—He aquí la prueba de que el poema está acabado —había asegurado la monja señalando la última hoja.
Giovanni observó la estera con más atención y vio que en el último pergamino, el que estaba abajo a la derecha, se señalaba el verso 145 del canto trigésimo tercero del
Paraíso.
—¿
Qué significa? —había preguntado. —No lo sé —había contestado Antonia.
—¿Habéis comprobado los versos citados? ¿Tienen un significado especial?
Sor Beatrice lo había llevado entonces al estudio y le había enseñado unas hojas en las que había tomado apuntes. En primer lugar, le había mostrado un esquema con el número de versos indicado por cada uno de los pergaminos, de lo que resultaba que se citaba en total treinta y tres endecasílabos en grupos de uno o de cinco, dispuestos de modo que la suma de cada una de las líneas y de cada una de las columnas siempre fuera once.
—En la diagonal del cuadrado que va de izquierda a derecha y de arriba abajo, hay versos sueltos; en el resto de recuadros, en cambio, los grupos son de cinco versos —había explicado—. Empecemos por los versos sueltos de la diagonal. El del primer pergamino es el primer verso del segundo canto del poema:
Lo giorno se ne andava, e l’aere bruno
[6]
.
Mientras que la última cita es de un verso, el 145, del trigésimo tercer canto del
Paraíso,
que no está aún entre los que conocemos, pero presumo que es el último de toda la obra. Son, pues, el comienzo y el final del viaje al más allá, y por tanto el verso del centro, del decimoctavo canto del
Purgatorio (Come per verdi fronde in pianta vita)
[7]
,
tendría que ser precisamente el central entre estos dos extremos. Si eso es cierto, mi padre tenía que saber exactamente, la última vez que accedió a su cabezal, antes de marcharse, cuántos eran los versos totales del poema, de modo que ya lo habría concluido… En el primer verso de la diagonal, lo de
l’aere bruno
(«el aire empardecido») alude a la noche y a la muerte; el segundo, que es el central de toda la composición, se refiere al día y a la vida; el último no lo sabemos, pero si es el que cierra el
Paraíso
se referirá a una dimensión que está por encima del tiempo, del día y de la noche, de la muerte y de la vida: el eterno presente en que se disuelve toda cronología, la esfera temporal absoluta de lo divino…
La oscuridad y la noche, la dimensión humana de la culpa; el día y la vida, el camino de redención hacia la luz… La luz… Giovanni se había acordado de una charla con el poeta en el jardín de su casa que le había cambiado la vida…
—Esta composición —había proseguido después sor Beatrice— creo que es una síntesis de su viaje a los tres reinos del otro mundo. Los versos citados son en total treinta y tres, como los cantos de cada cantiga, como la edad de Cristo. La primera fila cita versos del
Infierno,
la segunda del
Purgatorio
y la tercera del
Paraíso.
En cambio, si los miramos verticalmente (por columnas) y quitamos los versos sueltos, los grupos de cinco endecasílabos que quedan están alineados según criterios temáticos, en un esquema que alude a hechos significativos de la existencia de mi padre; se refieren a acontecimientos personales, describen más o menos directamente sus sentimientos. Una
Comedia
privada, por así decirlo, alusiones que quizá solamente quienes estuvimos más cerca de él podremos entender; aquí está representado su viaje, el auténtico, me refiero a la vida, y todo lleva a pensar que el mensaje va dirigido a nosotros, acaso en concreto a mí, aunque no tengo del todo claro el sentido de la tercera columna…
—Pero ¿por qué —había preguntado él— se pondría vuestro padre antes de partir a hacer este curioso centón? Si es cierto que ha concluido su obra, podría haber dejado en esta estera alguna pista sobre dónde hallar los últimos cantos… Tal vez sabía que…
—Lo desconozco —había contestado Antonia—, solamente sé que, leídos en vertical y quitando los de la diagonal, los diez endecasílabos de la primera columna son versos del poema que aluden veladamente a las mujeres de su familia (a mí y a mi madre), los de la segunda cuentan las profecías relativas al exilio contenidas en el poema (las de Farinata y las de Brunetto Latini en el
Infierno
y en el
Paraíso
la de Cacciaguida, nuestro antepasado muerto en las cruzadas) y la tercera columna, en cambio, tiene que ver con los sentimientos que mi padre experimentaba hacia sus hijos, pero hay también alusiones a hechos poco claros, como la mención a una misteriosa mujer de Lucca, Gentucca, que seguramente conoceréis mejor que yo…
Giovanni, al oír mencionar así, sin rodeos, ese nombre casi se había sentido mal… Antonia le había enseñado luego la hoja donde había transcrito los diez versos, excluido el suelto del
Infierno,
citados en la primera columna; los cinco del
Purgatorio
estaban tomados dos del canto quinto y los otros tres del vigésimo tercero, del coloquio con Forese Donati.
salsi colui che inanellata pria,
disposando, m'avea con la sua gemma?
