De pronto su padre se echó a reír.
—¡Mira allí!
—¿Dónde?
—En ese camino pequeño.
Anton vio ahora también las dos figuras que había debajo de un gran árbol discutiendo vivamente. Llevaban largos abrigos o capas negras, y sus rostros tenían un brillo blanquecino.
¿Eran acaso..., vampiros?
—¡Tiene gracia! —opinó el padre—. También llevan una capa como la de Anna.
—Para —exclamó Anton con voz ronca.
—¿Por qué? —dijo el padre acercándose, no obstante, a la acera.
—¡Y apaga el motor! —dijo implorante Anton.
En ese momento ambas figuras se volvieron y miraron fijamente hacia ellos.
El padre de Anton dio un grito.
—¡Pero si es Anna! —exclamó—. ¿Y quién es la otra?
—¿La o..., otra? —tartamudeó Anton, que estaba tan perplejo como su padre—. ¡Es Ti...,Tía Dorothee!
—¿Tía de Anna?
—Sí —dijo temblando Anton. Al ver a Tía Dorothee le había corrido un escalofrío por la espalda. Su padre se rió. —Si es tía de Anna puedo estar completamente tranquilo. Pero, de todas formas, iré a hablar con ella un momento —declaró queriendo ya abrir la puerta del coche.
—¡No! —exclamó Anton sujetándole de la manga.
—¿Por qué no?
—Porque..., la tía de Anna es..., muy huraña.
—¡Ah! ¿Sí? —se rió simplemente el padre, y se apeó.
Pero entonces Tía Dorothee y Anna dieron media vuelta sobre sus talones y salieron corriendo de allí perdiéndose en la oscuridad.
El padre de Anton se quedó perplejo parado al lado del coche.
—¿Por qué han salido huyendo de mí? —se sorprendió.
Anton se rió irónicamente.
—Probablemente has vuelto a poner una cara de las que dan pavor.
Su padre le lanzó una mirada colérica, pero no dijo nada. Miró indeciso hacia la otra acera. Luego volvió a entrar en el coche.
—Me parece un poco extraño —dijo—. Pero siendo su tía la dejará segura en casa.
—Seguro.
—¡Regresemos!
El padre puso el motor en marcha.
—¿Ya? —dijo satisfecho Anton—. Ahora que empezaba a divertirme.
Su padre se volvió hacia él y se rió irónicamente diciendo con retintín:
—Recoger también es divertido.
—Bah —dijo distendido Anton—. Mamá seguro que ha terminado hace ya tiempo.
Pero, desgraciadamente, se había equivocado. Cuando entraron en la sala de estar su madre estaba sentada en el sofá, tenía las piernas en alto... ¡y estaba leyendo!
—¿Habéis llevado a Anna a su casa? —preguntó.
—Sí... o mejor dicho no —titubeó el padre de Anton. Seguramente no quería reconocer que Anna se le había escapado—. Se encontró con su tía por el camino.
—¿Con su tía? ¡Vaya, qué casualidad!
—De todas formas, era una extraña tía. Apenas me vieron, salieron corriendo las dos de allí. Pero, a pesar de todo, creo que habrá llevado a Anna sana y salva a su casa.
—¡Gracias a Dios!
La madre suspiró aliviada.
Cerró su libro y se puso de pie. Con una mirada a la confusión que reinaba en la habitación dijo:
—Anton debería irse ahora rápidamente a la cama. Mañana temprano tiene mucho que recoger.
—Siempre yo —gruñó Anton trotando hacia la puerta.
—Pregunta a tus amigos a ver si te ayudan —propuso su padre.
Anton le miró por encima del hombro y dijo abismático:
—¿Mañana temprano? Estarán aún en los ataúdes.
Oyó cómo su madre jadeaba indignada.
—¿Ataúdes? —se rió su padre—. ¿Es la nueva moda en camas?
—Sí —gruñó Anton—. Buenas noches.
Al día siguiente estaba lloviendo. En el cielo había espesas nubes y todo era gris y oscuro...: exactamente igual que los ánimos de Anton.
Estaba sentado desayunando, de mal humor, metiéndose en la boca una rebanada de pan con miel.
Su madre miraba por la ventana.
—Qué lástima —dijo ella—. Precisamente hoy que queríamos hacer algo.
Anton levantó interesado la cabeza.
—¿Hacer algo? ¿Conmigo?
—Tú tienes que recoger —repuso ella.
