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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

El juego del cero (32 page)

Mientras Barry golpeaba ligeramente su bastón en el suelo, Dinah echó un vistazo alrededor del restaurante, que estaba decorado para evocar el ambiente de una casa de familia ecléctica pero rica. La vajilla original y el mobiliario antiguo le conferían un encanto especial; su ubicación próxima al Capitolio le aseguraba una nutrida clientela de cabilderos.

Con una rápida palmada en la mesa y en sus dos sillas sofisticadas —una estilo reina Ana, la otra
art déco
—, Barry le hizo señas a Dinah para que se sentara, luego ocupó el asiento opuesto al de ella.

—El camarero los atenderá dentro de un momento —añadió el jefe de comedor—. Y si necesitan más intimidad… —Con un fuerte tirón, pulsó una cuerda que había junto a la pared y una cortina de terciopelo color vino se deslizó hasta separar ese rincón del restaurante de las otras mesas—. Que disfruten de su almuerzo.

—¿Y bien, qué crees? —preguntó Barry.

Dinah giró la cabeza para echar un vistazo a través de una pequeña abertura en la cortina. Habitualmente no comía en lugares como ése. No con el sueldo que le pagaba el gobierno.

—¿Cómo encontraste este lugar? —preguntó.

—En realidad, lo descubrí en un libro.

Dinah permaneció en silencio.

—¿Por qué, no te agrada? —añadió Barry.

—No… está bien… es genial… es sólo que… después de lo que le ocurrió a Matthew…

—Dinah…

—Debería ser él quien estuviese sentado aquí.

—Dinah…

—No puedo evitarlo… nuestros escritorios se hallan tan cerca que prácticamente están el uno encima del otro. Cada vez que miro sus cosas, lo… lo sigo viendo a él. Cierro los ojos y…

—… y él está allí de pie, encorvado y rascándose ese nido de pelo rubio. ¿Acaso crees que yo no siento exactamente lo mismo que tú? Hablé con su madre el día en que sucedió todo. Y luego Pasternak. Eso sólo… llevo tres noches sin dormir, Dinah. Han sido amigos míos durante años… desde… —la voz de Barry se quebró y se quedó en silencio.

—Barry…

—Tal vez deberíamos marcharnos de aquí —dijo, poniéndose de pie para irse.

—No, no lo hagas… —Dinah le cogió la manga y la sostuvo con firmeza.

—Tú lo has dicho.

—Siéntate —le rogó—. Por favor… sólo siéntate.

Lentamente, cautelosamente, Barry volvió a sentarse.

—Es muy duro —dijo ella—. Ambos lo sabemos. Dejemos pasar un poco de tiempo y… Tratemos de disfrutar del almuerzo.

—¿Estás segura?

—Completamente —dijo ella mientras levantaba su copa de agua—. No lo olvidemos… incluso con todo esto, todavía nos queda un día muy importante por delante.

Capítulo 44

Cuando la oscuridad se cierne súbitamente sobre mí, mantengo el brazo extendido para no chocar contra la pared. Nunca llego allí. Mi pie se hunde en un pequeño hoyo en el suelo y pierdo el equilibrio. Caigo violentamente y la piel de mis rodillas se desgarra al raspar contra el suelo pedregoso, haciendo que sienta todas y cada una de las piedras afiladas. Por el sonoro desgarro y el súbito dolor en mis rótulas, siento que se abre otro agujero en mis pantalones. Vuelvo a extender las manos para atenuar la caída, pero el impulso es demasiado fuerte. Deslizándome de cabeza hacia la base, ruedo sobre la grava mientras las piedras ruedan contra mi pecho. Cuando abro los ojos saboreo mi eterno puñado de tierra y polvo, pero esta vez no puedo verlo. No puedo ver nada. Nada.

