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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el enigma del ataúd (13 page)

La mención a la nueva salida de emergencia hizo estremecerse a Anton. ¡Y eso que sólo era una propuesta de Lumpi!

—¡Pues sí que tienes motivos precisamente tú para alterarte por los demás! —repuso incisiva tía Dorothee—. ¡Si tú supieras que a veces

roncas tan fuerte que es como para taparse los oídos!…

—No has contestado a mi pregunta —observó el pequeño vampiro, bastante repipi, según le pareció a Anton—. ¿El señor Rante ronca o no ronca?

—¿Cómo lo voy a saber yo? —bufó tía Dorothee—. Es precisamente por eso por lo que queremos vivir juntos.

—Probablemente para averiguar quién de los dos ronca más fuerte —contestó el pequeño vampiro riéndose con un graznido.

—¡Rüdiger, como no mantengas la boca cerrada diez minutos —dijo entonces enérgicamente Sabine la Horrible— me voy a ver obligada a expulsarte de la sesión!

—Está bien —gruñó el pequeño vampiro.

Anton, que se había imaginado mucho más rudo el tono de la familia Von Schlotterstein, estaba sorprendido de la paciencia con la que los vampiros adultos trataban a los niños-vampiro.

—¿Tiene alguien alguna otra pregunta?… Quiero decir: ¿una auténtica pregunta? —se hizo oír entonces Sabine la Horrible.

Se oyó un «¡no!» a varias voces.

—Sí, yo sí —dijo entonces una voz de hombre que a Anton le resultó conocida. Si no le fallaba la memoria, era la de Wilhelm el Tétrico—. Yo aún no tengo muy claro de qué familia procede el señor Rante.

—¿De qué familia? —repitió tía Dorothee con una tosecilla apocada—. Bueno, es que… el señor Rante desgraciadamente no es muy comunicativo por lo que respecta a su origen. Yo creo que procede de…, bueno, de una línea colateral algo dudosa que a él le resulta penoso mencionar; ¡sobre todo queriendo emparentar ahora con una familia de vampiros de tan rancio abolengo como la nuestra! Pero a la vista de la acuciante situación en la que nos encontramos hoy en día los vampiros… —suspiró profundamente—. ¡En mi opinión no deberíamos mirar tanto si un vampiro procede de los círculos apropiados, sino mucho más el carácter que tiene!

—¡Una sabia observación! —elogió la voz de hombre.

Se hizo una pausa.

—¿Quiere alguien más hacer una pregunta? —inquirió Sabine la Horrible.

Como nadie contestó, dijo:

—Bien. Entonces ahora le ruego a Rüdiger que conduzca arriba a tía Dorothee para que tenga la bondad de esperar allí el veredicto del Consejo de Familia.

Anton se mordió los labios aterrado. ¿No había dicho Anna que
ella
acompañaría a tía Dorothee, y además al «Castaño Enamorado», donde tía Dorothee se iba a reunir con Igno Rante?

—¡¿Qué?! ¡¿Yo?! —exclamó el pequeño vampiro.

—Sí, tú —se reafirmó Sabine la Horrible—. Además, tú tienes que reparar algunas cosas con tu tía.

—¡Pero realmente quería ir
yo
! —resonó entonces la voz de Anna.

—¿Tú? No, Rüdiger acompañará a tía Dorothee —declaró Sabine la Horrible—. ¿O quieres acaso que el Consejo de Familia delibere sobre la solicitud sin ti? ¡Sinceramente, eso me extrañaría muchísimo!

—Naturalmente que no —contestó rápidamente Anna—. Sólo que yo pensaba que podíamos esperar un poco con la votación.

—¡Esperar, esperar! —exclamó furiosa tía Dorothee—. ¡El señor Rante y yo ya hemos esperado suficiente! ¡Vamos, Rüdiger, ponte en marcha!

Hubo un barullo de voces y se oyó cómo movían los ataúdes.

El discurso de Anna

Anton sintió cómo le castañeteaban los dientes… y eso no era debido sólo a la baja temperatura. ¿Y si ahora el pequeño vampiro, una vez fuera de la cripta, se largara sencillamente de allí y tía Dorothee iba a la nueva salida de emergencia?…

Al pensar aquello Anton sintió como si un puño helado le hubiera agarrado el corazón. Le entraron otra vez temblores. ¿Habría conseguido Anna, quizá, cambiar un par de palabras con Rüdiger en el barullo de la marcha?…

¡Si el pequeño vampiro supiera que Anton estaba en la nueva salida de emergencia, probablemente no le quitaría los ojos de encima a tía Dorothee!