—Gracias por recordármelo —dijo Anton rechinando los dientes—. Casi se me había olvidado.
—Podríamos ir esta tarde al cine —propuso el padre de Anton.
—¿Al cine? ¡Oh, sí! —exclamó contento Anton—. Creo que ponen una película de vampiros.
—Una película de vampiros..., lo que me faltaba —dijo su madre.
El padre de Anton se rió.
—¿Por qué? En un domingo pasado por agua eso puede ser precisamente la distracción adecuada.
Ella, a la defensiva, preguntó:
—¿Y qué clase de película es? Seguro que es una de esas mamarrachadas del año de la pera en la que se salpica el tomate a litros.
—Pues eso es divertido —se rió Anton para sus adentros.
—Y además, así al fin podrás intervenir en la conversación cuando se hable del tema favorito de Anton —dijo el padre.
—No sé.
Ella titubeó. Después de una pausa dijo:
—Pero quizá tengas razón. Quizá debería ver realmente una de esas películas para saber qué es lo que ven en ello los niños de hoy.
—¡Oh, bien! —gritó de alegría Anton.
—Pero lo primero que tienes que hacer es recoger —dijo ella— para que podamos volver a entrar en nuestra sala de estar.
—¿Recoger? ¡No hay problema! —contestó alegre levantándose de la mesa.
Canturreando
Baila un vi-va-vampiro-niño por nuestra casa puso manos a la obra
. Estaba muy contento: le esperaba una entretenida tarde de domingo, ¡y no tenía que pagar la entrada para ver una película de vampiros!
De todas formas, cuando salieron a las seis del cine, Anton dudaba que su idea hubiera sido realmente tan buena.
El rostro de su madre estaba de color cenizo. Dentro del coche hizo recaer en seguida la conversación sobre Anna y Rüdiger:
—Tus extraños amigos me dan ahora aún más miedo.
—¿Y por qué? —se hizo el ingenuo Anton.
—Sus capas, las caras blancas…: todo es exactamente igual que en la película.
El intentó reírse.
—Es que a Anna y a Rüdiger también les gusta el cine.
—No les he visto ni una sola vez a plena luz del día —dijo pensativa—. Y luego ese olor especial que despiden...
—Bah, no son más que cosas de niños —repuso el padre—. Los dos se divierten teniendo un aspecto diferente.
—¡Exacto! —apoyó Anton aliviado—. En el colegio los profesores siempre dicen que no hay que tener prejuicios contra la gente que tiene un aspecto diferente.
Su madre le miró con enojo, pero no dijo nada. Puso en marcha el motor y salió con precaución del hueco donde estaba aparcado el coche.
Seguía lloviendo, y puso en marcha el limpiaparabrisas.
—¡Oh, vaya, los pobres vampiros! —bromeó el padre de Anton—, Con este tiempo se les van a empapar las capas. Seguro que esta noche tendrán que ir a pie.
—¡Muy chistoso! —dijo la madre colérica.
De repente tuvo que frenar en seco: una figura con una larga capa negra había cruzado la calle corriendo por delante del coche.
—¿Lo ves? —se rió irónicamente el padre—. Ese era ya el primer vampiro.
Ella giró la cabeza hacia él y dijo con voz baja e irritada:
—¿Eso crees? Entonces parece que no has puesto atención en el cine.
—¿Por qué?
—Porque el sol no se ha puesto todavía.
Gotas de lluvia que golpean en la ventana
También llovía aún cuando Anton se metió en la cama. Escuchó atentamente en la oscuridad con los ojos abiertos. Las gotas golpeaban regulares y arrulladoras contra el cristal.
Pero luego el ruido se volvió tan alto y tan fuerte que se incorporó enfadado.
—Con este ruido no hay quien se duerma —gruñó..., pero luego se le ocurrió que posiblemente no fuera sólo la lluvia lo que golpeaba contra su ventana...
Saltó de la cama y echó a un lado las cortinas..., y en efecto: en el poyete de la ventana estaba Anna. Su rostro brillaba por la humedad, pero sonreía. Anton abrió la ventana. Ahora vio que ella llevaba una amplia y negra capa impermeable cuya capucha se había echado por encima de la cabeza.
—Hola, Anton —dijo con voz dulce.
—¿Tú? —murmuró—. Yo pensaba que los vampiros no podrían volar cuando llueve...
