El protocolo Overlord (13 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Mientras tanto, Cypher retrocedió corriendo hacia el helicóptero. Los
ninjas
habían cargado ya el cuerpo de Wing y estaban subiendo al aparato. Se metió de un salto en el fuselaje mientras a su espalda se oía el ruido del furioso combate que sostenían Raven y los dos asesinos.

—Vámonos de aquí. Ya tenemos lo que hemos venido a buscar —ordenó Cypher al piloto, que no necesitó que se lo dijeran dos veces. Agarró los mandos y el aparato se elevó por los aires.

Raven no pudo hacer nada para evitar que despegara: bastante tenía con mantener su posición frente a los dos
ninjas
que quedaban en la terraza y defender la vida de Otto. No le habían dado respiro desde que intervino para impedir el asesinato de Otto y, a pesar de su extraordinaria forma física, estaba empezando a fatigarse. Sus atacantes, en cambio, no cejaban en su empeño y seguían obligándola a retroceder.

—Quédese ahí atrás, Otto —dijo manteniéndose entre el chico y los asesinos.

Sabía que tenía que acabar con aquello cuanto antes. Las fuerzas de seguridad de la ciudad estarían a punto de llegar y tenía que ponerse en contacto con Nero para comunicarle lo sucedido. Respiró hondo, intentando concentrar todas sus fuerzas, mientras los
ninjas
volvían a avanzar hacia ella, uno al lado del otro, con movimientos perfectamente sincronizados.

Entonces, Raven pegó un salto.

Voló sobre sus cabezas girando las catanas para que apuntaran hacia atrás mientras navegaba por los aires. Al aterrizar, dobló una rodilla y con los ojos cerrados lanzó a sus espaldas las dos espadas con todas las fuerzas que le quedaban.

Otto vio atónito cómo las dos hojas brotaban violentamente de la seda negra que cubría el pecho de los
ninjas
. Los dos asesinos se retorcieron un par de veces antes de desplomarse. Raven abrió los ojos y, tirando de las hojas desnudas, las liberó de los dos cuerpos, que cayeron lentamente al suelo y luego quedaron inmóviles. Raven echó un vistazo a las hojas y se quedó estupefacta. No había ni una sola gota de sangre en ninguna de las dos.

—Pero qué…

La interrumpió un pitido insistente que provenía de los dos cadáveres. Había oído antes aquel sonido. Estudió inmediatamente los alrededores: no había ningún lugar donde ponerse a cubierto ni tiempo para salir corriendo.

Otto no entendió lo que pasaba cuando Raven corrió hacia él y se le echó encima de un salto que los lanzó a ambos por encima del borde de la terraza y los dejó en el aire a cincuenta pisos del suelo.

Entonces, todo explotó.

Cypher miró hacia abajo mientras el helicóptero se elevaba. Los tres pisos superiores del edificio habían quedado destruidos por la explosión. Era imposible que hubiera supervivientes. Contempló con satisfacción el cuerpo que yacía en el suelo de la aeronave. Habían logrado su objetivo, tenían lo que necesitaban y, como alegría añadida, la asesina preferida de Nero había desaparecido del mapa. Había reconocido al otro chico por la descripción que hizo Nero del reciente desastre acaecido en HIVE y, aunque era de lamentar que ese muchacho se hubiera visto involucrado en los acontecimientos, no había razón para suponer que el mundo fuera a llorar la muerte de Otto Malpense.

—¿Destino, señor? —preguntó el piloto mientras seguían ganando altura.

—Rumbo a la Forja. Fase primera de la operación completada. Comuníquelo por radio y dé la orden de iniciar los preparativos para la segunda fase —replicó Cypher.

Si Nero ya pensaba que aquel estaba siendo un mal día, lo que iba a pasar a continuación haría sin duda que viera las cosas en su correcta perspectiva.

