El pasaje (4 page)

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Authors: Justin Cronin

Asunto: Enlace con satélite activado

Paul:

Saludos desde las selvas de Bolivia, axila de los Andes sin salida al mar. Desde donde estás sentado ahora, en el glacial Cambridge, viendo caer la nieve, estoy seguro de que un mes en los trópicos no suena tan mal. Pero créeme: esto no es St. Barts. Ayer vi una serpiente del tamaño de un submarino.

El viaje fue tranquilo. Dieciséis horas de vuelo hasta La Paz, después un transporte gubernamental más pequeño hasta Concepción, en la cuenca de la selva occidental del país. A partir de aquí ya no existen carreteras decentes. Todo es puro campo, y viajaremos a pie. Todos los miembros del equipo están muy emocionados, y la lista sigue aumentando. Además del grupo de la UCLA, Tim Fanning, de Columbia, se reunió con nosotros en La Paz, al igual que Claudia Swenson, del MIT (creo que me dijiste que la conocías de Yale). Además de su no escaso carisma, te alegrará saber que Tim se presentó con media docena de ayudantes de posgrado, por las buenas, de modo que la media de edad del equipo descendió unos diez años y el equilibrio de sexos se decantó con firmeza por el femenino. «Son unos científicos impresionantes, todos y cada uno de ellos», insistió Tim. Tiene tres ex esposas, cada una más joven que la anterior. Ese tipo nunca aprenderá.

Debo decir que, a pesar de mis recelos (y de los tuyos, y de los de Rochelle, por supuesto) en cuanto a lo de implicar a los militares, el cambio ha sido enorme. Sólo el USAMRIID cuenta con la fuerza y el dinero suficientes para reunir un equipo como éste, y hacerlo en un mes. Tras años de intentar que la gente escuchara, tengo la sensación de que una puerta se ha abierto de repente, y lo único que hemos de hacer es atravesarla. Ya me conoces, soy un científico de pies a cabeza, y en mis huesos no hay lugar ni para una pizca de superstición. Pero en parte creo que ha sido obra del destino. Después de la enfermedad de Liz, de su larga batalla, es irónico que se me haya concedido al fin la oportunidad de solucionar el misterio más grande de todos: el misterio de la muerte. De hecho, creo que a ella le habría gustado estar aquí. Puedo verla, con aquel gran sombrero de paja, sentada sobre un tronco al lado del río, leyendo a su amado Shakespeare bajo el sol.

Por cierto, felicidades por haber conseguido la cátedra en propiedad. Antes de irme, me enteré de que el comité te había votado por aclamación, cosa que no me sorprendió después de la votación del departamento, de la cual no estoy autorizado a hablarte, aunque puedo decirte, extraoficialmente, que fue unánime. No sabes lo aliviado que me siento. Da igual que seas el mejor bioquímico que he conocido en mi vida, un hombre capaz de conseguir que la proteína microtubular de un cicloesqueleto se ponga en pie y cante el «Aleluya». ¿Qué habría hecho durante la hora de comer si mi compañero de
squash
no hubiera conseguido la cátedra?

Un beso a Rochelle, y dile a Alex que su tío Jonas le traerá algo especial de Bolivia. ¿Qué te parece una cría de anaconda? Me han dicho que son unos estupendos animales de compañía, siempre que los mantengas bien alimentados. Espero que lleguemos a tiempo del primer partido de los Sox. No tengo ni idea de cómo conseguiste las entradas.

Jonas

De: [email protected]

Fecha: miércoles, 8 de febrero, 8:00

Para: [email protected]

Asunto: RE: A por ellas, campeón

Paul:

Gracias por tu mensaje, y por tu muy sabio consejo, por supuesto, respecto a las posgraduadas bonitas de Ivy League. No puedo decir que no esté de acuerdo contigo, y durante más de una de las noches solitarias que he pasado en mi tienda, la idea se me ha pasado por la cabeza. Pero no entra en mis planes. De momento, Rochelle es la única mujer para mí, y puedes decirle que así lo he dicho.