Tosiendo espasmódicamente y luchando por recuperar el aliento, siento un trozo final del queso asado de ayer que asciende a través del esófago y choca contra la parte posterior de los dientes. Lo escupo y oigo el impacto húmedo contra el suelo. Permanezco tendido con los ojos cerrados hasta que mi respiración se normaliza, tratando de extraer una pequeña victoria del hecho de que, al menos, he sido lo bastante astuto como para dejar un rastro de migas de pan. Pero no me sirve de nada. La oscuridad ya es abrumadora. Mantengo la mano delante de mi rostro, pero no alcanzo a tocar nada. La acerco hasta rozar prácticamente las cejas. Nada. Esto no es como apagar las luces de tu dormitorio y esperar a que tus ojos se adapten a la oscuridad. Muevo la mano hacia ambos lados. Es como si ni siquiera existiese. Luchando aún por encontrar una prueba, cierro los ojos y luego vuelvo a abrirlos. Ninguna diferencia.

La luz ha desaparecido. Pero el sonido es una historia completamente distinta.

—¡Viv! —llamo, gritando a través de los túneles—. ¡Viv, ¿puedes oírme?!

Mi voz resuena a través de la cámara, y se apaga finalmente en la distancia. La pregunta queda sin respuesta.

—¡Viv! ¡Necesito ayuda! ¿Estás ahí?

Nuevamente, mi pregunta se apaga hasta perderse en la distancia. Tal vez haya cogido de nuevo el ascensor para regresar a la superficie.

—¿Hay alguien ahí? —grito con todas mis fuerzas.

El único sonido que oigo es mi dificultosa respiración y el roce de las piedras cuando cambio el peso del cuerpo. Crecí en un pueblo que tenía menos de quinientos habitantes pero, sin embargo, nunca percibí el mundo tan silencioso como está en este momento, a casi tres mil metros bajo tierra. Si quiero salir de este lugar, tendré que hacerlo solo.

Comienzo a levantarme de manera instintiva, pero cambio rápidamente de opinión y vuelvo a sentarme. Estoy seguro de que el pasaje abovedado que me llevará de regreso a la primera parte del túnel está delante de mí, pero hasta que no esté completamente seguro, será mejor que no comience a vagar en la oscuridad. Lo único que me ayuda a orientarme en esta oscuridad total es el hedor de los excrementos que llega desde la vagoneta cercana. Cuando sigo el rastro de la pestilencia y la ubico a la izquierda, me desplazo a cuatro patas palpando el suelo pedregoso como si estuviese buscando unas lentillas perdidas. El olor es tan nauseabundo que los ojos se me llenan de lágrimas, pero en este momento esa pila de mierda hedionda es la única guía que tengo.

Arrastrándome a tientas, extiendo una mano, acariciando el aire y buscando la vagoneta. Si puedo dar con ella, al menos sabré dónde está la salida. O, al menos, ése es el plan. Las puntas de los dedos topan rápidamente con los bordes dentados de una roca húmeda y afilada. Pero cuando abro la mano para tener una sensación más fiable, sigo su contorno hacia arriba y no acaba. No es una roca. Es toda la pared.

Palpando el suelo con mucho cuidado, busco la vagoneta pestilente, pero no está allí. Cuando llegué, estaba a mi derecha, de modo que para salir de aquí me dirijo hacia la izquierda, tanteando el camino todo el tiempo. Por encima del hombro oigo un tañido metálico cuando mi pie choca con algo detrás de mí. Todavía apoyado sobre manos y rodillas, doy la vuelta y recorro a tientas el camino hasta que siento los finos rayos de las ruedas de la vagoneta roja. No tiene sentido.

Me quedo inmóvil allí mismo, apoyando ambas palmas contra la sucia vagoneta. Se suponía que la vagoneta debería estar a mi izquierda. Extiendo las manos y vuelvo a tocarla. Está a mi derecha. Mi posición está completamente invertida. Y lo más grave es que estoy orientado en la dirección equivocada, hacia el interior del túnel y alejándome de la salida. Cierro los ojos, mareado por la oscuridad. Tengo la sensación de que el hedor llega de todas partes. Diez pasos y ya estoy perdido.

