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Authors: Eric Frattini

El Oro de Mefisto (7 page)

Con el paso de los años y los continuos viajes de negocios de Edmund, Magda se acostumbró a la soledad y a llevar con mano de hierro los negocios y las propiedades familiares. También se acostumbró a las repetidas infidelidades de su marido. A fin y al cabo, siempre regresaba a su lado. Su hijo desaprobaba los escarceos de su padre, pero los condenaba más por ser una traición hacia su madre, a la que adoraba, que por el simple hecho de mantener una relación sexual con otras mujeres fuera del matrimonio.

Justo una hora antes del amanecer, el mayordomo despertó a Edmund Lienart de un profundo sueño.

—Herr Lienart, le traigo el desayuno —anunció.

—Déjelo sobre la mesa —respondió Lienart mientras buscaba con la mano las pequeñas gafas de metal redondas.

—En una hora y media le recogerá un coche para trasladarlo hasta el Kehlsteinhaus. Allí le espera el secretario Bormann.

—No se preocupe, estaré preparado.

Tal y como le habían anunciado, un oficial de las SS llamó a la puerta justo una hora y media después para decirle que el coche le estaba esperando. «Mentes cuadriculadas», pensó Lienart mientras se ponía el reloj.

Lienart estaba de nuevo sentado en el Mercedes de Hitler y se dirigía al corazón de aquella región: la fortaleza alpina. Intentaba observar en lo alto el edificio conocido como Kehlsteinhaus o Nido del Águila. El camino de ascenso era sinuoso y estaba lleno de curvas cerradas. La carretera, con numerosos baches y muy empinada, trepaba entre grandes rocas y finalizaba en una gran plaza abierta justo a los pies de la montaña. Un largo túnel perforaba uno de sus flancos. Lienart observó el techo del túnel, cubierto por pequeñas gotas de agua debido a la condensación. Llegaba hasta una gran sala redonda cubierta por una cúpula, donde había un ascensor forrado en cobre que aguardaba al visitante para llevarle hasta el poderoso secretario del Führer, Martin Bormann. La única decoración del ascensor era un profundímetro, regalo de la unidad de U-Boote al propio Hitler.

Al llegar a su destino, la parte superior de la abertura vertical daba a una gran galería de columnas romanas, un vestíbulo circular con ventanas alrededor donde se experimentaba la sensación de estar flotando en la dorada luz de un crepúsculo alpino.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, el secretario esperaba ya a su invitado. Bormann le estrechó la mano, como si de un amigo de la infancia se tratase. A sus espaldas había un hombrecillo algo atildado, embutido en una guerrera gris y con unos pantalones negros de montar, un individuo que Lienart identificó como el general de división Heinrich Müller, jefe de la Sección IV de la Oficina Central de Seguridad del Reich, conocida también como Gestapo. Su figura destacaba claramente entre las demás. Tal vez era el respeto que infundía en el resto del grupo. Los otros tres hombres que acompañaban a Bormann y Müller eran totalmente desconocidos para el recién llegado.

—Herr Lienart —saludó Bormann con gran solemnidad—, le presento al teniente general SS Odilo Globocnik, al comisario Koch y al teniente general SS Oswald Pohl.

Edmund Lienart estrechó las manos de los cuatro hombres. Poco después supo que Globocnik era un auténtico héroe dentro de la maquinaria de muerte del Tercer Reich, como máximo responsable de la liquidación de medio millón de judíos en el gueto de Varsovia, de quince mil en el gueto de Bialystok, incluidos mil doscientos niños, y de la supervisión de la deportación a los campos de exterminio de noventa y cinco mil judíos desde Lublin. En total, Globocnik era responsable directo de la muerte de más de seiscientas mil personas. Koch era el sanguinario comisario del Reich para la Ucrania ocupada, y Pohl, el responsable de la dirección general de Economía y Administración de las SS bajo las órdenes directas del Reichsführer Himmler.

Mientras recorrían el pequeño edificio, Lienart pensó en Bormann, en aquel trono artificial en lo alto de la roca construido por más de tres mil quinientos trabajadores, como el típico nacionalsocialista obsesionado por la megalomanía alemana. Se había cuidado hasta el más mínimo detalle. Incluso los estilizados leones usados como manillares habían sido diseñados para la ocasión por el escultor favorito del Führer, Arno Brecker.

—Cuando, en medio de la noche, observo al Führer en el Obersalzberg, doblegado por la carga de responsabilidades y preocupaciones que pesan sobre sus hombros, más le admiro y respeto, y mayor es el amor que siento por él. Realmente, es el Führer de la nación, y soporta esa gran responsabilidad, algo que jamás ha soportado un hombre de Estado —apuntó Bormann mientras admiraba el paisaje desde la terraza del Kehlsteinhaus, dando la espalda a Lienart.

La estancia era ovalada y estaba coronada por una gran chimenea de mármol rojo, regalo del Duce al Führer. Los cinco hombres procedieron a sentarse en unos confortables sofás colocados para la ocasión.