[8]
Tanto è a Dio più cara e più diletta
la vedovella mia, che molto amai,
quanto in bene operare è più soletta
.
[9]
Los cinco del
Paraíso
estaban, en cambio, tomados todos del tercer canto, el de Piccarda, la otra hermana de Corso Donati:
I' fui nel mondo vergine sorella
[10]
;
e promisi la via de la sua setta.
Uomini poi, a mal più ch'a bene usi
fuor mi rapiron de la dolce chiostra:
Iddio si sa qual poi mia vita fusi.
[11]
—
Empecemos por la primera columna —había dicho—, segunda línea, los primeros dos versos del canto quinto del
Purgatorio: salsi colui che inanellata pria, / disposando, m'avea con la sua gemma
(«lo sabe quien, si anillo yo tenía, / me desposó poniéndome su gema»). Los cantos quintos de las tres cantigas contienen todos referencias a las mujeres y al amor: un amor extraconyugal castigado en el
Infierno,
Francesca da Rimini; un amor conyugal, Pia dei Tolomei, en estos versos del
Purgatorio;
finalmente Beatrice y el amor espiritual en el
Paraíso;
y el último verso del canto quinto del
Purgatorio
comienza con el verbo «desposar» y concluye con la palabra «gema», el nombre de mi madre, una esposa infeliz, no hace falta decirlo, que echa en cara al marido, por boca de Pia dei Tolomei, la crueldad de su propio destino. Casi una acusación que mi padre se dirige a sí mismo…
—Los demás versos de la primera columna los conozco bien —había dicho Giovanni—, están sacados de los cantos del
Purgatorio
y del
Paraíso
dedicados a los Donati, Forese y Piccarda, los dos hermanos de Corso, el jefe de los güelfos negros que condenaron a vuestro padre al exilio…
—Y son incluso parientes lejanos de mi madre —había precisado la monja—. No olvidéis que también ella es una Donati, una familia, pues, con la que debimos tener vínculos estrechos, y en efecto con Forese… De todos modos esto es una señal, mi padre siempre se atuvo a la buena norma retórica de no hablar de sus seres queridos, de sus afectos, si no era indirectamente, y a través de la voz de los Donati expresa en cambio emociones que le pertenecen y afectan en particular a las mujeres de su familia, a su mujer y a mí: Forese, en el
Purgatorio,
alaba la firmeza y la virtud de su amada esposa, Nella, que se ha quedado sola en Florencia como mi madre, y cuyo marido, es decir, Forese, había muerto poco antes de que mi padre, su queridísimo amigo, fuera condenado al exilio. Nella estuvo muy cerca de mi madre, se animaron mutuamente, y la alabanza dedicada a ella se refiere también a su pobre Gemma… En efecto, este es el canto del poema que más le gusta a mi madre:
la vedovella mia, che molto amai
(«esa viudita a la que tanto amé»); las «viuditas»: éramos nosotros, Iacopo y yo, cuando tenía doce años y aún vivíamos en Florencia, los que las llamábamos así a mi madre y a Nella, que pasaban horas acordándose de los tiempos felices, cuando mi padre y Forese eran alegres compañeros de pandilla… —Se detuvo suspirando, con la mirada baja. Pero enseguida empezó de nuevo— : Piccarda Donati, en el verso del
Paraíso: I’l fui nel mondo vergine sorella…
(«En el mundo yo fui monja y doncella…») se había recluido en un monasterio, pero después fue sacada a la fuerza por su pérfido hermano, Corso, siempre él, el jefe de la facción negra. La arrancó con violencia de la paz del claustro para dársela como esposa a un amigo suyo, uno de los Tosinghi, que se llamaba Rossellino, y su vida con el güelfo negro de los Tosinghi fue un infierno… A mí a punto estuvo de esperarme una suerte semejante cuando un hermano de mi madre la presionó para que me sacara del convento y me entregara como esposa a un amigo suyo viudo, anciano pero muy influyente, que habría podido ayudarnos a resolver nuestros problemas. Fue entonces cuando tomé la decisión y me marché de Florencia… Mi padre pensaba también en mí cuando escribió estos versos: «No cedas, Antonia —parece que diga—, no sabes qué vida te espera al lado de un hombre que no amas y que no te ama»… Era su obsesión, se lo hace decir a Beatrice al comienzo del quinto canto del
Paraíso,
cuando, subiendo ella de cielo en cielo, le
fiammeggia nel caldo d'amore
(«yo te envuelvo con llama de amor viva»), haciéndose más bella y resplandeciendo cada vez más, hasta el punto de deslumbrarlo con su fulgor y vencer sus capacidades visuales: también el amor terrenal, le dice Beatrice, no es más que un destello reflejado, tenue y mal conocido, pero siempre una chispa de lo divino, de esa energía cósmica invisible que impregna los astros y todo el universo, e incluso nuestros cuerpos, una fuerza espiritual que los hombres en cambio infravaloran. No hay riqueza en el mundo que pueda compensar la infelicidad de una vida, de la única vida que tenemos; en su poema este mensaje se lo hace gritar a las mujeres, a las amantes asesinadas, a las esposas infelices, a las monjas violadas…
Repentinamente, las campanas del vecino campanario habían anunciado la hora nona, y sor Beatrice había tenido que interrumpir la breve lección sobre su padre. Así Giovanni se había quedado solo en el estudio del poeta, con el autógrafo de Dante de la
Comedia.