Capítulo 8

O
tto tenía la sensación de que una mano gigante le había cogido y le había arrojado al vacío desde lo alto del edificio. Raven le tenía sujeto con un puño firme como el hierro mientras caían hacia el suelo rodeados por una lluvia de cascotes procedentes de los últimos pisos.

Raven sabía que solo podría hacer un disparo. Estiró el brazo que tenía libre y se oyó el característico ruido producido por el tiro a alta presión de un arpón. El cable serpenteó por el aire y se hincó en el costado de un edificio de la acera de enfrente. No sabía si el cable tendría fuerza suficiente para llevarles a los dos a aquella velocidad, pero era su única oportunidad.

Al tensarse el cable, Raven soltó un grito involuntario cuando su brazo cargó con su propio peso y el de Otto. La fuerza con la que tenía agarrado al chico disminuyó un poco. Un instante después se balanceaban en dirección a la fachada de cristal esmerilado del edificio que había enfrente del piso franco. El carrete del cable chirriaba y humeaba en protesta por la sobrecarga que estaba soportando. Raven sabía que iban demasiado deprisa: si impactaban contra un cristal endurecido a aquella velocidad, su muerte sería tan segura como si se hubieran estrellado contra el suelo. Se preparó para el inevitable choque, pero en el último segundo vio que la enorme explosión del otro lado de la calle había roto parcialmente el cristal de las ventanas. Se dio la vuelta como pudo para ponerse de espaldas al cristal y proteger a Otto.

El impacto la dejó sin respiración, pero la ventana se rompió en mil pedazos cuando chocaron contra ella. Raven soltó el cable del arpón y Otto y ella salieron despedidos y resbalaron por el suelo del despacho en que habían aterrizado entre un montón de material y mobiliario de oficina.

Raven se incorporó. El hombro le ardía como si estuviera en llamas y tenía todo el cuerpo dolorido como consecuencia de su combate con los
ninjas
, pero estaba entera. Miró a su alrededor. La oficina estaba desierta: era demasiado temprano para que hubieran llegado los primeros empleados.

—¡Malpense! —gritó.

No se le veía por ninguna parte.

De pronto oyó un gruñido a su espalda y vio que el muchacho salía deslizándose por debajo de una de las mamparas de los cubículos que habían caído al suelo.

—¿Está bien? —le preguntó y acto seguido se acercó a él para ver si tenía alguna herida. No parecía haber sufrido daños, pero no era solo su estado físico lo que la preocupaba.

—Sí, creo que sí —contestó.

Los oídos le seguían zumbando debido a la explosión y tenía la sensación de que el cuerpo se le iba a cubrir de cardenales, pero por lo menos estaba vivo. De su mejor amigo, en cambio, no se podía decir lo mismo. El recuerdo de la horrorizada sorpresa que se reflejó en la cara de Wing cuando le alcanzó el balazo se abrió paso en medio de la confusión que llenaba la cabeza de Otto. Un ruido de gritos y de incontables sirenas entraba por la ventana y en el exterior seguían cayendo cascotes y trozos de papel ardiendo.

—Nos tenemos que ir de aquí —dijo con firmeza Raven—. Ya sé que va a ser difícil, pero hay que resistir un poco más. Tenemos que llegar a un sitio seguro y comunicar lo que ha pasado.

Otto asintió con la cabeza. Raven le ayudó a levantarse sosteniéndole por ambos hombros y luego le miró directamente a los ojos.

—Le prometo que Cypher va a pagar por lo que ha hecho, pero para eso tenemos que marcharnos de aquí ahora mismo. Necesito que se espabile, Otto.

El chico apenas tenía fuerzas para dar un paso más, pero sabía que Raven tenía razón. Sintió que una bola fría y dura se le formaba en la boca del estómago. No iba a desfallecer ahora, no hasta que hubiera vengado a Wing.

—Vámonos —dijo Otto.