—Amigos míos, todos ustedes saben para qué estamos aquí reunidos y para qué han sido convocados hoy —dijo Bormann para romper el hielo—. En primer lugar, confirmar con Herr Lienart que las deliberaciones surgidas de nuestro encuentro en Estrasburgo han sido ratificadas por el Führer en persona, ¿no es así?

—Así es —respondió Lienart.

—Ahora que todo ha quedado claro, estableceremos los puntos para nuestra reunión. Por supuesto, nada debe quedar por escrito.

La reunión fue bruscamente interrumpida por la entrada de dos camareros de las SS con tazas de café caliente y bollos. Cuando abandonaron el salón, Bormann retomó la palabra.

—Primero oiremos el informe que ha realizado el teniente general Pohl. Adelante —invitó Bormann al especialista en economía de las SS.

—De acuerdo —dijo mientras abría una carpeta roja con el distintivo de la doble S rúnica y con el nombre de Odessa en la portada—. He establecido comunicación con los dos grupos que conformarán las líneas directas de financiación de Odessa. En primer lugar, los señores Flick, Krupp y Vögler han realizado ya los primeros depósitos en cuentas numeradas de Suiza y en diferentes cuentas de España y Portugal. Sus titulares son empresas fantasmas cuya cobertura está garantizada por las operaciones en el extranjero de la IG Farben. Tan sólo Herr Lienart, aquí presente, tendrá libre acceso a los fondos depositados en esas cuentas. Por otro lado, el ministro Funk, responsable del Reichsbank, me ha informado de que el enlace de Odessa con los gnomos suizos serán los señores Puhl y Von Schröeder. Así quedó establecido en Estrasburgo. He recibido una primera lista del teniente coronel Eichmann y de su adjunto, el capitán Brunner, con la primera lista de candidatos para entrar en el programa Odessa. La mayoría de los miembros que conforman la lista son miembros de las SS y la Gestapo.

—¿Cómo se ha hecho la selección? —interrumpió Müller.

—Primero se establecieron cinco grupos prioritarios: altos dirigentes del partido, altos oficiales de las SS y Gestapo, miembros de la Gestapo, policías regulares bajo órdenes de las SS y guardianes de campos de concentración —respondió Pohl.

—Eso es mucha gente —afirmó Müller.

—La lista establecida por Eichmann afecta a los elegidos entre los 45.000 agentes de la Gestapo responsables de que se cumplan las órdenes en las calles; otros 65.000 agentes que se ocupan de la detención de enemigos del Estado; 2.800.000 policías regulares bajo órdenes directas de las SS; casi 40.000 guardianes de campos de concentración repartidos por veinte campos principales y ciento sesenta campos de trabajos forzados; miembros de las SS o de la Waffen y que suman casi 950.000, más otros 100.000 informadores de las SS que forman parte del servicio de seguridad del Reich y, por último, hay que sumar un número no establecido de altos miembros del partido y que, sí o sí, deben ser evacuados por Odessa —destacó Pohl.

—Los miembros de las SS deben tener prioridad. Ninguno puede ser capturado. Hay que impedir a toda costa que determinados secretos trasciendan al pueblo alemán. Ningún SS puede jamás comparecer ante ningún tribunal ordinario —sentenció Koch.

Aquella afirmación del comisario del Reich en Ucrania provocó una sonora carcajada en Bormann.

—¿Cree usted, amigo mío, que los soviéticos, o los estadounidenses, o los ingleses, no conocen ya la existencia de nuestros campos? No sea iluso. Recuérdenos las cifras, señor Pohl —invitó Bormann.

—Sí, señor ministro —respondió el responsable de economía de las SS—. Sólo las SS han liquidado a 2,5 millones de polacos, a 520.000 gitanos, a 473.000 prisioneros rusos y calculo que unos 4 o 5 millones de judíos. En esta cifra no están incluidos, claro está, los más de 100.000 incurables.

—¿Quiénes son los incurables? —preguntó Lienart.

—¡Oh! Son todas aquellas personas arias, la mayor parte de nacionalidad alemana, que fueron gaseadas con arreglo al programa de eutanasia —respondió Oswald Pohl sin la menor emoción y con germánica precisión.

Las cifras reveladas por Pohl, casi de memoria, provocaron cierto estupor en Lienart, que hasta entonces no conocía la magnitud de la maquinaria de muerte creada por el régimen nazi desde los años treinta. No dejaba de observar los fríos ojos de aquel burócrata de las SS que recitaba cifras de muertos como si se tratase del balance de una gran compañía.

Pohl era un veterano del partido y pertenecía a la sección naval de las SA. En 1934, hacía diez años, Himmler lo retiró de allí y lo convirtió en director administrativo de las SS. Con el paso del tiempo se hizo casi indispensable para el propio Himmler. Pohl era un hombre con un poder ilimitado. Hasta su llegada, los oficiales de alto rango gozaban de una considerable independencia en cuanto al dinero. Pohl consiguió que Himmler diera instrucciones precisas para obtener un permiso para todos los pagos que realizaban las SS en general y que fuera obligatorio que todos esos pagos los controlara y auditara él mismo.

