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Authors: Eric Frattini

El Oro de Mefisto (4 page)

—¿Cómo está la situación en el frente oriental? ¿Se sabe algo al respecto? —preguntó sin dejar de mirar hacia fuera.

—Los bolcheviques han conseguido romper nuestra defensa en Narva y avanzan rápidamente hacia Prusia Oriental —respondió Bormann de forma lacónica.

—¿Cree que el Führer tiene alguna baza guardada? —inquirió.

—Sólo él lo sabe. Ahora, el mayor esfuerzo de nuestro Führer es tratar de detener los avances enemigos para impedirles que pongan pie en tierra alemana. Se habla de que se está desarrollando una nueva arma secreta y que se prepara una gran ofensiva para antes de Navidad.

A Martin Bormann le molestaba tener que dar respuestas a cuestiones militares que en nada le interesaban, ni siquiera le habían interesado durante los años de gloria, al comienzo de la contienda, cuando las fuerzas alemanas arrollaban a los ejércitos de Francia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Grecia, Polonia o Yugoslavia. Sus intereses estaban dirigidos hacia la política y hacia la figura del propio Führer.

—¿Cómo está mi amigo el Führer? —preguntó Lienart.

—Oh, está muy bien. Continúa despachando personalmente todos los días con los altos mandos. Aunque creo que nuestro Führer no descansa lo necesario y así se lo he hecho saber a su médico en la Cancillería. ¿Hace tiempo que no ve al Führer?

—Sí, hace bastante tiempo. La última vez que nos vimos fue en el Berghof, en mayo de 1938. Yo estaba con mi esposa Magda y con mi hijo, August —respondió Lienart—. Fue un gran día.

—Esos días volverán. No lo dude. Por cierto, ¿cómo están su encantadora esposa y su hijo? —preguntó Bormann.

—Están bien. Mi esposa continúa en nuestra casa familiar en Sabarthés y mi hijo August está en el seminario de la abadía de Fontfroide. Antes estudiaba para ser sacerdote en el seminario de María Auxiliadora, en Passau, pero la guerra le obligó a cambiar su centro de estudios —respondió Edmund Lienart.

—Recuerdo perfectamente a su bella esposa. Es alemana, ¿verdad?

—Sí, de una familia aria…

—Oh, amigo Lienart, no se preocupe por ello. Estoy seguro de que si hubiese una pequeña gota de sangre judía en las venas de su esposa, usted mismo la hubiera repudiado —dijo Bormann mientras observaba atentamente la reacción del francés.

—Sí, pero ella es cien por cien aria. Su familia…

—Amigo Lienart, era tan sólo una broma. Sé que usted es un gran amigo de nuestro Führer y, por lo tanto, usted y su familia están libres de toda sospecha ante las SS y la Gestapo. De ello me ocupo yo personalmente.

Al magnate francés no le gustó aquella apreciación, y mucho menos pensar que su destino y el de su familia podría estar en manos de aquel inculto y peligroso granjero alemán que había conseguido convertirse en el número dos del partido nazi y el único con suficiente poder como para ver a Hitler en cualquier momento del día o de la noche.

—No corren buenos tiempos para las bromas ni para las risas —expresó Lienart para rebajar la tensión entre ambos.

—¿Cuántos años tiene el joven August?

—Acaba de cumplir veintitrés —respondió Lienart.

—¿Y ha servido ya en el ejército?

—No. Él es más propenso a servir a Dios que a servir a Francia.

Nuevamente fue interrumpido por Bormann, que soltó una sonora carcajada.

—Volverán los buenos tiempos, amigo Lienart, esos días volverán y lo que salga de esta reunión contribuirá a ello. No lo dude, amigo Lienart, no lo dude —dijo Bormann mientras pasaba su grueso brazo por el hombro del francés y se dirigían hacia donde se encontraba el resto de invitados—. Les ruego que sigamos la reunión en donde la hemos dejado —propuso el secretario de Hitler.

Los trece hombres volvieron a ocupar sus lugares en la mesa. El primero en tomar la palabra fue Gustav Krupp.

—Muy bien, ministro Bormann. Ahora me gustaría saber algo, estoy seguro que como al resto: ¿cuál será nuestro papel en su organización Odessa?

—Tengo un plan diseñado a la perfección, una maquinaria perfectamente engrasada, cada pieza encaja en otra. Mi plan debe cumplirse con todo lujo de detalles, al milímetro. Si cada uno de nosotros llevamos a cabo nuestra misión, Odessa será un éxito y estaremos preparados para el renacimiento de un nuevo Reich.

—Y bien, ¿qué debemos hacer? —preguntó Krauch.

—De momento, cojan ustedes el informe sobre financiación que está dentro de la carpeta que les ha entregado el mayor Voss a cada uno de ustedes al principio de nuestra reunión —pidió Bormann.

Los doce hombres abrieron la carpeta con el sello de «alto secreto» en su portada y buscaron entre los papeles el informe solicitado por Bormann.