La noticia, y ya puedo oír a Rochelle diciendo «te lo dije», es que da la impresión de que nos han militarizado. Supongo que era inevitable, al menos desde que acepté el dinero del USAMRIID (y estamos hablando de un montón de dinero; el reconocimiento aéreo no sale barato, veinte mil pavos por cambiar la orientación de un satélite, y eso sólo te proporciona media hora). De todos modos, nos parece tirado. Ayer estábamos haciendo los últimos preparativos cuando un helicóptero aterrizó en el campamento base, y bajó un pelotón de Fuerzas Especiales, todos armados como si fueran a tomar un fortín enemigo: camuflaje de la selva, la pintura de guerra verde y negra, las gafas de rayos infrarrojos y los M-19 de alta potencia sin apenas retroceso, y toda la pesca. Unos tíos muy profesionales. Un tipo trajeado, civil, parece ser el jefe. Se acerca hacia mí atravesando el campo y me doy cuenta de lo joven que es, no le echo ni treinta años. También está bronceado como un jugador de tenis.

¿Qué está haciendo con un pelotón de operaciones especiales? «¿Tú eres el tío de los vampiros?», me pregunta. Ya sabes lo que opino de esa palabra, Paul. Intenta entrar en un servidor después de buscar la palabra «vampiro». Pero sólo por ser educado, y porque, qué coño, parece que sus hombres tienen armas suficientes como para derrocar al gobierno de un país pequeño, le contesto: «Claro que soy yo». «Mark Cole, doctor Lear», dice, y me estrecha la mano con una gran sonrisa. «He venido desde muy lejos sólo para conocerlo. ¿Sabe una cosa? Ahora es usted comandante.» Comandante ¿de qué?, pienso. ¿Qué están haciendo aquí estos tíos? «Esto es una expedición científica civil», le digo. «Ya no», contesta. «¿Quién lo ha decidido?», pregunto. Y me contesta: «Mi jefe, doctor Lear». «¿Y quién es su jefe?», le pregunto. Y él dice: «Doctor Lear, mi jefe es el presidente de Estados Unidos».

Tim se cabreó mucho, porque sólo le nombraron capitán. Yo soy incapaz de distinguir a un capitán del coronel Sanders, el del Kentucky Fried Chicken: para mí todos son iguales. Fue Claudia quien montó el número. Amenazó con recoger sus cosas y volver a casa. «Yo no voté a ese individuo y no pienso unirme a este puto ejército, diga lo que diga ese imbécil.» Da igual que ninguno de nosotros lo votáramos: todo esto parece una broma de mal gusto. Pero resulta que ella es cuáquera. Su hermano menor fue objetor de conciencia durante la guerra de Irán. Al final, conseguimos tranquilizarla y lograr que se quedara, con la promesa de que no tendría que cuadrarse ante nadie.

La cuestión es que no consigo imaginar por qué están aquí estos tipos. No porque los militares no estén interesados, pues al fin y al cabo estamos gastando su dinero, y me siento agradecido por ello, sino por lo siguiente. ¿Por qué envían un pelotón de Operaciones Especiales (técnicamente son de «reconocimiento especial») para cuidar de un puñado de bioquímicos? El tipo del traje (yo diría que es de la Agencia de Seguridad Nacional) me dijo que la zona que estábamos atravesando estaba controlada por el cártel de la droga Montoya, y los soldados han venido a protegernos. «¿Qué impresión causaría el que un equipo de científicos estadounidense fueran asesinados por señores de la droga de Bolivia? —me preguntó—. No sería una buena noticia para la política exterior estadounidense, ni muchísimo menos.» No le llevé la contraria, pero sé muy bien que en la región donde vamos no hay ninguna actividad relacionada con las drogas. Ésta se concentra en el oeste, en el altiplano. La cuenca oriental está prácticamente deshabitada, salvo algunos poblados indios dispersos, la mayoría de los cuales no tienen contacto con el exterior desde hace años. Además, él
sabe
que yo lo sé.

