entrevista. A partir de ahora empleará un tono agresivo. En nuestra sociedad, las carpetas se asocian con información importante, y el hecho de que ésta contenga unos documentos indicará a Street que disponemos de numerosas pruebas que le incriminan. Alan regresará a la sala de interrogatorios y seguirá entrevistándolo con un tono agresivo. Es un punto clave en este tipo de interrogatorio, y a veces tiene unos resultados espectaculares. Algunos sospechosos se sienten tan desmoralizados que incluso pierden el conocimiento durante el interrogatorio.

Alan observa durante unos instantes a Street y luego se encamina hacia la puerta. Al cabo de unos momentos entra de nuevo en la sala de interrogatorios. Finge leer los folios que contiene la carpeta. Luego la cierra y la muestra a Street para que vea que lleva impreso su nombre. Esta vez Alan no se sienta, sino que permanece de pie. Adopta una postura de autoridad, separando las piernas a la distancia de los hombros. Es una postura que indica dominio, control. Seguridad en sí mismo. Todo está perfectamente medido y calculado.

—Veamos, señor Street. Sabemos que participó en los asesinatos de Annie King y Charlotte Ross. No tenemos ninguna duda al respecto. Hemos cotejado las huellas dactilares que encontramos en el apartamento de Annie King con las suyas y concuerdan. En estos momentos estamos comparando una muestra de ADN hallado en el apartamento de Charlotte Ross con una muestra de su ADN, y estoy seguro de que concuerdan. Asimismo, tenemos una prueba del modus operandi que utilizó antes de cometer los crímenes, los albaranes que dejó haciéndose pasar por un «exterminador» de plagas. Disponemos de unos excelentes expertos en caligrafía que sin duda demostrarán que usted los firmó. Le tenemos atrapado. Lo que quiero saber es si está dispuesto a contármelo todo.

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