—Ahora que tienen todos ustedes el informe financiero, les diré cuál será la misión de cada uno. El teniente coronel Eichmann será el encargado de redactar la lista Odessa, con los nombres de los candidatos pertenecientes a las SS y que deben ser salvados por nuestra organización una vez que finalice la guerra…

—¿La Gestapo estará incluida en esta lista? —preguntó Brunner.

—Sí, también la Gestapo, aunque se le dará prioridad a las SS y a los altos miembros del partido —respondió Bormann—. Usted, capitán Brunner, se ocupará de coordinar la lista redactada por el teniente coronel Eichmann y comenzará a tramitar las documentaciones falsas que utilizarán los camaradas de la Hermandad para llegar hasta refugios seguros.

Tras dar un largo sorbo de agua, Bormann continuó con el reparto de labores en la nueva organización que se estaba creando en ese mismo momento.

—Ustedes, señores Flick, Krupp y Vögler, se ocuparán de entregar fondos a través de sus agencias subsidiarias y filiales de sus empresas en el extranjero, principalmente en Suiza y Argentina, para financiar los primeros pasos de Odessa.

—Pero eso no será suficiente. Estoy seguro —interrumpió Friedrich Flick.

—No se preocupe por eso, Herr Flick. Hemos pensado y diseñado desde hace algunos años otras formas de financiación de nuestra organización, como depósitos de oro en diversos bancos suizos a través del Reichsbank, o las joyas y el oro sustraídos a los judíos en los campos de concentración por el departamento del teniente coronel Eichmann. Parte de ese oro y de esas joyas judías ayudarán para que los mejores de los nuestros se escondan a la espera de la llegada de un nuevo Reich —repuso Bormann—. Continuemos. El presidente y ministro de Economía Funk se ocupará de dar un brillo de legalidad a las operaciones de oro con Suiza a través de certificados del Reichsbank. Ustedes, señores Puhl y Von Schröeder, se ocuparán de establecer comunicaciones de doble vía con los gnomos de Berna y Zúrich con el fin de aligerar las operaciones de desvío de fondos procedentes del dinero y las joyas incautadas a los judíos desde los campos de exterminio, para que se convierta en dinero legal y limpio ante cualquier tipo de rastreo por parte de las autoridades económicas y financieras de las potencias enemigas tras el fin de la guerra.

Tan sólo Funk y Von Schröeder sabían a qué se refería Bormann cuando hablaba de los «gnomos». Esta expresión era la forma despectiva con la que el propio Adolf Hitler calificaba a los banqueros y miembros del gobierno suizo que colaboraban con la Alemania del Tercer Reich. El Führer los despreciaba absolutamente, pero los necesitaba en la misma medida.

—Ustedes, caballeros de la IG Farben, utilizarán sus contactos en el extranjero para crear empresas fantasmas en países como España, Portugal, Argentina, Brasil, Colombia y algunos otros más de esa zona con el fin de crear futuras tapaderas que puedan dar cobijo legal a los miembros de la Hermandad ante las autoridades de esos países. Una vez que termine la guerra, estoy seguro de que los americanos y los británicos se dedicarán a presionar a terceros países para que nuestros camaradas sean entregados por las acciones llevadas a cabo durante la contienda —precisó Bormann.

—¿Y cuál será mi función? —preguntó interesado Edmund Lienart.

—Usted, amigo Lienart, será el núcleo, el centro de todas las operaciones de Odessa. Todas las acciones llevadas a cabo por el resto de personas que han formado parte de esta reunión se concentrarán en usted. Nadie, ningún servicio de inteligencia enemigo dudará ni sospechará de un ciudadano francés una vez que finalicen con la destrucción de nuestra querida Alemania. Ningún bolchevique, inglés o americano, ni siquiera los franceses de ese títere llamado De Gaulle sospecharán de usted. Nadie pensará que un ciudadano francés, sin tacha, pueda dirigir y coordinar la más importante y secreta operación de evasión de toda la historia, las operaciones de fuga de importantes miembros de las SS y del partido cuando la destrucción de nuestra nación acabe con el fin del Tercer Reich. Ésa será su misión, amigo Lienart — reveló el secretario del Führer.

—Esa coordinación de la que usted habla, ¿cuándo se hará efectiva? —inquirió el francés.

—Desde este mismo momento. En el acto. Usted será una especie de ministro plenipotenciario de Asuntos Exteriores de Odessa. Tendrá que viajar por Europa buscando poderosos aliados con los que podamos contar una vez que los enemigos del Reich inicien la búsqueda de nuestros camaradas. Para ello, tendrá libre acceso y paso para franquear las fronteras bajo dominio de la Wehrmacht en todos los países controlados por Alemania, incluidos los territorios ocupados. Su misión será encontrar y convencer a esos poderosos futuros aliados para que nos brinden su ayuda desinteresada o no tan interesada. Le facilitaremos una tarjeta amarilla especial que le dará libre acceso a todas las instalaciones del Reich. Con esa identificación nadie le hará preguntas.

—¿Quiere eso decir que se les pagará por su ayuda a Odessa? —preguntó Lienart.