Esto me tiene intrigado, pero, por lo que sé, no afecta a la expedición. Contamos con cantidad de armamento para la travesía. Los soldados no dicen ni pío, ni siquiera les he visto abrir la boca. Es muy raro, pero al menos no se entrometen.

De todos modos, partimos por la mañana. La oferta de una cría de serpiente aún sigue en pie.

Jonas

De: [email protected]

Fecha: miércoles, 15 de febrero, 23:32

Para: [email protected]

Asunto: Ver adjunto

Adjunto: DSC00392.JPG (596 KB)

Paul:

Han pasado seis días. Siento no haber mantenido el contacto, y dile por favor a Rochelle que no se preocupe. Ha sido difícil avanzar por este camino, abriéndose paso entre la intrincada espesura y la lluvia constante. Es muy difícil comunicarse vía satélite. Por la noche, todos comemos como mozos de labranza y nos desplomamos agotados en nuestras tiendas. Nadie huele demasiado bien, por otra parte.

Pero esta noche estoy demasiado desvelado como para dormir. El anexo explicará el motivo. Siempre he creído en lo que estamos haciendo, pero he tenido mis momentos de duda, por supuesto, noches de insomnio en que me he preguntado si todo esto era una locura, una especie de fantasía inventada por mi cerebro cuando Liz se puso tan enferma. Sé que tú también lo has pensado. Por lo tanto, sería un idiota si no me cuestionara mis motivos. Pero ya no.

Según el GPS, aún nos encontramos a unos veinte kilómetros del yacimiento. La topografía coincide con el reconocimiento por satélite: hay una espesa llanura selvática, pero junto al río hemos detectado un profundo barranco con paredes de piedra caliza sembradas de cuevas. Hasta un geólogo aficionado habría sido capaz de leer en esos barrancos como si fueran las páginas de un libro abierto. Tenemos los habituales estratos de sedimento fluvial, y después, a unos cuatro metros bajo el borde, una línea de color negro carbón. Coincide con la leyenda chuchote: hace mil años, toda la zona quedó ennegrecida por obra del fuego, «una gran conflagración enviada por el dios Auxl, señor del Sol, para destruir a los demonios del hombre y salvar el mundo». Anoche acampamos a orillas del río y escuchamos las bandadas de murciélagos que surgían de las cuevas al anochecer; por la mañana nos dirigimos hacia el este siguiendo el barranco.

Apenas pasaban unos minutos del mediodía cuando vimos la estatua.

Al principio pensé que eran imaginaciones mías. Pero mira la imagen, Paul. Un ser humano, pero no del todo: la postura inclinada del animal, las manos como garras y los largos dientes que llenan la boca, la marcada musculatura del torso, detalles todavía visibles después de... ¿cuánto tiempo? ¿Cuántos siglos de viento, lluvia y sol han transcurrido, erosionando la piedra? Y aun así me dejó sin aliento. Y guarda un parecido indudable con las demás imágenes que te he enseñado: las columnas del templo de Mansarha, las esculturas de la tumba de Xianyang, o los dibujos de las cuevas de Côtes d’Armor.

Esta noche hay más murciélagos. Al final te acostumbras, y encima ahuyentan a los mosquitos. Claudia dispuso una trampa para cazar uno. Por lo visto, a los murciélagos les gusta el melocotón en almíbar, que utilizó como cebo. Tal vez a Alex le gustaría una cría de murciélago...

J.

De: [email protected]

Fecha: sábado, 18 de febrero, 18:51

Para: [email protected]

Asunto: Más jpgs

Adjuntos: DSC00481.JPG (596 KB), DSC00486 (582 KB), DSC00491 (697 KB)

Echa un vistazo a éstos. Ya hemos contado nueve figuras.

Cole cree que nos siguen, pero no me ha dicho quién. Sólo es un presentimiento, dice. Se pasa toda la noche conectado vía satélite, pero no me dice por qué. Al menos, ha dejado de llamarme «comandante». Es joven, pero no tan pardillo como parece.

Por fin hace buen tiempo. Estamos cerca, a unos diez kilómetros, a buen paso.