—Por orden del ministro secretario Bormann se ha decidido mediante una orden secreta del propio Führer el desvío de una importante cantidad de fondos para financiar Odessa —declaró Pohl.

—¿De cuántos fondos estamos hablando? —preguntó Lienart.

—Se calcula que en menos de un año se habrán desviado fondos cercanos a los ochocientos millones de dólares americanos y cerca de noventa y cinco toneladas de oro —aclaró el experto en economía de las SS.

—¿De dónde proceden esos fondos principalmente? —inquirió el responsable máximo de Odessa.

—En su mayor parte, del entramado industrial de las SS y de la Sección D de la Dirección General de Economía y Administración.

—Perdone mi desconocimiento, teniente general Pohl, pero ¿qué es la Sección D?

—No se preocupe, Herr Lienart, estoy a sus órdenes para todo lo que usted necesite para llevar a buen término la operación Odessa y para informarle acerca de todos aquellos temas que desconozca. Las fuentes de financiación de Odessa por parte de las SS serán el grupo de empresas dirigidas por nosotros y la Sección D. Esta sección se estableció hace tres años para administrar los valores y propiedades extraídas desde los campos de concentración. En el grupo de empresas figuran las fábricas alemanas de armas, de porcelana, de minerales y piedras y textiles cuyos trabajadores son en su mayor parte prisioneros de los campos. También han sido desviados fondos del grupo industrial de provisiones hacia los destacamentos de las SS. En este último grupo están incluidas panaderías, carnicerías, cantinas, balnearios de descanso para el personal, empresas agrícolas y madereras y editoriales e imprentas.

—Por lo menos, los restos de esos judíos ayudarán a Odessa —bromeó Müller.

La broma no hizo sonreír a ninguno de los allí presentes. Pohl informó a Lienart de forma precisa que la Sección D era la encargada de reciclar todas las pertenencias de aquellos pobres desgraciados que acababan en las cámaras de gas y en los crematorios de los principales campos de concentración. Lo más preciado era el pelo y los dientes de oro que los Sonderkommandos les arrancaban a los cadáveres antes de arrojar los cuerpos a los hornos crematorios. Pero eso era sólo el principio.

—¿Dónde se depositará el oro?

—El oro de los dientes se analiza y, una vez que se establece la calidad del material, se funde en lingotes y se traslada en convoyes especiales hasta las cámaras del Reichsbank en Berlín. Allí se les otorga un sello de autenticidad e inmediatamente se envían como depósitos legales a Suiza. Allí, los lingotes se convierten en dinero en efectivo, en la moneda que usted desee —precisó Oswald Pohl.

—Muchas gracias, teniente general Pohl. Ha sido muy eficiente en sus explicaciones —interrumpió Bormann—. Debo decirle, Herr Lienart, que todas las operaciones entre el Reichsbank y Suiza se harán, por supuesto, bajo su control, pero siempre a través de los señores Puhl y Von Schröeder, a los que conoció en Estrasburgo. Es mejor que esa desagradable tarea con los gnomos sea llevada diligentemente por personas que saben como actúan esos tramposos y avariciosos suizos comedores de chocolate.

Tras una breve pausa, los cinco hombres volvieron al Kehlsteinhaus. Martin Bormann volvió a tomar la palabra.

—Herr Lienart, ahora que ya conocemos, gracias al señor Pohl, la cuestión financiera, serán el teniente general Odilo Globocnik y el comisario del Reich Erich Koch quienes le informarán de las cuestiones de seguridad.

El primero en hablar fue el comisario Koch.

—Como bien sabe, Herr Lienart, la operación Odessa debe permanecer en el más absoluto secreto hasta que un Cuarto Reich pueda renacer de sus cenizas. Para ello, hemos sido elegidos por el ministro secretario Bormann, aquí presente, para ocuparnos de la seguridad de toda la operación.

—¿Qué problemas de seguridad pueden crearse? —preguntó Lienart.

—Cada día que pasa, y cuanta más gente esté involucrada, la seguridad de Odessa se cuestionará cada vez más. Las filtraciones son algo humano y nadie puede asegurar que en una reunión de cantaradas, en una reunión del partido o en un encuentro de oficiales de las SS o la Gestapo alguien no se vaya de la lengua. Nuestro trabajo será cortar esas lenguas —explicó Globocnik.

—Hemos elegido a seis miembros de las SS, de reputada fidelidad a la causa y al Tercer Reich, cuya identidad sólo conocerá usted, el teniente general Globocnik y yo mismo. —Koch dio un sorbo a su café y continuó hablando mientras le tendía a Lienart seis carpetas con el escudo de las SS en la portada de los expedientes—. Lea sus expedientes militares y recuerde sus nombres. Todos serán retirados del frente y quedarán destinados a Odessa, bajo sus órdenes. Sólo actuarán cuando usted se lo indique.

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