No tenía ni idea de quién era Cypher ni de por qué había hecho aquello, pero sí sabía una cosa… Lo iba a pagar muy caro.

—¿Encuentra algo? —preguntó Nero con impaciencia mientras el técnico de comunicaciones trabajaba febrilmente ante la consola.

—No. Nada, señor. No consigo conectar con el piso franco ni con ninguno de los agentes. Estamos totalmente a oscuras.

El Departamento de Comunicaciones y Vigilancia de HIVE hervía de actividad. Desde que Laura había enseñado a Nero el mensaje descifrado, se habían hecho denodados esfuerzos para determinar qué era exactamente lo que estaba ocurriendo en Tokio, aunque de momento sin éxito.

—Señor —dijo una voz desde el otro lado de la habitación—, me parece que tengo algo. He conseguido interceptar la señal de un satélite espía chino: el ángulo no es muy bueno y hay cinco minutos de desfase respecto al tiempo real, pero es lo máximo que podemos hacer. Lo paso a la pantalla principal.

El inmenso monitor central que pendía de la pared centelleó al encenderse.

Al principio, la imagen no tenía nada de particular. Parecía una imagen normal tomada desde la cámara de un satélite y enfocada sobre el edificio del piso franco del SICO, pero pronto se vio que algo iba horriblemente mal.

—Ahí —dijo la condesa señalando tres diminutas figuras que saltaban a la terraza desde unas escaleras y corrían hasta el lado opuesto del edificio—. Congelen y aumenten la imagen —ordenó.

La borrosa imagen se congeló mientras la mente de HIVE trabajaba en silencio para aumentar su calidad. Al fin se obtuvo plena visibilidad y se hizo evidente la identidad de las tres personas que estaban en la terraza.

—Son Malpense, Fanchú y el Agente Cero —siguió diciendo la condesa sin dejar de escrutar la pantalla—. Pero esos otros… ¿quiénes son?

Las tres pequeñas figuras que habían salido corriendo a la terraza eran ahora perseguidas por media docena de personas que surgían de la escalera. De nuevo, el equipo intentó mejorar la calidad de las imágenes, pero poco podía discernirse de aquellas figuras vestidas de negro, aparte de que estaban persiguiendo a los dos chicos y al agente.

El ceño de Nero se acentuó.

—Se está recibiendo mucha actividad en las frecuencias de los servicios de emergencia de Tokio —informó otro técnico mirando al vacío, mientras se concentraba en el torrente de nerviosas voces japonesas que llenaba sus auriculares—. En Shinjuku ha pasado algo, algo relacionado con una explosión.

En la pantalla principal, Nero vio con una creciente sensación de espanto un helicóptero que surgía del costado del edificio. Las imágenes no iban acompañadas de sonidos que pudieran ahogar los gritos sofocados que se oyeron por la sala cuando el Agente Cero cayó al suelo: todos reconocían un asesinato cuando lo veían. Nero se sentía impotente. Aquello pertenecía al pasado, lo único que podía hacer era contemplarlo, y él no era una persona que se sintiera cómoda en el papel de observador pasivo.

—¡No! —dijo la condesa cuando una figura salió del helicóptero, que acababa de aterrizar en la terraza.

Los ojos de Nero se entrecerraron y sintió que dentro de él surgía una oleada de furia. No necesitaba una ampliación de la imagen para reconocer a aquel hombre.

—Cypher —dijo escupiendo su nombre—. Debí suponerlo.

La condesa y él miraban horrorizados mientras en la pantalla se iban desarrollando los hechos ocurridos cinco minutos antes. Vieron cómo Fanchú se aproximaba a Cypher y cómo Malpense era inmovilizado por dos de las misteriosas figuras que les habían perseguido hasta la terraza. Vieron a Cypher levantando la pistola. Luego se produjo un pequeño resplandor y Fanchú se desplomó.

—¡No! —gritó Nero.