—Sí, con oro, y en esa función le ayudarán los cantaradas Puhl y Von Schröeder, que serán los únicos autorizados para intervenir y mediar con los gnomos suizos. Sólo ellos —recalcó Bormann mientras daba una palmada sobre la mesa. Y añadió—: Fantástico. Ya tienen una idea general del plan. Ahora, si tienen alguna pregunta, estaré encantado de responderles —dijo el secretario de Hitler sin dejar de mirar a sus interlocutores.

—¿Qué sucedería si alguno de nosotros no aceptara entrar en su magnífico plan de Odessa? —preguntó Vögler.

Bormann soltó una fuerte carcajada.

—Amigo Vögler, no me gustaría que algún peón de las SS pueda interesarse por usted. Antes de que acabemos nuestra reunión les pediré su apoyo incondicional. Necesitaré un sí rotundo. Unánime. No quiero decir al Führer esta misma noche que alguno de ustedes no ha apoyado a una futura gran Alemania, ¿o tal vez preferiría decírselo usted mismo?

—No, por favor… —balbuceó Vögler—. Nuestro Führer, y usted como su representante, sabe que cuenta con mi incondicional apoyo al proyecto Odessa.

—Al término de esta misma semana sabrán todos ustedes los siguientes pasos que deben seguir, que tendrán que ser efectivos y rápidos. El tiempo se nos echa encima y no podemos perder ni un instante. Todo debe quedar bien atado. Y ahora, quiero oír su voto a la operación Odessa —señaló Bormann.

—Mi voto es un sí, en nombre del Reichsbank —respondió Funk.

—El mío también es un sí rotundo —apuntó Puhl.

Uno por uno, fueron pronunciando todos el «sí» al proyecto de Martin Bormann. Lienart, antes de responder, miró al resto de los presentes, muchos de los cuales habían dado su apoyo a Odessa sin demasiado entusiasmo, como los Krupp o Flick. Al fin y al cabo, sabían que tendrían que ser ellos los que financiasen en su mayor parte la operación ideada por aquel tipo al que despreciaban.

—Señor Lienart, ¿cuál es su voto? —preguntó Bormann.

Tras unos segundos, el magnate francés dio su «sí» al poderoso secretario del Führer.

—Sí, claro. Mi voto es un sí rotundo —dijo sin mucho entusiasmo.

—Como todo ha quedado ya claro, les propongo dar por finalizada nuestra reunión y volver a nuestras tareas. Muchos de ustedes han tomado notas. Memorícenlas y destrúyanlas. El mayor Voss preparará una discreta transcripción para que se la puedan presentar a sus superiores, pero nadie más debe conocer el contenido de esta reunión.

Todos sus comentarios me serán transmitidos a través del mayor Voss. Debemos sentirnos satisfechos, créanme. Muchas gracias a todos ustedes por haber asistido. Los que lo deseen pueden disfrutar de los manjares con los que nos ha obsequiado el mayor Voss o bien regresar ya a sus destinos. Buenas noches a todos —se despidió Bormann.

Los trece hombres fueron estrechándose las manos y se dirigieron hacia la salida del hotel Maison Rouge. Un miembro de las SS iba llamando a los conductores de cada uno de los magnates y banqueros que habían acudido a aquella cita. Cuando Edmund Lienart se disponía a abandonar el gran salón, Martin Bormann le cogió del brazo y lo condujo a un rincón apartado para que nadie pudiera oír lo que iba a decir.

—Será mejor que salgamos a la terraza —le invitó Bormann.

Ambos encendieron un cigarro mientras observaban las primeras luces que se encendían en los alrededores de la plaza.

—Cuando acabe la guerra, me gustaría venir a vivir a esta ciudad. Tal vez tener una casa en las afueras… cuando ya no tenga responsabilidades en el partido —contó Bormann observando la cara de escepticismo de Lienart—. Veo que usted, amigo Lienart, es poco soñador. La política es un juego feo. Lo sé muy bien. Considero que el ejército, en este caso las SS, requiere una disciplina para hacer lo impensable. La política requiere habilidad para que otros hagan lo impensable por ti. De momento, necesitamos en la misma medida tanto a la política como al ejército.

—¿Cuánto tiempo tengo para responder? —preguntó Lienart.

—¿Para responder qué, amigo mío?

—Me gustaría que fuera el propio Führer quien me ratificara lo que usted me ha comunicado. Sólo aceptaré hablar con el Führer, y sólo de él aceptaré esta misión.

En ese momento, Martin Bormann soltó una sonora carcajada y le dio una palmada en la espalda al francés.

—Su amigo, nuestro Führer, le conoce a usted muy bien. Sabía que iba a reaccionar tal y como lo ha hecho: poniendo en tela de juicio mis órdenes. Y ahora le pregunto, si el Führer le da la orden personalmente, ¿aceptará cumplirla sin rechistar?

—Sí, aceptaré la misión sin rechistar por el bien del renacimiento de un nuevo Reich —respondió Edmund Lienart.

—De acuerdo. Mañana por la mañana le recogerá un coche en Berlín que le llevará hasta el aeropuerto y un avión le trasladará hasta Berchtesgaden. Allí será recibido por el Führer en el Berghof. Nuestro Führer le ratificará mis órdenes y su misión en Odessa —indicó Bormann.

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