Entre tanto, se había vuelto a hacer el silencio detrás de las lápidas. En medio de aquel silencio, Sabine la Horrible dijo solemnemente:

—Y ahora, queridos míos, vamos a deliberar sobre la solicitud de Dorothee. ¡Si alguno de vosotros tiene alguna objeción en contra de la aceptación a prueba del señor Rante en nuestra Cripta Schlotterstein, que la exponga ahora… o calle para siempre!

Mientras Sabine la Horrible hablaba, Anton no se atrevió a respirar, como si fuera él quien tuviera que proceder en seguida a exponer sus reparos.


Yo
tengo objeciones —dijo entonces Anna.

Lumpi soltó una risita.

—¡Seguro que está enfadada porque ya no puede hacer de dama de compañía, ji, ji!

—¡Lumpi, cállate —le espetó Sabine la Horrible— o te irás a hacerle compañía a Rüdiger!

«¡Oh, no, eso sí que no!», pensó espantado Anton.

—Era sólo una broma —gruñó Lumpi.

—Tú tampoco pareces haber comprendido muy bien del todo la seriedad de la sesión de hoy —le reprochó Sabine la Horrible.

Luego, después de una breve pausa, prosiguió:

—¡Tú, Anna, espero que puedas decirnos los motivos! ¡Ya sabes que un mero presentimiento no es suficiente para levantar la voz contra nadie en el Consejo de Familia!

—No es un «mero presentimiento» —declaró Anna—. Yo he averiguado algo sobre el señor Rante… y ese algo, creo yo, es bastante preocupante.

—¿Preocupante? —repitió Lumpi riéndose con un graznido, a pesar de la advertencia de su abuela—. ¡Probablemente ha descubierto que lleva peluca, ja, ja, ja!

—¡Lumpi, ésta es mi última advertencia! —dijo Sabine la Horrible con inusitada dureza.


No
lleva peluca —repuso majestuosamente Anna—. Pero eso no es a lo que me refiero.

Ella no siguió hablando (presumiblemente para castigar a Lumpi).

—¿A qué te refieres entonces? —la urgió Sabine la Horrible.

—Vosotros ya sabéis que el señor Rante me regaló un vestido —empezó Anna—. En agradecimiento de ello yo también quería regalarle algo. Y como él se interesó tanto por nuestro libro de consulta «¿Cómo ser un perfecto vampiro?»…

—¡¿Cómo?! ¡¿Le has regalado el libro de consulta de la familia?! —le quitó la palabra de la boca Sabine la Horrible.

—No, no se lo he regalado —repuso Anna—. Sólo se lo he prestado.

—¿Sólo? ¡Esto es una imprudencia imperdonable! ¡Desprenderse de nuestro libro de consulta para vampiros en ciernes! —exclamó Hildegard la Sedienta—. Imagínate si se extravía: ¡qué pérdida sería para las generaciones de vampiros venideras!

«¿Las generaciones de vampiros venideras?», pensó aterrado Anton. ¿A quién se refería con eso?… Y además: ¡
él
no había oído hablar nunca de la existencia de tal libro de consulta «¿Cómo ser un perfecto vampiro?»!

—Sí, eso es lo que luego pensé yo también —dijo Anna—. Y por eso anoche fui volando inmediatamente a Villa Vistaclara para recuperar nuestro libro de consulta.

—Buena chica —la elogió Sabine la Horrible—. Ya que te arrepentiste, ha de perdonársete el irreflexivo préstamo que hiciste de la propiedad familiar. ¡Pero ahora cuéntanos qué es lo que descubriste en la villa!

—Pues llegué poco después de media noche —prosiguió con su discurso Anna—. Con cuidado me metí por la ventana del sótano y llegué a la habitación en la que está el gran ataúd marrón del señor Rante. Encendí las velas del candelabro de cinco brazos y miré primero por su escritorio. Pero desgraciadamente todos los cajones estaban cerrados con llave excepto uno, en el que solamente había una hoja. Quizá el señor Rante guarde «¿Cómo ser un perfecto vampiro?» en su ataúd, pensé. Levanté la pesada tapa, ¿y qué es lo que vi?»

—Sí, ¿qué? —exclamó Ludwig el Terrible.

—Allí estaba efectivamente el libro de consulta de nuestra familia —anunció Anna—. ¡Pero vi algo más!

—¿Algo más? —exclamó Sabine la Horrible.

A Anton le parecía que Anna sabía mantener magistralmente la expectación de su audiencia. ¡El aire parecía vibrar!

—Sí, algo más —confirmó Anna—. ¡A los pies del ataúd descubrí una placa de latón!

—¡¿Cómo es eso?! —preguntó irritada Sabine la Horrible—. ¿Desde cuándo los ataúdes tienen placas de latón?