—¿Por qué no? —respondió ella—. Sólo tenemos que ponernos encima nuestro impermeable... También he traído uno para ti —añadió sacando una segunda capa impermeable.
—¿Para mí? —preguntó asustado.
—Sí. Hoy tienes que ayudarme tú a mí.
—¿Yo? Pero...
Miró hacia la puerta. En la sala de estar estaban sus padres sentados delante de la televisión.
—Olga se marchó anoche de golpe y porrazo —le contó susurrando—. Y ahora Rüdiger vaga completamente desesperado de un lado al otro del cementerio y no quiere comer nada hasta que no regrese Olga.
—¡Pero eso puede resultar peligrosísimo para él! —dijo Anton.
—¡Y tampoco se ha puesto su impermeable! Si Geiermeier y Schnuppermaul le descubren ahora, no podrá salir volando porque su capa está completamente empapada.
Anton callaba consternado.
—¿Y vuestros padres? ¿No cuidan de vosotros? —preguntó después.
Ella sacudió la cabeza.
—Ya sabes cómo son las cosas entre nosotros. Bastante tiene que hacer ya uno por sí mismo... Por eso tienes que ayudarme. ¡Tienes que hablar con él!
Anton titubeó.
—¿Y Olga se ha marchado de verdad?
—¡Por suerte!
—¿Por lo de anoche?... ¿Por lo fuerte que golpeaste la puerta?
—Sí —dijo Anna.
Impaciente añadió:
—Pero ahora ven de una vez antes de que a Rüdiger le pase algo.
—¡Espera!
Anton fue hasta la puerta y dio una vuelta a la llave. Luego se puso un jersey, los pantalones y las zapatillas de deporte.
—¿Qué haces para tardar tanto? —preguntó nerviosa Anna.
—Nada —contestó rápidamente acercándose a la ventana.
Ella le tendió una capa de vampiro.
—Esta es la capa de Tío Theodor que tenía Olga. Y encima de ella va el impermeable.
Le puso con habilidad las dos capas. El impermeable era sorprendentemente ligero; Anton apenas lo notaba. Con precaución, hizo un par de movimientos con los brazos... y empezó a flotar.
—¿De verdad que se puede volar con esto? —preguntó dudando.
Anna se rió en voz baja.
—¡Pues claro! Nosotros usamos estos impermeables desde hace ciento cincuenta años y nunca se ha caído nadie.
Anton no encontró tranquilizadora aquella información.
—Se va tan apretado aquí debajo... —se quejó.
—Ya te acostumbrarás —dijo ella.
Anton miró la lluvia, que caía a mares, y suspiró. ¡Con aquel tiempo no se asomaría a la puerta ni un loco!
Echó una última mirada melancólica a su cálida y seca cama...; después salieron volando.
La lluvia parecía venir de todas partes. Anton intentaba volar tranquila y regularmente. Pero las grandes y pesadas gotas le golpeaban directamente en la cara.
—¡Maldita sea, ya no puedo ver nada! —soltó entre dientes pasándose el dorso de la mano por los ojos.
—Vuela simplemente detrás de mí —le gritó Anna.
—Mi brazo... ¡Se me ha quedado enganchado en la capa!
—¡Espera! Te ayudaré.
Se colocó volando a su lado.
—¡Dame la mano!
El le tendió la mano temblando. Ella la cogió y le atrajo hacía sí.
A Anton se le salía el corazón por la boca. Un poco más y se habría precipitado en el vacío.
—En seguida llegamos —oyó decir a Anna.
Como a través de un tupido velo, vio debajo el viejo muro del cementerio. Volaron por encima de él y aterrizaron en la parte trasera del cementerio.
—¿Lo has pasado mal? —preguntó Anna compasiva.
Anton soltó su mano de la de ella.
—No —mintió él.
¡Ella no debía saber que había tenido un miedo de muerte!
—A mí los vuelos con lluvia me parecen apasionantes —declaró ella—. Pero ahora tenemos que buscar a Rüdiger.
Ella iba corriendo delante y él la seguía con las rodillas temblorosas.
De repente Anna se detuvo.
—Mi lápida... ¡Alguien la ha levantado!
Anton tuvo que reírse irónicamente.
—¿De veras? —dijo.
—Sí. Y también han rasgado con las uñas la capa de moho.
Asombrada, estuvo dando vueltas alrededor de su losa. Luego se agachó y sacó la figura de arcilla con un grito de sorpresa.