Cypher acababa de matar a uno de sus alumnos a sangre fría. Aquello era sencillamente una declaración de guerra, y la audacia de un ataque como aquel a plena luz del día significaba que Cypher quería que todo el mundo lo supiera.

—¡Mire! —dijo la condesa señalando otra figura que corría para esconderse tras uno de los muchos ventiladores y máquinas de aire acondicionado que cubrían la terraza.

Nero reconoció inmediatamente a la recién llegada. No había ninguna otra persona en el mundo que se moviera de esa forma: Raven.

La vieron lanzarse al ataque. Cypher corrió hacia el helicóptero mientras ella luchaba con los dos hombres que retenían a Malpense y, por primera vez, Nero se sintió esperanzado. Un par de técnicos vitorearon a Raven cuando acabó limpiamente con los dos asesinos, pero, cuando estos cayeron, ocurrió algo raro. Raven corrió hacia Malpense, se echó sobre él y ambos salieron volando por el borde del edificio. Entonces, la imagen se borró. Al principio parecía que habían perdido la señal del satélite, pero cuando volvió la imagen, se vio con toda claridad que las cámaras increíblemente sensibles de la plataforma orbital espía se habían visto saturadas momentáneamente por la intensidad de la explosión que había acabado con la terraza.

El piso franco había desaparecido. El helicóptero de Cypher se elevó por los aires y salió de la imagen, dejando tras de sí una escena de total devastación. Era imposible que alguien hubiera sobrevivido.

Nero se sintió muy viejo de repente. En el espacio de dos minutos había visto morir a un fiel agente del SICO, a dos de sus mejores alumnos y a Raven, todos muertos por la misma mano. No podía imaginar qué había llevado a Cypher a lanzar un ataque como aquel. Pero cualesquiera que fueran sus torcidos motivos, estaba claro que no temía la inevitable represalia del SICO.

—Póngame con el Número Uno —ordenó al técnico de comunicaciones.

Cypher iba a saber muy pronto lo que significaba enfrentarse a Maximilian Nero.

Otto se agarraba a Raven como si en ello le fuera la vida, mientras ella forzaba la rugiente moto para que corriera más y más a través del tráfico enloquecedor del centro de Tokio. Intentó cerrar los ojos para que el viaje no le siguiera poniendo los pelos de punta, pero, cada vez que lo hacía, la oscuridad se llenaba con la cara de sorpresa de Wing cuando le mató el disparo de Cypher. Los coches que pasaban a toda velocidad por su izquierda y por su derecha le resultaban mucho menos perturbadores.

Poco a poco, la densidad del tráfico se redujo mientras continuaban atravesando la ciudad en un viaje vertiginoso hacia el este. Otto no sabía de dónde había sacado Raven la moto, pero sospechaba que su anterior propietario ni se imaginaba que alguien se la había llevado «prestada». Después de salir del edificio en donde habían aterrizado tan accidentadamente, Raven le había ordenado que no se moviera de donde estaba y luego había desaparecido entre la multitud. Dos minutos después había frenado junto a él montada en una motocicleta plateada, le había encasquetado el único casco que tenía y le había dicho que se agarrara fuerte. Desde entonces hasta aquel momento, Otto dudaba mucho que el velocímetro hubiera descendido a dos dígitos en más de un par de ocasiones.

Parecían dirigirse a los muelles. Los rascacielos y las tiendas que se alineaban en las calles fueron sustituidos por altas columnas de contenedores y enormes grúas que se alzaban amenazadoras sobre sus cabezas. Raven atravesó como una bala un puesto de control que marcaba el acceso a una zona restringida del puerto y un guardia de seguridad hizo todo tipo de aspavientos cuando sortearon la barrera automática que tenía a su cargo. Raven aceleró al máximo y la moto se introdujo entre las ordenadas filas de contenedores rugiendo, girando de acá para allá y trazando una ruta imposible de rastrear en medio de aquel laberinto de acero.

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