Giro en busca de un rumbo seguro y me muevo a gatas, tanteando frenéticamente el suelo en el proceso. Extiendo una mano delante de mí y tanteo el resto de la vagoneta roja. Los bordes costrosos de metal astillado. Las curvas de las ruedas. Aunque en realidad no puedo verlas, mi mente ordena las piezas del rompecabezas, mostrándome una vista perfecta. Ante mi sorpresa, estallo con una risa ansiosa. Incorporando una sensación tras otra, mis dedos absorben cada esquina cortante y cada curva dentada, acariciando la base de la vagoneta y frotando los bordes deshilachados de la cortina de plástico entre el pulgar y el índice. Es una sensación asombrosa poder captarlo todo solamente a través del tacto, y no puedo evitar preguntarme si es así como siente Barry.

Ansioso por salir de aquí, recorro el costado de la vagoneta con la palma hasta dar con la pared dentada. Mientras mi mano izquierda permanece apoyada en la pared, mi mano derecha se mueve de un lado a otro como si fuese un detector de metales humano, barriendo el suelo y asegurándome de no caer en otro agujero. Todavía a gatas, giro a la derecha a través del arco que se abre en la boca de la cueva. Si quisiera, podría mantenerme junto a los raíles que discurren por el centro del túnel, pero en este momento, la pared me parece más estable y segura.

Aproximadamente diez metros más adelante, las rodillas me duelen, el hedor se debilita y una abertura a mi derecha conduce a un túnel paralelo donde puedo escoger derecha o izquierda. Hay aberturas como ésta en todas las direcciones, pero estoy casi seguro de que ésta es la que me trajo hasta aquí. Tanteando el borde curvo del umbral grueso y enlodado, lo sigo hasta el suelo buscando el trozo de papel que he dejado atrás. La lista de películas que quiero alquilar se encuentra en alguna parte del suelo. Si puedo encontrarla. Eso significa que tengo una posibilidad de seguir el resto de las migas de pan.

Apoyo las puntas de los dedos y palmeo ligeramente la tierra pedregosa, separando sistemáticamente las pequeñas piedras que hay en la entrada. Me muevo desde la parte derecha de la entrada hasta la izquierda. Estoy agachado tan cerca del suelo que la sangre comienza a afluir a mi cabeza. La presión aumenta en el centro de la frente. La lista de películas no está en ninguna parte. Durante cinco minutos, mis dedos masajean las rocas mientras espero un crujido. Nunca se produce. Sin embargo, no necesito un trozo de papel para saber que giré a la derecha en esta sección del túnel. Palpando mi camino, apoyo la palma en la pared, encuentro el borde del pasaje abovedado y lo sigo hacia la izquierda.

Mientras avanzo por el pasaje gateando en diagonal a través de los raíles, busco en la oscuridad la pared de la derecha. Debería estar justo delante de mí… extiendo totalmente el brazo… buscando… buscando… Pero, por alguna razón, la pared no está ahí. Me detengo a mitad de mi gateo y aferro los raíles. Si he girado por el sitio equivocado…

—¡Viv! —llamo.

Nadie responde.

Luchando por orientarme, cierro los ojos con la esperanza de que el mareo remita. No dejo de repetirme que es sólo un túnel oscuro, pero en esta excesiva oscuridad me siento como si estuviese arrastrándome por un ataúd alargado. Mis uñas excavan en la tierra sin otro motivo más que para convencerme de que no se trata de un ataúd y que no estoy atrapado. Pero lo estoy.

—¡Viv! —vuelvo a gritar, implorando ayuda.

Nada.

No obstante, me resisto a que el pánico me invada. Me arrastro sobre el trasero y estiro lentamente la pierna lo máximo que puedo. La pared tiene que estar aquí, en alguna parte. Tiene que estar. Extiendo los dedos de los pies, apartándome ligeramente de los raíles. Miles de guijarros crujen debajo de mí. Que yo sepa, podría estar balanceando la pierna dentro de un agujero. Pero si la pared está realmente aquí —y estoy seguro de que está aquí— entonces… cloc.