Estaba también en casa una vieja sirvienta, pero ocupada en la cocina. Cuando la monja salió, enseguida retomó las hojas donde la hija del poeta había transcrito los endecasílabos que remitían a los apuntes de la estera. Echó un vistazo rapidísimo a los de la segunda columna, con las profecías del exilio del poeta, pero sentía curiosidad sobre todo por la tercera, pues la sola mención de Gentucca le había helado la sangre.
En los cinco del
Infierno
reconoció los versos del conde Ugolino, el padre pisano condenado a morir de hambre con sus cuatro hijos, dos de los cuales en realidad eran nietos. Y sus cinco del
Purgatorio
estaban sacados de los cantos vigésimo cuarto y trigésimo segundo.
El mormorava; e non so che «Gentucca».
[12]
Eemmina è nata e non porta ancor benda,
…che ti farà piacer / la mia città.
[13]
Pietro e Giovanni e Iacopo condotti.
[14]
E tutto in dubbio dissi: «Ov'è Beatrice?»
.
[15]
.
¿Lo había entendido todo la monja? Estaban los nombres de los tres apóstoles —Pietro, Giovanni y Iacopo
[16]
— junto al de Beatrice, asociados en la tercera columna al conde Ugolino, el padre que conoce el destino de sus hijos y se lo esconde, impotente, para no entristecerlos más. Dante tenía que haber vivido ese estado de ánimo durante los primeros años del exilio, en la pobreza extrema en la que se hallaba tras la confiscación de sus bienes, a él, a quien le había llegado la noticia de la condena cuando regresaba de la embajada en Roma, de visitar al papa Bonifacio. Probablemente sufría por los hijos que se habían quedado en Florencia con Gemma, temía represalias de los güelfos negros, antes de que su hermano Francesco se reuniera con él para pasar algunos días con ellos en Arezzo. Y el encuentro tenía que haber sido desgarrador. ¿Qué podía decirles el poeta a sus hijos? «Ya no tenemos nada, nos lo han requisado todo. Os traje al mundo y ya no puedo hacer nada por vosotros…».
«¿Y Antonia —se preguntó después— qué sabe de Gentucca? Probablemente solo lo que está escrito aquí: que hay una mujer que en 1300, fecha del viaje imaginario, aún no lleva la venda de las casadas, así pues, aún jovencísima, y que en los años venideros hará que a Dante le guste la ciudad de Lucca. Ni más ni menos que esto puede saber. ¿Qué otra cosa puede haberle contado su padre…? O quizá, en cambio, ya lo sepa todo…».
Quién sabe dónde estaba Gentucca ahora…
Para desconectar de las cosas reales y de los pensamientos que se volvían más bien melancólicos, antes de sentarse y ponerse a trabajar decidió echar un vistazo a su alrededor. También el estudio estaba decorado sobriamente: una mesa desnuda, una estantería con algunos libros, un arcón con un águila tallada en la madera; el águila toda ella negra, la cabeza vuelta de perfil, el ojo visible con un gran rubí por pupila y cinco diamantes en círculo, alrededor, formando las pestañas, dos verdaderos y tres falsos, opacos. Después vio una espada colgada de la pared cerca de la cortina que servía de puerta al dormitorio. Se puso más tarde a curiosear entre los libros, algunas decenas de códices de distinta naturaleza, en papel o pergamino, algunos valiosos encuadernados en piel, otros que parecían haber sido encuadernados y cosidos lo mejor posible por el propio Dante: había epítomes de historia y geografía, una elegantísima Biblia, una colección de los escritos de Tomás de Aquino, la
Ética
de Aristóteles con el comentario de Alberto Magno, una antología de poetas provenzales con las
Razas de trobar
de Raimon Vidal, el
Tresor
del maestro Brunetto, la astronomía de Alfragano, y después todos los clásicos: Virgilio, Ovidio, Lucano, Estacio, Cicerón…