De: [email protected]

Fecha: domingo, 19 de febrero, 21:51

Para: [email protected]

Asunto:

(Ningún mensaje)

De: [email protected]

Fecha: martes, 21 de febrero, 1:16

Para: [email protected]

Asunto:

Paul:

Te escribo esto por si no regreso. No quiero alarmarte, pero debo ser realista con respecto a la situación. Estamos a menos de cinco kilómetros de la tumba, pero dudo que podamos llevar a cabo la exhumación tal como habíamos planeado. Demasiados de los nuestros están enfermos o muertos.

Hace dos noches nos atacaron. No eran traficantes de droga, sino murciélagos. Llegaron pocas horas después del anochecer, mientras la mayoría estábamos fuera de las tiendas, ocupados en las tareas nocturnas, diseminados por el campamento. Fue como si nos hubieran estado espiando desde el principio, esperando el momento oportuno de lanzar un ataque aéreo. Tuve suerte: había recorrido unos cientos de pasos río arriba, lejos de los árboles, para encontrar buena cobertura de GPS. Oí los gritos, y después los disparos, pero cuando regresé, el enjambre había avanzado río abajo. Cuatro personas murieron aquella noche, incluida Claudia. Los murciélagos la rodearon. Intentó llegar al río (debió de pensar que así se los sacaría de encima), pero no lo consiguió. Cuando por fin pudimos llegar hasta donde estaba, había perdido tanta sangre que ya era inútil. En el caos, otros seis sufrieron mordiscos o arañazos, y ahora todos están enfermos de lo que parece una versión acelerada de la fiebre hemorrágica boliviana: hemorragias bucales y nasales, la piel y los ojos enrojecidos debido al estallido de los capilares, fiebre muy alta, pulmones llenos de líquido, y coma. Nos hemos puesto en contacto con el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, pero sin análisis de tejidos todo son especulaciones. Tim casi se dejó las manos cuando intentaba salvar a Claudia. Es el más enfermo de todos. Dudo que dure hasta mañana.

Anoche volvieron otra vez. Los soldados habían erigido un perímetro defensivo, pero eran demasiados. Debieron de llegar en centenares de miles, un gigantesco enjambre que ocultó las estrellas. Murieron tres soldados, y también Cole. Estaba parado delante de mí. Lo levantaron en volandas antes de despedazarlo como un cuchillo caliente que rebanase un trozo de mantequilla. Apenas ha quedado nada que enterrar.

Esta noche está tranquila, no hay ni un murciélago en el cielo. Hemos erigido un círculo de fuego alrededor del campamento, y eso parece mantenerlos a raya. Hasta los soldados están conmocionados. Los pocos supervivientes estamos decidiendo qué vamos a hacer. Hemos perdido gran parte del equipo. No está claro cómo pasó, pero durante el ataque de anoche un cinturón de granadas fue a parar al fuego, mató a uno de los soldados y destruyó el generador, así como casi todo lo que guardábamos en la tienda de suministros. Pero aún contamos con comunicación vía satélite y corriente suficiente en las baterías como para solicita asangre sansr la evacuación. Deberíamos salir de aquí cagando leches.

Y no obstante, cuando me pregunto por qué debería dar media vuelta ahora, por qué debería volver a casa, no se me ocurre ni un solo motivo. Sería diferente si Liz aún estuviera viva. Creo que durante el año pasado fingí estar convencido de que se había marchado una temporada, y que un día levantaría la vista y la vería parada en la puerta, sonriente como siempre, con la cabeza ladeada para apartar el pelo de la cara. Mi Liz, por fin en casa, ansiosa de una taza de Earl Grey, preparada para pasear junto al Charles bajo la nieve que cae. Pero sé que esto no va a suceder. Es curioso, los acontecimientos de los dos últimos días han aportado a mi mente una especie de lucidez sobre lo que estamos haciendo aquí, y sobre qué hay en juego. No lamento en absoluto estar aquí. No tengo miedo. Llegado el caso, me siento dispuesto a continuar solo.

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