Allá vamos.

Manteniendo el pie apretado contra la pared, pero aún apoyado sobre la espalda, me separo de los raíles, me inclino hacia adelante y abrazo la humedad de la pared con las manos. Sigo tanteando y tanteando, sólo para asegurarme de que está ahí. La pared está exactamente donde había pensado que estaba… no puedo creer hasta qué punto se ha visto afectado mi sentido del espacio. Sin dejar de jadear, suspiro profundamente, pero mi boca está tan cerca de la pared que noto un remolino de polvo y agua que rebota contra mi cara. Tosiendo sin poder controlarme, vuelvo la cabeza, parpadeando para quitarme el polvo de los ojos y escupiendo el resto de la boca.

Apoyado nuevamente sobre las rodillas, me lleva un par de minutos gatear a través de la grava, la mano derecha tanteando la pared, la mano izquierda palpando el suelo para evitar otra sorpresa. Incluso cuando puedo sentir lo que se aproxima —incluso cuando sé que es sólo otra pila de piedras sueltas—, cada movimiento es como cerrar los ojos y pisar el último peldaño de una escalera. Extiendes tentativamente el pie buscando el último escalón, pero nunca sabes dónde estará. Y cuando lo encuentras, sigues tanteando el suelo con el pie, no sólo para estar seguro, sino porque, durante ese único movimiento inquietante, no confías totalmente en tus sentidos.

Finalmente siento la curva redondeada del pasaje abovedado cuando el túnel de la cueva se abre a mi derecha y tanteo el suelo en busca de mi tarjeta Triple-A. Igual que antes, no tengo una plegaria pero, a diferencia de la última vez, estoy agotado de memorizar derechas e izquierdas. Esta es la caverna con cinco túneles diferentes donde elegir. Si elijo el túnel equivocado, este lugar se convertirá realmente en mi ataúd.

—¡Viv! —llamo, gateando dentro del túnel. El mundo entero es de brea—. Viv, por favor… ¿estás ahí?

Contengo la respiración y oigo cómo mi ruego reverbera en cada uno de los túneles. Retumba en todas partes al mismo tiempo. El sonido
surround
original. Mientras clavo las uñas en la tierra y contengo la respiración, aguardo alguna respuesta. No importa lo débil que sea, no quiero perdérmela. Pero cuando mi propia voz reverbera y desaparece por ese interminable laberinto, vuelvo a estar enterrado en un silencio subterráneo. Echo un vistazo a mi alrededor, pero la vista no cambia. Sólo aumenta mi mareo. La montaña rusa comienza a dar vueltas y no puedo detenerla.

—¡Viv! —grito otra vez en la dirección opuesta—. ¡Alguien! ¡Por favor!

El eco se desvanece como la espigada cola de un fantasma en las pesadillas de mi infancia, tragada por la oscuridad. Igual que yo.

No hay arriba ni abajo, ni derecha ni izquierda. El mundo se bambolea de un lado a otro mientras el mareo se convierte en vértigo. Estoy apoyado sobre manos y rodillas, pero aun así no puedo conservar el equilibrio. Tengo la sensación de que mi frente está a punto de estallar.

Caigo de costado con un ruido seco. Mi mejilla rasca las piedras. Es lo único que me confirma dónde está el suelo. No hay más que tinta en todas direcciones… y entonces, por el rabillo del ojo, alcanzo a divisar unos puntos diminutos de luz plateada. Sólo duran un segundo… un estallido de chispas, como cuando cierras los ojos con fuerza. Pero cuando giro la cabeza para seguir la estela del brillo, sé que se trata sólo de mi imaginación. He oído hablar antes de esto… cuando tus ojos han estado privados de luz durante demasiado tiempo. Los espejismos del minero.

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