—¡Efectivamente! —dijo Anna—. Entonces, de repente, desconfié. Cogí el candelabro y lo sostuve de tal forma que arrojara su luz sobre la placa. ¿Y qué es lo que leí allí?

Hizo de nuevo una pausa.

—¡Sí, ¿el qué?! —exclamaron varias voces.

—Leí: «Johann Holzrock, mobiliario funerario, modelo 1.ª»

—¿Mobiliario funerario? ¿Modelo 1.ª? —repitió Sabine la Horrible.

—¡Sí! A continuación examiné el ataúd con más detenimiento. ¡Comprobé que era de flamante madera de pino, que no tenía ni un solo agujero de gusanos y que por todas partes asomaba una pegajosa resina de un olor asqueroso!

—¿Resina? ¡Puf! —exclamó Ludwig el Terrible—. Yo no conozco a ningún vampiro que se acueste voluntariamente en un ataúd nuevo… ¡y mucho menos aún en uno de madera de pino, con lo fácilmente que se comba y el olor tan corrosivo a madera verde que tiene!

—Quizá al señor Rante le haya ocurrido alguna pequeña desgracia en su viejo ataúd —dijo Lumpi—. Quizá haya fumado y, entonces, zas…

—¡Tonterías! —bufó Sabine la Horrible—. ¡Tú sabes perfectamente que los vampiros no fuman jamás!… Pero a mí me gustaría saber qué es lo que significa «modelo 1 —añadió poniéndose pensativa—. Y mobiliario funerario… ¡vaya una nueva moda más estúpida de llamar a nuestros hermosos y tradicionales ataúdes!

—Lo que significa «modelo 1.ª» lo averiguaré pronto —declaró Anna—. ¡En cuanto haya hablado con Johann Holzrock!

—¡¿Cómo?! ¡¿Vas a hablar con un ser humano?! —exclamó Hildegard la Sedienta.

—Sólo si
vosotros
me lo permitís —contestó Anna—, y únicamente desde una cabina telefónica.

La votación

Anton oyó cómo diferentes voces se atropellaban nerviosamente las unas a las otras, pero sólo entendió trozos de frases sueltas como «eso es peligroso», «a mí me parece que debería hacerlo» y «la confianza es buena, la desconfianza es mejor».

—¡Yo tengo una pregunta! —resonó entonces la voz de Wilhelm el Tétrico.

En la cripta se hizo el silencio.

—¡Quisiera saber —comenzó Wilhelm el Tétrico— qué es lo que tiene que ver ese Jonathan Holzblock con la solicitud de Dorothee! ¿O es que acaso ya soy demasiado viejo para comprenderlo?

—No, no —aseguró rápidamente Anna—. Pero que pasa algo raro con el ataúd del señor Rante sí que lo has comprendido, ¿no, abuelo?

—Sí, sí —murmuró Wilhelm el Tétrico.

—Ahora yo querría averiguar por todos los medios
qué
es lo que pasa con el ataúd. Y eso sólo puedo conseguirlo si hago un par de investigaciones adicionales. Y por eso querría que nuestra decisión sobre si aceptamos o no la solicitud de tía Dorothee se aplace una semana… ¡hasta el próximo lunes! —Anna hizo una pausa y luego añadió—: ¡Y para entonces ya sabré algo más preciso, os lo prometo!

—Yo preferiría que Lumpi hiciera esas investigaciones adicionales —observó Hildegard la Sedienta—. Al fin y al cabo él es el mayor.

—¡¿Yo?! —gritó Lumpi—. ¡Oh, Drácula mío, no! ¡En la sociedad filarmónica para hombres estamos ensayando nuestras nuevas canciones y no puedo faltar de ninguna manera! Además —añadió hipócritamente—, después de todo ha sido
ella
la que ha descubierto la placa. Así que también debería tener la oportunidad de ser ella sola quien aclare el asunto del ataúd.

—Hum, bajo determinadas condiciones estaría dispuesta a aplazar la decisión una semana —dijo Sabine la Horrible—. Sólo que… ¿cómo se lo explicamos a Dorothee para que no se sienta rechazada ni recelosa?

—Bah… —dijo Anna quitándole importancia—. A nosotros, los niños, tía Dorothee siempre nos dice que las cosas de palacio vampiro van despacio.

—¡Eso es verdad! —se hizo oír Ludwig el Terrible—. Realmente no hay que precipitarse, y menos aún en una decisión de tanto alcance como ésta. Y hasta que no estén despejadas todas las dudas relativas al ataúd del señor Rante…

—Propongo que votemos —dijo Sabine la Horrible:

—Bien, votemos. El que esté a favor de que aplacemos hasta el lunes próximo la decisión sobre la solicitud de Dorothee que levante la mano.

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